El naciente mercado de la información y el conocimiento
13/12/2000
- Opinión
La legislación sobre Ciencia y Tecnología debe incluir los aspectos relativos a
la producción nacional de conocimiento, su organización y los mecanismos para
estimularlos y orientarlos desde una perspectiva de desarrollo. Al hacerlo, es
preciso enmarcar las ideas en una visión de las tendencias del sistema global de
producción, apropiación, distribución y capacidad de utilización de dicho
conocimiento.
La nueva economía simbólica, basada en la información y el conocimiento, no se
vuelve inmaterial, sino que cambia su modo de materialidad. Su soporte no son
sólo ideas, sino sistemas informatizados y automáticos, organizaciones,
recursos, personas, sociedades y sistemas productivos con capacidades especiales
para producir y circular conocimientos, informaciones y sentidos.
Todos podemos producir información, todos tenemos conocimientos y saberes, y hay
experiencias que indican que todo ciudadano puede alfabetizarse digitalmente
incluso con una débil base de alfabetización lingüística. Esto da la ilusión de
que vamos naturalmente hacia la democratización, hacia una sociedad más
igualitaria. Pero, como ya está planteado y cuantificado, enfrentamos el
problema de la brecha digital, una forma aún más poderosa y polarizada de
división en clases sociales, porque la riqueza material no podía crecer tanto
como puede crecer el nuevo activo simbólico ni la concentración de éste es tan
evidente y controlable como aquella. Por lo pronto, 13 conglomerados
norteamericanos controlan el acceso a Intenet.
El papel del Estado
Reconocer la existencia de la brecha digital no es suficiente. Es preciso hacer
algo para evitarla. El Estado, acompañado con la participación activa de una
sociedad organizada, tiene un papel fundamental en esto. El mundo está
experimentando un proceso de vertiginoso desarrollo tecnológico pero también de
una nueva forma de acumulación originaria mediante la apropiación de los saberes
y conocimientos por parte del capital de conocimiento, tal como ilustra la
acción de las empresas que recorren el mundo recolectando los saberes de
medicina natural, las sabidurías locales, las formas culturales y biológicas
diversas, convirtiéndolas en mercancías que pueden reproducirse y venderse con
ganancia.
Cuando ese proceso se complete, si queda librado al mercado, el acceso a los
insumos de información y a los medios de acceso no será gratuito. La producción
de nuevos conocimientos no surgirá de la mera combinatoria o sumatoria de las
informaciones a las que se puede acceder. El sentido de esa información es
siempre una construcción, pero en ausencia de una matriz cognitiva bien
desarrollada, el distribuidor predominará por sobre el usuario pasivamente
receptor, aunque aparenta elegir, como aparentemente elige cuando hace zapping
ante la televisión de 400 canales.
Del mismo modo que la desregulación del mercado de las telecomunicaciones no
incluyó a la ciudadanía de manera homogénea sino que segmentó y discriminó,
sofisticó para unos pocos y excluyó a muchos, la constitución de un libre
mercado de circulación de la información no incluirá ni educará a las mayorías.
Menos aún sobre la base previa de una sociedad dual, resultado en parte de la
desregulación neoliberal prácticamente irrestricta del mercado de trabajo y del
mercado financiero.
La revolución digital puede tener sobre la educación algunos efectos
potenciadores pero también otros devastadores. Surgen otros ámbitos y otras
formas para aprender, desescolarizados, planteando incluso la posibilidad de
autogestión del currículo. Pero, ?sobre qué base de control de calidad y a qué
precios? ?Sobre qué patrones de cumplimiento de los derechos humanos y la
justicia social? Los docentes pueden desdoblarse entre instructores del manejo
de sistemas en escuelas para las mayorías y maestros auténticos para las
minorías que pueden pagarles. La escuela pública puede perder su papel de
integradora social.
Es imposible evitar ser parte de esta revolución sin recluirse en comunidades
aisladas, sin idealizar la sabiduría local y negar al conocimiento científico y
hasta la educación escolar, como parece ser la reacción de algunos sectores.
Pero, ?podremos elegir cómo participar? ?Qué sistema adecuado de legislación
sobre ciencia, tecnología, educación, comunicación, regulación de los
monopolios, derechos de patentes, etc. puede darle al país alguna autonomía para
definir su modo de desarrollo futuro? ?Qué coalición de fuerzas nacionales,
internacionales o globales es necesaria para confrontar los desafíos de la
revolución digital y evitar integrarnos a ella de manera subordinada? ?Qué
carácter tendrá el conocimiento? ?Será crecientemente un bien público o privado?
?Cómo se definirán las prioridades de producción de conocimiento? ?Por el
mercado? ?Cómo se interrelaciona el mercado de conocimientos con el mercado de
capitales, de recursos naturales, de trabajo? ?Cómo afectará la sociabilidad?
?Cómo cambiará los tiempos y la espacialidad de la reproducción humana? ?Cómo
cambiará los procesos de pensamiento la velocidad de acceso a masas de
información y el procesamiento igualmente vertiginoso de la misma?
Oportunidades para el desarrollo
La revolución tecnológica y organizacional abre posibilidades insospechadas para
el desarrollo. La información y el conocimiento son insumos y productos
principales de la producción globalizada de mercancías. Su producción es a la
vez la principal rama para los negocios globales y la principal línea de
inversión para el desarrollo. La legislación en esta materia debe reconocer ese
carácter estratégico y potencialmente conflictivo, más allá de enfoques
sectoriales para resolver problemas inmediatos.
Se está organizando el mercado global de la información y el conocimiento en
esta nueva economía, y el sistema de protección de la propiedad de la
información se concentra en unos pocos países donde se radican las patentes y
centrales de las empresas globales, con Estados capaces de garantizar la
propiedad privada del conocimiento y la información apropiados por, o producidos
en, esos mismos países.
Se está generando una nueva estructura de intercambio desigual. Países que
atraen y países que repelen a los mejores investigadores. Países que se apropian
y venden conocimiento a buen precio, y países que compran conocimiento con
grandes sacrificios. Países capaces de agregar valor a su conocimiento local, y
países recolectores de las sabidurías locales y las informaciones que encierra
su patrimonio de biodiversidad en estado bruto para que el gran capital los
valorice.
El Banco Mundial ha organizado una coalición entre agencias internacionales,
grandes conglomerados y organizaciones, iniciando una nueva década en la que la
educación para todos pasa a ser vista sobre todo como acceso a la información
para todos. Y, como pasó en la década anterior, sus propuestas basadas en
consignas unilaterales llevarán demasiado tarde a la comprobación de haber sido
erróneas, pero la cuenta de los errores las pagaremos nosotros. El Banco Mundial
se autodefine ya como Banco de Conocimiento, abre nuevas líneas de crédito y nos
urge a apurarnos, a no quedar afuera del nuevo mercado global, de conectarnos y
confiar en que ya encontraremos la forma de evitar la brecha digital, que el
acceso es el principal problema, minimizando la cuestión de la concentración de
la producción y la apropiación. Como el Banco ha probado ser un alumno de lento
aprendizaje, debemos desconfiar de sus recetas mágicas. Reflexionemos sobre cómo
entramos, asegurémonos que somos productores y valorizadores del conocimiento,
negociemos algunas de las reglas del juego, reconozcamos nuestra propia historia
en este terreno, que alguna vez nos distinguió como país de alta educación y
capaz de hacer contribuciones significativas a la ciencia.
Investigación e innovación
Que el acelerado ingreso al mundo digital no oculte la urgencia de iniciar la
refundación del sistema de ciencia, tecnología y educación de manera integrada.
La articulación entre investigación, formación y servicios así como con los
sistemas de difusión no formal de los productos simbólicos, es crucial. Importa
menos dónde están ubicadas cada una de esas funciones que el hecho de que estén
efectivamente articuladas. Se ha dado gran importancia al tema de dónde deben
estar las personas que desarrollan funciones de investigación, a pesar de que su
traslado o su separación por sí solos no aseguran articulación ni sinergia. Lo
que hay que cambiar es mucho más profundo que un organigrama, aunque se requiera
uno. Los intereses sectoriales se legitiman en buena medida por su relación con
las perspectivas de desarrollo integral e integrador de nuestro país. Estamos
ante una lucha cultural de profundas implicaciones para el futuro de las nuevas
generaciones y las contradicciones de orden particular deberían ser subordinadas
ante la gravedad de la situación por la que atravesamos.
El Estado debe continuar con su papel histórico de desarrollar el mercado, en
este caso el de la información y el conocimiento. Pero debe hacerlo de manera
regulada socialmente, asegurando una fuerte presencia de un espacio público
ajeno al negocio privado, es decir, a la acumulación sin límites. Debe
cuestionar que el mercado real, que es un mercado con poder concentrado y
mecanismos social y humanamente perversos, se consolide como la fuerza
civilizatoria excluyente que penetra sin restricciones en la cultura y la
ciencia.
La adopción de la innovación por la innovación, adoptando irreflexivamente, sin
un marco estratégico, las nuevas Tecnologías de la Información y la
Comunicación, puede llevar a la destrucción del sistema educativo como tal, a la
desvalorización adicional del rol de los docentes y al vaciamiento de la
capacidad de investigación nacional. Puede llevar, sin duda, a la destrucción o
absorción de las empresas nacionales intervinientes en este mercado.
Si queremos que Argentina se integre al mundo moderno con equidad, habrá que
hacerlo reflexivamente, conscientemente, reguladamente, salvaguardando la
capacidad nacional para agregar valor a los conocimientos generados en el país y
a los importados. Apostando a la educación y al apoyo a la investigación, pero
bajo un marco legal que permita proteger el derecho nacional a valorizar el
propio conocimiento en el mercado mundial y a jugar un papel como generadores de
nuevo conocimiento.
La revolución tecnológica tiene consecuencias sociales y políticas devastadoras
por la falta de límites morales y políticos al poder económico concentrado que
la motoriza. Argentina tiene un mercado cualitativo apetecible y una historia de
producción de conocimiento que aún no ha sido totalmente degradada. No
permitamos que se repita la entrega del mercado nacional a monopolios, como
ocurrió con la privatización de los servicios públicos, volviéndonos casi
inviables como competidores en el mercado global. Busquemos formas positivas de
participar en nuestros propios términos. Para esto hace falta fuerza. Es
imprescindible una alianza al menos del MERCOSUR en esta materia.
En cuanto a la agenda y las prioridades para la investigación misma, es
fundamental investigar no sólo para producir nuevas tecnologías e informaciones,
sino para comprender los procesos de innovación, para advertir sus consecuencias
sociales y políticas, para comprender y valorar las instituciones, las culturas,
el Estado, los mercados reales, las sociedades, las comunidades, los procesos de
aprendizaje y creación a lo largo del ciclo vital de las personas y a lo largo
del desarrollo histórico de la sociedad, planteando alternativas de acción
efectiva. En caso contrario, los tecnólogos pueden quedar perdidos en un mundo
sin otro sentido que la innovación per se, sin otra restricción que
declaraciones de valores humanos sin eficacia, mundo dominado a su vez por el
mundo de los negocios, sin otro sentido que la ganancia per se.
Finalmente, es preciso que mientras se despliega el tiempo legislativo y
dialógico de los grandes problemas, la acción cotidiana de las políticas del
Estado comience a revisar con urgencia un esquema de política económica
fiscalista obnubilada con los criterios de los analistas financieros, que
termina absolutizando al mercado, y que avanza en su ímpetu destructivo sobre
los sistemas productivos, sobre los sistemas educativos y científicos y sobre
las capacidades que nos quedan como piso para esta nueva etapa de desarrollo.
Así como un niño desnutrido no puede aprender y desarrollar plenamente sus
capacidades cognitivas aunque vaya a la escuela, una sociedad fragmentada,
empobrecida y dual no será una sociedad que aprende, por más que tenga acceso a
las nuevas tecnologías.
* José Luis Coraggio es Rector de la Universidad Nacional De General Sarmiento,
Argentina. Esta ponencia se presentó ante las Comisiones de Ciencia y
Tecnología del Congreso de Argentina, en setiembre 2000.
https://www.alainet.org/es/articulo/105027
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