"Libertad (de expresión) Permanente"

30/11/2001
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La política siempre va atada a lo comunicacional. Y la guerra, también. La ingenuidad de quienes todavía piensan que existe la "objetividad informativa", es tan inútil como la pretensión de “objetivizar” los medios por encima de los intereses y vinculaciones político-ideológicos de propietarios, periodistas y articulistas de opinión. Y no podría ser de otra manera. La expresión del pensamiento y la información tienen legítimas motivaciones conceptuales, religiosas, éticas y todo cuanto forma parte del vigor humano, desde un interés particular hasta el estado de ánimo de la persona o personas que emiten los mensajes. Las políticas de Estado (cualquiera sea su naturaleza) tienen en lo comunicacional un área de primerísima importancia, y sólo en casos extremos como los provocados por las demenciales atentados del 11 de septiembre pasado en Estados Unidos, se comprueba su vigencia. Y no estamos hablando del establecimiento de censura previa –que no compartimos- sino de la enorme incidencia de lo comunicacional en la vida contemporánea. La petición, con delicadeza de mujer halcona, formulada por el gobierno del presidente George W. Bush a los propietarios de cadenas de televisión, periódicos y revistas (seguramente hubo algo similar en el medio radio) no deja dudas al respecto. En medio del ataque a Afganistán y la crisis de paranoia colectiva en el gigante capitalista, saltó a la escena la discusión sobre la pluralidad informativa –que no es imparcialidad u objetividad- como obligación de los medios hacia los ciudadanos, por el derecho que tenemos a estar verazmente informados de cuanto ocurre en el mundo, a partir del conocimiento de las diversas versiones, opiniones y opciones, aún entre enemigos. Una discusión parecida hubo en Gran Bretaña, en 1982, en torno a la Guerra de las Malvinas, cuando los directivos y periodistas de la BBC de Londres se negaron a censurar las versiones argentinas del conflicto. El gobierno de Margaret Tacher quiso imponer la inidireccionalidad informativa, invocando el interés nacional del Reino de la Gran Bretaña. No pudo. Con vigor, los representantes de la BBC alegaron el derecho de los ciudadanos ingleses a conocer la verdad del conflicto, que sólo puede reconocerse en las contradicciones de las partes en conflicto. Por eso, las duras críticas que ha recibido el primer ministro inglés Tony Blair, a quien satíricamente han comenzado a llamar "General Blair" desde las páginas del diario conservador londinense The Economist, haciéndose eco de ciertas críticas formuladas en el seno del laborismo inglés, que aquel dirige. "Las supuestas 'pruebas' presentadas por Blair, de que Bin Laden fue el único culpable de los sucesos del 11 de septiembre, 'no son más que de oídas', y, como dijo una fuente, 'un intento de embaucar al público'". Cada vez menos, la prensa acepta imposiciones gubernamentales sobre líneas editoriales o segmentos informativos que no sean del agrado de los gobernantes, sean civiles o militares. Transmitir a cada país y al mundo entero los discursos de Bush y sus altos funcionarios, es tan importante como conocer los llamados de Osama Bin Laden y Mohammar Omar, líder espiritual del movimiento Talibán. Por antipático que sea, la gente tiene derecho a conocer las múltiples versiones, desde las arengas de Blair hasta las de Sadam Hussein, o las de las autoridades iraníes como las del presidente egipcio Mubarak. ¿Cuál es el problema? ¿Mensajes en clave, como dijo el gobierno estadounidense? Por esa vía, llegaríamos directo a la censura total de los oponentes-débiles en todos los conflictos, favoreciendo a los oponentes-fuertes. Esa pretensión de los estrategas de Washington, no tendrá éxito porque nadie en nuestros países democráticos, se conforma con ver un solo lado de los asuntos de interés público, sea nacional o internacional, como es el caso. Ni reconocemos el exclusivo – vía poder mediático- derecho de las grandes cadenas norteamericanas a decidir lo que debe ser transmitido, o no. En realidad, la exclusividad que tuvo CNN en la guerra del golfo contra Irak, ha sido vulnerada por la cadena qatari Al Jazira, la única que está transmitiendo desde Afganistán, por lo que sus emisiones han tenido que ser retransmitidas por la propia CNN y otras cadenas estadounidenses en su competencia por el dominio del mercado televisivo mundial. Lo interesante del problema que comentamos es que, por ejemplo, CNN es una cadena televisiva estadounidense en el territorio de Estados Unidos, pero por su gran cobertura ha tomado características irrebatibles de televisión internacional, aunque sea privada y esté radicada en EE.UU. ¿Puede una decisión gubernamental de un país –en este caso USA- comprometer la dinámica mundial? ¿Ese suprapoder puede desplegarse sin contrariedad, sin discusión legítima en los otros países del planeta, incluidos los aliados más cercanos de la mayor potencia imperial capitalista? Esa aspiración falló en la política de descertificación unilateral en el campo del narcotráfico. Y también fracasará en el ámbito comunicacional, al igual que en la calificación de "terrorista" a cualquier organización revolucionaria o contestataria que enfrente violentamente al statu quo, a nivel nacional o internacional. Cada país tiene el soberano derecho a escoger sus "aliados" y a calificar sus "enemigos", sin que ello comprometa a otras naciones, a menos que éstas tengan similitud de intereses o pareceres. Aunque la franja neocolonial latinoamericana piense a lo Bush, la cuestión no es tan sencilla o simple. La lucha contra el terrorismo debe adelantarse con firmeza e inteligencia, sin llegar al extremo de homogeneizar criterios por imposición deliberada del mayor centro imperial capitalista. Por ello, mantener la pluralidad informativa es vital para reencontrar el camino de la paz verdadera, una paz que no esté diseñada e impuesta por la razón del más fuerte. La paz no podrá erigirse jamás, sobre el sometimiento de los débiles, independientemente de lo inexplicable, para nosotros, de ciertas expresiones violentas que llevan dolor y muerte a pueblos amigos como el estadounidense, cuyos gobernantes deben examinar a fondo su rol porque no podrán seguir dominando al mundo a su antojo. Durante la Guerra de Vietnam, el propio pueblo norteamericano aprendió una lección: no se le puede creer sólo a la maquinaria propagandística del gobierno. De ningún gobierno, agregamos nosotros. La discusión trasciende lo meramente nacional y lo estrictamente político, para ubicarse en la dimensión humana más amplia, la de los derechos inalienables del Hombre, entre los cuales destaca el de la expresión del pensamiento producto de la formación plural de criterios sobre la realidad que nos rodea.
https://www.alainet.org/es/articulo/105462
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