Impuesto a las transacciones especulativas
Por qué la Tasa Tobin
11/04/1999
- Opinión
Nacida en Francia a inicios del año pasado, la Acción por una Tasa a las
Transacciones Financieras para Ayudar a los Ciudadanos (ATTAC) ha logrado
articularse como una de las redes ciudadanas más dinámicas, tanto en su país
de origen como en el plano internacional, al vincular a comités nacionales
que se han creado en diversos países. Su punto de referencia es la
propuesta del economista estadounidense James Tobin, Premio Nobel de
Economía, de imponer un impuesto a las transacciones especulativas sobre los
mercados de divisas, cuyos alcances son explicitados en las líneas que
siguen.
Desde julio de 1997, mes a mes la recesión golpea a nuevos países, mientras
que los primeros afectados, como Indonesia, sucumben a una depresión
profunda de incalculables consecuencias humanas. Cada nueva recesión
nacional acentúa la disminución del crecimiento de la economía mundial y
hace pensar en la amenaza de una crisis de dimensiones planetarias. El
régimen de finanzas globalizadas, nacido de la liberalización y la
desreglamentación del flujo de capitales, tiene una responsabilidad enorme
en el avenimiento de este estado de cosas.
La retirada de capitales de inversión, atraídos por condiciones de
remuneración altas, conduce, como en México en 1995 o en Tailandia en 1997,
al derrumbe del sistema financiero y bancario nacional. Retener esos
capitales implica satisfacer sus apetitos. Así, Brasil ha tenido que elevar
las tasas de interés a 40%, incluso a 45%. Resultado: los mercados
financieros están tranquilizados y el curso de las acciones puede continuar
subiendo en las grandes Bolsas mundiales, pero, en Sao Paulo, por ejemplo,
las olas de despidos se cuentan por decenas de miles cada semana.
Una amonestación
La implantación de un tributo sobre las operaciones de cambio, llamado
impuesto Tobin, constituiría una primera medida de urgencia para impedir la
propagación del desastre social. Tendría el valor de una amonestación
dedicada a los operadores, previa a la reestructuración total del sistema
financiero internacional. En ello, su objetivo difiere totalmente de la
aplastante mayoría de proyectos de reforma propuestos hasta aquí, cuyo
objetivo es garantizar la perennidad de la liberalización y la
desreglamentación financieras, es decir, de la principal causa de los males
que sufren la economía mundial y las capas sociales más expuestas a las
crisis.
En la mayoría de casos, las medidas de reforma propuestas por el Fondo
Monetario Internacional (FMI) y el Grupo de los 7 (G7) se dirigen,
únicamente, a las llamadas economías "emergentes". A nombre de la
"transparencia" y de la "vigilancia" necesarias, pretenden acrecentar la
intervención del FMI sobre los gobiernos de los países tributarios de la
finanza internacional. Ellas se refieren a la gestión de las crisis, pero
no a su prevención, y absuelven a los fondos de inversión y a los bancos
internacionales de cualquier responsabilidad. Buscan evitar la brutalidad
de la sanción de los mercados -donde grandes pérdidas suceden a enormes
ganancias- proveyendo de mallas de seguridad a los inversionistas y
especuladores, pero en ningún caso a las poblaciones, como lo han demostrado
con espectacularidad las recientes inversiones del FMI en el sudeste
asiático.
Que se trate de fondos especulativos o de grandes bancos occidentales, los
gobiernos vigilan prioritariamente la sobrevivencia de las instituciones
demasiado grandes para quebrar ("too big to fail"). El caso más reciente es
aquel de los fondos especulativos estadounidenses LCTM, pero no se pueden
olvidar ejemplos anteriores, tales como el del Crédito Lyonnais en Francia.
El costo económico y social de esos salvatajes, soportado por los
contribuyentes o repartido entre las grandes instituciones financieras, es
perfectamente tolerado por los defensores de la finanza liberalizada, a
nombre de la necesidad de remediar el "riesgo sistémico": derrumbe del
crédito, crac financiero mundial. No obstante, el impuesto Tobin, que
afectaría tan solo a quienes especulan con las divisas, en cambio, lo
consideran intolerable, por cuanto introduciría un elemento de control de
los movimientos de capitales. Pero, justamente, se ha vuelto indispensable
esta advertencia política a los mercados.
Crecimiento, justicia social, desarrollo sustentable
Defendemos esta medida como primer paso hacia la construcción de una
economía mundial en la cual el crecimiento irá a la par de la redistribución
de ingresos y la justicia social; en la que, año tras año, los indicadores
internacionales no pondrían en evidencia la agravación de las desigualdades;
el crecimiento de la desnutrición y del hambre; la reaparición de antiguas
enfermedades o la extensión de la pandemia del Sida, que golpea hoy a los
más desprotegidos. En la cual el crecimiento, liberado especialmente de las
sangrías de las finanzas renteras, será respetuoso de las condiciones
ecológicas para un desarrollo sustentable.
La primera forma de impuesto sobre las transacciones financieras
internacionales, el impuesto Tobin sobre las operaciones de cambio, tiene
como principal objetivo contribuir a la estabilización de los movimientos de
capitales, como preludio a reformas mucho más amplias. Su implantación, aún
a una tasa inicial pequeña, no dejará de recaudar sumas considerables, que
podrían consagrarse a los objetivos de igualdad social, desarrollo
sustentable y reparación de los males más graves acarreados por las
políticas de liberalización. Apelará a la creación de estructuras políticas
internacionales de repartición y de administración de los fondos obtenidos
por esa vía.
¿Una propuesta demasiado modesta?
James Tobin ha dicho que su propuesta tiene como objetivo, simplemente,
"echar arena en los engranajes de la especulación" sobre las monedas.
Cuestionará la libertad dejada a los actuales comportamientos
desestabilizadores, al igual que a los algoritmos que permiten el cálculo de
los rendimientos, con relación a los riesgos en un futuro incierto: hoy, una
orden de cambio engendra hasta ocho operaciones inducidas, generando, por lo
mismo, un espacio desmedido e inútil a la especulación. El impuesto Tobin
reduciría la dimensión del mercado de cambios, sin paralizarlo. Actuaría a
título preventivo, al convertir ciertas operaciones especulativas en no
lucrativas, y evitaría así los ataques destructores contra las monedas.
¿Ambición modesta frente a los problemas de hoy? Digamos más bien, primer
paso de gran alcance potencial, cuyas consecuencias serían, desde ya,
importantes. Mencionemos algunas.
Mientras que la mayoría de reformas propuestas por el FMI y el G7 tan sólo
conciernen a las economías "emergentes", el impuesto Tobin abarca todas.
Comenzando por aquellas de los Estados más ricos y desarrollados, cuyas
monedas están en el centro de las finanzas mundiales y cuyas iniciativas
tienen más peso. La adopción de tal impuesto afirmaría la necesidad de
poner en marcha una reglamentación pública internacional frente a la
inestabilidad de los mercados de capitales. Que a su vez rescataría la
voluntad de los gobiernos de tener las riendas sobre los mercados
financieros en detrimento de la tendencia actual. Tal restablecimiento
supone que se impliquen las monedas de transacción de las operaciones
mundiales de cambio, principalmente el dólar.
El impuesto Tobin tiene vocación universal: integrar, a través de la
negociación, al conjunto de gobiernos del planeta en una acción coordinada
de reconstrucción de un sistema financiero y monetario estable, dando la
espalda a las peticiones de principio enunciadas en el marco estrecho y no
democrático de las cumbres del G-3, del G-7, o del G-10. Poner un impuesto
a las operaciones de cambio, llevaría a encaminar una advertencia política,
sin ambigüedades, a los principales actores económicos al afirmar que el
interés general debe predominar ante los intereses privados y las
necesidades de desarrollo sobre la especulación internacional.
Luego de 20 años de desreglamentación y de reestructuraciones capitalistas,
el poderío económico y social de los mercados de capital ha aumentado
considerablemente. Los propios neoliberales admiten que la buena marcha de
las Bolsas ha sido alimentada por una redistribución del valor agregado,
favorable a los ingresos de capital con relación a aquellos del trabajo. Y,
en todas partes, la disminución de impuestos sobre capitales ha sido
acompañada del incremento de cargas fiscales sobre los salarios. Esta
presión sobre el salario es presentada como un fenómeno mundial, inevitable,
al cual hay que someterse para no desaparecer. Al disminuir, aún
ligeramente, los ingresos de la especulación sobre las divisas, el impuesto
Tobin tendría un importante impacto político: introduciría una cuña en el
muro del fatalismo que afecta la relación de fuerzas en detrimento del
trabajo. Obviamente, este impuesto no pretende evitar las grandes crisis,
pero -si reduce la inestabilidad financiera- podría tener un efecto
preventivo y constituirse en uno de los elementos indispensables de un
dispositivo más amplio de sumisión de las finanzas a las exigencias de
justicia social y el desarrollo sostenible.
Una cuestión política y no técnica
Las dificultades de aplicación del impuesto Tobin no son técnicas sino
políticas. El único argumento invocado en su contra, por ejemplo, por el
gobierno francés, ha sido su falta de "realismo político". Lo que falta, en
verdad, es la voluntad de defender una propuesta que podría indisponer a
ciertos Estados y a ciertos intereses financieros. Entre 1979 y 1995, el
régimen actual de finanzas globalizadas ha nacido, precisamente, de
decisiones políticas. ¿A título de qué argumento, estas decisiones
diferentes no podrían corregir el balance desastroso de ese régimen?
Ciertos países "emergentes" (Chile, Colombia) ya han tomado, con éxito,
medidas coactivas -las reservas obligatorias- que, aunque limitadas,
implican impuestos para los capitales cuya entrada tendría fines puramente
especulativos. Recientemente, Malasia restableció el control de cambios
para contener los efectos financieros de la crisis económica que asola a la
región.
Para su mayor eficacia, el impuesto Tobin debe implantarse entre todos los
miembros del G-7, quienes están, en efecto, al centro del mercado de cambios
-mercado altamente concentrado- en el que no participan de manera decisiva
más de 8 o 9 países y un centenar de grandes bancos e instituciones
financieras. La creación, en Europa, de una moneda única ha hecho imposible
la especulación sobre los cambios en los países participantes. Es necesario
ahora que ejerzan la autoridad, que ese hecho les confiere, para presionar
políticamente en favor de otros países capitalistas para la imposición de
las operaciones de cambio.
Paraísos fiscales y estrategias de evasión
La implantación del impuesto Tobin exige que se ataque los paraísos
fiscales. Esta "tarea de salubridad pública" puede, entre otras
posibilidades, realizarse a través de un impuesto punitivo, tanto a la
entrada como a la salida de capitales, en esos abrigos para el fraude fiscal
y el lavado de dinero sucio. Aquí, también, la Unión Europea podría tomar,
desde ahora, medidas contra los Estados y otras entidades políticas situadas
sobre su propio territorio, o que mantienen relaciones cercanas con ella,
que sirven de refugio a los capitales especulativos y al dinero de todos los
tráficos.
Hay quienes piensan que el impuesto Tobin sería ineficiente porque los
operadores financieros podrían evadirlo. Pero, es propio a todos los
impuestos de estar confrontados a la evasión fiscal, legal o ilegal, y ello,
no obstante, nunca ha conducido a dejar de crearlos. La evasión se combate
tanto por medios reglamentarios como por medio de vigilancia de los
asalariados, de la banca y de la finanza, y de sus sindicatos. Un debate
técnico de fondo -cuyos principales datos ya son conocidos- permitiría
elaborar las medidas adecuadas para la extensión y la adaptación del
impuesto Tobin y todos los instrumentos financieros sobre el mercado de
cambio.
El trampolín de una reforma de conjunto del sistema financiero
El impuesto Tobin no es una panacea. Su campo de acción será limitado a las
operaciones en el mercado de cambios y no afectará que los movimientos
especulativos a corto, muy corto, plazo. No substituye a la imposición del
conjunto de ingresos provenientes de acciones, obligaciones y otros activos
que relevan de las finanzas públicas nacionales y que, en todas partes, es
muy favorable a los ingresos financieros.
Su interés mayor reside en su carácter internacional, en la lógica de
cooperación y no de competencia entre Estados que exige su aplicación.
Constituye un embrión de control de la especulación, aún si sólo concierne
el mercado de cambios, porque este está al centro de todas las operaciones
financieras internacionales, sobre toda clase de activos, incluidas las
inversiones a largo plazo en el extranjero. Al restituír márgenes de
autonomía a todas las políticas económicas nacionales -o comunitarias, en el
caso de la Unión Europea- auxiliará las medidas interiores de impuesto sobre
los ingresos financieros, así como la vigilancia pública de inversiones
externas. Las propuestas de reformas al régimen de cambios actual y del
sistema financiero deben hacerse desde el punto de vista de "los de abajo" y
no de los dominantes. Para beneficiar a los países y a las capas sociales
sometidas a la presión de los "mercados", ellos deberán afrontar el poderío
de las finanzas capitalistas y su libertad de acción. Pero hay que comenzar
por algo. Al respecto, una acción resuelta sobre el mercado de cambios
abriría una brecha en el fatalismo aún muy propagado en cuanto al carácter
pretendidamente "irreversible" del estado de cosas actual.
La discusión sobre el impuesto Tobin debe, ahora, salir del estrecho círculo
de los economistas, expertos, financieros, banqueros y gobernadores de
bancos centrales. Nos anima el movimiento de opinión, que empieza a surgir,
a favor de un control más estricto de los movimientos de capitales, del cual
da cuenta, entre otros, un sondeo reciente realizado en 20 países por el
periódico semanal The Economist y publicado en su número del 2 de enero de
1999: 49% de personas interrogadas declaran estar a favor de este control;
37% se pronuncian en contra y 14% no saben. Claro que sólo se trata de un
sondeo, pero, como lo señala la dirección de ese periódico, favorable a las
tesis ultraliberales, incita a reflexionar sobre los límites que hay que
imponer a los mercados de cambio y de capital. Uno de esos límites
constituye, precisamente, el impuesto Tobin. Es hora de que los gobiernos
den una respuesta, a ese movimiento de opinión, al aplicarlo.
Traducido del francés por ALAI.
https://www.alainet.org/es/articulo/104649
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