XVI Conferencia Internacional de Sida

Lágrimas, melancolía y esperanza en la lucha contra el Sida

16/08/2006
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Toronto, Canadá.- La oscuridad de la noche de Toronto llega a las 9. Para ese momento, cientos de personas estaban ya reunidas en Dundas Square, una concurrida zona de la ciudad por su abundante actividad comercial y nocturna. Las tiendas departamentales y boutiques cierran sus puertas y los compradores hacen un alto para averiguar qué está sucediendo. Jóvenes entusiastas se acercan a ellos para ofrecerles un listón rojo, símbolo de la lucha contra el sida, y una luz de neón para encender durante la Vigilia Internacional del Sida, que busca recordar a las personas que han muerto a causa del VIH. Muchos de quienes aceptan los presentes lo hacen para quedarse. La quietud de la gente en la plaza contrasta con el bullicio de las banquetas contrarias. Incluso una salida del tren subterráneo que está situada justo en la explanada parece no provocar ningún ruido. Parejas de iguales o diferentes sexos se abrazan, familias sientan a sus niños en las bancas o en el piso en espera de que la ceremonia comience. Hay muchas personas solas, hombres y mujeres, provenientes de todas partes del mundo, pues han trabajado toda la semana en la XVI Conferencia Internacional de Sida. Es LaVerne Monette, directora de la Estrategia Aborigen de VIH/sida en Ontario, quien presenta a la abuela Alita Sauve, quien conduce una ceremonia indígena de purificación. Su canto ritual atraviesa el silencio previo de la plaza y prepara a los asistentes para una noche de nostalgia, luto, pero también de propósitos y esperanza. Discursos, cantantes y testimonios se suceden durante varios minutos. La gente permanece de pie, cada vez más cerca unos de otros pues el espacio se llena. Algunos policías a caballo vigilan; no son más de diez, todos ellos con su barra luminosa colgada al cuello. Los que si portan el listón rojo sobre su uniforme son los paramédicos, pendientes de cualquier contratiempo. Pero no sucede nada. Las personas observan calladas, muchas de ellas melancólicas. Un hombre pelirrojo, notablemente delgado, se dobla en llanto mirando una fotografía que tiene entre sus manos. Es la imagen de un hombre joven, sonriente, que se arruga y se distorsiona entre el sudor de las manos que la aprietan fuertemente. Este no es el único llanto en el lugar, pero si de los pocos que se escuchan. Llega el momento de encender las luces. En el escenario, quince hombres y mujeres encienden velas reales y pronuncian los nombres de quienes motivan esa luz. “Por todos los trabajadores sexuales que han muerto por sida”, “por todas las mujeres que han muerto a causa del sida”, “por los hombres gay muertos por sida”, murmuraron representantes de diversos sectores de la población, incluyendo al alcalde de Toronto, David Miller, quien se encontró con algunas pancartas cuestionando “Donde esta Stephen Harper?”. Luego de estos pronunciamientos se pidió a los asistentes nombrar, gritar, los nombres de las personas que habían perdido a causa del Sida. “Estamos recordando a los que murieron, pero también celebramos la vida de los que estamos aquí”, dijeron los organizadores. Una vez que se encendió una luz entre las manos de cada persona presente, vino el minuto de silencio. Un largo minuto en el que decenas de personas pudieron llorar, reflexionar, extrañar, recordar. La gente parecía sonreír, platicar en las calles cercanas, pero en medio de la multitud solo había silencio. Para salir de el y lograr romper con el dolor, interrumpir el llanto y reconfortar los ánimos, música y mas música. Una canción de esperanza y un grupo de jóvenes preguntando si “vamos a esperar hasta mañana” para actuar sobre nuestras vidas devolvieron la energía a los deudos, directos o indirectos, dejados por la mas devastadora epidemia de los últimos tiempos. - Rocío Sánchez, enviada de la Agencia NotieSe Fuente: Agencia NotieSe http://www.notiese.org
https://www.alainet.org/es/articulo/116638
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