El desastroso estado de la Unión en tramo final de Bush

02/02/2007
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El presidente de EE UU, con peor índice de popularidad, dobla la apuesta en Irak

La formalidad quedó cumplimentada. El 23 de enero el jefe de la Casa Blanca pronunció su discurso sobre el estado de la Unión y tuvo varios minutos de aplausos de los legisladores, aunque menos que en otros años. Irak está siendo su tumba política.

De apariencias también se vive. Si uno vio las imágenes fílmicas de cuando George W. Bush ingresaba al recinto del Capitolio el martes pasado, momentos antes de leer su discurso anual, podía creer que se trataba de un personaje querido por la gente. Anunciador oficial, saludos de los congresistas en el corredor, sonrisas por doquier y catorce minutos de aplausos a lo largo del mensaje, con legisladores de pie.

Sin embargo esa era una ficción más, una de las tantas que entrega la superpotencia para consumo de los tontos. La verdad es que este presidente tiene sólo 33 puntos de imagen positiva según el estudio de The Washington Post y la cadena ABC. El guarismo baja al 28 por ciento en el sondeo de The New York Times y la CBS, y al 22 por ciento en el de The Wall Street Journal y la NBC.

Bush está junto a Harry Truman y Richard Nixon como los presidentes de peor imagen entre su público. Seguro que en la consideración de los ciudadanos del resto del mundo, Bush les gana por goleada a esos dos competidores y se lleva el trofeo al más criticado y odiado de todos los que han pasado por el Salón Oval, desde George Washington para aquí.

La fama de mentiroso se ha acrecentado, luego de las falsificaciones utilizadas como justificativo para invadir Irak en 2003. En parte por esa bien ganada fama y en parte porque el hombre está despidiéndose del poder, sobrellevando la tremenda derrota de las legislativas de noviembre último, lo cierto es que pocos deben haber creído sus promesas del último discurso relativas a la política doméstica. Que habrá mejorías al sistema de salud y algunas concesiones a los inmigrantes dentro de la reforma migratoria fueron recibidas como mero bla bla. ¿Quién podía tomar en serio la referencia presidencial a la existencia del calentamiento global, súbitamente descubierto por el texano, cuando todo el mundo sabe que su administración retiró la firma del lote de países que había suscripto el Protocolo de Kyoto?

En todo caso su proclamada meta de reducir un veinte por ciento el consumo de petróleo tendrá más que ver con factores políticos y estratégicos antes que con una improbable veta ecologista. La superpotencia es la que más contamina con la emisión de gases, especialmente de dióxido de carbono.

Tanto hablar de política interna tenía un sentido político: poner en un segundo plano un asunto candente como es el fracaso en su intervención militar en Irak. Al día de ayer allí habían muerto 3.084 soldados norteamericanos en una guerra que empezó bajo el signo de las mentiras de Washington y que continúa, sin perspectivas, con esa mácula.

De todas maneras, aunque el orador quiso desplazar el eje del mensaje oficial, que sería analizado en el ámbito internacional, el tema Irak no podía faltar.

De fracaso en fracaso


La cifra consignada de bajas propias es de por sí una prueba de que esa guerra no está siendo un paseo militar y que dista mucho de haberse cerrado cuando el 1 de mayo de 2003 un Bush disfrazado de piloto descendió al portaaviones “Abraham Lincoln” diciendo que las principales operaciones bélicas en Irak habían concluido. Los hechos demuestran que la guerra estaba recién comenzando con un goteo de bajas propias que ahora se asemeja a una sangría. El fin de semana previo al discurso sobre el estado de la Unión hubo 27 norteamericanos muertos por la resistencia patriótica iraquí, uno de los saldos más luctuosos para el contingente de ocupación desde el inicio de sus operaciones en marzo de 2003.

Si se cuenta lo gastado en ese frente de guerra y las erogaciones en Afganistán, se llega a los 500.000 millones de dólares. Para el próximo ejercicio Bush ha pedido 100.000 millones más, una parte de los cuales sería para sufragar los mayores gastos del envío de 21.500 soldados más a cubrir Bagdad y la provincia de Al Anbar, en el oeste del país.

Para los críticos de esa guerra, mandar esos flamantes efectivos no resolverá la contienda. El documentalista Michael Moore envió una burlona carta al presidente donde le recomendaba reclutar a 28 millones de nuevos soldados, un millón más que el total de la población iraquí.

Ironías al margen, lo cierto es que ese reforzamiento en hombres y equipos no parece que vaya a servir para cambiar el curso de la guerra, que en dos meses más habrá cumplido cuatro años.

Los invasores más estúpidos pueden alegar que ellos van “ganando” porque tuvieron algo más de 3.000 muertos y sus adversarios 655.000. Pero así es como se pierden las guerras imperiales, como en Vietnam, donde hubo “sólo” 55.000 marines muertos y los vietnamitas perdieron más de 3.000.000 personas.

El presidente, que junto a su círculo de mayor confianza forzó la agresión contra el país árabe, ahora no quiere oír hablar de retiradas de allí. Eso sería desastroso, alega, y por lo tanto elaboró planes y decidió enviar esos 21.500 efectivos de refuerzo, que se añadirán a los 130.000 que ya están en el sitio equivocado, peleando, muriendo y sobre todo matando en la guerra equivocada.

Esa última no es una crítica superficial. A las torturas y crímenes cometidos en la cárcel de Abu Ghraib se sumaron nuevas evidencias de crímenes, violaciones, asesinatos masivos de población civil disimulados como “enfrentamientos”, etc, cometidos por los marines. Sólo una ínfima proporción ha sido investigada y menos aún sancionada judicialmente aunque los pocos casos que llegaron a juicio fueron espantosos. Los parecidos entre la masacre de Haditha en 2005 y la de My Lai en 1968 en Vietnam no son mera coincidencia. También por eso EE UU va perdiendo la guerra, que degenera en una guerra civil entre chiítas, sunnitas y kurdos donde los mandos norteamericanos bombardean alternativamente a los dos primeros.

Varias oposiciones


Unos días antes de su discurso anual, el jefe de la Casa Blanca anunció el envío de más tropas, redoblando la apuesta militar. Al revés de lo recomendado por el “Grupo de Estudio sobre Irak” liderado por el ex secretario de Estado James Baker y el ex senador demócrata Lee Hamilton, que le habían sugerido mejorar las relaciones con Siria e Irán, el presidente las tensionó aún más.

Los militares estadounidenses tomaron por asalto un consulado iraní en Erbil, Irak, y secuestraron a media docena de sus diplomáticos. Encima se supo que Bush autorizó el asesinato de “agentes iraníes” en territorio iraquí siendo que la vieja licencia llegaba hasta la detención, identificación y expulsión. Ahora se los puede matar con respaldo legal y oficial (la misma autorización criminal sería extendida a los carceleros de Guantánamo, Cuba, si prospera un manual del Departamento de Defensa divulgado por la agencia AP el 18/1).

Incluso no se puede descartar que para zafar del desastre, la administración Bush decida bombardear a Irán, fundamentándolo en la supuesta búsqueda de fabricar armas atómicas por parte del presidente Mahmud Ahmadinejad.

Más tropas, más gasto y más hipótesis de agresión en Medio Oriente, son las políticas de la Casa Blanca. Es más de lo mismo, o peor aún. Las únicas novedades pasan por el relevo de los jefes militares, ya que se anunció que el general David Petraus reemplazará a su colega George Casey como comandante en Irak, y que el almirante William Fallon hará lo propio con el general John Abizaid, responsable del Grupo Central de Ejércitos, que comprende a todo Medio Oriente.

Ante objeciones planteadas por los senadores demócratas, y algunos republicanos, que en la comisión de política exterior dictaminaron que el envío de más soldados no representa una causa de interés nacional, el presidente dijo que seguirá adelante. ¿Acaso el Congreso se le opondrá firmemente? Esto es dudoso, aunque ahora, con mayoría demócrata, le colocará algunas piedras en el camino a Bagdad.

Esas desavenencias bipartidistas pueden ser favorables para la causa iraquí pero a condición de no depender de ellas ni cifrar expectativas en personajes como la senadora Hillary Clinton, casi tan belicista como Bush.

La oposición decisiva es la que está generando el propio pueblo, como la coalición “Unidos por la paz y la justicia” que el 29 de enero se manifestó en Washington reclamando que las tropas vuelvan a casa.

Fuente: www.laarena.com.ar

https://www.alainet.org/es/articulo/119083
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