El necesario trabajo de los niños

14/09/2006
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  • Opinión
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En el año 2000, 211 millones de niños trabajaban en el mundo. Cuatro años más tarde, el número ha disminuido a 190 millones y el número va en descenso, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Los esfuerzos de las organizaciones internacionales que defienden los derechos de los niños han cumplido objetivos importantes. La OIT defiende la educación como la vía más adecuada para seguir reduciendo la cifra de los niños que trabajan en el mundo. Sin embargo, el trabajo infantil es complejo y precisa de la búsqueda de varias soluciones en conjunto. No es lo mismo el trabajo que hacen muchos niños después del colegio para ayudar a sus familias en la subsistencia diaria que la explotación infantil que tiene a millones de niños en condiciones de esclavitud y que pone su vida en riesgo. Por eso es preciso erradicar primero las causas que llevan a estas formas de trabajo. Encasillar de manera simplista el trabajo infantil y atacarlo sin más podría amenazar las economías de millones de familias en el mundo que dependen de la ayuda de sus pequeños en tareas domésticas, del campo y los oficios que se han pasado de generación en generación. Este aprendizaje de los oficios fue lo que llevó a la ciudad marroquí de Fez a convertirse en una ciudad imperial gracias a la eficaz organización de sus gremios. El maestro trabajaba mientras sus capataces, desde niños, aprendían y perfeccionaban el oficio, hasta que su habilidad les permitía producir y contribuir a la producción y el comercio de sus bienes. Hoy en día, muchas zonas rurales en el mundo requieren de agricultores capacitados para sostener su producción agrícola, su fuente principal de ingresos; necesitan comerciantes que busquen los mejores precios posibles para sus productos, que sepan dar salida a esas materias primas; artesanos, herreros, alfareros, curtidores capaces de transformarlas en productos útiles. Estas profesiones se aprenden desde la infancia. Dejando a un lado el trabajo complementario que no interrumpe su educación básica, cabe abordar la explotación que roba a los niños su infancia. Birgitte Poulsen, especialista técnica de la OIT en Zambia, comenta: “Si se quiere abordar el trabajo infantil hay que reconocer la magnitud del problema, no sólo su envergadura, sino su complejidad. No se debe únicamente a la inestabilidad, los conflictos y la guerra. Es la pobreza y el sida”. Poulsen profundiza en las causas del problema y sugiere soluciones que complementan una educación que da una solución a una parte del problema pero que no lo resuelve. La pobreza y el Sida tienen un ingrediente común al que pocas veces se le da la importancia y el espacio que les pertenece: la explosión demográfica. El África subsahariana es la región del mundo que demuestra con más claridad la urgencia de abordar el crecimiento demográfico. El Continente olvidado tiene la más grande explosión demográfica que pone una enorme presión sobre los recursos naturales y los insuficientes servicios públicos; es la región del mundo más empobrecida y con la pandemia del sida más extendida. También, la única zona en el mundo en donde las cifras de trabajo y de explotación infantil no sólo no han disminuido, sino que van en aumento. Según investigadores independientes de la ONU, el sida ha disparado en un 30% el número de niños trabajadores en África. La pandemia ha mermado a la población adulta en edad de trabajar y ha dejado huérfanos a muchos pequeños, obligándolos a hacer el relevo en el trabajo para poder llevar la comida a la casa. Para devolver la infancia a millones de niños, es necesario frenar la explosión demográfica. Si esto se combina con programas educativos y de formación, los países que anhelan salir de su pobreza contarán con mujeres que ejerzan una maternidad responsable necesaria para seguir frenando esa curva, así como una población joven más formada, más capaz y más responsable. Ya no cabe en este mundo el lema de ‘Los hijos que Dios quiera, pues Él los manda’ que permaneció después de que las facciones más ortodoxas de las distintas religiones llevaran al fracaso la Cumbre de El Cairo. El primer y más grande paso para defender que todos los niños puedan disfrutar de su infancia y tener un futuro prometedor es frenar la explosión demográfica. Hay muchas formas de organizar los procesos demográficos, excepto el abandono y los planteamientos fundamentalistas. - Carlos Mígueles es periodista. Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
https://www.alainet.org/es/articulo/117081
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