Brasil: ¡Vida si, drogas no!

20/02/2001
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¡Vida si, drogas no!

Frei Betto

Todos los años, desde 1964, la Iglesia Católica, a través de la Conferencia
Nacional de Obispos del Brasil (CNBB), promueve la Campaña de la Fraternidad.
Cada año con un nuevo tema. La campaña dura todo el período de cuaresma desde
-el Miércoles de Ceniza al Domingo de Pascua-.

Este año el enfoque recae sobre las drogas y el lema es el título de arriba.
Según el obispo Raymundo Damasceno Assis, secretario general de la CNBB "la
escogencia del tema relacionado con las drogas parte de la realidad de un
sistema de muerte, alimentado por un estilo de vida materialista, que se viene
arrastrando como un huracán, a partir de su cultivo, comercialización y consumo,
que ciega millares de vidas y afecta profundamente familias y amplios sectores
sociales. Junto con las trágicas consecuencias del uso de drogas, crecen la
violencia social, la prostitución, los robos, los asaltos y secuestros, la
corrupción política, la corrosión de la dimensión ética del trabajo y la guerra
entre traficantes, que mantienen ejércitos bien armados y barrios dominados".

Los objetivos del Campaña de la Fraternidad apuntan a que la Iglesia y a la
sociedad sean más sensibles a los problemas de las drogas, sobre todo a sus
víctimas; anunciar para el nuevo milenio una sociedad sin exclusiones; denunciar
"con coraje y fuerza el hedonismo, el materialismo y aquellos estilos de vida
que fácilmente inducen a la droga (Juan Pablo II), así como los mecanismos
sociales del mercado neoliberal que, con su patrón de consumo insaciable,
aumenta la competencia y el individualismo.

Las drogas no son apenas la cocaína, éxtasis, crack o mariguana. Son también el
cigarrillo, las bebidas alcohólicas y los medicamentos tomados en exceso o
equivocadamente, como el caso de aquellos ocho muchachos que, en Sao Paulo,
quedaron estériles para el resto de sus vidas por ingerir anabolizantes
destinados a caballos de carrera.

Muchos consumidores de drogas "socialmente correctas", capaces de ingerirlas sin
caer en tendencias antisociales, tratan de convencerse a sí mismos que no son
dependientes. Pero no pueden negar que ayudan a mover la rueda mortífera del
narcotráfico, que induce a millares de personas, sobre todo jóvenes de condición
pobre, a la marginalidad y al crimen.

Los medios de difusión, como siempre, dan una en el clavo y otra en la
herradura. Alertan del peligro de las drogas y, por otro lado, exhiben anuncios
publicitarios y películas que hacen apología de los usuarios de las drogas.

El narcotráfico mueve por año, en el mundo, cerca de 400 mil millones de dólares
-poco menos que el PIB brasileño-. Las cabezas escapan a través del lavado de
dinero, del tráfico de influencias, de la compra de policías, militares y
jueces. Los peces chicos son arrestados en las fabelas, mueren acribillados a
bala o padecen en las prisiones.

De 1980 a 1996, las asesinatos, en el Brasil, doblaron de 13 a 25 por cada grupo
de 100 mil habitantes. Entre jóvenes de 15 a 19 años, el índice subió a 44,8
por cada 100 mil. La mayoría relacionada al uso o tráfico de drogas.


Causas y efectos

¿Quiénes son los culpables? Todos nosotros somos responsables, incluso por
omisión frente al problema, y somos también víctimas (asaltados por los
drogados, accidentes de tránsito a consecuencia de la bebidas, diseminación del
Sida, políticos electos con el dinero del narcotráfico, etc.). Es inútil pensar
que el problema de la droga es un problema individual. Es, si, un grave
problema social.

La droga no es causa, es efecto. Si queremos erradicarla, tenemos que encarar
de frente un desafío: el cambio de sociedad en la que vivimos. No se trata de
ceder al maniqueísmo ideológico y creer que la llegada del socialismo pondrá fin
al problema. También en las sociedades socialistas de Europa del Este el
narcotráfico actuaba, como hoy opera en Cuba.

Esta "civilización química" en la que vivimos es resultado de nuestro desencanto
subjetivo. Una persona desprovista de valores espirituales -religión, utopía,
ideología, etc.- tiende a buscar sustitutos que llenen su vacío interior. En el
fondo, se recurre a la droga para alterar el estado de conciencia. Es una
necesidad de la cual ninguno puede prescindir. Ninguno aguanta ser "normal"
todo el tiempo.

Es una exigencia de nuestra salud espiritual cultivar la subjetividad, como el
artista estéticamente febril delante de su obra, el profesional encantado con su
proyecto, el militante guevarianamente empeñado en su lucha, la joven
apasionada, el místico tocado por el amor divino. Son estados de plenitud y
felicidad.

Sin embargo, no se encuentran a la venta en la farmacia de la esquina, ni merece
publicidad en los medios. Incluso porque son valores anticonsumistas. Cuanto
más realizada una persona, gracias al sentido que imprime a su vida, siente
menor necesidad de recursos artificiales que alteren momentáneamente el estado
de conciencia para, en seguida, pasado el efecto, desmoronarse en el vacío de si
mismo, en el abismo de la propia frustración.

Cambiar la sociedad no es solo transformar sus estructuras. Esto es lo
prioritario: asegurar a todos alimentación, vivienda, salud y educación,
trabajo, ocio y cultura, lo que supone distribución de riqueza, repartición de
los frutos del trabajo humano, soberanía nacional, reforma agraria, etc.
Cambiar la sociedad es modificar también los valores que rigen la vida social.
Esa revolución cultural ciertamente es más difícil que la primera, la social.
Tal ves por eso el socialismo se haya desbaratado como un castillo de naipes en
el Este europeo. Sació el hambre de pan, pero no el de la belleza. Se erradicó
la miseria, pero no logró que las personas cultivasen sentimientos altruistas,
valores éticos, aptitudes de compasión y solidaridad. El resultado es
asombroso: después de 70 años de socialismo, Rusia hoy se destaca por las mafias
de prostitución infantil y por la corrupción crónica en todas las escalas de la
sociedad.

El ser humano es un animal amoroso. Un bebé desprovisto de amor no sonríe. La
falta de afecto es, con certeza, un factor que induce a un joven a buscar en las
drogas satisfacciones que solo las relaciones personales son capaces de proveer.
Sin embargo, en las clases populares, el desempleo engendra la desesperación,
que lleva a la bebida, provoca agresión, etc., de modo que, desamparado social y
afectivamente, muchos jóvenes, y hasta niños, solo en el uso de las drogas
experimentan un estado de "felicidad" que la vida les niega.

En las demás clases sociales, las causas son conocidas: el imperio doméstico de
la televisión, reduciendo el diálogo familiar; los padres siempre ocupados con
negocios y vida social; la competencia profesional, reprimiendo padres que
"pierden" tiempo con sus hijos. Proveedores de la educación de sus hijos, no
saben ser amigos, compañeros, en un diálogo cara a cara. Aseguran que los
bienes finitos tienen el poder de tapar la carencia de los bienes infinitos.

Con todo, la influencia de los "valores" sociales pesan mucho más en la
inducción a la droga. ¿Qué esperar de un joven sin recursos para estudiar,
obligado al trabajo precoz y mal remunerado, bombardeado por la publicidad que
exalta, como vencedores, a los ricos y famosos que no traen en su currículum
ningún beneficio a la humanidad, excepto su escalar rumbo al dinero y la fama a
cualquier costo.

¿Quién anhela ser un nuevo San Francisco de Asís en una sociedad que idolatra
pilotos de Fórmula 1 y modelos anoréxicas? ¿Quién sueña con libertar pueblos,
como el Che Guevara, si el paradigma es Bill Gates con sus 83 mil millones de
dólares en su cuenta personal?

Cuanto más inaccesibles los "valores" de una sociedad -criterios de belleza,
lugar de fama, posibilidad de riqueza- mayor es la angustia de aquellos que se
mantienen encerrados en tales referentes. Es esa angustia que provoca
inseguridad y, por lo tanto, ansiedad que, en la falta de conquistas objetivas,
inducen al sueño químico, al reino de la fantasía, cuyas hadas son las drogas y
las varitas mágicas los efectos que producen en la alteración del estado de
conciencia.

Si queremos erradicar las drogas y salvar las generaciones futuras, comencemos
por participar en los movimientos sociales que actúan transformadoramente en la
realidad brasileña. Cruzarse de brazos, quedarse en la ventana mirando pasar a
las bandas, es favorecer a los traficantes.

Apasionarse por una causa -social, política, estética, religiosa- es el mejor
antídoto contra las drogas. Pues nos mantienen permanentemente con el estado de
conciencia alterado para mejor. Es el sentido que imprimimos a nuestra
existencia que nos hace conocer o no, la felicidad como valor subjetivo y
espiritual.
https://www.alainet.org/es/articulo/105073
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