Campesinas pagan el precio del empobrecimiento rural

15/04/1998
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La universalización del modelo neoliberal, que ubica, en el caso de los países del Sur, a la exportación como eje de la producción, con la agro-industria mercantil como punta de lanza de la transnacionalización, desplaza la concepción de autosubsistencia y abastecimiento local campesino, e impone un enfoque comercial antes que social. Ese cambio estructural de concepción, implica para las campesinas y pequeñas productoras no sólo una exclusión mayor del acceso a la propiedad de la tierra, a la capacitación y a la tecnología sino que suscita la universalización de la categoría de "obreras/os agrícolas" y, por ende, pone en riesgo la misma existencia del campesinado como núcleo social y abastecedor. Así, el incremento del monocultivo -y la consecuente proletarización femenina-, orientado a producir insumos exportables, ha mermado las posibilidades de producción para la subsistencia, lo que complica en mucho el rol "proveedor" de las mujeres. Además, la aplicación del modelo neoliberal ha venido acompañada de un marco de reformas jurídico-políticas encaminadas a garantizar el desarrollo agro- industrial y el libre comercio; entre ellas figuran la liberalización de las tierras y el agua, que ha conducido a una mayor concentración de la propiedad de estos bienes y a la consecuente exclusión de la población pobre de los espacios productivos; ello repercute en mayor medida sobre las mujeres, sector históricamente apartado del acceso a la tierra y recursos naturales. Tener menos y producir más Bajo la transición a la economía de mercado y los programas de ajuste estructural, en América Latina el 61% de la población rural vive en la pobreza, el hambre/desnutrición afecta al 53% de ella y la población rural depende de la agricultura y del trabajo femenino para sustentarse. Sin embargo, al tiempo que el campesinado, principal abastecedor del mercado interno es excluido, más del 50% de los ingresos por concepto de exportaciones de los países más pobres provienen del rubro agrícola, lo que evidencia una relación directa entre la vocación exportadora del actual modelo y el incremento del hambre en los países productores. En los cuales la feminización de la pobreza, principalmente en el campo, es generalizada. Asimismo, aunque los productos agrícolas representan ya un promedio de alrededor del 40% del PIB de los países más pobres, el Banco Mundial afirma que la mayor parte de países producen menos alimentos que en los ochenta y que la inversión en la agricultura ha decaído en un 42% en los 10 últimos años. Bajo ese enfoque, para resolver la situación de las más de 750 millones de personas que sufren hambre crónica, las lógicas macroeconómicas apuntan a incrementar las tasas de crecimiento a través de la producción agroindustrial, las ganancias, el libre comercio, la especulación financiera, la flexibilización y la precarización y el abaratamiento de los costos del trabajo. Cuyas consecuencias directas son el incremento de la pobreza, la exclusión, la evicción y éxodo campesinos. Bajo el precepto de que para atender a las necesidades de crecimiento poblacional y reducir el número de personas que sufren del hambre, de las cuales el 80% viven en las áreas rurales, según la FAO, la agricultura deberá crecer por lo menos un 75% en los próximos 30 años, obviando que el principal problema de abastecimiento radica en la distribución inequitativa de los bienes alimentarios a nivel global y en el fortalecimiento del intercambio desigual entre el Norte y el Sur. El trabajo agropecuario de las mujeres En términos generales es en el sector rural donde se han deteriorado de manera más aguda las condiciones de vida. Y "Entre las personas que viven en el campo, las que más sufren por las pésimas condiciones de vida son, sin duda, las mujeres y la niñez. Las mujeres realizan una doble jornada de trabajo, dedicándose a las actividades domésticas y al trabajo en la producción. La mayoría no recibe remuneración por su trabajo, no participa en las decisiones de la economía familiar. Son las mujeres quienes más sufren con la falta de atención a la salud para si mismas y la niñez. Además de eso, se encuentra una condición generalizada de prejuicios y discriminaciones por la práctica del machismo en el medio rural, que somete a las mujeres a una condición inferior", señala el Movimiento Sin Tierra de Brasil(1). De igual manera, como lo indica UNIFEM (Annual Report/1995), los procesos de subregionalización, como por ejemplo el tratado del Mercosur, han tenido un impacto significativo en la reestructuración laboral, han creado nuevos patrones de riqueza y pobreza y, debido a la jerarquía de género, las restricciones impuestas en el acceso a la propiedad, educación, oportunidades de empleo, y movilidad social y física, repercuten directamente en el empobrecimiento y la precariedad en la vida de las mujeres. En el actual proceso latinoamericano, a pesar de las diferencias subregionales, en cuanto a los niveles de industrialización agrícola, y de la diversidad étnica, este marco socio-económico y político delinea para las mujeres significativas similitudes en lo concerniente a su papel en el abastecimiento alimentario y el trabajo agrícola. Si las campesinas están siendo afectadas por la pauperización de sus condiciones de trabajo, también aquellas que se han insertado en la agro- industria se ubican en los puestos desvalorizados, encargadas de tareas que exigen minuciosidad (flores, frutas rosáseas, fungus, etc), expuestas, por lo general, a fuertes dosis de productos químicos nocivos para la salud. A lo que se suma el incentivo al uso de estimulantes para incrementar la productividad y prolongar el tiempo de trabajo. Además, tanto para las campesinas como para las trabajadoras agrícolas, el horario de trabajo se prolonga, pues la agudización de la crisis rural ha provocado el incremento de la migración masculina, dejando en manos de ellas la casi total responsabilidad de las unidades productivas agropecuarias, a lo que se suma el trabajo artesanal y/o estacional cada vez más necesario para asegurar un ingreso económico. También, y en sentido contrario a la magnitud de su rol en la supervivencia, las mujeres enfrentan una limitación estructural en el acceso a la tecnología y a la capacitación (entre otros por los índices de analfabetismo femenino rural, por ej. Perú 45.6%, Bolivia 50%), lo que repercute en su inserción en las áreas de punta. Y, ubicadas en el rubro del trabajo impago o mal remunerado, ganan entre el 20% y el 40% menos que los hombres. La segregación socio-económica y laboral que resulta de esta relación social, se hace extensiva también a las niñas y a las campesinas jóvenes, que participan desde muy temprano al trabajo productivo, pues su rol "de ayuda familiar" configura un marco en el cual el margen entre el trabajo agrícola y doméstico es casi imperceptible, y por lo tanto es invisibilizado. Más aún en el propio caso de las mujeres adultas, la conjunción de esos dos roles conduce a que muchas agricultoras sean percibidas (y hasta lo hagan ellas mismas) exclusivamente como amas de casa, independientemente del tiempo que dediquen a la producción y comercialización, sea en el rubro agropecuario o artesanal. Aún así, y en condiciones de falta de acceso a la propiedad y a los recursos naturales, al financiamiento, y la deficiencia de infraestructura y servicios, en la Región Andina por ejemplo, el 80% de la producción, procesamiento y venta de alimentos está cubierta por las mujeres y el 70% de las pequeñas empresas de alimentación son sacadas adelante por ellas (UNIFEM, Annual Report/95). Es más, en América del Latina, como en el mundo entero, las mujeres han sido históricamente las principales garantes de la seguridad alimentaria de sus comunidades. Ellas producen más del 40% de insumos agrícolas, rinden entre el 60 y el 80% de la producción alimentaria, y son las responsables, casi exclusivas, de la sobrevivencia familiar. La tenencia de la tierra En el conjunto de países, las políticas redistributivas contempladas en el marco de la reforma agraria han sido substituidas por reformas jurídico- políticas, orientadas hacia la liberalización de las tierras y del agua y a un reordenamiento territorial, que ubica al mercado como el único regulador de la posesión de tierras, lo que ha conducido a una mayor concentración de la propiedad y a la correspondiente exclusión de las mujeres -y pobres- del acceso a ella. Más aún cuando el grueso de los incentivos estatales están orientados al desarrollo del sector privado exportador y a la inversión extranjera. La adjudicación de las tierras buenas y productivas a los grandes productores y empresas transnacionales, obliga al campesinado a replegarse forzosamente hacia tierras áridas y de difícil productividad. Ello figura entre las causas de la migración masculina hacia las grandes ciudades, con los consecuentes resultados de incremento del hambre y la desocupación urbana, y la colateral sobrecarga de trabajo para las mujeres. Bajo las políticas de reforma agraria, aunque los índices de propiedad obtenida por las mujeres fueron limitados, diferentes países incorporaron en la legislación o en las Constituciones cláusulas que garantizan el acceso de ellas a la tierra, a la titulación de ésta y/o a la herencia, en igualdad de condiciones que los hombres (el artículo 189 de la Constitución de 1988 en Brasil, la ley 30 de 1988 en Colombia, la ley 650 de 1993 en Perú, entre otras.(2)). Sin embargo, en las actuales circunstancias, de incremento de la feminización de la pobreza y privatización del agro, las posibilidades de tenencia y propiedad de la tierra es cada vez más remota para las mujeres. Y, a su vez, esta carencia "constituye una de las principales causas de la emigración y desposeimiento de los pueblos indígenas. De allí que el acceso de las mujeres a la alimentación, a la herencia, a la tenencia y propiedad de la tierra debe ser considerado un derecho humano básico"(3). El acceso al crédito El incremento de costos de producción, la multiplicación de los costos de la vida, enfoque competitivo del actual modelo y, sobre todo, el dominio de la concepción comercial sobre la de subsistencia, han acarreado un mayor endeudamiento y hasta situaciones de endeudamiento crónico de las campesinas y pequeñas productoras. Como por lo general los créditos agrícolas están dirigidos a incentivar el desarrollo agro-industrial, se da una restricción del crédito formal para las/os pequeñas agricultoras/es, rubro en el cual se ubican mayoritariamente las mujeres. Esto hace que se vean obligadas a acudir principalmente a créditos alternativos (bancos comunales, cajas de ahorro y crédito, fondos rotatorios y otros) o de fondos privados que "son de poca cuantía y no están articulados a los sistemas nacionales crediticios y de ahorro"(4). Los créditos alternativos "aunque tienen una cierta flexibilidad para responder a las situaciones específicas que viven las mujeres y las restricciones que se derivan de su subordinación (falta de garantías, exclusión de la membresía de organizaciones productivas, desconocimiento de los requisitos para optar por crédito y otros), son de carácter marginal", y "no se han previsto mecanismos para que ellas hagan el tránsito desde las experiencias crediticias flexibles y subsidiadas a las instancias de crédito formal, con lo que se mantiene una especie de discapacidad estructural que evita que las mujeres participen en mejores condiciones en el acceso al crédito"(5). La brecha tecnológica El acceso de las mujeres a la tecnología en el trabajo agropecuario, es uno de los niveles en los cuales la desigualdad estructural entre hombres y mujeres se vuelve más tangible, pues no solamente los programas de desarrollo tecnológico están orientados principalmente a la capacitación masculina y dotación de maquinaria a los hombres, sino que, como lo señala el Movimiento Sem Terra de Brasil, el "prejuicio histórico" cultural que pesa sobre las mujeres las relega al área doméstica. Aunque se haya avanzado en el reconocimiento formal del principio de igualdad de acceso a la tecnología, ni los programas de desarrollo ni las políticas públicas de los países han desarrollado aún conceptos que permitan, de manera realista, planificar y operacionalizar programas de acción positiva para erradicar la brecha entre los géneros en la tecnología agropecuaria. Y, aún en el caso de las campesinas que quisieran desarrollar iniciativas autónomas en el rubro tecnológico, los costos son un impedimento. Por otro lado, según La Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo -CLOC-(6) uno de los problemas radica en la propia concepción del desarrollo tecnológico que, bajo las leyes del mercado, importa indiscriminadamente metodologías y técnicas -en muchos casos perjudiciales para el medio ambiente, principalmente para la tierra-, distintas de las tecnologías apropiadas y/o ancestrales, que provocan una mayor dependencia y afectan la producción y comercialización. Relación desigual en el aperturismo comercial La realidad de las trabajadoras agrícolas y campesinas visibiliza claramente el sesgo existente en el criterio neoliberal de igualdad de oportunidades en el proceso de mundialización y regionalización, pues no solamente se las ubica en una posición de competencia desigual con las compañías transnacionales y los grandes capitales nacionales, sino que la misma mundialización surge en un contexto de asimetrías entre el Norte y el Sur y entre el Centro y la Periferia. Las políticas aperturistas impulsan la invasión de mercados y la competencia de precios entre productos de diferente calidad y cuyos costos de producción no tienen equivalente. Frente a ello las/os pequeñas/os productoras/es -y los países pobres-, constreñidas a abaratar sus productos, siempre pierden. Así, la salida al mercado de la pequeña producción agropecuaria enfrenta los efectos del intercambio desigual, pues aunque ésta disponga de productos exportables a bajo costo, los productos deben transitar por N cantidad de intermediarios antes de llegar a las redes de comercialización. Además, la comercialización ideológica (vía publicidad) hace creer que siempre lo importado es mejor, con las consecuentes efectos psicológicos de pérdida de identidad y de noción de autosuficiencia. Bibliografía (1) A Questao da Mulher no MST, Brasil, 1996 (2) Brenda Kleysen y Fabiola Campillo, "Productoras de alimentos en 18 países de América Latina y el Caribe, Síntesis hemisférica", en Productoras Agropecuarias en América del Sur, IICA/BID, Costa Rica/96. (3) WEDO, Congreso Mundial de la Mujer para un Planeta Sano, Agenda 21 de Acción de la Mujer, Miami 11/91. (4) Ibid 2 (5) Ibid 2 (6) Primer Congreso Latinoamericano de Organizaciones del Campo, Boletín Campesino-Indígena de Intercambio Informativo, Ed. FENOCI/ALAI, feb. 1994.
https://www.alainet.org/es/articulo/104710
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