Sociología de la globalización

10/03/1999
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Tan presionantes han llegado a ser los debates acerca de la globalización que incluso un autor como Jürgen Habermas, quien rara vez se refiere a temas relacionados con ciencias económicas, ha debido ocuparse con sus posibles significados; particularmente, en su breve ensayo titulado Más allá del estado Nacional (Habermas, 1998). Precisamente porque Habermas intenta enfocar el tema desde una perspectiva que se aparta un tanto del tenor predominantemente economicista que predomina en su tratamiento, es que se ha decidido comentar aquí algunas de sus tesis al respecto. En segundo lugar se intentará demostrar, en el presente artículo, en que medida, la llamada globalización no podría existir si es que ella no se fundamentara en presupuestos que no son tanto económicos, sino que culturales. La llamada "Mcdonalización de la sociedad" parece en este sentido ser una metáfora altamente recurrente, pues el consumo de los productos McDonald´s, innegables símbolos gastronómicos de la llamada globalización, no ocurre por medios coercitivos, pues hasta ahora no se ha sabido de nadie que haya ido a prisión por no consumir la producción mcdonalizada de nuestro tiempo. Y si los medios que llevan a ese consumo no son coercitivos, hay que buscarlos en otro lugar, quizás en ese espacio frondoso, pantanoso y complejo que a falta de mejor nombre llamamos cultura. El sueño de la "sociedad mundial" Habermas, como ya es su costumbre, sitúa su posición en un frente teórico que busca salidas políticas, e intenta romper la rígida barrera economicista tratando de indagar acerca de las alternativas que ofrece el tema de la globalización. En su ya clásico, casi matemático estilo deduccionista, plantea que de hecho hay que descartar la opción proteccionista y el regreso a políticas económicas orientadas a satisfacer la demanda (p.71). Dicha afirmación no está, empero, demostrada; y hubiera sido necesario hacerlo, pues hay más de algún trabajo económico serio que ha planteado como alternativa, la utilización de ciertas formas proteccionistas en las relaciones económicas internacionales.(*) De hecho, sin que el no proteccionismo, o el proteccionismo puedan ser elevados a categorías universales, no hay que descartar, para determinados países, durante determinados períodos, posibilidades proteccionistas. Pero, seguramente, lo que ha querido remarcar Habermas, es que la globalización de los mercados, es para él un hecho irreversible, afirmación que, sólo como hipótesis, y con más de algunas reservas, podría ser aceptada. Bajo esas condiciones, la alternativa reside para Habermas en una adecuación inteligente a las condiciones que dicta la competencia internacional, siguiendo el ejemplo instaurado por el propio programa de laborismo británico (p.72). De acuerdo a su propuesta, Habermas aboga por una suerte de realismo político, cuyo eje reside en la reorientación local de las influencias que provienen desde el exterior, o si se prefiere, mediante aplicación de alternativas que no descartan, entre otras, la posibilidad de un "neoliberalismo con rostro humano". En ese punto Habermas se diferencia notablemente de las posiciones de izquierda "clásica" que agotan su discurso en la pura crítica al mercado mundial y que, al no localizar a actores precisos, termina en el fondo siendo una crítica apolítica y, en algunos casos, antipolítica.(**) Para Habermas, en cambio, se trata de encontrar aquel punto que permita la injerencia del capitalismo internacional sin que las relaciones democráticas se vean alteradas en los diversos países con que ese capitalismo se encuentra vinculado. Problema de la tesis habermaniana es, sin embargo, que pese a no ser economicista, toma de las corrientes economicistas la idea de que el mercado mundial es un hecho dado, objetivo, frente al cual las economías locales deben ser inteligente y democráticamente adecuadas, es decir, otra vez nos encontramos frente a la existencia de un mercado mundial inmóvil, indeterminado y causal. La diferencia central con el economicismo tradicional es que Habermas no capitula frente a supuestas leyes del mercado mundial, ni mucho menos frente a una lógica del Capital que se determina en, y por sí misma. Pero de igual modo, su posición teórica no permite una apertura a la interacción dinámica que a nivel internacional ha de tener lugar del mismo modo como ocurre dentro de los marcos de los Estados nacionales como ha tratado de probar el mismo Habermas en tantos trabajos. Habermas, evidentemente, se da cuenta de ese problema y aduce, por cierto, que a nivel internacional las deliberaciones de múltiples actores no han llevado todavía a la formación de un sistema institucional que canalice la multiplicidad de los discursos. Esa es, en verdad, una de las tareas políticas más urgentes del momento si es que no se quiere dejar el gobierno de la economía internacional en manos del Banco Mundial o del FMI, como aduce, con razón Habermas (p.75). Pero ¿cómo y de dónde ha de surgir esa institucionalidad internacional? La mayoría de las respuestas que han sido dadas a esa crucial pregunta, se deducen de las propias fantasías o buenos deseos de los diversos autores que se han ocupado con esa materia, y van desde la necesidad de incrementar acuerdos bilaterales entre países con economías compatibles, pasando por la creación de organismos interregionales, hasta llegar a la realización de la utopía del Estado Mundial (que Habermas descarta). Sin negar aquí la posibilidad de que tales planes y utopías puedan llevarse a cabo, incluso en un futuro próximo, ellos no son ninguna garantía de estabilidad y orden si es que no pasan primero por el cedazo de la intercomunicación políticadiscursiva entre múltiples actores, locales e internacionales, en el propio sentido habermaniano y, por cierto, por muchos momentos dominados por aquella incómoda contingencialidad política que ningún plan, proyecto o utopía puede contemplar. La posición de Habermas frente a la necesidad de una nueva institucionalidad internacional que resubsuma a las tendencias económicas autonomizadas respecto a los Estados nacionales, es ambivalente. Por un lado acepta el momento político contigencial, al expresar su complacencia frente al crecimiento y desarrollo de una conciencia (global) pacifista, que pese al estallido de múltiples conflictos locales, parece imponerse poco a poco en la esfera de las relaciones internacionales, proceso que a su vez se refleja en la concertación de diversos acuerdos entre países e incluso al interior de la propia ONU (p.78). Con mucha mayor razón podría hablarse, y no sé porqué Habermas no recurrió a ese ejemplo, del desarrollo de una conciencia ecológica que también comienza a cristalizar en organizaciones, y sobre todo, en redes de comunicación, que vinculan iniciativas civiles locales, con múltiples estructuras internacionales. Hay ya una larga lista de "marcas" internacionales que dan cuenta del creciente aumento de interés frente a la temática ecológica. Desde La Publicación de Los Límites del Crecimiento en 1972, pasando por el Programa sobre el Medio Ambiente de las Naciones Unidas de junio de 1972, La Declaración de Cocoyok de 1974, El Informe Dag-Hammarskjéld en 1975, el Informe de la comisión Brundtland en 1987, el Informe de la comisión Nyerere presentado en Caracas en 1990, hasta llegar a la Conferencia de Río en 1992, y la implementación de Agenda 21, encontramos un historial abundante que testimonia que la actividad ecológica internacional ya tiene "vida propia" y, hay que agregar, global. Tales ejemplos muestran que, si es que vamos a seguir hablando de globalización, hay que hacerlo en un sentido verdaderamente global, y no remitirnos sólo a la globalización de los mercados que en verdad, no es sino una forma de la globalización, o si se prefiere, una globalización entre otras. La "ciencia de la sociedad" No obstante, Habermas manifiesta su exepticismo relativo a la posibilidad de elevar al nivel del discurso teórico el tema de las relaciones civiles a "escala mundial". Razón de ese exepticismo es que para Habermas todavía no ha sido creada una "nueva sociología". La sociología tradicional se ha ocupado, según él, hasta ahora de una dimensión definida por la existencia del Estado nacional, es decir, de "sociedades nacionales". Por eso hoy, opina, la sociología tiene tantas dificultades para ocuparse de unidades débilmente estructuradas como es las de la "sociedad mundial" (p.79). La crítica de Habermas, a la sociología (en cierto modo, una autocrítica) podría hacerse extensiva a otras ciencias sociales, como la "politología" por ejemplo. Pero al llegar a ese punto, temo que Habermas se hace eco de uno de los principales problemas de la "ideología alemana" de la cual su propia teoría es tributaria. Ese problema es al mismo tiempo una creencia y puede ser expresado en la siguiente fórmula: "El concepto precede siempre al discurso". En este caso, una sociología adecuada sería la condición de un buen discurso sociológico. Parece que en este punto, Habermas, al intentar debilitar la noción del determinismo económico no ha hecho otra cosa que reemplazarlo por un determinismo sociológico, sin referirse a la principal dificultad operativa, que es el propio determinismo. Por otra parte, si aún fuera cierto que hay un déficit en la construcción sociológica de la realidad, este no puede ser superado simplemente mediante la ampliación de la sociología tradicional a escala mundial, sin tocar los fundamentos paradigmáticos sobre los cuales esa sociología se encuentra montada en sus niveles nacionales. Cierto es, por otra parte, que la "teoría de la acción comunicativa" de Habermas ha contribuido, como pocas, al proceso de desmantelamiento de la sociología tradicional en sus dos versiones principales, la positivista y la estructuralista. No obstante, aunque este no es el lugar para extenderme en esta reflexión, pienso que si se lleva la idea habermaniana hasta sus últimas consecuencias, debería renunciarse a toda pretensión de fundar una "ciencia universal de la sociedad", para concentrarnos finalmente en el análisis de espacios y momentos de interacción donde es imposible encontrar objetos ni sujetos en condición "pura", inmovilizados por la acción de un determinado modo de cientifizar la realidad. Eso quiere decir que no precisamos tanto de una nueva sociología, por muy discursiva que ella sea, sino que de nuevos modos de ver esa realidad, no sólo en sus momentos discursivos "manifiestos" que es donde quiere "centralizarla" Habermas, haciendo muchas veces del discurso un "objeto", sino que también en sus momentos y espacios de "latencia" que son pre-discursivos, intradiscursivos y subdiscursivos a la vez. No obstante, la superoptimista creencia de que una "sociedad civil" puede ser recreada en un plano mundial, que con razón rechaza Habermas, amenaza convertirse en otra abstracta utopía de ocasión hecha para rellenar los huecos ideológicos de muchos intelectuales de nuestro tiempo. La sociedad para que sea civil, tiene que ser primero, una sociedad, en el exacto sentido del término, es decir una agrupación de individuos que se rigen por similares contratos, acuerdos, constituciones y códigos culturales; y en segundo lugar, debe ser civil, esto es, independiente al Estado; pero para que sea independiente al Estado es necesaria la existencia de un Estado, o sino no se entiende nada como surge la civilidad. Esto quiere decir que el lugar de realización de la civilidad no puede ser imaginario o abstracto; tiene que, y debe ser la nación como espacio constitutivo de lo social (Altvater/Mahnkopf 1996, p.55). Hablar de sociedad civil global, como lo hace el propio grupo de Lisboa, aunque se refiera a ella como a "una complicada galaxia" (1997, p.37), aumenta la confusión en torno al, de por sí, confuso tema de la globalización. Ni el economicismo, que propone entender a la realidad de acuerdo al estudio de la "lógica del capital", ni el historicismo que se solaza al creer descubrir en la globalización una "razón" objetiva de la historia, ni el institucionalismo que ve a la globalización como un proceso que sólo requiere de buenos organismos internacionales para que funcione bien, ni cualquier nuevo ismo que exista o esté por existir, podrán dar cuenta teórica de la globalización si es que previamente no es realizado el esfuerzo de entenderla de acuerdo a las personas que la viven, en sus más diferentes dimensiones, ya sea como productores, consumidores, ciudadanos, o simplemente como habitantes de aquel "planeta" formado por nuestras propias relaciones culturales. McDonald´s, la cultura y los niños A riesgo de faltar el respeto a Habermas, quisiera ilustrar mis afirmaciones con un ejemplo extremadamente banal. Discutiendo en un seminario acerca de la globalización, un estudiante se refirió a la "Mcdonaldización de la sociedad" que es también el ingenioso título de un popular libro de George Ritzer (1995). A través de McDonald´s ese estudiante buscaba ejemplificar el proceso de globalización, recurriendo a uno de sus símbolos más llamativos. ¿No son los establecimientos McDonald´s verdaderas catedrales de la modernidad? Al comer una de sus standarizadas hamburguesas, ¿no estamos siguiendo los dictados de una globalización que se ha apoderado hasta de nuestro paladar? Yo aduje que, estando de acuerdo con ese ejemplo, me parecía que para que la metáfora de la hamburguesa pudiera ser concretizada, se necesitan por lo menos dos (como también suele ocurrir en el caso del amor); en este caso, quien vende, y quien compra (o quien come); y que si queremos entender el proceso de producción, aunque sea de entidades simbólicas, no hay que olvidar al consumidor, pues sin consumo no hay producción. El estudiante, inteligentemente, insistió afirmando que en muchos casos el productor determina al consumidor, aunque no más sea por medio de la propaganda que pone a su servicio. Yo contesté que si bien eso puede ser cierto, hay personas que caen bajo el influjo propagandístico, y otras como él, no. ¿Cuáles son las razones que llevan a unos a caer y a otros no? Una estudiante intervino, señalando que ella no puede soportar ni siquiera el olor de las hamburguesas, pero su hijo, muy pequeño, apenas ve un Big Mac, entra casi en estado de éxtasis. Luego, se preguntó ella misma: "¿Por qué a los niños les gusta tanto McDonald´s?" Esa pregunta obtuvo muchas respuestas de tipo económico, sociológico y hasta antropológico, pero la verdad, ninguna de ellas me dejó demasiado convencido, y como tantas preguntas que han acompañado mi vida, decidí que también ésta iba a quedar sin respuesta. Sin embargo, casi por casualidad, obtuve un día una respuesta. Al cambiar de trenes en una estación, contaba con pocos minutos para beber un café, y el local abierto que quedaba más cerca era.... un McDonald´s. Decidí pues inmolarme y aventuré mis pasos hacia el prohibido altar para pedir un café, cuyo gusto, ante mi sorpresa, era bastante aceptable. De pronto vi a un niño muy pequeño, quizás como el de mi estudianta, preparándose a devorar su Big Mac. Sus ojos relampagueaban, mientras con sus dos manitas tomaba el obeso pan que contenía aquella carne molida de vacas tercermundistas y aquel queso derretido que se desparramaba como lava sobre su entusiasta rostro. No pude en ese instante sino recordar una película que mostraba los primeros momentos de la humanidad, cuando nuestros antepasados trituraban pedazos de carne, a mordiscos y zarpazos. Efectivamente: ese niño estaba regresando al comienzo de la historia, sin necesidad de caminar demasiado, pues los niños siempre la viven desde el comienzo. En ese entusiasmo orgiástico con que hundía sus narices en la profundidad más insondable del Big Mac, había casi un movimiento de liberación personal. McDonald´s proporcionaba a ese niño, en su inconfundible estilo "light", cierto reencuentro con aquella barbarie que quizás en su hogar o en su escuela estaba siendo domesticada con cuchillos, tenedores, servilletas, y todas aquellas reglas de educación que amargan la vida de todos los niños. Al fin, podía coger la carne con sus manos, como un animal de presa. Parece que el pequeño caníbal se dio cuenta de que yo lo estaba analizando "científicamente", pues cesó por un par de segundos en su banquete y me miró con gesto interrogante, para luego, con un encogimiento de hombros, volver a sumirse en la eterna noche de la humanidad, aquella hacia la cual los que presumimos de adultos (el adulto es siempre un adulterado) regresamos sólo en sueños, sin recordar nada después. Había, al fin, encontrado una de las razones por las cuales a los niños les gusta McDonald´s. No era sociológica, ni económica, ni siquiera psicológica; hundía sus raíces en los interiores de nuestra propia y reglamentada cultura. En ese momento, llegué a la conclusión que, si se quiere evitar una "macdonalización de la sociedad", es decir, que una empresa comercial global se apodere de nuestros instintos, es necesario liberar todavía muchos de aquellos espacios en que formamos tan dificultosamente nuestra identidad. Esos espacios están, muchas veces, fuera de los discursos; incluso de los habermanianos. Si ese niño, en efecto, tuviera más posibilidades en su propio ambiente para regresar de vez en cuando a su barbarie originaria, no tendría probablemente, necesidad de buscar un McDonald´s para reencontrar su libertad corporal en el acto de comer. Eso quiere decir, que los procesos de transformación cultural pueden tener mucha más incidencia en las llamadas estructuras económicas, que lo que generalmente se piensa y se acepta. Pero ellos no son siempre visibles pues transcurren en acueductos, laberintos y subterráneos; es decir, debajo de los discursos, que son al fin, producciones de la conciencia, pero también de la inconciencia, la que es tanto o más importante que la propia conciencia en la construcción de ese espacio de interacciones nebulosas al que por comodidad llamamos realidad. Bibliografía Altvater, Elmer; Mahnkopf Birgit Grenzen der Globalisierung, Westfélisches Dampfboot, Münster 1996 Habermas, Jürgen Jenseits des Nationalstaats en Beck, Ulrich, Politik der Globalisierung, Suhrkamp, Frankfurt 1998 Jenner, Gero Die arbeitslose Gesellschaft, Fischer, Frankfurt 1997 Gruppe von Lissabon Grenzen des Wettbewerbs, Bundeszentrale für politische Bildung, Bonn 1997 Ritzer, George Die Mcdonaldisierung der Gesellschaft, Fischer, Frankfurt 1995 * Por ejemplo; Jenner, Gero Die arbeitslose Gesellschaft, Fischer, Frankfurt 1997, p.203 * Ese es por ejemplo el tenor predominante de la crítica latinoamericana al neoliberalismo que, mientras más encendida y radical ha sido en las formas, menos concreta y política lo es en sus formulaciones.
https://www.alainet.org/es/articulo/104659
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