G7: ¡Abajo las máscaras!

Deuda del Tercer Mundo en Okinawa

07/08/2000
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  • Opinión
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Tras la reunión del G7+1 realizada en Okinawa, es hora de hacer el balance de las promesas de anulación de la deuda de los países del Tercer Mundo. Hace más de un año, en junio de 1999, en Colonia, la coalición plural Jubileo 2000 entregó 17 millones de firmas a los dirigentes del G7, a fin de conducirles a anular la deuda de 50 países del Tercer Mundo. El G7 dio una respuesta que pareció positiva y se comprometió a anular rápidamente hasta el 90% de las deudas de 41 países pobres muy endeudados (PPME), priorizando la lucha contra la pobreza. Cien mil millones de dólares iban a ser consagrados a esta iniciativa generosa que recibió un amplio eco mediático. En los recintos internacionales, los golpes de efecto se sucedieron. Ante la asamblea del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, Michel Camdessus leyó la carta de los dos jóvenes guineanos muertos en el tren de aterrizaje de un avión de la Sabena y declaró que su llamado había sido oído gracias a la iniciativa de Colonia. En septiembre de 1999, el presidente Bill Clinton anunció la anulación del 100% de la deuda que tienen los países pobres con su país. Su ejemplo fue seguido por Gordon Brown, ministro de finanzas de Gran Bretaña, por Jacques Chirac [de Francia], etc. Por la misma época, el Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM) hizo de profeta del desastre al denunciar esta iniciativa como un enorme engaño, al tiempo de formular un llamado para la implementación de soluciones verdaderas. ¿Qué pasa un año después de Colonia? De los 100 mil millones de dólares anunciados, apenas se han juntado 2,5 mil millones. Ello representa alrededor de 1,2% de la deuda de los 41 PPME (deuda que ha seguido aumentando desde entonces) ó el 0,12% de la deuda total del Tercer Mundo (2.070 mil millones de dólares, sin contar el ex bloque del Este). ¡Estamos muy lejos del 90 o hasta 100% anunciado! Más allá de una discusión de la amplitud exacta del esfuerzo cumplido, todos concuerdan hoy en reconocer que muy poco se ha hecho. La generosidad de los países más ricos es realmente mezquina. El Congreso norteamericano ha asignado 63 millones de dólares a las reducciones de deudas para el año 2000 y 69 millones para el 2001, o sea, un cuarto de milésimo del presupuesto anual de la defensa de EEUU, que alcanza alrededor de los 280 mil millones de dólares. Por lo demás, se prevé un excedente presupuestario de 100 mil millones de dólares para los diez próximos años. Se adivina que la intención del Capitolio y del Pentágono es destinar una parte al proyecto militar del escudo antimisiles (acariciado por Ronald Reagan en los años 80), antes que a la anulación de la deuda del Tercer Mundo. Según nuestros cálculos, ningún país acreedor del Norte hará un esfuerzo superior al 1% de sus gastos militares. Es así que el gobierno belga ha previsto asignar unos 800 millones de francos belgas (alrededor de 19 millones de dólares) al esfuerzo para aliviar la deuda del Tercer Mundo. Toda vez, se debe aclarar que este monto no ha sido desembolsado todavía (en lo esencial). Al ritmo de 800 millones de francos belgas por año, será necesario 100 años para anular los 92 mil millones de francos belgas que los PPME deben a Bélgica. Es útil asimismo aclarar que los montos asignados por los Estados industrializados al alivio de la deuda se emplean para indemnizar a empresas privadas alemanas, francesas, belgas, que han participado en la construcción de elefantes blancos en los países hoy aplastados por el peso de la deuda (particularmente instalaciones que no responden a las necesidades locales, tales como la represa de Inga en el bajo Congo o la siderúrgica Klockner en Camerún). Elefantes blancos comprados por regímenes que han recibido por parte de estas empresas comisiones a fin de aceptar préstamos y proyectos "llave en mano". Contratos enormes estaban en juego y las empresas en cuestión se beneficiaban de la complicidad de los gobiernos occidentales que querían mantener vínculos estrechos con sus antiguas colonias (Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Alemania, España, Portugal) o conquistar nuevos mercados asegurándose aliados estratégicos (Estados Unidos). Lo esencial de la deuda de los PPME encuentra su origen en los años 1970 y 1980. Lo que es igualmente grave: ciertos montos asignados a la indemnización de los acreedores privados se cobran a los presupuestos de la cooperación al desarrollo. En suma, los montos anunciados por los gobiernos del Norte no van hacia las poblaciones del Sur, se los recarga a la colectividad y sus beneficios en parte van a empresas privadas, siendo que éstas tienen gran responsabilidad del desastre de los países del Tercer Mundo. Uno legítimamente puede preguntarse por qué es necesario indemnizar a acreedores privados que ya han percibido grandes ganancias con los jugosos contratos en los países endeudados, como también de los subsidios públicos de los gobiernos del Norte. En otro ámbito, Francia y Japón pretenden anular de una manera vergonzosa las deudas que tienen con ellos los PPME. En realidad, lo que exigen es el reembolso de la deuda. Después de haber recibido el reembolso, Francia y Japón donarán las sumas recibidas. Hablar de anulación es un abuso de lenguaje. Japón exige explícitamente que el dinero devuelto a los países del Sur debe ser utilizado por éstos para comprar mercancías y servicios de empresas japonesas. En suma, la deuda es efectivamente pagada y el dinero supuestamente ofrecido termina en los cofres de las empresas del país donante. Es bajo este ángulo que debemos considerar el anuncio, hecho en Okinawa el 23 de julio del 2000, del "esfuerzo" de 15 mil millones por parte de Japón para sostener el desarrollo del Internet en los países del Tercer Mundo. Se trata una vez más de una ayuda vinculada, que apunta a que los países beneficiarios compren material informática japonés. Francia es más discreta en este sentido pues, desde hace muchos años, importantes movimientos progresistas critican duramamente la "ayuda vinculada". Recordemos, sin embargo, que el Presidente Jacques Chirac propone desde hace varios años a los PPME que pueden beneficiarse de anulaciones de deuda a condición de privatizar sus empresas en beneficio de multinacionales francesas. Gracias a esta política, Bouygues, Vivendi y otras grandes multinacionales francesas han comprado a precio de liquidación sectores económicos enteros en las antiguas colonias francesas de Africa. Finalmente, no olvidemos que todas estas iniciativas de alivio de la deuda están ligadas a la imposición por parte de los países acreedores de políticas de ajuste estructural que, aunque hayan sido rebautizadas como "Marco estratégico de lucha contra la pobreza", implican al mismo tiempo forzar la apertura de los países concernidos a las producciones del Norte, y la extensión de una política fiscal que descarga el grueso del peso impositivo sobre los pobres (en Africa del Oeste, el IVA oscila entre 18% y 21%, mientras que bajo el pretexto de favorecer la inversión privada, no hay impuesto directo al capital). Estas políticas implican también la privatización generalizada de los servicios de distribución de agua y de energía, el mantenimiento de una política para que todo vaya a la exportación en detrimento de la seguridad alimentaria (abandono de los cultivos de víveres en beneficio de los cultivos de exportación) y a costa de la preservación de los recursos naturales (deforestación y explotación extrema de los recursos de materias primas y de combustibles), la privatización de las tierras comunales, la reducción de los famélicos salarios de la función pública, en suma, la aplicación del modelo neoliberal puro y duro, salpicado de unas pocas subvenciones orientadas a los "pobres absolutos". En conclusión, las iniciativas actuales son o totalmente insuficientes o sencillamente inaceptables. Para implementar soluciones verdaderas, hay que levantar el velo sobre la realidad del endeudamiento del Tercer Mundo: éste es un mecanismo de transferencia de riquezas del Sur hacia el Norte. De acuerdo a las cifras más recientes proporcionadas por el Banco Mundial, en 1998 los 41 PPME transfirieron hacia los acreedores del Norte 1.680 millones de dólares más de lo que recibieron (Banco Mundial, Global Development Finance, tabla "Net flows and transfers on debt", Abril 2000). Es gigantesco. Los PPME enriquecen a los países más ricos: esa es la realidad. Si ampliamos el campo al conjunto de los países en desarrollo, el escándalo adquiere proporciones inéditas. En 1999, ¡estos países han realizado una transferencia neta de 114.600 millones de dólares en beneficio de los acreedores del Norte (op.cit. p.188)! Es por lo menos el equivalente del Plan Marshall, transferido en un solo año. Otra referencia: el conjunto de países en desarrollo ha reembolsado (en principal e intereses) 350 mil millones de dólares en 1999 (op.cit "Tables" p.24), o sea, siete veces más que el conjunto de la Ayuda Pública al Desarrollo, que en ese año alcanzó 50 mil millones de dólares. ¿Qué soluciones reales aportar? Hay que partir de la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales garantizadas por la Declaración Universal de Derechos Humanos. Antes que perorar sobre las posibilidades ofrecidas a los países del Sur por el acceso a los mercados financieros y sobre los supuestos beneficios de la mundialización, tengamos presente que la Africa subsahariana rembolsa cada año cerca de 15 mil millones de dólares, o sea cuatro veces más de lo que gasta en salud y educación. Ahora bien, según el Programa de Naciones Unidas por el Desarrollo, con 40 mil millones de dólares por año, en diez años, se podría lograr a la vez el acceso universal a la educación primaria (mil millones de analfabetos en el mundo); garantizar a escala planetaria el acceso al agua potable a los 1.300 millones de seres humanos que carecen de ella; proveer cuidados de salud a los 2 mil millones que no tienen acceso; asegurar una alimentación adecuada a los 2 mil millones de anémicos. Si queremos un verdadero desarrollo humano, un desarrollo sustentable y socialmente justo, varias medidas urgentes se imponen: 1) Anular la deuda externa pública del Tercer Mundo (éste ha rembolsado más de cuatro veces lo que debía en 1982 cuando la crisis de la deuda estalló). Esta deuda pública externa se eleva a cerca de 1.600 mil millones de dólares, o sea menos del 5% de la deuda mundial que suma cerca de 40.000 mil millones de dólares. La deuda pública de los EEUU (275 millones de habitantes) se eleva a 5.000 mil millones de dólares, o sea más de tres veces la deuda pública externa del conjunto del Tercer Mundo (que cuenta con más de 4.500 millones de habitantes). La deuda pública de Francia suma a grosso modo 750 mil millones de dólares, o sea tres veces más que el conjunto de la deuda externa pública de Africa subsahariana (600 millones de habitantes). Anular la deuda del Tercer Mundo es exigir a los distintos acreedores reunidos que borren de su cuente el 5% de sus activos. No es demasiado. 2) Llevar a cabo procesos judiciales para poner fin a la impunidad de aquellos que se han enriquecido ilícitamente a costa de su pueblo, como también a aquellos en el Norte que han sido sus cómplices. La fortuna del difunto Mobutu está evaluada en un mínimo de 8 mil millones de dólares, mientras la deuda de la República Democrática del Congo suma 13 mil millones. Hay que expropiar estos bienes mal adquiridos y devolverlos a las poblaciones despojadas, mediante un fondo de desarrollo local democráticamente controlado. 3) Abandonar las políticas de ajuste estructural tan funestas para las poblaciones del Tercer Mundo. 4) Aplicar un impuesto de tipo Tobin y asignar la mayor parte de los ingresos a proyectos de desarrollo socialmente justos y ecológicamente sustentables. 5) Realizar los compromisos tomados por los Estados en el seno de Naciones Unidas aumentando la Ayuda Pública al Desarrollo al 0,7% del Producto Interno Bruto de los países industrializados (hoy a penas llega al 0,24% para el conjunto del OCDE). La APD debería ser entregada integralmente bajo forma de donación (siendo que hoy una parte se entrega en forma de préstamo). 6) Poner fin a la desregulación de los intercambios comerciales, puesto que éstos afectan directamente a las poblaciones del tercer Mundo. Es cierto que estas propuestas son insuficientes para remediar al conjunto de las injusticias que rigen las relaciones entre Norte y Sur; no obstante, son necesarias si se quiere dar una chance real al desarrollo humano y a la justicia. Eric Toussaint es Presidente del Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM).
https://www.alainet.org/es/articulo/104883
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