¿Globalización o apocalipsis?

20/01/1999
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En relación al tema de las relaciones que se dan entre globalización económica y el significado actual de la política, han surgido nuevos frentes teóricos. Por un lado están aquellos que sostienen apocalípticamente que el proceso de globalización económica lleva a una total subordinación de las instituciones políticas a "la dictadura del mercado". Al otro lado están aquellos que sostienen, de modo muy optimista, que a partir de la globalización surgirán nuevas alternativas destinadas a reordenar procesos económicos que parecen haber escapado a todo control político. Las "soluciones" que a su vez surgen desde este último frente van desde una rehabilitación de antiguas tesis que defendían el proteccionismo comercial y económico, hasta llegar a la utopía del "gobierno mundial". Entre ambos extremos a su vez, han aparecido múltiples variantes. ¿El fin del Estado? Uno de los autores que ha sostenido más radicalmente las posiciones que surgen del primer frente, el apocalíptico, es sin dudas, Sygmunt Bauman, razón por la cual sus tesis adquieren un carácter ejemplar. En su artículo Estados débiles (Bauman 1997), acepta en principio que la llamada globalización ha alcanzado su auge no tanto en virtud de una dinámica propia o exclusiva a la economía, sino que, fundamentalmente, en razón del fin del orden mundial que prevalecía durante la Guerra Fría. Todo un orden internacional difícilmente construido se ha venido abajo ya que sus tres pilares básicos, según Bauman, han sido derrumbados. Esos tres pilares son el militar, el económico y el cultural (p. 318). Dicho orden, plantea Bauman, estaba asegurado por la solidez de los Estados desde donde eran erigidos esos pilares. "El significado del orden global se reducía, en buenas cuentas, a la suma final de muchos ordenes locales, los cuales eran gobernados eficiente y efectivamente, sólo por un Estado territorial" (p.319). Los Estados nacionales formaban bloques, y estos bloques producían el orden y la lógica por la cual se regía el globo, hasta llegar a aquel momento de máxima producción de orden, que fue el de la bipolaridad mundial. Desde el momento en que esa bipolaridad ha terminado, nadie puede acceder hoy día al control de la totalidad -aduce Bauman- simplemente porque esa totalidad no existe. El concepto "globalización" ha cobrado auge porque aparentemente restaura la noción de totalidad. Pero esa es sólo una apariencia engañosa, pues bajo ese concepto no encontramos ningún orden; por el contrario, el mundo tiende, según Bauman, a la disparidad, al desequilibrio, al fraccionamiento. Es por eso que no es casualidad que cuando todos hablan de globalización, aparecen por doquier "Estados débiles" que profitan de "guerras de identidad", reactivando "instintos tribales" que ya se creían superados (p.321) (*). Ahora bien, precisamente, como resultado del despedazamiento y fraccionamiento de los estados, y del consecuente derrumbe de "los tres pilares" mencionados, irrumpe, según Bauman, la "economía" como único factor de orden, usurpando las funciones que antes estaban reservadas a la política. "La movilidad de las finanzas globales, del comercio y de la industria de la información, y su ilimitada libertad, son dependientes de la fragmentación política y del despedazamiento de la escena mundial" (p. 322). Los Estados, de ahora en adelante, serán simples ficciones, en el marco de una globalización económica que no pueden controlar y que por la cual serán controlados. A diferencias de períodos anteriores, cuando el Capital era acumulado, invertido y regulado territorialmente, hoy asistimos a la dictadura abstracta, interespacial, global del Capital. Libre de todo espacio, el Capital se liberará también del tiempo y transformará a los habitantes de este planeta en multitudes de vagabundos y turistas que no saben de donde vienen ni a donde van (p. 330). El tiempo, para Bauman, será, de ahora en adelante, una simple noción virtual, regulada por la TV y otros medios de comunicación. Globalización lleva a la fragmentación de la realidad y sus espacios y a la consiguiente difusión del tiempo (p. 329). Se trata pues de un mundo sin orden, y por tanto, sin alternativas. En el fin de los siglos, la de Bauman es sin duda una utopía negra, común a la de autores que se ocupan del tema de la globalización desde una perspectiva economicista. Pero, y esta es la diferencia con otros autores, consecuentemente pesimista hasta el final, Bauman no busca ninguna solución, ninguna alternativa, y deja arrastrar su teoría más allá de los agujeros negros de la globalización, pulverizándose ella misma en un tiempo sin espacio y en un espacio sin tiempo. La capitulación de Baumann, o de su teoría, frente a la globalización económica es, en este sentido, total. ¿"El fin del imperio"? Compartiendo el mismo espíritu que Bauman, pero radicalizándolo en un sentido aún más apocalíptico, el autor francés Denis Duclos, sugiere en un artículo publicado originariamente en Le Monde Diplomatique, que a partir de las condiciones dictadas por la economía mundial, nos encontramos al borde del fin de la moderna civilización, estableciendo, para probar su tesis, una más que curiosa analogía con el fin del imperio romano (10 de agosto de 1997). No deja de ser interesante que el punto de partida del autor sea 1989. El fin del comunismo marca, en efecto, no sólo el quiebre de un período sino que también el de concepciones ideológicas que sólo podían subsistir en el marco de la bipolaridad mundial. A partir de esa fecha, muchos autores, como Duclos, proclaman a cuatro vientos el fin del mundo, proyectando, hacia el espacio abstracto de la economía mundial, sus propias visiones. "Desde 1989 -escribe Duclos- se dibuja una transición que va de la sociedad liberal a una autoritaria. Se originan nuevos mecanismos forzados y crecientes estructuras jerárquicas que hacen recordar a pasados imperios" (Ibid). Desde luego nadie afirma que el mundo se ha vuelto esplendoroso desde 1989, pero afirmar que a partir del derrocamiento de las dictaduras que caracterizaban el imperio soviético, sin decir una sóla palabra sobre ese "orden de cosas"; si, casi lamentando el fin del "comunismo", y asegurando que después de "eso", aumentan las relaciones de poder imperial en el mundo, es una desproporción (**). Después del comunismo, argumenta Duclos, las relaciones laborales tienden a ser reemplazadas por nuevas formas de esclavitud. Si uno analiza las "maquilas" centroamericanas, podría aceptarse que ahí, efectivamente, existen relaciones esclavistas (Mires, Alai 285, 10-12-98). Pero el autor está escribiendo sobre y desde Europa, continente que, efectivamente, presenció las formas más refinadas de la esclavitud del siglo veinte, como fueron los campos de concentración fascistas y stalinistas. Fue Rudi Dutschke, hay que recordar, el primero que desde una posición de izquierda denunció al stalinismo como a un sistema esclavista, argumentando, y con razón, que los millones de trabajadores forzados que poblaron el Gulag, constituían, apelando a la propia clasificación marxista, una "clase". Que Duclos haga aparecer hoy día el esclavismo como consecuencia de la caída de los regímenes neostalinistas, no parece demasiado congruente. Pero, como la mayoría de los autores neomilenaristas de nuestro tiempo, Duclos escribe sin ningún riesgo. En toda su presentación no hay culpables personales; se trata simplemente de "lógicas", "estructuras", "ordenes" y "sistemas". En fin, es el propio Capital el que, virtualizado, alcanza la etapa especulativa más alta, que lo llevará, definitivamente, a la caída final. Así que ya lo saben los pobres del mundo; no hay que preocuparse; ni siquiera es necesario luchar; el capitalismo se vendrá al suelo; por sí solo, gracias ¿cómo no?, a su propia globalización. ¿El fin de la modernidad? Otro de los exponentes radicales de la nueva Apocalipsis Now - Sociology puede ser considerado también el muy discutido (e inteligente) libro de Robert Kurz El Colapso de la Modernización (1991) donde, a partir de la observación del colapso del "socialismo real", llega a la conclusión de que éste fue sólo el inicio del colapso general de la modernización (p. 279). En las naciones del así llamado Tercer Mundo, que ya viven hace tiempo este colapso (las llama sociedades post-catastrofales) la desintegración social habría pasado a ser una forma constitutiva a su existencia. Con cierta razón, opina Kurz, que el socialismo era algo así como el eslabón más débil de la cadena industrialista mundial. El socialismo no era sino, para Kurz, un régimen forzado en dirección a la modernidad alcanzada por países capitalistas occidentales, y por lo mismo, una suerte de "fósil con forma de dinosaurio correspondiente al pasado 'heroico' del capital" (Kurz 1991:21), un capitalismo primitivo o salvaje, o si se prefiere, el capitalismo de la acumulación originaria, en los tiempos de la segunda revolución industrial el que no pudo evolucionar cuando llegó el momento de realizar la tercera. El proyecto de fundar un capitalismo de Estado, correspondía, según Kurz, a las verdaderas intenciones del leninismo y del stalinismo, pues el llamado socialismo se estructuró como un capitalismo en el cual el Estado interrumpió su desarrollo hacia formas evolutivas superiores, como la economía de mercado y la libre competencia (Ibid, p. 119). La crisis final de la modernidad, expresada en el deterioro de relaciones sociales basadas en la mercantilización de la vida, y por supuesto, del trabajo, no traen consigo, según Kurz, la emergencia de una "sociedad superior", sino la caída en el apocalipsis total que se concreta, no por último, en el endeudamiento externo de las economías modernas. El colapso de esas economías, plantea, se extenderá como tumor canceroso y alcanzará a los propios países altamente industrializados, pues el capital, en su propio desarrollo, termina por agotar sus propias fuentes de producción, tanto humanas como naturales. El capital financiero, vive para sí mismo, opina en concordancia con Hilferding ayer, y Bauman y Duclos hoy. Pero a diferencia de tesis catastrofistas sustentadas en el pasado, como las de Rosa Luxemburgo, que veían en el agotamiento de los espacios no capitalistas que el capitalismo necesita para su reproducción, la posibilidad de la catástrofe para todo el sistema, Kurz no extrae ningún mensaje positivo. Mientras para Rosa Luxemburgo, la negación convertida en afirmación, esto es, el proletariado convertido en portador de la idea socialista, iba a liberar al mundo de la barbarie, para Kurz, el desarrollo de la modernización ha terminado negando sus propias negaciones, puesto que incluso las ideologías de resistencia están formadas de acuerdo a las pautas que impuso la mercancía en nuestra propia conciencia. La única alternativa sería una transformación radical en la propia cultura; una suerte de exorcismo colectivo frente al pecado de la mercancía introducido hasta en lo más profundo de nuestras almas. Pero, como para ese exorcismo colectivo, o formación de una "conciencia sensitiva" (Ibid) hemos agotado hasta el tiempo necesario, sólo nos espera como alternativa, el apocalipsis final, la desintegración total, el fin de la dialéctica y, por lo mismo, de la historia, cuya post historia será tarea de los sobrevivientes. En fin, a través de su propio mundo teórico desintegrado, Kurz nos invita a realizar un paseo al borde del precipicio. Y en esa invitación, nos muestra, con una lógica marxista extremadamente rigurosa, un cuadro realista del fin absoluto. Por cierto, no toda la argumentación es producto de la fantasía del autor. La desintegración sin integración parece, en muchos países, ser una posibilidad muy realista. Basta leer la prensa diaria para darse cuenta de ello. Pero que sea vista como la única posibilidad, puede ser también el punto de vista de un autor que habiendo perdido de vista la posibilidad del socialismo, sólo le queda la desintegración (también la de la teoría) como alternativa. En cualquier caso, los mecanismos dialécticos que llevan al "nuevo mundo" como al "fin del mundo" (o globalización), parecen ser los mismos. Kurz comete así, con cierta dignidad, suicidio teórico. ¿El regreso del Estado? Pero no todas las posiciones economicistas son tan derrotistas como las de Bauman, ni tan apocalípticas como las de Duclos, ni tan suicidas como las de Kurz. Hace poco tiempo llegó a mis manos un más que interesante artículo cuyo autor, Uwe Jean Heuser, sostiene, no sin menos lógica, exactamente lo contrario que los autores mencionados, pero utilizando el mismo paradigma. El artículo se titula, sintomáticamente, El regreso del Estado (Heuser 1998). La tesis central del artículo es, al mismo tiempo, muy antigua y muy actual; y dice así: los capitalistas, tanto a nivel de economías locales, cuanto en la regulación de las relaciones internacionales, necesitan del Estado para la conservación, entre otras cosas, del propio capitalismo. Un capitalismo sin regulación institucional conduce a la catástrofe general, pues lleva a una guerra de todos contra todos, donde no hay ganadores y sólo perdedores. Como se observa , en la argumentación de Heuser hay una reactivación de postulados clásicos de Keynes, con la diferencia que esta vez, en lugar de ser aplicadas en mercados locales, deben ser elevadas a un espacio global: una suerte de keynesianismo a escala mundial. Como también ha formulado Habermas: hoy, el "keynesianismo en un sólo país ya no funciona" (Habermas 1998 p. 72). Para fundamentar su tesis, Heuser cita, entre otros, declaraciones de empresarios como Davos Man, de especuladores internacionales como George Soros, y de político(a)s como Hillary Clinton (que sugiere nada menos que la creación de un nuevo Bretton Woods) etc., en las que todos manifiestan su preocupación frente a la excesiva autonomización de las empresas financieras y abogan por un mayor control estatal de los mercados (p.1). Ahora bien, con las opiniones de Heuser es posible estar de acuerdo o en desacuerdo. Pero lo que queda claro es que para el autor, la restauración del "primado de la política" (p.5) ha de provenir de un proceso autoregulador que resultaría de la dinámica de una economía mundial que se realiza en una esfera alejada de toda acción política. Esto es: tratando de rebatir la lógica neoliberal, Heuser, quizás sin darse cuenta, la fortalece, pues, está diciendo, nada menos, que el nuevo orden político internacional deberá surgir de procesos autoreguladores inherentes a la economía mundial. Tan autoregulativa es la teoría de Heuser que el neokeynesianismo, en lugar de resultar como alternativa o reacción al neoliberalismo, surgirá de la propia autoregulación del mercado. Con esa conclusión termina siendo más economicista que Bauman (aunque nunca tan derrotista como Duclos o Kurz). Para Bauman, Duclos o Kurz, no hay ninguna vida "después de la globalización". Heuser, aguarda, en cambio, que sea la lógica empresarial la que nos aparte del precipicio a que ella misma nos ha llevado. El exceso de pesimismo y el exceso de optimismo se deducen, sin embargo de la misma matriz teórica: el significado determinante de supuestos procesos económicos que decurren a nivel mundial. Es que la lógica economicista sirve para todo: nos puede llevar al paraíso o al mismo infierno. Lo importante es que no sean actores sociales o políticos quienes deciden su destino, sino que estructuras "sobrehumanas" como mercado, economía, o la propia globalización, elevadas al rango de instancias autónomas; soberanas; omnipotentes. No obstante, la antigua lógica keynesiana que lleva a deducir que los empresarios necesitan de instancias políticas que aseguren la competencia, podría ser, todavía, subscrita sin problemas. Ya Paul Krugman llamó la atención hace algunos años, en un célebre artículo, en relación al problema de una libre competencia (como "obsesión peligrosa") librada a su arbitrio, que podría llevar a la ruina a economías nacionales completas. (Krugman, 1994, p.28-44). Para Krugman no es la competividad condición de bienestar, sino que el bienestar, condición de competividad y, por lo mismo, la palabra competencia "es una fórmula vacía si se aplica a economías nacionales". En ese sentido parece haber cada vez más acuerdo entre los economistas acerca de la necesidad de reglamentar institucional y políticamente tanto al mercado, como a la competencia. El error de Heuser no reside por tanto en la aceptación de esa divulgada idea, sino que en creer que del mercado y de la competencia ha de surgir automáticamente una institucionalidad extraeconómica. Dicho de modo más preciso: el problema es que, efectivamente podría surgir; pero que de por sí asegure condiciones más justas y democráticas, no sólo a los habitantes de este planeta, sino que a los propios actores que intervienen en los mercados, parece ser una utopía insostenible, aún para el más liberal de los liberales. El rasgo común de los autores que hemos presentado en este artículo mantienen la opinión de que la globalización, primero, es un hecho dado que no admite determinaciones de ningún tipo y, segundo, que esa globalización al ser puramente económica es un agente determinante sobre lo político. En artículos anteriores, se ha tratado de probar, sin embargo, que esa globalización no habría sido posible sin la confluencia de relaciones y acuerdos políticos (los que no son sólo interestatales). Al mismo tiempo, dicha globalización sólo puede ser configurada sobre juegos de relaciones que también son políticos que son, al fin, las razones que impiden e impedirán que dicha globalización se constituya como una realidad total, a despecho de los apocalípticos de todas las latitudes. Acerca de como la política puede convertir a la globalización en una realidad imposible, será tema de próximos artículos. Literatura Bauman, Sygmunt Schwache Staaten, en Beck, Ulrich Kinder der Freiheit, Suhrkamp, Frankfurt 1997 Duclos, Denis Erosion der Geminschaftssinn 10 de agosto de 1997, Le Monde Diplomatique, versión Tageszeitung Habermas, Jürgen Jenseits des Nationalstaats en Beck, Ulrich, Politik der Globalisierung, Suhrkamp, Frankfurt 1998 Heuser, Uwe Jean Der Ruckehr des Staates, http://bda.web.aol.com./19980205.html Krugman, Paul Competitiveness: A Dangerous Obsession, Foreign Affairs, Tomo 73, Nr 2, März-April 1994 Kurz, Robert Der Kollaps der Modernisierung Eichborn, Frankfurt 1991 Menzel, Ulrich Globalisierung versus Fragmentierung, Suhrkamp, Frankfurt 1998 Mires, Fernando Soberanía Política y Economía Global, Alai 285, 1998 * Bauman no está sólo en ese punto. Ya son varios los aportes que afirman que la globalización no existe sin producir su contrapartida: la fragmentación. Uno de esos autores es Ulrich Menzel quien en su libro Globalisierung versus Fragmentierung, sostiene que la llamada fragmentación es también, irónicamente, un hecho global (Menzel 1998) ** Es la misma desproporción de un Fidel Castro que anuncia en su mensaje de Año Nuevo 1999, sin aportar ninguna prueba, que estamos muy cerca del "fin del capitalismo". Cuando el recurso de la razón se agota, sólo resta el de la magia.
https://www.alainet.org/es/articulo/104683
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