Cooperativas de trabajo asociado: intento fascista de destruir los sindicatos

06/09/2006
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Colombia Una de las peores formas de flexibilización laboral impuestas por los neoliberales contra los derechos y libertades sindicales, lo constituyen la creación e imposición de las Cooperativas de Trabajo Asociado, CTA. A diferencia de las regresivas CTA, el cooperativismo tradicional como parte del sector solidario, ha sido un sistema progresista de ayuda mutua y organización popular complementaria al sindicalismo. El cooperativismo es un movimiento positivo y valioso en cuanto alienta el desarrollo de formas autogestionarias para contrarrestar el individualismo capitalista, enfrentar los ataques del capital y reforzar el sindicalismo, así como estimular la necesidad de la población de organizarse para acercar amplios sectores sindicales y no sindicales a la unidad popular, aparejado promocionar los nexos ideológicos y culturales entre los afiliados. Sin embargo hay que advertir que los sindicatos son organizaciones más calificadas que las cooperativas, toda vez que éstas últimas carecen de las características asociativas, ideológicas y políticas más robustas del sindicalismo, mientras que este último posee mayores posibilidades de enfrentar con éxito al gran capital, desde sus propias entrañas, por lo que es necesario confrontar la actual tendencia de los neoliberales de debilitar o acabar con los sindicatos, mediante su transformación regresiva, total o parcial en cooperativas tipo CTA. En este orden de ideas, las CTA constituyen un peligroso paso atrás en la organización y la lucha social impuestas por la presión de las contrarreformas neoliberales, como intento de fragilizar y abolir el sindicalismo, como conquista histórica e indispensable del movimiento obrero y popular para su formación política, toda vez que su implantación significa un demoledor golpe al Código del Trabajo. En contraste con el cooperativismo, el sindicalismo constituye una forma más moderna, cohesionada y fuerte de organización de los trabajadores, la cual pese a sus enormes limitaciones y a las severas mutilaciones a los derechos y libertades laborales experimentados últimamente, por un lado permiten al trabajador convertirse en sujeto social conciente y a la par obligan a la patronal aceptar que los trabajadores asociados, son sus legítimos contradictores, que poseen derechos legales colectivos a luchar en conjunto contra el capital y su régimen, por el mejoramiento de su nivel de vida y avanzar en su conciencia social y política, como sujetos plenos con derechos individuales y colectivos, garantizados por la ley. Esta condición laboral sindical implica que los asociados a los sindicatos, como obreros colectivos, adquieren relaciones, condiciones y categorías mercantiles propias de la economía política capitalista superiores a las del cooperativismo, ya que éstos últimos permanecen o regresan al nivel de organización feudal que oculta y agudiza el conflicto social, a la par niega su solución política y aquilatada, mientras que los nexos sindicales constituyen la contraparte social legal al capital privado en la esfera de la producción, en la fábrica, que eleva el conflicto social al plano económico y político a la contradicción entre el capital y el trabajo. El sindicalismo también entraña que los trabajadores han ganado valiosos derechos y libertades gremiales y políticas, tales como la creación y afiliación al sindicato, la declaración de huelga, la movilización social y la negociación de la Convención Colectiva, mediante los cuales logran cierto importante y aquilatado estatus legal y social que los habilita enfrentar y potenciar unidos los embates del gran poder del capital, además de constituir un mecanismo insustituible para la formación gremial, ideológica y política de los trabajadores, derechos y conquistas hoy cada vez más cercenados y negados por los neoliberales. La presunta eficiencia del neoliberalismo consiste por tanto en encontrar formas de contratación exentas de toda reglamentación y defensa del trabajo, lo que constituye un atajo para evadir la aplicación del Código Laboral, un retorno a formas de organización ya superadas por la historia, que permite soslayar las grandes conquistas de los trabajadores y la humanidad, obtenidas a costa de tanta sangre y esfuerzos durante más de un siglo. Vale la pena agregar que esta grave tendencia regresiva mundial, extendida principalmente en los países neocoloniales ha sido avalada e impulsada abiertamente por el presidente colombiano Álvaro Uribe, que ha presionado para que se de fin al sindicalismo reivindicativo calificándolo de desfasado y proponer transformarlo en las CTA, como fuerza corporativa al servicio del gran capital privado, tendencia impulsada por el fascismo en el denominado sindicalismo corporativo, para evitar la confrontación entre el capital y el trabajo, formulado por Benito Mussolini. Colombia ha sido un país perdedor, los costos se han trasladado a los sectores menos favorecidos mediante desempleo, como resultado de la liquidación de empresas estatales del sector de los servicios, salud, educación, correos nacionales, telecomunicaciones, privatización de las empresas petroleras, así mismo a través de impuestos indirectos con la implementación en últimos cuatro años de cinco reformas tributarias. Las CTA sentaron sus reales por el ambiente propicio que se ha dado puesto que no se ha votado un nuevo Estatuto del Trabajo desde 1993, lo que ha dado vía libre para que en el país los trabajadores y trabajadoras queden a merced del gran capital financiero y las transnacionales. Como a las mujeres el capitalismo patriarcal y machista siempre nos traslada lo peor, al imponernos que seamos las primeras en perder derechos y en sufrir este tipo de degradación laboral, situación que agrava hoy el neoliberalismo. Las CTA, como formas posmodernas de destrucción de las conquistas laborales y sociales, están siendo aplicadas y generalizadas en los pequeños talleres, presionados por la cada vez más inmisericorde competencia artificial e ilegítima que imponen las trasnacionales en complicidad con los Estados, acentuada por el avance del libre comercio mundial y las contrarreformas neoliberales. En muchas de las “nuevas” fábricas, en realidad empresas transformadas en CTAs, la presencia femenina es predominante, como en algunos talleres de confecciones y calzado que pululan en las barriadas populares de las grandes urbes colombianas, donde parte sustancial del trabajo es combinado con una especie de trabajo familiar en pequeños equipos, para ahorrar gastos de alquiler, comida y energía, lo cual además de restar espacio al hogar, ya de por si limitado, obliga a comprar equipos, aplicarles mantenimiento y costos de energía, más los consiguientes gastos extras de transporte de recolección de insumos y entrega del producto acabado, economías que terminan engordando en la mayor parte a empresarios sanguijuelas. La ironía del neoliberalismo, es que con la imposición de las CTA se tiende a generalizar también contra los varones en el trabajo social, las degradantes condiciones laborales que experimentamos las mujeres a diario en la economía familiar, en donde con nuestra agobiante labor familiar privada y gratuita, tampoco generamos mercancías sino simplemente productos, por lo cual carecemos de derechos laborales y salariales, ya que a los hogares aún no llega siquiera la racionalidad ni la modernidad de la explotación y opresión capitalista, puesto que sólo realizamos servicios u oficios, mientras nuestros compañeros, pese a las buenas actitudes que algunos tratan de asumir, desempeñan el papel de “capataces” concientes o inconscientes a favor de la oligarquía, que es la que al final se embolsa la enorme cuota de plusvalía extra que producimos, cerca de 2/3 del total mundial, según la ONU, que también sirve para abaratar el salario obrero. De ahí que las CTA, se han convertido en unas formas de súper explotación y opresión tan nefastas e irracionales, que tienden a romper el límite del abuso, ya que a la par crean las condiciones para visibilizar más la aberrante condición machista y patriarcal que por naturaleza el régimen capitalista nos ha impuesto, lo que crea condiciones para unificar más estrechamente nuestras luchas por la socialización y emancipación del trabajo familiar privado, con las batallas tradicionales del sindicalismo y posibilita desarrollar mejores estrategias para despertar y movilizar más las mujeres, que somos la mitad de la humanidad, hoy en buena medida apáticas y despolitizadas, aplastadas por la dictadura y opresión de la cocina y el hogar premodernos. Fuente: Boletín de la REMTE - Agosto / 2006
https://www.alainet.org/es/articulo/116966
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