Manifiesto

En defensa del Brasil, de la Democracia y del Trabajo

30/11/1999
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Con la presentación de un Manifiesto suscrito por personalidades, artistas, intelectuales, empresarios, líderes políticos, populares y sindicales, el pasado 18 de noviembre, en Brasilia, se realizó el lanzamiento del Movimiento en Defensa del Brasil, que se propone contrarrestar la seria amenaza que representa a su integridad el proyecto neoliberal. En razón de que los señalamientos expuestos en buena medida dan cuenta de lo que está pasando en los demás países de la región, presentamos a continuación el texto de dicho manifiesto, aunque por razones de espacio, nos hemos visto obligados a suprimir la parte final relativa al programa mínimo alternativo. Estamos completando 500 años de jornada en la historia. Como todos los pueblos, tuvimos las virtudes del trabajo y del altruismo, y los pecados de la opresión, del egoísmo y de la violencia contra los débiles. Pero prevalecieron, en la construcción de nuestro pueblo, la solidaridad y el orgullo de pertenecer a una misma Patria. La nación fue edificada con el heroísmo, el martirio, el trabajo y el sacrificio anónimo de los hombres y mujeres del pueblo. Marchando contra lo desconocido, levantamos millares de poblaciones y preservamos la identidad común que ninguna otra nación contemporánea obtuvo en tan poco tiempo y en un territorio tan extenso como el nuestro. Hablamos la misma lengua, guardamos las mismas tradiciones, creemos que el destino del hombre es construir su felicidad, y, de forma casi universal, creemos en el Estado democrático de derecho como instancia suprema de la sociedad. Derrotamos el autoritarismo, restauramos, con el pueblo en las calles, el sistema democrático y estábamos en el umbral de la construcción de una sociedad democrática y menos injusta, cuando comenzamos a perder el ímpetu de grandeza y la fuerza de la esperanza. En los últimos años, con la adhesión de un sector significativo de las élites brasileñas al engaño de un mundo sin fronteras y sin Estados, se inició la destrucción de la nacionalidad, y la expectativa de riqueza se transformó en el fantasma del desempleo y de la pobreza rondando los lares de millones de brasileños. La Nación fue sometida a una extraordinaria campaña de desaliento que, operada desde la Presidencia de la República, apuntaba a imponer a nuestro pueblo una descreencia en su capacidad de construir su propio destino. Teníamos que olvidar la epopeya de los que construyeron este país y nos integraron, con la renuncia a nuestra soberanía, en el nuevo orden del mundo: un orden de pobreza, un orden "globalizado" de la guerra, de la "competitividad" desigual, del desempleo, del endeudamiento de las naciones, de la inseguridad colectiva, de la recesión, de la violencia. Para eso era necesario renunciar al derecho a construir una nación rica y justa para su pueblo, porque el destino de los países pobres era mismo permanecer pobres. Así, nos fueron impuestas la desestructuración del Estado y la privatización como condición de "modernidad". Así fue desorganizada y desnacionalizada la infraestructura de nuestro país, concentrada en monopolios y oligopolios privados. La promesa de una nueva potencia industrial se transformó en mayor empobrecimiento. Todo con la complacencia y la sumisión de nuestras élites. Esas reformas, políticas y económicas, fueron impuestas al Brasil y al continente por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y de ellas resultó -reconocen hoy hasta la misma ONU y el Banco Mundial- el aumento del desempleo y la desigualdad social. Nuestros países están más pobres y más dependientes, nuestras sociedades más injustas y desiguales y mayor es la distancia -económica, científica, tecnológica- que nos separa de los países desarrollados. Una de las últimas y más graves amenazas para la sobrevivencia autónoma de nuestros países es el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), impuesta por los Estados Unidos al continente, y a la cual el Brasil podrá adherirse hasta el 2005, si se mantienen los compromisos asumidos por el gobierno federal. El ALCA, una vez efectivizado, incorporará al territorio de los Estados Unidos (88% del PIB de la región) los territorios de los 33 países de las Américas (12% del PIB), absorbiendo, con los territorios, la economía, la política, la autonomía, la independencia y la cultura de nuestros países, que también habrán renunciado al derecho a la soberanía y a la historia propia. El día a día de los brasileños asume aires de tragedia; las condiciones de vida, de la amplia mayoría de nuestro pueblo se tornan degradantes, con el desempleo que alcanza niveles insoportables. La irresponsabilidad de las élites, su indiferencia y pasividad frente a la miseria y la corrupción, generan el escepticismo, el desajuste social y alimentan la criminalidad y la violencia. Sobre la tragedia del neoliberalismo sobreviene el deterioro económico, político y moral del país, traducido en la conducta del gobierno de Fernando Henrique Cardoso. El Presidente de la República, aislado en un Olimpo que se desconstituye, gobierna de espaldas a los deseos de la nación, indiferente a los reclamos de la sociedad. Reiteradas denuncias de oposición anunciaron la farsa de la estabilidad de la moneda, la necesidad de modificaciones en el cambio, el deterioro de nuestra base productiva, el desempleo creciente y la sumisión del país al rentismo, a la usura y la especulación. De nada sirvió. El gobierno, ensimismado, autoritario y arrogante, continuó por la misma ruta antinacional y decidiendo la liquidación de nuestro futuro. Hasta hoy no logramos construir una democracia como verdadero régimen de presencia y participación popular, orientado a representar y atender los deseos y demandas de la ciudadanía. Se esfumaron las esperanzas democráticas que alimentábamos con la Constitución de 1988. Ella ha sido cotidianamente ignorada, incumplida y ultrajada. En lugar de presidentes de la república sometidos al imperio de la Constitución, tenemos jefes de Estado presidiendo la reforma permanente de la Constitución, buscando adaptarla a sus intereses más inmediatos y mezquinos, y a los intereses de los grupos nacionales e internacionales que dan la tónica a su gobierno. El régimen democrático ha sido objeto de restricciones y amenazas. El ejecutivo se superpone a los demás poderes, el derecho de asociación sindical y la libertad partidaria son colocados en la mira de un proyecto que busca reducir la ciudadanía y los espacios de actividad política, para finalmente eliminar el pluralismo político, partidario e ideológico, sin el cual no hay democracia representativa digna de honesta consideración. A la educación y a la cultura, institucionalizadas, está reservado un papel estratégico en el proyecto neoliberal, atándolas a los objetivos estrechos de preparación para el lugar de trabajo, haciendo que las escuelas formen a sus alumnos principalmente para el mercado de trabajo, formando el "ciudadano-cliente". Corresponderá también a esos dos instrumentos de producción y transmisión de conocimiento vehicular, desde la infancia, en la enseñanza fundamental, las ideas y propuestas que proclaman la excelencia del libre mercado y de la nueva plataforma de la globalización neoliberal. La salud pública, destruida, se muestra incapaz de asegurar la atención digna a millones de ciudadanos que vegetan pacientemente en las filas de espera. Los jubilados son tratados por el gobierno como una basura inútil que solo obstruye el "ajuste". Millones de niños en todo el país pasan hambre, están al borde de la prostitución y de la delincuencia, en el abandono de las calles, cuando no son sobre-explotados del trabajo que les roba cualquier posibilidad de futuro. Los jóvenes perdieron la esperanza y a los ancianos se les niega asistencia y seguridad eficaces. La exclusión social, agravada en el gobierno de FHC, es, sin embargo, una característica del modelo de desarrollo implantado por las élites brasileñas, desde siempre subalternas, desvinculadas de los intereses de la nación o de los derechos de su pueblo, como el cual jamás se identificarán. Él apenas la agravó. Pues, la sociedad brasileña fue construida sobre las marcas de un profundo apartheid social, de una renovada dependencia externa y de una brutal devastación del patrimonio natural. De ese proyecto FHC es fiel servidor. El Brasil consiguió, con el esfuerzo y el sacrificio de su pueblo, altos niveles de desarrollo y una industrialización que, acelerada a partir de 1930, llega hasta 1980. Mas, a pesar de las conquistas representadas por la revolución de 1930 -impulso del desarrollo político-social brasileño y base del crecimiento moderno-, nuestras élites jamás pensaron reformar nuestra estructura social, fundada en la exclusión de las masas y en la acumulación capitalista para las minorías. Así, nuestro crecimiento, la rápida y desordenada urbanización del país, su participación, aunque pasiva, en la revolución tecnológica mundial, se dieron con la profundización de esas desigualdades, el aumento del número de brasileños viviendo bajo la línea de pobreza y la ampliación de la brecha económica y social entre las regiones, amenazando la integridad federativa. O sea, los frutos de la acumulación económica fueron apropiados en una proporción escandalosamente concentrada por las élites brasileñas. Ese cuadro de miseria se agravó con el régimen militar en su opción ideológica por los intereses de las clases dominantes. En ese sentido, el golpe militar de 1964 representó la ruptura impuesta por el sistema a un régimen que alentaba la emergencia del movimiento popular y se asociaba a los esfuerzos de la sociedad brasileña buscando reducir la exclusión. Lamentablemente, la lucha contra la dictadura militar, al final derrotada por el pueblo en las calles, y la conquista de la normalidad institucional, no correspondieron a una ruptura con los factores de exclusión social, ni del dominio de las clases dirigentes que sirvieron y se sirvieron del período autoritario para aumentar su poder y su riqueza. Al contrario, la exclusión existe y se agrava. El resultado de esa política se ha revelado particularmente perverso para los trabajadores. El desempleo récord afecta cerca del 20% de la población económicamente activa en las regiones metropolitanas. Desde 1995, el país perdió millones de empleos. Crecen la concentración de renta y la exclusión social, el subempleo, la precarización de las relaciones de trabajo y el número de pobres. Después de tanto años de experimento neoliberal, Brasil ostenta índices obscenos de desigualdad social. De nuestros 160 millones de brasileños cerca del 44% sobreviven con dos dólares de renta diaria. Nada menos que el 17% de esa población por encima de los 17 años es analfabeta. Nuestra fuerza trabajadora tiene poco más de tres años de estudios escolares, contra 12 años en Asia. Según datos del Banco Mundial, en ningún otro país los 10% más ricos son tan ricos. ?Ellos se quedan con el 48% de toda la renta nacional! La exclusión afecta principalmente a los segmentos y grupos históricamente discriminados, las mujeres, los negros, los indios y los deficientes físicos, entre otros. Las mujeres sufren con la doble jornada de trabajo, los salarios rebajados y la ausencia de protección a la maternidad. Los negros, ejerciendo las mismas funciones, ganan menos de la mitad de los salarios de sus colegas blancos. Un niño negro tiene cuatro veces menos oportunidad de completar el primer grado y siete veces menos de completar el segundo grado. Pocos son los negros que llegan a la universidad. Prosigue bajo varias formas el genocidio de los pueblos indígenas, violentados culturalmente y expulsados de su hábitat. En 15 años de aparente reconstrucción democrática, retrocedimos. Ya no sufrimos más la violencia política de la dictadura militar, pero nuestra población vive aterrorizada, sea en las ciudades, sea en las zonas rurales, arrinconada por las balas de una guerra civil no declarada. Vivimos un cotidiano de muertes construyendo la banalización de la violencia. Testimoniamos, indignados e impotentes, las masacres como los de Carandiru, Corumbiara, Eldorado de Carajás, Vigário Geral y Candelária, perpetradas por agentes del Estado, los cuales, en su gran mayoría, aún permanecen impunes. No luchamos por la redemocratización para volver a ser un país exportador de productos primarios baratos e importador de bagatelas industrializadas. No luchamos para elegir directamente nuestros presidentes para que ellos prosigan en las viejas políticas de entregar nuestro ahorro interno y el dinero del contribuyente, en forma de incentivos fiscales y financiamientos públicos, a multinacionales que aquí vienen a ocupar nuestro mercado. Es preciso retomar la lucha, defender el Brasil, construir la democracia y valorar el trabajo, no solo como elemento fundamental de las relaciones de producción, sino, igualmente, como valor ético fundador de la civilización. Las reformas iniciadas en el gobierno de Collor y llevadas a cabo por FHC buscan golpear el patrimonio del público, los derechos de los trabajadores, de los servidores públicos, de los jubilados y de los pobres. La reelección, impuesta al congreso al precio conocido, al revés de las buenas costumbres políticas y de la ética, violentando toda la experiencia republicana, fue un golpe contra al democracia y camino usado para asegurar el proyecto conservador y neoliberal, que subordina los intereses nacionales a los dictámenes del nuevo orden mundial liderado por los Estados Unidos. Al servicio de ese implacable sistema internacional de dominación, está en curso una inaudita destrucción de todo lo que, en el Brasil, propiciaba las bases mínimas para la formación de un mercado nacional integrado; principalmente las bases científicas, tecnológicas e industriales construidas en más de sesenta años y que serían tan necesarias a la superación de nuestras desigualdades y al progreso del pueblo brasileño en el próximo milenio. El gobierno federal agrede lo que queda del pacto federativo, subordina a los estados a través de mecanismos de deuda, impone a las administraciones estaduales y municipales su propia política económica, controla sus rentas y quiere someterlas a las determinaciones de las agencias financieras internacionales, presionando a sus gobiernos para que no reaccionen contra el modelo económico impuesto de afuera hacia adentro, de arriba hacia abajo. El llamado "ajuste económico" no es nada más que la fórmula del Consenso de Washington, monitoreada y puesta en práctica por el FMI en la lógica del proyecto neoliberal, de más mercado y menos Estado. Los acuerdos firmados con el FMI son los más perjudiciales que el país jamás firmó. Establecen metas cuyo objetivo es generar recursos para pagar una deuda privada ilegítima y una deuda pública injusta e impagable. Para eso, el gobierno de FHC mantiene la política de altas tasas de interés, provoca recesión económica, promueve la apertura irresponsable y sin contrapartida de nuestra economía ante la competencia desigual con las grandes naciones industrializadas y agrava nuestra dependencia del capital especulativo externo. El precio de esa política antinacional ha sido el desmonte del parque productivo nacional, el desempleo a larga escala, la desnacionalización de la economía (empresas, bancos y la propia moneda), el abandono de la producción agrícola, la transferencia del patrimonio público y los fondos del seguro de los trabajadores hacia negociados privados de centenares de millones de dólares. El predominio de la especulación financiera resulta en ganancias fabulosas y concentración de riquezas, en tanto nosotros, el pueblo, millones de brasileños honestos y trabajadores, cargamos con el peso de una deuda pública de 500 millardos de reales y una deuda externa de 240 millardos de dólares. Los mismos acuerdos imponen al Brasil la prohibición de adoptar cualquier mecanismo de defensa de nuestra economía contra la competencia internacional. ?Una buena parte de los industriales brasileños, al final protesta! Lo que esos empresarios quieren es lo que la oposición viene defendiendo sin ser escuchada por el gobierno: apoyo al capital productivo y sanción al capital especulativo; más y mejores empleos para todos; carga tributaria no solo justa sino puesta al servicio del desarrollo social y humano de nuestro país. Coincidimos en la visión de que el mercado interno es nuestro mayor recurso para fomentar la producción agrícola y el desarrollo de la industria brasileña. Mas la industria ha de coincidir que nuestro mercado interno, a través de una amplia reforma agraria y una mejor distribución de la renta, puede ser mucho mayor de lo que efectivamente es. Sí, aceptamos la idea de que el mercado interno debe servir de palanca para la conquista del mercado externo, para la industria brasileña. Más la industria ha de coincidir que los empleos generados por las inversiones internas deben pagar aquí dentro salarios dignos, en un proyecto permanente de expansión cuantitativa y cualitativa de los recursos humanos brasileños. En el gobierno de FHC, Brasil viene renunciando a su soberanía y a su autonomía. Es el Pentágono quien trata de definir el papel de nuestras Fuerzas Armadas. Como no hay más el pretexto de la "amenaza soviética", se promueve un nuevo "enemigo interno", ahora en la figura del narcotráfico, estimulado por el consumo norteamericano, impune. Buscan acabar con el papel de las fuerzas Armadas como guardianas de la soberanía nacional, bajo el falso argumento de que la globalización elimina las fronteras nacionales. Pero nuestras fronteras amazónicas comienzan a ser sitiadas por el creciente número de bases militares norteamericanas, ya instaladas en Colombia y en Perú. Los Estados Unidos lideran la OTAN en su política intervencionista. Es inaceptable la propuesta norteamericana de creación de una fuerza permanente de intervención en los países de América Latina, utilizando hoy a Colombia como blanco privilegiado de esta política. Resurgen las viejas ambiciones de grandes potencias mundiales en cuanto a la soberanía sobre la Amazonia. Como es notorio, aunque también en la discreción de las conversaciones de caserna y en los límites permitidos a la disciplina y a la jerarquía, los militares se revelan insatisfechos con el papel que les tratan de imponer. Salvo honrosas excepciones, los medios de comunicación de masas se olvidan los episodios en que contribuyeron al fortalecimiento de la democracia y se prestan, hoy, al papel de defensores incondicionales de ese modelo, abdicando la vocación informativa y crítica que compete a la prensa. Discriminan a la oposición y adoptan el discurso único, unilateral, de defensa del gobierno y del sistema. El diálogo, el debate, la contrarréplica fueron suprimidos. Los diversos vehículos de nuestra gran prensa transmiten a una sola voz, reproduciendo un solo pensamiento. La voz del gobierno y el discurso monocorde del neoliberalismo. Ese cuadro, por si grave para la nacionalidad, puede profundizarse aún más si se aprueba la Enmienda Constitucional, actualmente tramitándose en el Congreso Nacional, con el apoyo de la gran prensa. La corrupción, factor de expropiación de los recursos generados por el trabajo de los brasileños, es un elemento congénito de la política de derecha en el Brasil, está presente en todos los niveles de la administración pública y recorre todos los poderes de la República, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. La corrupción que se evidencia en algunos procesos de privatización -en escala de millardos- es seguida por las viejas y tradicionales prácticas de sobrefacturación, ventas ficticias, pago por certificados, remuneración por aprobación de proyectos de ley en casi todos los gobiernos estaduales, alcaldías, asambleas legislativas y cámaras municipales de todo el país. Nada justifica la presencia de grandes y pequeños corruptos en el debate democrático. Incluso porque la falta ética hace ilegítimos el mandato electivo y la representación popular. La prueba de que regresamos a la época del saqueo y la corrupción de los tiempos coloniales esta en la historia, al final revelada, de como se realizó la privatización de Telebras. El presidente mintió a la nación cuando afirmó que no estaba interfiriendo en el proceso de licitación. Todos los hombres del presidente mienten cuando dicen que estaban estimulando la competencia en las subastas. Mienten porque quedó claro que ellos estaban, de hecho, favoreciendo un grupo de interés en perjuicio de otro. La corrupción es agravada por la impunidad y por un sistema judicial lento e injusto, al cual el pobre no tiene acceso y el hombre del pueblo no tiene sus derechos protegidos. Brasil está siendo gobernado por una élite que desde siempre traicionó a su pueblo, y se colocó al servicio de los grandes grupos económicos, nacionales, internacionales y nacionales asociados a los intereses internacionales, de los cuales nuestras clases dirigentes fueron siempre sirvientes. Nunca el presente y el futuro del Brasil estuvieron tan amenazados. Jamás sufrió nuestra soberanía las humillaciones que ahora soportamos. Vivimos momentos cruciales en nuestra historia. O los brasileños dicen basta a ese proceso de destrucción de la nación, o el propio futuro de nuestro país estará comprometido. Decididamente, ?esta es la hora de revertir todo esto! ?Necesitamos reconstruir nuestra nacionalidad! Se impone retomar los caminos abiertos por quienes lucharon -casi siempre con el riesgo de la libertad y muchas veces con el riesgo de la propia vida- por la democracia y la justicia social. Contra los poderosos intereses de banqueros, megacorporaciones transnacionales, oligarquías políticas, sobre todo contra los intereses del capital financiero que controla la economía global, nosotros, el Pueblo Brasileño, decimos ?basta! Por la lucha democrática en los lugares de trabajo y en los sindicatos, en las escuelas y en las iglesias, por la protesta en las calles, por los abajo firmantes, por la presión de los movimientos sociales sobre los poderes públicos y los medios de comunicación. Será este el primer paso para construir un gran frente nacional, popular y democrático, que levantará el país en un clamor cívico en defensa del Brasil, de la Democracia y del Trabajo, para construir la democracia, acabar con la injusticia social y la dependencia, unificando a la mayoría del país a través de una plataforma mínima, que se torne el punto de partida para aglutinar a todos los brasileños comprometidos con el proyecto de la reconstrucción nacional.
https://www.alainet.org/es/articulo/104579?language=es
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