El comodín "posmoderno"

18/01/2005
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Primero fue el pánico que producía la palabra "posmodernidad". Luego vino su uso más o menos frívolo para indicar que el locutor "está en algo". Finalmente ha quedado esta cosa babosa que revela la ignorancia de siempre aderezada con toques de pintoresquismo tropical y usos pragmáticos de todo orden. En el caso específico del artículo del amigo Ibsen Martínez volvemos al mismo síndrome de "vale todo", es decir, la apelación a una figura del lenguaje ("posmodernidad") que carece de toda significación consistente pero que resuena en un lector más o menos distraído como metáfora cómica, como evocación de lo inexplicable o simplemente como territorio de la confusión. Es muy frecuente en los ambientes académicos latinoamericanos echar mano de un apelativo "posmoderno" cada vez que la cosa se enreda. Alguien es "posmoderno" cuando dice cosas disparatadas, cuando viste ropas estrafalarias o cuando tiene comportamientos erráticos. Esta simpática trivialización proviene de la maquinaria demoledora del periodismo (entendido como subcultura que "traduce" todo lenguaje a las pamplinas del consumo), se refuerza en los alrededores de las universidades de provincia (tan campechanas en su talante cultural como rupestres en su densidad intelectual), continúa reforzándose en el discurso de las élites y vuelve a encontrarse con el discurso mass-mediático en este círculo delicioso que es finalmente la sociedad toda. En ese clima característico del subdesarrollo se entiende la impunidad con la que se despliegan estas (y otras) ocurrencias lingüísticas que podrían pasar por adquisiciones teóricas de gran raigambre. Hasta allí no habría gran cosa que lamentar. Pero no es casual que ese mismo mecanismo de razonamiento funcione en estos tiempos como criterio político de arbitraje en conflictos de poder en muy variados escenarios de la burocracia de Estado. Cuando se trata de fabricar al "enemigo" a través una operación tan elemental se logra un mecanismo rápido que sirve para que los militantes consuman algún sentido de las cosas, para que los partidarios reaccionen eficazmente frente a las "amenazas", para compactar lógicas grupales (muchas veces mafiosas) y de ese modo justificar cualquier línea de acción. Hay una gran variedad de esta manipulación en ámbitos y sectores de la vida política, en muchas instituciones públicas donde la burocracia de ocasión apela a estas artimañas para justificar sus intereses, en variadas esferas de la vida académica donde también los arribistas encuentran su cuota de poder. Ocioso sería argumentar en serio sobre la completa perversión de estos simulacros. Sencillamente porque esta sub-ideología no está hecha para discutir o para desplegar argumentos. Su función es la de crear la cobertura que ampare prácticas e intereses que de otro modo quedarían al descubierto. Tan sencillo como eso. A todas estas la referencia al texto del amigo Ibsen Martínez ha sido sólo la excusa para poner en evidencia el envilecimiento intelectual de muchos grupos que actúan impunemente en nombre del "proceso". Eso no dura mucho porque hacia el fondo lo que reposa es un inmenso hueco. Pero en la superficie el alboroto puede entretener a unos cuantos funcionarios que piensan esencialmente con la barriga. Que el chivo expiatorio sea por ahora la "posmodernidad" o la "transdisciplina" poco importa; se trata siempre de la misma enciclopédica ignorancia que no tiene más remedio que implosionar, es decir, evaporarse de la misma patética manera en que se esfumó el imperio soviético. Moraleja: la izquierda fundamentalista es la hermana natural de la derecha histérica. * A propósito de un texto de Ibsen Martínez (El Nacional/Caracas, 6/12/2004)
https://www.alainet.org/es/articulo/111201

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