Los actuales bombardeos

11/04/1999
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Se ha formulado muchas preguntas sobre el bombardeo de la OTAN (vale decir, principalmente de los EE.UU.) en Kosovo. Se ha escrito mucho sobre el tema. Quisiera hacer algunas observaciones generales, ateniéndome a los hechos que no han sido seriamente cuestionados. Hay dos asuntos fundamentales: ¿Cuáles "normas del orden mundial" son las aceptadas y aplicables? ¿Cómo éstas u otras consideraciones se aplican en el caso de Kosovo? ¿Cuáles "normas del orden mundial" son aceptadas y aplicables? Existe un régimen de derecho internacional y de orden internacional, vigente en todos los Estados, basado en la Carta de la ONU y las subsecuentes resoluciones y decisiones de la Corte Internacional. En síntesis, la amenaza o el uso de la fuerza está prohibida a menos que sea autorizada explícitamente por el Consejo de Seguridad, una vez que éste haya determinado que los medios pacíficos han fallado, o que sea en defensa-propia contra un "ataque armado" (en un sentido estricto) hasta que intervenga el Consejo de Seguridad. Por supuesto, ello no dice todo. Existe por lo menos una tensión, sino una abierta contradicción, entre las normas del orden mundial estipuladas en la Carta de la ONU y los derechos consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DU), un segundo pilar del orden mundial establecido bajo la iniciativa de los EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial. La Carta prohibe la violación por la fuerza de la soberanía de los Estados; la DU garantiza los derechos de los individuos en contra de Estados opresivos. El asunto de la "intervención humanitaria" surge de esta tensión. Es el derecho a "la intervención humanitaria" que es reclamado por EEUU/OTAN en Kosovo, y que es generalmente apoyado por la opinión editorial y los reportes noticiosos (en el último caso, reflexivamente, incluso en la selección de la terminología). Esta cuestión es abordada en un reportaje del New York Times (27/03/99), títulado "Expertos legales respaldan caso para uso de fuerza" en Kosovo. Se ofrece un ejemplo: Allen Gerson, antiguo consejero en la misión de EEUU en la ONU. Otros dos eruditos legales son citados. Uno, Ted Galen Carpenter, "burlándose del argumento de la administración", rechaza el alegato jurídico para la intervención. El tercero es Jack Goldsmith, un especialista en derecho internacional en la Escuela de Derecho de Chicago. El dice que los críticos del bombardeo de la OTAN "tienen un argumento legal bastante bueno", pero "mucha gente piensa que [una excepción para la intervención humanitaria] existe como cuestión de costumbre y de práctica". Esto resume la evidencia ofrecida para justificar la favorable conclusión indicada en el título. La observación de Goldsmith es razonable, por lo menos si convenimos que los hechos son relevantes para la determinación de la "costumbre y de la práctica". Podemos también tener presente un verdad trillada: el derecho a la intervención humanitaria, si existe, debe presuponer la "buena fe" de quienes intervienen, y esa presunción se fundamenta, no en la retórica, sino en el récord, en su expediente de adhesión a los principios del derecho internacional, a las decisiones de la Corte Mundial y demás. Eso es de hecho una perogrullada, por lo menos con respecto a los otros. Considérese, por ejemplo, las ofertas iraníes de intervenir en Bosnia para prevenir masacres, en un momento en que Occidente no lo hubiese hecho. Fueron desestimadas como ridículas (de hecho, ignoradas); si había una razón, más allá de la subordinación al poder, era porque la "buena fe iraní" no podría ser asumida. Una persona racional se plantea entonces preguntas obvias: ¿será que el expediente iraní de intervención y terror es peor que el de los EE.UU.? Y otras preguntas, por ejemplo: ¿Cómo debemos evaluar la "buena fe" del único país que vetó una resolución del Consejo de Seguridad invitando a todos los estados a obedecer el derecho internacional? ¿Qué hay sobre su expediente histórico? A menos que tales preguntas sean prominentes en las agendas del discurso, una persona honesta las descartará por ser mero saludo a la bandera. Sería un ejercicio útil determinar cuánta literatura, de los medios de comunicación u otros, pasa la prueba de condiciones tan elementales. ¿Cómo se aplican éstas u otras consideraciones en el caso de Kosovo? Se ha producido una catástrofe humanitaria en Kosovo en el último año, atribuible en su casi totalidad a las fuerzas militares yugoslavas. Las víctimas principales han sido kosovares de origen albanés, que constituyen un 90% de la población de este territorio yugoslavo. La estimación corriente es un saldo de 2.000 muertos y centenares de millares de refugiados. En tales casos, los actores externos tienen tres opciones: (I) intentar extender la catástrofe (II) no hacer nada (III) intentar atenuar la catástrofe Las opciones son ilustradas por otros casos contemporáneos. Sigamos algunos, de una escala similar, y preguntémonos dónde cuadra Kosovo en el modelo. @STIT = Colombia En Colombia, según estimaciones del Departamento de Estado norteamericano, el nivel anual de las matanzas políticas realizadas por el gobierno y sus asociados paramilitares, está cerca del mismo nivel que en Kosovo; y el deplazamiento de refugiados, provocado sobre todo por sus atrocidades, está muy por encima del millón. Colombia fue el principal receptor en el hemisferio occidental de armas y entrenamiento de los EEUU, mientras aumentaba la violencia en los '90; y esa ayuda ahora está aumentando, bajo el pretexto de una "guerra contra las drogas" desestimado por casi todos los observadores serios. La administración de Clinton fue particularmente entusiasta en su alabanza al presidente Gaviria, cuya administración era responsable de "niveles deplorables de violencia", según las organizaciones de derechos humanos, sobrepasando incluso a sus predecesores. Los datos están disponibles. En este caso la reacción de Estados Unidos es (I): aumentar las atrocidades. Turquía Aún con un estimado muy conservador, la represión turca contra los kurdos el los años 90, cae dentro de la misma categoría que Kosovo. Llegó a su máximo al comienzo de los años 90. Un indicador es el desplazamiento de más de un millón de kurdos desde el campo hasta la capital extraoficial kurda, Diyarbakir, entre 1990 y 1994, a medida que el ejército turco devastaba el sector rural. 1994 marcó dos records: fue "el año de la mayor represión en las provincias kurdas" de Turquía, según reportó Jonathan Randall desde el lugar de los acontecimientos; y fue el año en que Turquía llegó a ser el país que más equipamento militar estadounidense importaba y por ende, el mayor comprador de armas en el mundo". Cuando los grupos de derechos humanos denunciaron el uso de aviones estadounidenses para bombardear las aldeas, el gobierno de Clinton encontró modos para evadir las leyes que imponían la suspensión de los envíos de armas, de manera similar a lo sucedido con relación a Indonesia u otros países. Colombia y Turquía explican sus atrocidades (sostenidas por EEUU), con el argumento de que están defendiendo sus países de la amenaza de guerrillas terroristas; al igual que el gobierno de Yugoslavia. De nuevo este ejemplo ilustra la opción (I): buscar una escalada de las atrocidades. Laos Cada año, miles de personas, en su mayoría niños y campesinos pobres, mueren en la Llanura de Jars, al norte de Laos, escenario de lo que, según parece, fueron los mayores bombardeos contra blancos civiles en la historia, y posiblemente los más crueles: pues, el asalto furibundo de Washington contra una sociedad de campesinos pobres tuvo poco que ver con sus guerras en la región. El peor período fue a partir de 1968, cuando Washington fue obligado a entablar negociaciones (bajo presión popular y empresarial), y puso fin a los bombardeos regulares de Viet-Nam del Norte. Kissinger-Nixon decidieron entonces desplazar los aviones hacia el bombardeo de Laos y Kampuchea. Las muertes son causadas por "bombitas", pequeñas armas antipersonales, mucho peores que cualquier mina terrestre: diseñadas específicamente para matar y mutilar, no pierden el tiempo con vehículos, edificios, etc. La Llanura fue saturada con cientos de millones de estos artefactos criminales, cuya probabilidad de no explotar es del 20 al 30 por ciento según la empresa fabricante, Honeywell. Esta cifra indica dos cosas, o bien un control de calidad sorprendentemente deficiente, o una política racional de asesinar civiles por acción retardada. Esta fue sólo una parte de la tecnología desplegada, la cual incluía misiles sofisticados para penetrar las cuevas donde las familias buscaban refugio. Anualmente los accidentes -ocasionados por las "bombitas"- se estiman desde centenares, hasta "una tasa anual total nacional de 20.000 accidentes". Lo peor: más de la mitad de ellos mortales, de acuerdo con Barry Wain, reportero en Asia del Wall Street Journal en su edición asiática. Un cálculo conservador es que la crisis de este año es, por lo menos, comparable a la de Kosovo, pues las muertes están concentradas en la niñez: más de la mitad, de acuerdo con los análisis reportados por el Comité Central Menonita. Organización que trabaja allá desde 1977 para aliviar las continuas atrocidades. Se han realizado esfuerzos para hacer conocer y resolver esta catástrofe humanitaria. El Grupo de Asesoría sobre Minas (MAG), con sede en Gran Bretaña, está tratando de despejar estos objetos letales. No obstante, "se destaca la ausencia de Estados Unidos entre el puñado de organizaciones occidentales que han seguido al MAG" -informa la prensa británica-, si bien ese país ha aceptado finalmente entrenar a algunos civiles laosianos. La prensa británica también reporta -con cierta ira- la denuncia de los especialistas de MAG, según la cual Estados Unidos se niega a proveerles de "procedimientos para rendir inofensivo (desactivar sin riesgo las bombas)", que harían "mucho más rápido y seguro" su trabajo. Estos procedimientos se mantienen como secreto de Estado, al igual que todo el asunto en los Estados Unidos. La prensa de Bangkok informa de una situación muy similar en Kampuchea, especialmente en la región oriental, donde a partir de inicios de 1969, el bombardeo estadounidense fue el más intenso. En este caso la reacción de Estados Unidos es (II): no hacer nada. Y la reacción de los medios de comunicación y comentaristas ha sido permanecer callados, en obediencia a las normas según las cuales la guerra contra Laos fue declarada una "guerra secreta" -lo que significa bien conocida pero ocultada- como fue también el caso de Kampuchea, desde marzo de 1969. El nivel de autocensura fue tan extraordinario entonces como en la fase actual. La relevancia de este espantoso ejemplo debería ser obvia, sin más comentarios. Kosovo Omitiré otros ejemplos de (I) y (II), los cuales abundan. También varias atrocidades contemporáneas mucho más serias, tales como la inmensa carnicería contra civiles iraquís, por medio de una forma particularmente perniciosa de guerra biológica: "una alternativa muy dura", comentó Madeleine Albright en la TV nacional en 1996, cuando respondió sobre su reacción frente a la muerte de medio millón de niños iraquís en cinco años, añadiendo "pero nosotros pensamos que el precio vale la pena". Se calcula que actualmente siguen muriendo 5.000 niños al mes y el precio sin embargo todavía "vale la pena". Conviene tener presentes estos y otros ejemplos cuando leemos la retórica reverencial acerca de como el "alcance moral" del gobierno de Clinton está, últimamente, funcionando debidamente, tal como lo ilustra el ejemplo de Kosovo. Precisamente, ¿qué demuestra el ejemplo? La amenaza del bombardeo de la OTAN, previsiblemete, condujo a una escalada aguda de atrocidades del ejército servio y los paramilitares y a la partida de los observadores internacionales, la cual por supuesto tuvo el mismo efecto. El Comandante general Wesley Clark, declaró que fue "enteramente pronosticable" que el terror servio y la violencia se intensificarían después de los bombardeos de la OTAN, exactamente como pasó. El terror por primera vez llegó a la ciudad capital, Pristina, y hay informes creíbles de destrucción en gran escala de aldeas, asesinatos, generación de un enorme flujo de refugiados, quizás un esfuerzo por expulsar a buena parte de la población albanesa; todas consecuencias "enteramente predecibles" de la amenaza y luego del uso de la fuerza, tal y como el general Clark correctamente observa. Kosovo es por consiguiente otra ilustración de (I): tratar de incrementar la violencia. La "intervención humanitaria" Encontrar ejemplos de (III) es demasiado fácil, al menos si nos atenemos a la retórica oficial. El principal estudio académico reciente de la "intervención humanitaria", por Sean Murphy, revisa el récord luego del pacto Kellogg-Briand de 1928, el cual prohibió la guerra, y posteriormente de la carta de la ONU, la cual fortaleció y articuló estas medidas. En la primera fase, escribe, los ejemplos más destacados de "intervención humanitaria" fueron el ataque japonés a Manchuria, la invasión de Etiopía por Mussolini y la ocupación por Hitler de parte de Checoeslovaquia. Todos fueron acompañados por una retórica humanitaria altamente elevada y justificados con hechos. Japón iba a establecer un "paraíso terrenal" al defender a los manchúes de los "bandidos chinos" con el apoyo de un líder nacionalista chino: una figura mucho más creíble que cualquiera que Estados Unidos fue capaz de encontrar durante su ataque sobre Viet-Nam del Sur. Mussolini estuvo liberando a miles de esclavos cuando emprendió la "misión civilizadora" de Occidente. Hitler anunció la intención de Alemania de terminar con las tensiones y la violencia étnicas, y de "salvaguardar la individualidad nacional de los pueblos alemán y checo" en una operación "llena de fervorosos deseos de servir los verdaderos intereses de los pueblos residentes en el área" y de acuerdo con su voluntad; el Presidente eslovaco solicitó a Hitler declarar a Eslovaquia un protectorado. Otro provechoso ejercicio intelectual es la comparación de estas justificaciones obscenas, con aquellas ofrecidas para las intervenciones, incluidas las "intervenciones humanitarias", en el período post-Carta de la ONU. En tal período, quizá el ejemplo más ilustrativo de (III) es la invasión vietnamita de Kampuchea en diciembre de 1978, para terminar con las atrocidades de Pol Pot, que llegaban a su punto culminante. Viet-Nam alegó el derecho a la autodefensa contra un ataque armado, uno de los pocos ejemplos post-Carta en que el argumento es verosimil: el régimen de los Khmer Rojos (Kampuchea Democrática, KD) llevaba a cabo ataques sanguinarios contra Viet-Nam en las áreas fronterizas. La reacción estadounidense es ilustrativa. La prensa condenó a los "prusianos de Asia" por sus desaforadas violaciones de la ley internacional. Ellos fueron severamente castigados por el crimen de haber terminado con las matanzas de Pol Pot, primero con una invasión china (con apoyo de EEUU) y luego con la imposición por EE.UU. de severas sanciones. EE.UU. reconoció al expulsado KD como el gobierno oficial de Kampuchea, a causa de su "continuidad" con el régimen de Pol Pot, según explicó el Departamento de Estado. Sin mucha sutilidad, Estados Unidos apoyó a los Khmer Rojos para continuar sus ataques en Kampuchea. El ejemplo nos dice más acerca de "la costumbre y la práctica" que sostiene "el surgimiento de normas legales para la intervención humanitaria". Desafío al orden mundial A pesar de los esfuerzos desesperados de los ideólogos para probar la cuadratura del círculo, sin duda alguna los bombardeos de la OTAN están socavando lo que queda de la frágil estructura del derecho internacional. EEUU lo expresarón claramente en las discusiones anteriores a la decisión de la OTAN. A parte de Gran Bretaña (hoy en día un actor tan independiente como lo fue Ucrania en los años pre-Gorbachov), los países de la OTAN fueron escépticos frente a la política de Estados Unidos y fueron, especialmente, incomodados por el "ruido de sables" de la Secretaria de Estado Albright (Kevin Kullen, Boston Globe, 22/02/99). Hoy, mientras más se conoce a la conflictiva región, mayor es la oposición a la insistencia de Washington en usar la fuerza, inclusive dentro de la OTAN (Grecia e Italia). Francia había llamado a una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que autorice el despliegue de las fuerzas de paz de la OTAN. Estados Unidos de plano la rechazó, insistiendo en "su posición que la OTAN debe poder actuar independientemente de las Naciones Unidas", según explicaron funcionarios del Departamento de Estado. Estados Unidos rechazó que "la palabra neurálgica 'autorizar'" apareciera en la declaración definitiva de la OTAN, repudiando la concesión de autoridad alguna a la carta de la ONU y al derecho internacional; solo la palabra "endoso" fue permitida (Jane Perlez New York Times, 11/02/99). De forma similar, el bombardeo de Irak fue una descarada expresión de desprecio por la ONU, incluso en cuanto al momento, y fue así sobrentendido. Y por supuesto, lo mismo es cierto de la destrucción de la mitad de la producción farmacéutica de un pequeño país africano pocos meses antes, en un evento que tampoco indica que el "alcance moral" esté alejándose de la virtud -para no hablar de un récord que estaría sujeto a revisión, si se considerara relevantes los hechos para determinar "lal costumbre y la práctica". Podría argumentarse, con cierta credibilidad, que una mayor destrucción de las normas del orden mundial es irrelevante, así como cuando perdió su significado hacia finales de los años 30. El menosprecio de la principal potencia por el marco del orden mundial ha llegado a ser tan extremo que no queda nada para discutir. Una revisión de los registros documentales internos demuestra que esta posición estuvo presente desde los primeros días, aún en la primera acta del recientemente formado Consejo de Seguridad en 1947. Durante el gobierno de Kennedy comenzó a ser expresada públicamente. La principal innovación de la era Reagan-Clinton está en que el desconocimiento del derecho internacional y de la Carta de la ONU llegó a ser completamente abierto. Además ha sido respaldado con interesantes explicaciones, las cuales se desplegarían en los manchetes y se destacarían en el currículo escolar y universitario, si la verdad y la honestidad fueran consideradas valores significativos. Las más altas autoridades han explicado con claridad brutal que la Corte Internacional, la ONU y otras agencias han llegado a ser irrelevantes, porque ya no acatan las ordenes estadounidenses, como lo hicieron en los primeros tiempos de la postguerra. Entonces, uno podría apoyar la posición oficial. Sería una postura honesta, por lo menos si uno se niega al juego cínico de valerse de autojustificiones y a abanderarse de los principios despreciados de la ley internacional como arma altamente selectiva contra enemigos cambiantes. Si bien el reaganismo conquistó un nuevo espacio, bajo Clinton el desafío al orden mundial ha llegado a ser tan extremo como para llamar la atención aún a los analistas políticos más halcones. En la última edición de la principal revista del "establishment", Foreign Affairs, Samuel Huntington advierte que Washington está siguiendo un curso peligroso. Ante los ojos de gran parte del mundo -probablemente de la mayoría, dice- los Estados Unidos han "llegado a ser la superpotencia bribona" y son considerados como "la principal amenaza externa para sus sociedades". Una realista "teoría de las relaciones internacionales" -argumenta Huntington- predice que pueden surgir coaliciones para contrabalancear a la superpotencia bribona. Entonces, por razones pragmáticas, la postura debería ser reconsiderada. Los estadounidenses que desean una imagen diferente de su sociedad podrían exigir una reconsideración sobre bases otras que el pragmatismo. ¿Dónde queda entonces la pregunta de qué hacer en Kosovo? La deja sin respuesta. Los Estados Unidos han escogido un curso de acción que, como lo reconoce explícitamente, incrementa las atrocidades y la violencia: "predeciblemente"; un curso de acción que además asesta otro golpe al ordenamiento internacional, que al menos ofrece a los débiles una protección limitada contra Estados depredadores. En cuanto al largo plazo, las consecuencias son impredecibles. Una observación verosímil es que "cada bomba que cae en Serbia y cada asesinato étnico en Kosovo sugiere que para los serbios y albaneses será casi imposible convivir en algún ambiente de paz" (Financial Times, 27/03/99). Algunas de las eventuales secuelas a largo plazo se vislumbran extremadamente peligrosas, como se ha comentado. Un argumento típico es que tuvimos que hacer algo: no podíamos simplemente quedar como espectadores de la continuación de las atrocidades. Ello nunca es cierto. Una opción es seguir el principio hipocrático: "Lo primero, no hacer daño". Si no encuentra la manera de adherir a ese principio elemental, entonces no haga nada. Siempre hay caminos que se pueden considerar. La diplomacia y las negociaciones nunca llegan a su fin. Traducido del inglés por ALAI
https://www.alainet.org/es/articulo/104647
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