América profunda
11/12/2003
- Opinión
Del 6 al 9 de diciembre nos reunimos en la ciudad de México más de
100 personas, de 36 pueblos diferentes de Argentina, Bolivia,
Canadá, Chile, Costa Rica, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia,
Guatemala, India, México, Nueva Zelandia y Perú.
En un Coloquio, un Simposio y un Foro, sostuvimos una conversación
libre y abierta para intercambiar ideas, puntos de vista y
experiencias, para aprender unos de otros y para criarnos
mutuamente.
Tardaremos en saber cuál será el fruto de nuestras conversaciones,
que nos interesaron y comprometieron profundamente. Por lo pronto,
queremos compartir algunas de nuestras conclusiones y acuerdos.
Nuestras conversaciones se concentraron en los llamados "indígenas".
Por eso, los participantes que no entraban en esa clasificación
aceptaron que en este documento usáramos la primera persona del
plural al compartir lo que dijimos.
PUNTOS DE REFLEXIÓN
Hablamos de lo que somos.
Somos pueblos, cada uno con características singulares, únicas.
Los términos que se usan para hablar de nosotros son ajenos y nos
homogeneizan, nos uniforman. Tienden a excluirnos y marginarnos.
Algunos usamos el término "indio", para afirmarnos políticamente;
otros lo hemos enterrado. No es un término que todos aceptemos ni
puede expresar lo que somos.
No necesitamos buscar una palabra genérica que mezcle
superficialmente algunos atributos comunes. Sería otra manera de
uniformarnos.
Para hermanarnos, partimos de nuestra realidad como pueblos diversos
que tienen distintas posturas.
Al hacer a un lado términos excluyentes y homogeneizadores ajenos,
no buscamos otros, nuestros, que podrían llegar a cumplir una
función semejante. Lo que estamos haciendo es des-cubrir lo que está
ahí, en plenitud. Sin los velos que la cubrían, emerge con claridad
la realidad de la América Profunda, con ése u otros nombres. Está
formada por todas nuestras raíces comunes y por raíces distintas que
se entrelazan y nutren mutuamente. Y al hermanarnos en torno a
ellas, encontramos que también las comparten muchas personas y
grupos a los que se denomina "mestizos" o simplemente no se
consideran "indígenas".
Además, desde la actitud incluyente que nos caracteriza, construimos
puentes para entrelazarnos con quienes no comparten esas raíces de
la América Profunda, pero pueden compartir con nosotros el propósito
de crear un mundo en que quepan muchos mundos, con base en el mutuo
respeto y en la búsqueda de la armonía.
Hablamos de lo que tenemos en común
Al explorar nuestras vivencias y actitudes, encontramos que es más
lo que nos une que lo que nos separa.
Entre otras muchas cosas, compartimos
* el principio ético de la reciprocidad;
* la confianza en el otro;
* la comunalidad;
* el servicio;
* el cariño;
* criar y dejarse criar;
* la forma de constituir la autoridad, que se gana sirviendo y
consiste en servir;
* la sabiduría –que se comparte y es comunitaria;
* la relación respetuosa con la naturaleza, con nuestra Madre
Tierra;
* las formas de organización política, que se rigen por el
principio de servicio comunitario y de justicia;
* la fiesta, que expresa simultáneamente un espíritu gozozo y
el rechazo a la acumulación;
* el respeto a los diferentes, celebrando esas diferencias;
* la noción de propiedad comunal, contraria al afán posesivo
individualista, que quiere poseer todo, incluso lo que no se
puede poseer, como la Madre Tierra;
* la capacidad de resistencia, de seguir siendo lo que somos a
pesar de todas las fuerzas y factores disolventes...
Hablamos de nuestros sueños.
Todos soñamos. Unos sueñan solos. Nosotros soñamos con todos.
En nuestra manera propia de soñar, en que realidades y sueños se
confunden e interpenetran unos a otros, hay sueños que aparecen
reiteradamente en nuestra realidad:
* Un mundo en que quepan muchos mundos, en que podamos respetar
y celebrar la alteridad que nos nutre.
* Nunca más un mundo sin nosotros, nunca más la exclusión de
los diferentes en cada sociedad, en cada estado, en todos los
continentes.
* Un mundo que reconoce la inconmensurabilidad de ciertos
amores y culturas, que pueden reunirse pero no sumarse.
* Poniendo el mundo al revés, si hace falta, para que la
liberación nos permita seguir soñando.
* Nuestros sueños ya están soñados y nos indican los caminos
por los que hemos de caminar, en vez de tomar prestados sueños
de otros.
* Superar resentimientos, odio, rencor. Que el sufrimiento no
nos convierta en lo que negamos. No queremos ser vencedores por
haber sido vencidos. Mostremos que la diferencia radica en la
bondad de nuestros corazones.
* Construir puentes que unan todos nuestros sueños.
* Asumir responsablemente los sueños, que están vivos y nos
comprometen con el pasado y el futuro, con antepasados y
descendientes; si no los cuidamos, nuestros sueños pueden
convertirse en pesadillas.
* Soñar con un futuro como nos da la gana.
Hablamos del sentido de nuestras luchas.
Para unos, no se trata de lucha, sino de entender que el conflicto
es parte de la vida. En vez de caer en la tramposa dualidad paz o
guerra, pasividad o confrontación, necesitamos buscar cómo
restablecer la armonía. Para otros existen numerosas luchas. Otros
más, la reducen a una sola.
En todo caso, nuestro empeño es cósmico. Trata del ser, de la
existencia, de la espiritualidad, caminando nuestros propios
caminos. Buscamos ser, no tener. El tener se acaba, el ser no.
Algunos buscan el poder, con distintos motivos y razones. Quieren,
por ejemplo, combatir la opresión de los poderes establecidos y
acceder a ellos, a fin de realizar desde ahí cambios necesarios.
El sentido de lo que buscamos puede resumirse en la propuesta
zapatista: "Para todos todo, nada para nosotros". Que se mande
obedeciendo. Que se busque el servicio, en vez del poder. Que
encontremos el camino en que podamos hermanarnos con todos.
Dicen los zapatistas: "Todo mundo busca el poder. Nosotros somos los
únicos que no buscamos el poder. Queremos evitar el poder. Una
sociedad justa sería una sociedad en la que nadie estuviera dominado
por el afán de poder. Este es nuestro delirio. No es aceptable. Pero
este delirio es el delirio que da sentido a nuestra lucha".
Por lo que escuchamos en nuestras conversaciones, parece que muchos
compartimos ese delirio. Vemos una vida no sujeta al poder, cuyo fin
es la realización de sí misma. Vemos el "poder" como no dominación.
Y no dominación significa servicio. Comprendemos la vida como
servicio. Quien sirve, sirve al otro. El sentido de la vida está en
el otro. Así se forma el nosotros. El único poder que restaría sería
el de la vida que se explaya en la comunidad. Evitar el poder es
apostar por la vida de la comunidad.
Con relaciones mediadas por el respeto y la tolerancia, queremos que
resplandezca en nuestros rostros la dignidad.
Hablamos de la buena vida
Nos preguntamos en qué consiste estar y sentirse bien. Tenemos
nuestras propias ideas de la buena vida, que contrastan con las
nociones dominantes.
Vivir bien es recuperar la palabra, tener nuevamente contacto con la
tierra y con el mar, de donde viene la palabra. Con la palabra, la
realidad cósmica se hace presente en nosotros.
La buena vida es mantener una relación íntima y respetuosa con la
Madre Tierra. Es velar por la familia, los vecinos, la comunidad. Es
respetar a la mujer, a los hijos, a los ancianos. Es vivir en
comunión con todos ellos. Es respetar y ser respetado. Es vivir en
libertad. Y es de naturaleza espiritual.
Nuestra vida es buena, pero no tanto como antes. Necesitamos
recuperar lo que se nos ha quitado.
Nos quita la buena vida la modernización, con el pretexto de buscar
el bienestar. La cultura del dinero y el mercado socavan la buena
vida. Nos crean continuamente necesidades, que son el enemigo de la
buena vida. Los países más necesitados son los ricos, los que se
dicen avanzados. Ahí necesitan todo.
Lo que hace el desarrollo es muy triste. Sólo va dejando ruinas a su
paso. Son tristes también los derechos humanos. Vienen con muy
buenas intenciones, pero son individualistas, no consideran a las
comunidades. Reestructuran sus valores, homogeneizándolas.
La buena vida no es tener cosas. No nos sentimos más felices por
comprar más.
Quienes vivimos en Estados Unidos, tenemos que reflexionar sobre el
malestar de quienes tienen muchas cosas que se les dieron como
bienestar. Ahí también se sufre la globalización. No tenemos una
buena vida. Nuestra dieta es triste y ni sabemos de dónde viene.
Somos víctimas de esas nociones dominantes de la buena vida, pero
también sus cómplices. Por eso miles de nosotros nos esforzamos por
forjar otras ideas de la buena vida y recrear la comunidad.
En general, las sociedades occidentales generan un extrañamiento de
la naturaleza que sólo produce desequilibrios y permanente
insatisfacción.
Hay en Estados Unidos un árbol que rompe todas las veredas.
Nosotros, la gente de la tierra, también rompemos las que nos han
impuesto, las que nos obligan a transitar, para caminar otra vez por
las nuestras.
Hablamos de la convivencia
Para convivir, necesitamos salir de las prisiones en que quiere
atraparnos el individualismo, tocar al otro y empezar a descubrir,
dentro de nosotros mismos, lo que tenemos de él y lo que él tiene de
nosotros. Para algunos será difícil expresar todo esto en palabras.
Hay que dejar que cada quien se descubra y descubra al otro a su
manera.
La generosidad y la hospitalidad son los pilares en que se edifica
nuestra convivencia.
Frente a las normas verticales dominantes, levantamos la
flexibilidad y vitalidad de nuestros sistemas normativos internos,
siempre incluyentes.
Convivir es vivir con cariño y comprensión, cuidándonos unos a
otros.
Podemos tener desacuerdos y expresarlos vivamente en nuestras
conversaciones. No tenemos que estar de acuerdo en todo con todos.
No hay derechos ni ideas que deban considerarse universales y
generales para todos. Pero esos desacuerdos no deben afectar nuestra
convivencia.
Al construir un mundo en que quepan muchos mundos, tenemos que
buscar los acuerdos que lo permitan. No todos podrán entenderlos de
la misma manera, porque tenemos distintas concepciones del mundo,
diferentes sistemas racionales. Pero todos podemos sentirlos y dejar
que hable nuestro corazón para entrelazarnos con el otro.
Estamos recuperando el sentido común, el sentido que se tiene en
comunidad del que hablan nuestros abuelos. Así podemos vivir en
armonía con todo y con todos.
Hablamos del diálogo entre los diferentes
Para dialogar, necesitamos preguntarnos quiénes somos nosotros y
quiénes son aquellos a quienes llamamos los otros. Tenemos que
aprender a ver el mundo con los ojos de los otros, para que un
diálogo dialógico permita traspasar la razón y las ideas hasta
tocarnos el corazón.
No puede haber diálogo con jerarquías, unos arriba y otros abajo. El
diálogo sólo puede existir cuando todos están en el mismo plano.
Necesitamos abrirnos al otro, para aprender de él, desaprendiendo
cuanto nos impide entrar en su corazón.
Hay aspectos de la cultura de cada quien que son inaccesibles al
otro. Pero podemos construir puentes que nos permitan sentirnos unos
a otros.
El diálogo es como un espejo. En los ojos del otro podemos ver
nuestras fortalezas y debilidades.
Los gobiernos, como todos los colonizadores, no quieren dialogar.
Quieren que todo se hable en su idioma, que es el del poder, de la
dominación. No hay diálogo en la desigualdad. Como no escuchan,
nunca llegan a entender los significados de cada cosa en las
culturas de los pueblos. Por eso nunca cumplen los acuerdos que se
ven obligados a firmar.
Sólo en la equidad y en un auténtico espacio intercultural, sin
opresión o dominación de una de las partes, puede haber un verdadero
diálogo entre culturas.
El diálogo no niega el conflicto. Al contrario. Al reconocerlo
inmerso en la vida misma, encuentra formas de diluirlo hasta
restablecer la armonía.
El diálogo ha de ser respetuoso y ha de basarse en la confianza, no
en la traición.
No están dados los espacios para dialogar, en los que realmente sea
posible escuchar. Tenemos que recrearlos. Hay que remover las
estructuras de opresión que los mantienen cerrados, pero también las
que tenemos en la cabeza y el corazón. Al descolonizarnos,
empezaremos a abrir esos espacios.
Hablamos de la transición
No tiene puntos de partida y de llegada. Se ha formado con el
creciente descontento con el estado de cosas, cada vez más
insoportable, que se siente aunque no se haya definido con precisión
lo que ha de surgir.
No aceptamos ya, como si fuera un hecho ineludible, la forma de los
estados nacionales, que son estructuras de dominación. Aunque su
diseño es relativamente reciente, han envejecido y no dan más de sí.
Son incapaces de incorporar en su seno, a plenitud, las
reivindicaciones de nuestros pueblos.
No nos satisface la democracia formal. Buscamos opciones que la
trasciendan.
Abandonamos ya el espejismo de la modernidad occidental. La sociedad
posindustrial está generando una diversidad tecnológica impensable
en los modelos prevalecientes, cada vez más agotados. Lo único
probable en la incertidumbre que generan es su próxima extinción.
El paso de una situación a otra que actualmente está planteada
supone un cambio sustantivo en el papel de los llamados pueblos
"indígenas" y en las percepciones sobre ellos. Hasta hace
relativamente pocos años, sólo se buscaba disolverlos a través de su
"incorporación" económica, social o política. Hoy no es posible
negarlos, como se comprueba, con sus particularidades, en Bolivia,
Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Perú... Pusimos
ya en crisis terminal al estado monocultural y racista, a la
economía centrada en la homogeneidad mercantil-industrial y a las
formas institucionales de hacer política.
Ahora estamos mirando hacia atrás y hacia delante.
En lo político, algunos nos ocupamos de consolidar nuestras
autonomías locales, para reconstruir la sociedad desde su base.
Otros, como en Bolivia, pensamos que podemos gobernar para todos,
trayendo un nuevo aliento al sistema existente.
En lo económico, traemos a la realidad social las formas
comunitarias y principios como el de reciprocidad.
En lo institucional, proyectamos generosamente nuestras formas de
organización a todas las instituciones, para darles nueva forma.
Al construir nuevas alianzas, afirmados en nuestra autodeterminación
y en una nueva esperanza radical, encontramos en nuestras propias
raíces la única fuente de auténtica vitalidad para el continente.
Nutriendo en ellas el empeño general podemos realizar los cambios
que hacen falta, aunque el resultado final sea aún impredecible.
Hemos estado aprendiendo a usar los instrumentos y condiciones de
los sistemas políticos actuales, bajo los cuales se está realizando
la transición. No existen fórmulas únicas para hacerlo. Pero
necesitamos evitar la tentación de persistir en su empleo, lo que
sólo prolongaría la agonía del régimen actual. Ponerlos a nuestro
servicio no significa quedarse con ellos, sino aprender a
sustituirlos por otros. No se trata, por ejemplo, de que se nos
permita ejercer nuestra autonomía local a cambio de que el Estado
siga gobernando para todos.
Para todo eso, hemos aprendido que lo más importante es nuestra
reconciliación interna. Necesitamos tener la audacia de ponernos de
acuerdo, reconociendo que nuestros caminos son muy diversos. Que
unos negocien con el Estado y otros rechacen todo trato con él no
debe llevar a la mutua descalificación.
El descontento que cunde cada vez más puede aumentar el desorden y
el autoritarismo prevalecientes. Le estamos dando cauce al
traducirlo en rebeldía creativa.
Hablamos del pluralismo radical.
La estructura actual de los estados es totalmente incompatible con
nuestras comunidades.
La multiculturalidad implica tolerancia, pero no respeto. Tenemos
que ir más allá de la tolerancia y multiculturalidad hacía el
respeto. El multiculturalismo es una política para neutralizar a
todos los que son diferentes porque acepta lo superficial, pero se
niega a tocar lo profundo, que en la modernidad occidental es la
economía.
Nuestro pluralismo radical consiste en resistir en nuestras
vivencias y maneras de ser y al mismo tiempo respetar otras maneras
de vivir, abriéndonos hospitalariamente al otro.
Dialogamos entre todos. Lo hacemos con el corazón, en contraste con
"Occidente", que no ha aprendido a hacerlo. "Occidente" no es una
cuestión geográfica. Ya está dentro de nosotros. El dialogo también
toma lugar dentro de cada uno.
Hablamos de los acuerdos.
Para nosotros, los acuerdos son la ley. Si nos ponemos de acuerdo y
lo expresamos en palabras, hay que cumplirlas.
Los gobiernos y muchos "occidentales" se comprometen continuamente
en las palabras y estampan su firma en pomposos documentos. Pero no
cumplen. No honran su palabra. No creen en ella.
Cuando logramos acuerdos, aunque sean mínimos, caminamos con más
fuerza. Ahora lo hacemos juntos.
Hablamos de democracia.
Para nosotros, democracia es una manera de vivir. No aceptamos
reducirla a los llamados procedimientos democráticos, por muy
perfectos que sean – y sabemos que no lo son.
En nuestras comunidades, la democracia implica que la autoridad es
servicio. Que hay rotación en los cargos, lo que impide privatizar
la función pública. Que construimos con todos nuestros consensos y
por eso pueden volverse obligatorios. Y que cuando empleamos la
representación, no delegamos el poder en los representantes:
simplemente les damos un mandato preciso y siguen bajo nuestro
control. Tienen que mandar obedeciendo.
Lo que ahora estamos haciendo es irradiar las diversas formas de
nuestras democracias comunitarias a todos nuestros pueblos y
naciones y a las sociedades mayores en que vivimos. No pretendemos
que todo mundo adopte nuestros comportamientos y que desemboquemos
todos en una sola forma. En la variedad estará el gusto. Pero
queremos que se arraigue y se generalice el carácter de la
democracia, que sólo puede estar en donde la gente está.
Con todo esto estamos ejerciendo a plenitud la soberanía del pueblo,
construida desde las comunidades, que ha de preservarse y ejercerse
hasta en el desorden de la globalización, que desgarra día tras día
las supuestas soberanías de los estados nacionales.
Hemos tomado también dos
PUNTOS DE ACUERDO
PRIMERO. Establecer un servicio que nos permita seguir conversando.
Será enteramente descentralizado y abierto. Incluirá
* una actividad editorial, basada en la iniciativa autónoma de
las comunidades, desde las que se producirán los materiales
escritos que circularemos;
* la extensión de las radios comunitarias, intensificando la
interacción entre ellas mediante el intercambio de programas,
la crianza mutua y en su caso su enlace;
* el intercambio de videocintas y su empleo como conversación;
* la utilización de todos los medios electrónicos, entre otros.
SEGUNDO. Presentar a nuestras comunidades, pueblos y sociedades un
manifiesto que pueda contribuir a la formulación más clara del
consenso de los pueblos que actualmente se está formando.
Ciudad de México, 9 de diciembre de 2003.
https://www.alainet.org/es/articulo/108997
