La prostitución infantil

15/11/2006
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"No existen niñas prostitutas, lo que existen son niñas prostituidas"

Se calcula que en todo el mundo más de un millón de niños y niñas se ven obligados a prostituirse cada año; se les compra y vende con fines sexuales o se les emplea en la industria de la pornografía infantil. Es una industria multimillonaria donde los niños ingresan por la fuerza o mediante engaños, se les priva de sus derechos, de su dignidad y de su infancia. La explotación sexual comercial condena a los niños a una de las formas más peligrosas de trabajo infantil, amenaza su salud mental y física, y atenta contra todos los aspectos de su desarrollo.

¿Qué es la explotación sexual comercial de los niños?

La Convención sobre los Derechos del Niño define como niño a toda persona menor de 18 años, salvo que, en virtud de la ley que le sea aplicable, alcance antes la mayoría de edad. La explotación sexual comercial de los niños es el empleo de los chicos con fines comerciales de índole sexual por una remuneración u otra contraprestación entre el niño o la niña, el cliente, el intermediario o agente y otros que lucren con la trata de niños para esos fines.

Formas de Explotación Sexual Comercial Infantil

Existen tres formas que han sido definidas por las Naciones Unidas de la siguiente manera:

1) Prostitución infantil: "La acción de contratar u ofrecer los servicios de un niño para realizar actos sexuales a cambio de dinero u otra contraprestación con esa misma persona u otra" (Documento A/50/46).

2) La trata y la venta de niños con fines sexuales dentro de un mismo país o entre países: la Convención suplementaria sobre la esclavitud, la trata de esclavos y las instituciones y prácticas análogas de la esclavitud de 1956 define la venta de niños como la transferencia de un niño de una parte a la otra con cualquier propósito a cambio de compensación financiera o de otro tipo.

3) Pornografía infantil: "la representación visual de un menor de 18 años en un acto sexual explícito, real o simulado, o en la exhibición obscena de los órganos genitales, para el placer sexual de un usuario".

En América Latina cerca de 34 millones de niños viven en la calle en situación de extrema pobreza, que lleva fácilmente a la explotación sexual. En Brasilia, el 70% de los estupros practicados contra niños y adolescentes ocurren dentro del ambiente familiar; el 40 % de las víctimas son menores de 18 años. En las regiones que sobreviven del turismo como en el caso de las ciudades del nordeste (Río Negro y Foz de Iguazú) los extranjeros prefieren pagar un alto precio por niñas de poca edad, preferiblemente vírgenes, por miedo al contagio del virus del SIDA. En una investigación realizada por UNICEF, se señala que más de 200 brasileñas (65 % menores de 18 años) son prostitutas en Ciudad del Este, en Paraguay. Según este mismo informe, en los municipios de la región, el número de niñas prostituidas menores de 16 años se acerca a las 1500. Se presume que estos actos no son cometidos por extraños; en la mayor parte de los casos son tíos, padrastros, padres, vecinos; en definitiva, personas allegadas a la familia.

Este tipo de maltrato se ve en todas las clases sociales, aún cuando casi siempre llegan a conocimiento público sólo los abusos ocurridos en sectores con mayor índice de pobreza, justamente porque el abusador es más vulnerable.

Las importantes desigualdades en la distribución del ingreso e incluso en el propio gasto público, respecto de los montos destinados a salud, vivienda, educación, etc., afectan directamente a la niñez y juventud y una de sus consecuencias es la existencia de redes de turismo sexual y de venta de niños.

Aunque la vasta mayoría de las víctimas de la explotación son niñas, esta forma de abuso afecta a un número cada vez mayor de niños. Por lo general se trata de niños provenientes de familias pobres, tanto de las zonas urbanas como rurales. En su mayoría tienen entre 14 y 18 años, aunque hay pruebas de que en algunos países el temor al SIDA ha generado una demanda mayor de niñas cada vez más jóvenes. Estos niños ingresan al mundo del comercio sexual mediante el secuestro, el engaño o la venta; o puede tratarse también de prófugos de sus hogares o de niños que se prostituyen por su propia iniciativa para poder sobrevivir, para mejorar su nivel de vida o para adquirir bienes de consumo.

Una forma de esclavitud

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La prostitución como estrategia de la supervivencia de los sectores más pobres, no puede ser considerada como una opción de vida, sino como una forma de esclavitud.

Existen otras formas de prostitución que no están directamente relacionadas con las situaciones de exclusión socio-económica, sino más bien determinadas por elementos como el consumismo y la presión de “tener éxito”

El niño en estas condiciones de vida en la calle o en el medio de prostitución, genera mecanismos de adaptación que afectan su posterior inserción en otros ámbitos. La violencia en este medio determina la creación de lazos solidarios con sus pares, pero también el deterioro de su autoestima.

Los efectos negativos de la explotación sexual sobre los niños son profundos y, con frecuencia, de carácter permanente. A los que sobreviven, y debe tenerse en cuenta que algunos niños no salen con vida de esa ‘vida’, la experiencia puede causarles daños físicos y mentales irreparables. Las jóvenes víctimas, que frecuentemente no reciben la protección jurídica adecuada, son tratadas como criminales a quienes no les queda más remedio que volver a ingresar al círculo vicioso de abuso y explotación en niveles cada vez más elevados de riesgo personal.

Es necesario que la explotación sexual de los niños sea analizada, comprendida y combatida en el contexto social en que ocurre.

¿A quién o quiénes culpar?

Es tentador responsabilizar, de este complejo problema, exclusivamente a las organizaciones delictivas, considerar que sólo los proxenetas y aquellos que participan directamente en los actos sexuales son los explotadores, o menospreciar a las víctimas acusándolas de promiscuidad o irresponsabilidad sexual, y la verdad es que ningún sector de la sociedad puede desentenderse de la responsabilidad de la explotación sexual de los niños.

Las causas de la explotación son diversas y de no fácil solución. La desigualdad económica y la creciente brecha social entre ricos y pobres, la migración y la urbanización a gran escala, y la desintegración familiar son algunas de sus causas. Aquí también influyen valores culturales históricos y permanentes presentes en la sociedad, muchos de los cuales son discriminatorios contra las niñas y las mujeres. Del mismo modo, el deseo desmedido de bienes y valores materiales, promovidos e incentivados por los medios de comunicación y la publicidad comercial, genera el deterioro de los sistemas de apoyo culturales y comunitarios tradicionales.

La ignorancia y la falta de programas serios en materia de educación sexual también desempeñan un papel en la explotación sexual de los niños.

El papel de la familia frente a la explotación sexual infantil

Las familias son los primeros cuidadores, educadores y protectores de la niñez y sus derechos. Los valores familiares son esenciales para la percepción que el niño tiene de si mismo y del mundo que le rodea. Cuando, por cualquier razón, la familia no puede cumplir estas obligaciones, empieza a quebrarse la primera línea de defensa del niño y la niña contra un mundo inseguro e incomprensible.

Las investigaciones han comprobado, a escala mundial, una fuerte correlación entre los abusos familiares sobre los niños, especialmente sobre las niñas, y la incitación a participar en el comercio sexual. La madre, en particular, juega un papel fundamental en las decisiones de su hija.

Las extensas pruebas de la participación de la familia en la explotación sexual directa de los niños es un hecho inquietante pero quizá no resulta sorprendente, dada las pesadas cargas y las graves inequidades y dificultades en que viven muchas familias. Son portadoras de pobreza y desesperanza, y de valores heredados y recientes que consideran a los niños como una propiedad y por lo tanto como una fuente de sostén económico; las familias transmiten estos valores y sus consecuencias a sus hijos.

Muy a menudo, los padres que venden a sus hijos en el comercio sexual, lo hacen sin pleno conocimiento. Les dicen, y se lo creen, que sus hijos va a realizar servicios domésticos o cualquier otra forma de trabajo o van a casarse. Otros venden a sus hijos plenamente conscientes al comercio sexual, aunque no siempre reconocen las consecuencias de dicha actividad. Algunas familias de Asia que tradicionalmente deseaban tener hijos varones para que trabajaran con la familia, ahora esperan tener niñas para vender, ya que sus posibles ingresos son mayores.

Pero no todas las familias pobres venden a sus hijos; lo que impulsa a una familia pobre a la venta de un hijo es lo que se ha llamado ‘la pobreza más la falta de opciones’. Con frecuencia, esto supone que la familia pobre tiene que hacer frente al desempleo, la emigración forzosa, la estigmatización por la comunidad, la dependencia de estupefacientes o las crecientes expectativas por el contacto con el consumismo.

Algunas veces el niño o la niña son vendidos en el comercio sexual por progenitores que han realizado abusos sexuales o de otro tipo a sus propios hijos. El niño o niña es considerado entonces como ‘disponible’ para el comercio sexual y capaz de ganar dinero para la familia. El pago o “préstamo” de dinero a los padres por un tercero sitúa al niño o niña en una situación de ‘esclavitud deudora’ en la cual estos se ven forzados a mantener relaciones sexuales comerciales para devolver la deuda de la familia al explotador.

Fuente: Red Peruana contra la Pornografía Infantil

http://nopornoinfantil.blogspot.com/
https://www.alainet.org/es/articulo/118207

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