De la Economía Moderna a una comprensión socioeconómica de los sistemas de sustento

25/08/2014
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“El estudio del lugar cambiante que ocupa la economía en la sociedad no es, pues, más que el análisis de cómo está institucionalizada la actividad económica en diferentes épocas y lugares”
Karl Polanyi, “La economía como actividad institucionalizada”
 
“Olvidándose de la historia y la diversidad cultural, estos entusiastas del egoísmo evolucionista no logran reconocer al sujeto burgués clásico en su retrato de la llamada naturaleza humana”
Marshall Sahlins, La ilusión occidental de la naturaleza humana
 
1. Presentación(*)
 
Durante el siglo XX la Economía Moderna —derivada de la teoría clásica o liberal y entendida en tanto disciplina “científica”— fue escalando posiciones en el camino de la legitimidad académica. El resultado de dicho proceso fue que se la instituyó como la teoría y técnica directiva del mundo real. De hecho, los últimos años de la pasada centuria la vieron en el clímax de su poder e influencia en brazos del Neoliberalismo, la más extremista de sus escuelas hacia la derecha. Pudo parecer a algunos que la última crisis financiera, comenzada el 2007 en Estados Unidos a raíz de la especulación hipotecaria (la llamada crisis “subprime”), la haría caer de su mullido trono. Sin embargo, pareciera que sus fieles acólitos habrían logrado hacerla pasar la tormenta de la ruina y la corrupción especulativa, y de las consecuentes impugnaciones teórico-prácticas.
 
No obstante, los reparos a la Economía Moderna datan de mucho tiempo. Es más, han surgido dentro de la propia disciplina y en la voz de connotados economistas. Pero, asimismo las observaciones críticas han venido desde fuera, a partir de otras ramas del saber sociocultural. Estas han acumulado gran cantidad de material empírico que deja en evidencia la debilidad de los supuestos económicos básicos y la pretensión de erigir a la Economía Moderna en una ciencia legalista al modo de las ciencias naturales. A la fecha se asume que toda investigación empírica seria, tiene el deber irrenunciable de contrastar su teoría con la realidad… o se supone que debería tenerlo.
 
En tal sentido, este escrito le parece a su autor una especie de deja vú, una repetida imagen de una multitud que intenta penetrar en la fortificación teórico-práctica de la moderna Economía “científica”. Reducto que sus orgullosos defensores, los ortodoxos “economistas profesionales”, suponen inexpugnable. Sin embargo, esa creencia se mantiene más por el propio autismo autocomplaciente de aquellos campeones, que por la calidad de su defensa o la propia coherencia de aquella plaza fuerte teórico-práctica.
 
Esos supuestos económicos modernos no sólo son sostenidos por los economistas más dogmáticos. A pesar de que los no tan ortodoxos y los heterodoxos puedan rechazar el mito del egoísmo individual, también se mantiene entre ellos una creencia en el estatus científico de la disciplina. Lo cual se deriva de aceptar, explícita o implícitamente, una regularidad estricta de los actos humanos. Entonces, por más que a primera vista pueda parecer una generalización demasiado ligera, sí es posible hablar de una Economía Moderna y de los economistas modernos como un cuerpo unitario de profesionales que comparten un conjunto de premisas fundamentales.
 
Aquí se expondrá una nueva-vieja crítica acerca de los supuestos económicos modernos, para luego adentrarse en la variedad de los sistemas económicos que han existido históricamente. Estos han sido y son fruto de la diversidad que posibilita la capacidad de crear cultura a gran escala, esa singular característica humana. Dentro de tal conjunto de inventos de la especie, se debe ubicar uno muy particular y de brevísima data: la Economía Moderna, cual disciplina positiva-normativa y práctica de lo que ella determina es lo económico. En tanto cuerpo académico de conocimientos, además de ser expresión sociocultural de una época y lugar, ha sido muy influyente en la conformación de una forma de vida. Es decir, como Economía normativa que dicta lo que debe ser, ha influido en la práctica de un tipo de economía descrita por la Economía positiva. Lo antedicho se complementará aquí con una especificación respecto a la falsedad de una legalidad económica, derivada de una tendencia materialista natural de los individuos y/o de su inexorable condición de maximizadores de algún tipo de “utilidad”.
 
Lo planteado en el párrafo anterior, dada la influencia actual de la Economía Moderna, no son meros preciosismos intelectuales. Si bien incumben al mundo académico, tienen igualmente decisivos efectos en la vida cotidiana de millones de personas alrededor de todo el mundo. De tal modo, un análisis crítico de la disciplina se hace necesario, sino urgente, cual asunto teórico a la vez que práctico y/o político. En este último caso, es importante su relación con los problemas y conflictos que se dan en los países del Sur Global, tanto en lo socioeconómico y político como en lo cultural e identitario.
 
2. Sustento, sociedad y cultura: economías más allá de la Economía Moderna
 
La Economía Moderna ha levantado un infranqueable muro que separa la producción, los intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios, de todas las demás actividades socioculturales. Desde esa perspectiva, se ha llegado a hablar de un quehacer y una disciplina exclusivamente económicas. Aún más, por la decisiva influencia política y académica del Liberalismo y el Neoliberalismo, la práctica de ese sistema económico sería lo adecuado en cualquier sociedad. Al tiempo que el particular cuerpo teórico de esa “ciencia” económica, sería el modo evidentemente correcto de analizar y dar pautas académicas y/o técnicas a las actividades lucrativas. Es tal el grado de perfección otorgado a la Economía Moderna, que se la ha llegado a elevar a nivel del único camino posible y eficaz de “progreso”. El cual, en su acepción de crecimiento económico, es el patrón con que a la fecha se enjuician las sociedades.
 
Fuera de ciertos matices entre las distintas perspectivas económicas modernas, los dos supuestos básicos hoy dominantes son la existencia de una naturaleza egoísta del ser humano y de un sistema generador de precios autorregulado.(1) Por su pretendida tendencia egoísta —la “racionalidad” que persigue un “beneficio marginal” mayor al “costo marginal” o la maximización de la “utilidad”— los individuos buscarían constantemente acrecentar sus ganancias monetarias, o sea, se guiarían en todo momento por su inherente afán de lucro. La expresión de esa naturaleza conformaría en el mundo real el sistema de mercado autorregulado. Éste se origina por la pugna egoísta entre quienes quieren vender lo más caro posible y quienes quieren comprar lo más barato posible. Por ese proceso el mercado autorregulado determina, de manera automática, todos los precios en todos los ámbitos de la sociedad. Y si la pugna entre los agentes del mercado no es intervenida, se fijarían los precios óptimos de cuanta mercancía existe.(2)
 
Al suponerse desde la teoría y la práctica económica moderna, que las sociedades están constituidas por diferentes mercados (trabajo, salud, autos, tierras, comida, vestido, educación, materias primas, dinero, etc.), se asume que quienes participan en ellos se guían por los precios, dado su deseo de aumentar sus beneficios y disminuir sus costos. Ese cálculo y el comportamiento consecuente —los cuales a pesar de basarse en un deseo, la Economía Moderna los calificará de “racionales”—, son el medio para que en el mercado se lleve a cabo una distribución automática y autónoma de la riqueza. Salvo en ámbitos muy específicos, las sociedades con sistema de mercado no requerirían más que de la Economía de Mercado Autorregulado. Cualquier intervención extraeconómica será una distorsión negativa de un sistema eficaz y finalmente benéfico.
 
El problema con ese simple (y en apariencia explicativo) esquema, es su carácter utópico: cuantiosa información empírica demuestra la inexistencia de una naturaleza puramente materialistaen la humanidad. Y, además, nunca antes había existido una comunidad que hubiera situado lo lucrativo, por encima del resto de las actividades colectivas. Tampoco alguna sociedad que hubiera separado lo económico de sus demás ámbitos y quehaceres. La gran mayoría de los sistemas de sustento que han existido no han sido ni lucrativos ni maximizadores. Asimismo, se puede hacer una clara distinción entre los mercados como lugares físicos donde se realizan intercambios, los cuales se encuentran en diversas culturas y épocas, y el mercado autorregulado formador de precios y rector de toda la sociedad. Este último es una especificidad occidental moderna, o sea, un invento muy reciente y singular de una tradición cultural específica.
 
Nunca ha existido la economía aislada o por sí sola. Durante la mayor parte de los aproximadamente 190 mil años del devenir del homo sapiens, ese tipo de actos han sido fenómenos socioculturales. Esto quiere decir que han estado insertos y relacionados al resto de las prácticas, creencias e ideas de las diversas comunidades históricas. Nunca separados, nunca autónomos y nunca naturales o instintivos. Todo lo cual deja en evidencia los errores y arbitrariedades teórico-prácticas de la Economía Moderna.
 
Para entender a cabalidad los fenómenos económicos —la producción, los intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios—, es necesario establecer un marco general que tenga verdaderos fundamentos empíricos. Se requiere salir de los estrechos límites impuestos por la Economía Moderna y, con mayor razón, de la aún más restringida mirada de la economía ortodoxa. Hay que dejar atrás esos arbitrarios supuestos ideológicos y sus consecuentes voluntariosas conclusiones. Se hace necesario, bien lo afirma Marshall Sahlins, abandonar “definitivamente esta concepción capitalista e individualista del objeto económico”, para adoptar una perspectiva más amplia y realista. Desde esta visión sociocultural y en verdad empírica
 
“La ‘economía’ se convierte en una categoría de la cultura más que de la conducta [atomizada], más cercana a la política y a la religión que a la racionalidad [maximizadora] o a la prudencia. Ya no se trata de actividades [aisladas] que sirvan a las necesidades individuales, sino del proceso vital esencial de la sociedad” (Sahlins 1983: 10).(3)
 
Entonces, para considerar empíricamente lo económico, se recurrirá aquí al llamado enfoque institucional o sustantivo, fruto de los esfuerzos del historiador de la economía Karl Polanyi, quien legó a la posteridad su fructífera labor acerca de las diversas formas en que los diferentes grupos humanos han logrado su sustento (Polanyi 1994. Polanyi, Arensberg y Pearson 1976. Godelier 1976).(4) La perspectiva sustantiva entiende que el sustento se consigue colectiva y organizadamente, a través de una serie de patrones socioculturales reales. De ahí la importancia que adquieren las formas de vida o la “cultura” de cada pueblo.(5) Al tomar en cuenta estos conjuntos de actos que efectivamente se llevan a cabo de modo sistemático, se entiende que Polanyi hable de “La economía como actividad institucionalizada”.(6) El sustantivismo desarrolló una mirada empírica y holística que conlleva una perspectiva multi y/o transdisciplinaria que comprende la Historia, la Antropología, la Sociología y por cierto también la Economía. Luego, cuando se sabe que cada sociedad tiene sus particulares instituciones económicas, surgidas y admitidas desde su propia especificidad cultural, se cae en cuenta de la diferencia del significado de lo económico para la Economía Moderna y los sustantivistas.(7)
 
Parecería una obviedad que el trabajo o el esfuerzo desplegado para conseguir el sustento, en cualquiera de sus formas históricas, es manifiestamente un factor de la producción. Sin embargo, el error y lo ilusorio de la postura economicista, ha sido considerarlo sólo un mero factor productivo. Se lo ha aislado de todo el resto del sistema sociocultural de las diversas comunidades, al tiempo que se han ocultado u obviado los contextos en que lo económico es ideado, toma sentido/legitimidad y se materializa.(8) La Economía Moderna elimina la ineludible condición institucionalizada de las actividades económicas. Precisamente aquella es, como plantearan Polanyi y los sustantivistas, el entramado sociocultural que le da existencia a los sistemas de sustento. De ahí que concluya el autor que los “meros agregados de las conductas personales en cuestión no bastan para producir las estructuras”. Los actos individuales serán simples excepciones a la regla mientras vivan las personas que los realizan. Si no se institucionalizan, sólo serán conductas excéntricas para el resto del grupo.(9)
 
La verdad es que a través del tiempo, el trabajo —en tanto actividad social con sus múltiples relaciones con otras partes de una cultura—, ha sido definido y apreciado según las pautas ideológicas y morales de cada grupo. Esta cualidad sociocultural de la búsqueda de sustento, no responde sencillamente al obvio hecho de que se realiza en conjunto o colectivamente.(10) Como señalan Polanyi y los sustantivistas, lo central es que lo económico está “incrustado” o “integrado” (“embedded”) en el conjunto de patrones conductuales, morales y en los significados de cada comunidad. Difícilmente la economía puede ser separada del resto de los componentes de una cultura. De llegar a estarlo, pierde sentido para quienes son portadores de dicha forma de vida, se dificulta su puesta en práctica o derechamente se imposibilita.(11)
 
Es indesmentible que en la inmensa mayoría de los casos históricos, las actividades de sustento son expresiones del funcionamiento de instituciones no económicas. En otras palabras, cuando se llevan a cabo prácticas religiosas, artísticas, rituales, políticas, recreativas, educativas, etc., se necesitará de lo económico o surgirá de aquellas lo económico. Si se ha de intentar identificar las actividades institucionalizadas de sustento con un concepto más específico —y por cierto más acorde a la realidad—, habría que hablar de sistemas socioeconómicos.
 
Durante la mayor parte de la vida de la especie humana, en general lo económico ha conformado un todo junto a lo religioso, moral, político, educativo, estético, recreativo, ideológico, etc. Las personas y grupos no se han guiado por móviles de estricto carácter económico o materiales; menos todavía por unos específicamente lucrativos. En cualquier época y lugar, las personas desenvuelven su vida cotidiana dentro de esa especie de redinterconectada de ideas y sentidos que son las culturas. Lo mismo ocurre en el caso de la producción, los intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios:
 
“Los monjes comerciaban por motivos religiosos, y los monasterios llegaron a ser los mayores establecimientos comerciales de Europa. El comercio kula de las islas Trobriand, uno de los más complicados sistemas de trueque conocidos por el hombre, tenía esencialmente un propósito estético. La economía feudal dependía en gran medida de la costumbre o la tradición. Para los kwakiutl, el principal fin de la industria parecía ser una cuestión de honor. Bajo el despotismo mercantil, la industria se planificaba a menudo para servir al poder y la gloria. Según esto, tendemos a pensar que los monjes, los melanesios occidentales, los aldeanos, los kwakiutls, o los hombres de Estado del siglo diecisiete, se guiaban respectivamente por la religión, la estética, la costumbre, el honor, o el poder político” (Polanyi 1994: 83-84).(12)
 
Al tenor de los hechos, que hoy lo económico en su estricto sentido lucrativo parezca absolutamente dominante, se debe a que las sociedades han sido transformadas en estructuras lucrativas, o sea, en sociedades de mercado. En ellas la mayoría de las actividades y/o instituciones funcionan en base al dinero o se relacionan a él; y, por tanto, el propio dinero ha terminado tomando relevancia superlativa. Se ha llegado a considerar evidente que lo que en las colectividades modernas y/o modernizadas se tiene por “económico”, sea identificado con el imperativo universal de conseguir la supervivencia. Como a la fecha en ese tipo de sociedades el sustento se obtiene por medios monetarios, las apariencias cooperan a darle un supuesto apoyo empírico a la existencia de una naturaleza humana lucrativa. El particular contexto actual y su lógica, que empuja muchas veces a un comportamiento maximizador, se confunde con que ese tipo de conducta es la inherente en el ser humano y esa lógica la evidente. El resto del trabajo lo ha hecho la propia disciplina económica moderna, la cual ha desarrollado su andamiaje teórico-metodológico desde esa y para esa particular realidad. Sea por vivir en un sistema de mercado y/o por estar educado por la Economía Moderna, se hace indudable buscar el libre mercado en otras realidades... y, de hecho, encontrarlo:
 
“Habiendo convertido el hombre la ganancia económica en su fin absoluto, pierde la capacidad para relativizarla mentalmente. Su imaginación queda encerrada en los límites de esa incapacidad” (Polanyi 1994: 62).(13)
 
Con todo, los datos antropológicos e históricos no sólo desmienten una pretendida tendencia natural y, por ende, universal, al lucro o a la acumulación material en general. Es más, en todo el mundo se pueden encontrar a través del tiempo casos de acciones despilfarradoras institucionalizadas. Las culturas de muchos grupos humanos, conllevan patrones que van en contra —o pueden influir de algún modo contra— los modernos conceptos de “economizar” o “maximizar”.
 
En la antigua Grecia las familias aristocráticas prestaban importantes y onerosos servicios públicos —construcción de templos y obras civiles o financiación de eventos públicos— bajo la forma obligatoria y meramente honorífica de la “liturgia”. En la Columbia Británica del actual Canadá, en la ceremonia del potlach, los jefes de clan kwakiutl competían entre sí por estatus destruyendo grandes cantidades de productos muy apreciados dentro del grupo. Justamente, Thorstein Veblen comparará en el siglo XIX a los jefes kwakiutl y a los potlach, con sus contemporáneos millonarios de la “clase ociosa” estadounidense y sus bailes de gala u otras prácticas de consumo ostentoso no productivo (de hecho ni siquiera lucrativas). Finalmente en Japón, desde fines del siglo XIX, las grandes empresas nativas pueden postergar sus ganancias según las conveniencias del Estado y la comunidad nacional, como una muestra de lealtad y honor. Esas mismas compañías niponas acostumbran dar empleo de por vida a sus trabajadores, lo cual desde la perspectiva occidental moderna es una práctica “irracional”: sólo causaría aumento de costos y pérdida de competitividad (Monares 2008).
 
El saber antropológico hace mucho que estableció que las sociedades no son utilitaristas, no elaboran sus culturas en pos de un “máximo posible de eficacia”. El antropólogo Ralph Linton, ya en 1936, escribía que las culturas han sido desarrolladas hasta puntos donde “la conducta no produce un incremento de eficacia proporcional al aumento del trabajo”. Incluso en el ámbito de las “herramientas y utensilios, donde serían más patentes las desventajas de semejante conducta, poseemos abundancia de ejemplos que demuestran un gasto totalmente innecesario de trabajo y materiales” (Linton 1972: 99). Según el autor, ello se refleja en una recurrente “complejidad innecesaria de la cultura”; la cual, en algunos casos, hasta puede llegar a ser perjudicial para los individuos o el grupo en cuestión. De ahí su conclusión respecto a que el ser humano “ciertamente no es un ser utilitario”.(14)
 
Se entiende así que de concebir un “sistema económico” al estricto modo de la Economía Moderna —en tanto un conjunto de conductas competitivas individuales de carácter egoísta, basadas en el deseo de ganancias monetarias y/o el temor al hambre—, se debería concluir que a través del tiempo (casi) no han existido sistemas económicos. De donde quedan al descubierto dos gruesos errores de los economistas modernos y de todos quienes se guían por sus supuestos: reducir todos los tipos de economía a patrones y motivaciones de libre mercado, y generalizar los patrones y motivaciones de libre mercado a todos los tipos de economía (Polanyi 1994). Para calibrar este error, considérese que hasta épocas muy recientes no existía —¡ni siquiera en los idiomas de los países europeos occidentales!—, “ninguna palabra que definiera la organización de las condiciones materiales de la vida”, al modo de una cuestión autónoma del resto de los aspectos socioculturales. La civilización humana tendría que esperar a que, recién en el siglo XVIII, los fisiócratas franceses anunciaran “haber descubierto la economía” (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976).
 
3. Sustento en las economías no maximizadoras: el caso de las primeras naciones americanas
 
Al comprender que las motivaciones de maximización monetaria y un sistema de mercado autorregulado son una extraña singularidad dentro de la historia humana, la reflexión acerca de la relación entre cultura y economía se desligan de los dogmas económicos modernos. Queda manifiesta, como señalan Polanyi y Arensberg, la diferencia entre la limitada mirada del economista científico y la holística de quienes aplican un análisis institucional o sustantivo; sean antropólogos, economistas o investigadores de cualquier otra disciplina sociocultural. Para el primero, los precios libres son la característica de un mercado libre y la producción para la venta a dichos precios (que varían según la oferta y la demanda) representan la peculiaridad de una economía de mercado. Mientras, para los segundos es necesario “poner en relación los detalles específicos y desarrollados de un rasgo cultural”: establecer los nexos de las “características exteriores y espectaculares” que le han dado un reconocimiento general, con “las características interiores, sus configuraciones sociales, su historia pasada y sus funciones con respecto a los hombres, la sociedad y el mantenimiento de otras instituciones” socioculturales (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976: 42).
 
Desde la visión amplia del análisis institucional o sustantivo, se requiere averiguar cómo se relaciona lo económico con el resto de la cultura. Desde ahí se deducirá, en primer lugar, si en verdad la maximización monetaria es o no una meta en una comunidad; y, de serlo, se deberá conocer en qué lugar de la jerarquía de fines grupales y personales es situada. Luego, de ser un fin apreciado, habrá que investigar qué opciones de comportamiento institucionalizado se derivan de cada forma de vida en particular para alcanzar la maximización monetaria. Suponer que la búsqueda individual y competitiva del lucro es una conducta universal, sólo es eso: un supuesto. Y, más todavía, finalmente una hipótesis falsa.(15)
 
En cuanto a lógicas e instituciones económicas diferentes de las occidentales modernas, se puede traer a colación el caso de las primeras naciones de América. Entre ellas se pueden encontrar diversos patrones de aprovechamiento del ambiente, a fin de satisfacer necesidades y deseos, diferentes de la lógica y métodos occidentales modernos. Dichas conductas institucionalizadas e integradas al resto de cada cultura, fueron desarrolladas en base a otro tipo de ideas y nociones morales. Fernando Mires expone algunas de esas formas, diferenciándolas y contraponiéndolas a la “economía del crecimiento” occidental moderna. Ésta, sobre todo en su relación con la naturaleza no humana, es en realidad una “antieconomía”. Por más que su teoría asuma la escasez en tanto principio básico, en la práctica no economizaría: funciona de acuerdo al supuesto de un mundo infinito.
 
Por el contrario, los sistemas ideológicos de muchas de las primeras naciones del continente —en específico su concepción de la naturaleza y sus relaciones ecológicas o ética ambiental—, influyen para que sus métodos de aprovechamiento del hábitat no se limiten a una mera relación productiva. Ciertamente, aquellas prácticas sirven para satisfacer de manera prioritaria sus necesidades básicas y también otras que, aunque podrían tenerse por deseos suntuarios, de ningún modo pretenden un consumo o acumulación ilimitada. Si bien por miles de años no han ignorado los deseos que van más allá de lo necesario, no los han asumido infinitos; y no han confundido el aprovechamiento de su medioambiente con explotarlo hasta su devastación. Muchos de estos pueblos, sino todos, desarrollaron relaciones con su hábitat que no se limitan al estricto sentido utilitario materialista de las sociedades modernas y/o modernizadas.(16)
 
En el específico caso de lo que en Sudamérica se denomina Andes Centrales —principalmente el área cordillerana de lo que hoy es Perú, Bolivia y el Norte de Chile— se tiene que, en general, las diversas primeras naciones de la zona elaboraron una tecnología en función de lo que podría entenderse son las bases ecológicas de su ambiente (Lechtman y Soldi 1985). Las herramientas de aprovechamiento que esos pueblos desarrollaron, además de estar adaptadas a las características de los lugares donde residían, protegían o evitaban la devastación de esas zonas al tener con ellos una relación, en términos actuales, sustentable: “una tecnología benévola, respetuosa, no violenta sino de adaptación” (Van Kessel y Condori 1992). Y cuando se habla de herramientas de aprovechamiento, se está incluyendo: su tecnología, las estrategias de uso de ella asociadas a su organización social y aspectos simbólicos o ideales. Todo ello da sustento y operatividad a la compleja red que comprende el rótulo “herramientas de aprovechamiento”.(17)
 
Entre los pastores atacameños actuales de la puna del Norte de Chile, se tiene un ejemplo de un vínculo al mismo tiempo material y mágico-religioso con la naturaleza. A través de aquel tipo de nexo las personas mediatizan el aprovechamiento de los vegetales, animales y del hábitat en sí, evitando su depredación o sobreexplotación. Y, al mismo tiempo, se reconocen dependientes de su ambiente. Lo central para sostener esa relación es su “cosmovisión” o sus concepciones fundamentales acerca del universo:
 
“...la gran mayoría de los procedimientos y técnicas de pastoreo, se solventan en un imaginario ritualístico y religioso respecto del llamo [Lama glama”], el agua, los cerros y el conjunto de espíritus que existen en el espacio pastoril. La cosmovisión es entonces, el parámetro que brinda los límites y posibilidades respecto de las prácticas y otorga justificación y/o sentido de una determinada estrategia de subsistencia” (Morales 1997: 149).(18)
 
Al contrario de las sociedades que se guían por la Economía Moderna, en general las primeras naciones americanas asumen que lo aprovechable del ambiente es finito. Pero, no es que ese enfoque los lleve a “economizar” en el sentido moderno. Lo central es que establecen un vínculo místico con la naturaleza, el cual implica su pertenencia a y/o su dependencia de aquella. Esa relación, a la vez comunitaria y personal, es la base para evitar la sobreexplotación (Morales 1997). Tampoco admiten para la naturaleza, el moderno concepto económico de “recurso”: algo hecho para su explotación. Aquella es un continente cuyo contenido —humano, animal no humano, vegetal, mineral y espiritual— conforma un sistema que mantiene la vida.
 
Entre las primeras naciones desde el Ártico a Tierra del Fuego, ha sido y es importante la armonía, el equilibrio y respeto entre todo lo existente, entre todo lo que es contenido por la naturaleza. En específico, entre los pueblos andinos se habla del “vivir bien”: “todo está conectado, interrelacionado, nada está fuera, sino por el contrario ‘todo es parte de...’; la armonía y equilibrio de uno y del todo es importante para la comunidad” (Huanacuni 2010: 15). El “vivir bien” es lo que integra lo económico al resto de la cultura para conformar un todo coherente e inseparable.(19) Se traduce en un tipo de trabajo y de tecnología que forma parte de una ideología y práctica enfocada a “Saber criar la vida”, “saber criar y dejarse criar” en un sistema de reciprocidad y complementariedad entre tres comunidades: la humana, la de wak’as (deidades locales y universales) y la de la sallqa (naturaleza silvestre). Justamente, el “agro es el templo y lugar de encuentro entre las tres comunidades que en él se reciprocan”. Es imposible entender el modo de sustento andino, sin considerar cuestiones socioculturales como las creencias mágico-religiosas y el sistema de parentesco. Es más, como lo económico no podría materializarse sin tales aspectos extra económicos, se puede hablar sin problemas de un “ritual de la producción”. En este ceremonial la “tecnología empírica” es “inseparable de los ritos religiosos” o de la “tecnología simbólica de la producción”: “El trabajo es un diálogo continuo y ritualizado con las divinidades y el medio natural, con la papa, los compañeros y la comunidad, todos comprometidos en este diálogo” (Van Kessel y Condori 1992: 66).
 
Esa forma de concebir lo económico integrado a la naturaleza o cual una parte específica de las relaciones generales entre la humanidad y los demás componentes de la naturaleza, se encuentra a través de toda América. No es una remembranza romántica del pasado, es una forma cultural vigente desde hace miles de años entre sus primeras naciones. Esta matriz ideológica común, obviamente, ha sufrido variaciones tras siglos de dominación blanca y de hecho son múltiples las dificultades que se dan para materializar en lo cotidiano el “vivir bien”. Considérese la desestructuración de las formas de vida tradicionales por imposiciones culturales, modernizaciones planificadas (de derecha o izquierda) y/o las diversas síntesis y dinámicas culturales dadas a través del tiempo.(20) Mas, en términos generales y evitando posturas idealizadoras o esencialistas, es posible afirmar que dicha matriz ideológica común se mantiene viva:
 
“Aunque con distintas denominaciones según cada lengua, contexto y forma de relación, los pueblos indígenas originarios denotan un profundo respeto por todo lo que existe, por todas las formas de existencia por debajo y por encima del suelo que pisamos. Algunos lo llamamos Madre Tierra, para los hermanos de la Amazonía será la Madre Selva, para algunos la Pachamama o para otros como los Urus que siempre han vivido sobre las aguas será la Qutamama. Todos los pueblos en su cosmovisión contemplan aspectos comunes sobre el vivir bien que podemos sintetizar en: ‘Vivir bien, es la vida en plenitud. Saber vivir en armonía y equilibrio; en armonía con los ciclos de la Madre Tierra, del cosmos, de la vida y de la historia, y en equilibrio con toda forma de existencia en permanente respeto’ ” (Huanacuni 2010: 32).
 
Efectivamente, desde la Antropología y la Etnoecología se ha establecido que el aprovechamiento del ambiente por parte de las primeras naciones americanas, conlleva un cuerpo de saberes específicos. El cual está conformado enparte importante por un “conjunto de representaciones abstractas y profundamente subjetivizadas encarnadas en los mitos”. Esas “representaciones” sintetizan las esferas ideal y material, conformando “sistemas con un enorme valor ecológico”:
 
“…las cosmologías [sic] constituyen mecanismos de autorregulación social frente a ciertos componentes o fenómenos de la naturaleza que permiten prevenir, por ejemplo, la sobreexplotación de un recurso, es decir, que operan como reacciones colectivas de carácter subjetivo” (Toledo 1990: 24).(21)
 
No es correcto caricaturizar/rebajar tales concepciones ideológicas y las costumbres derivadas, por ser expresiones de la ignorancia o retraso de los primitivos pueblos no modernos. Más allá de la mirada negativa o arrogante de las sociedades modernas y/o modernizadas respecto de esa subjetividad, los mitos o las cosmovisiones no son menos eficaces en la práctica.(22) O sea, el “corpus” que desde lo moderno se denomina mítico da lugar a una “praxis” eficiente y productiva. Ésta comprende diversas técnicas e intercambios con la naturaleza y/o en el mercado. Es más, ese aprovechamiento del ambiente se sostiene en un “complejo orden de conocimientos sobre la naturaleza” (Toledo 1990).(23)
 
Es importante hacer una última aclaración acerca de los aspectos ideológicos de las primeras naciones americanas, de las técnicas y costumbres derivadas de tales aspectos. Ellas no obedecen a la imposibilidad de acumulación o preservación de los recursos (en especial de los comestibles), ni a la incapacidad de movilizar grandes cantidades de trabajadores o a la ineficiencia de la labor de esos trabajadores. Tampoco responden, como sostenía el economista estadounidense Walt Rostow, desbordando modernidad en sus palabras, a que la “productividad estaba limitada por lo inaccesible de la ciencia moderna [de Newton], de sus aplicaciones y del marco intelectual” (Rostow 1967: 17). En Sudamérica, La organización económica del estado inca descrita por John Murra, es un contundente desmentido de ese erróneo y concurrido lugar común moderno asumido por Rostow. La tecnología “prenewtoniana” inca —lo mismo que la de muchas otras culturas andinas que les precedieron—, era capaz de producir abundantes cosechas en territorios que son muy poco propicios para la agricultura. Pues, escribe Murra, en el Perú “la costa es un verdadero desierto y los altiplanos son muy altos, secos y fríos”. De hecho, en esas agrestes zonas los esfuerzos agronómicos de la moderna tecnología posnewtoniana, han sido infructuosos o dejan mucho que desear.(24)
 
            Al contrario de lo que suele pensarse a la fecha, dada la ceguera que produce vivir en la cresta de la ola del dominio de la cultura occidental moderna, lo en realidad extravagante en la historia humana son esos patrones occidentales modernos. Así las cosas, no correspondería que los civilizados se admiren por la rareza de las costumbresde los primitivos. Todo indica que debería ser al revés... con mayor razón si se considera la Economía Moderna.
 
4. Economía Moderna: de la filosofía ilustrada a la “ciencia”(25)
 
Una vez asumida la histórica diversidad que han mostrado los sistemas de sustento o socioeconómicos —la gran mayoría de ellos no maximizadores al modo lucrativo moderno—, se presentarán ahora las peculiaridades de la conformación del modelo general impuesto a la fecha como dominante.(26) Luego, se verá cómo ese fundamento sigue vigente en una expresión que es asumida como “científica”.
 
Desde un abordaje histórico-técnico, se puede constatar que la Economía Moderna es una disciplina desarrollada a partir de la Economía Política y la Filosofía Moral del Reino Unido en los siglos XVIII y XIX; aunque no puede dejarse fuera el XVII, por ser la centuria en la cual germinaron esas ideas. La disciplina nació en aquel período y evidentemente fue fruto de las condiciones imperantes en el contexto. Representó las esperanzas de los negociantes y, de modo principal, las que arrastraba desde el siglo XVII o antes, la pequeña y mediana burguesía comercial e industrial puritana.(27) El Estado y el moribundo sistema mercantilista, eran para aquellos negociantes un estorbo en sus afanes de expansión económica y de acumulación de ganancias. Dichos grupos fueron interpretados a plenitud por las nuevas ideas a favor de la libertad de comercio, y en contra de los monopolios y de la intervención estatal.
 
La moral igualmente fue transformada para dar apoyo y legitimidad a esas propuestas. El interés propio, al ser identificado cual base del progreso y riqueza de la sociedad, quedó expurgado de cualquier rastro de pecado que aún pudiera subsistir desde la perspectiva de la vieja moral greco-medieval (compartida todavía por no pocos anglicanos tradicionalistas). Es más, en adelante la búsqueda del bienestar material individual no sólo será la conducta económica obvia, sino también la correcta. En un cambio revolucionario en la moral occidental, se impuso el “amor a sí mismo” y llegó a ser la nueva ética social dominante. Sin embargo, en un radical salto adelante (¿o hacia atrás?) en dicha revolución moral, se terminó identificando el amor propio con el “egoísmo”lucrativo y/o materialista en general. Y desde ese momento, se tendería a practicar la producción y el comercio a partir de ese principio vicioso. De esa época hasta hoy, ese giro será celebrado por las élites económicas y recibiría igualmente el beneplácito académico de los economistas clásicos y neoclásicos: de Adam Smith a Friedrich Hayek (1981), Nobel de Economía 1974, se señalará al “egoísmo” y al “individualismo”, respectivamente, como la marca evidente de civilización y progreso.
 
A esa especificidad sociocultural e histórica de la Economía Moderna, se le debe sumar una singularidad más: los intereses de la élite propietaria. A pesar de ser manifiesto que la disciplina fue marcada por un contexto particular donde se compartían ciertos objetivos, debe recordarse que únicamente por el andamiaje científico con el cual se la desarrolló y legitimó, se ha llegado a suponer que la Economía Moderna es universal. Es decir, un cuerpo teórico-práctico más allá del tiempo y de las formas de vida particulares. Además, o por eso mismo, no se la construyó siguiendo el deber ser de objetividad y neutralidad supuesto para una disciplina científica. Por el contrario, era una política económica para favorecer a Gran Bretaña en el contexto mundial y a sus grupos privilegiados en el ámbito interno. De hecho, entre otros países hoy desarrollados, aquella nación creció al alero del proteccionismo y como denunciara ya en el siglo XIX el economista Friedrich List, una vez en “la cumbre de la grandeza” arrojó “tras de sí la escala” por la cual subió a la cima económica. Las élites de Inglaterra comprendieron que no podían hacer “cosa más sensata que destruir estas escalas que han dado acceso a su grandeza” y “predicar a otras naciones las ventajas de la libertad comercial” (List 1997: 414).(28)
 
La actual “ciencia” económica sigue atada a su origen en la vieja Filosofía Política y Moral ilustrada, y a los supuestos socioculturales de la época. Adam Smith, el “padre” de la disciplina, fue un filósofo moral presbiteriano escocés quien imprimió su fe reformada o calvinista en el sistema económico que sistematizara.(29) Justamente, fundado en su piedad el autor propone el mecanismo del mercado autorregulado: la “mano invisible” es el medio providencial para dirigir los egoístas deseos utilitarios del “hombre económico”. Por dicho gobierno, de forma inconsciente o más allá de la voluntad de los individuos, se realizaría una distribución divina —automática y autónoma— de la riqueza en la sociedad. De ese modo se cumpliría el mandato de fructificar y multiplicarsedel Génesis (1, 28).(30) Sería tal la regularidad de la providencial “mano invisible” que, de no ser intervenida su acción, establecería un orden factible de ser estudiado, medido y hasta predicho. Quedaba así instituida la base que daría fundamento a la pretensión científica de la Economía Moderna: la legalidad de la conducta económica en particular y sociocultural en general.
 
La satisfacción de necesidades y deseos materiales mediante el consumo, quedó identificada con el amplio concepto de “bienestar”. Mas, este no sería exclusivamente material. Por la determinante influencia religiosa en Smith, se lo entenderá desde un punto de vista espiritual. La comodidad será el grado de felicidad posible de aspirar por la humanidad en su presente estado de pecado. Y, al mismo tiempo, un premio de la Deidad al trabajo entendido en tanto una virtuosa vía de glorificación. No obstante, por la creencia del moralista escocés en la interpretación calvinista británica de la teoría de la predestinación, lo que podría entenderse como la gracia materialista de Dios no es igual para todos: es selectiva o dual. Tocaría con el éxito y la prosperidad sólo a sus pocos elegidos, quienes se dejan guiar en sus labores productivas por el virtuoso amor a sí mismos. Mientras, la gran mayoría de condenados son dirigidos (incentivados se diría hoy) a trabajar en bien de la sociedad de dos maneras: aguzados por el miedo a morir de hambre aceptarían salarios de subsistencia y/o el egoísmo u otros vicios como la avaricia, la envidia, etc., los induciría a buscar riquezas. Los condenados son conducidos por la “mano invisible” a producir/comerciar los bienes “necesarios y convenientes para la vida” de la nación: “al perseguir su propio interés, [promueven] el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios”.(31)
 
He ahí la muy singular “investigación” de Smith “sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”, la cual más bien es un encontrar y dar por dato empírico lo que su fe le impulsaba a buscar. Conclusiones que cimentó en los supuestos de su “teoría”: el egoísmo es el más influyente y útil de los “sentimientos morales”. A través de aquel vicio el ser humano “sin pretenderlo, sin saberlo” es conducido providencialmente, por medio de sus instintos que buscan su bien individual, a cumplir la voluntad divina: la supervivencia de la mayoría de la especie y la comodidad de una minoría. En conclusión, La teoría de los sentimientos morales (1759) es fundamental e indispensable para entender La riqueza de las naciones (1776).
 
Los supuestos, lógica y problemas establecidos por el filósofo moral escocés, han configurado la estructurabásica de la Economía Moderna. Por mucho que en el interludio se hayan podido añadir más autores o que algunos de ellos no sean de la preferencia de uno u otro estudioso, la llamada “ciencia” económica desciende por línea directa del pasado clásico.(32) Más allá de los aportes o desarrollos a través del tiempo —de un período muy corto de tiempo en realidad—, la Economía Moderna ha sido una disciplina tradicionalista: ha mantenido un cuerpo unitario y ciertos énfasis teóricos. Éstos además, como ha sido expuesto, no se fundan únicamente en hechos; condición básica de una disciplina científica. Surgen de una selección subjetiva, ¡fideísta de hecho!, la cual implicará encaminar y hasta determinar la teoría por criterios extracientíficos.
 
Primero las élites de Gran Bretaña y después las de otros países, en palabras de Gunnar Myrdal, llevaron a cabo “una racionalización de los intereses y aspiraciones del medio ambiente” al cual pertenecían. Con posterioridad, la Economía Moderna fue elevada al rango de teoríacientífica: fue legitimada al desarrollarla con un lenguaje técnico-matemático y al darle un estatus académico. Y es más, al asumir el supuesto de la naturaleza económica de la humanidad, esta singular “ciencia” ha llegado a ser omnicomprensiva: sería capaz de explicar y dirigir todos los diversos ámbitos y comportamientos humanos en todo tiempo y lugar. A lo cual se arribó refinando/ampliando el supuesto del egoísmo. Con dicho paso se terminó concluyendo que cualquier elección humana sería resultado de un cálculo individual del “valor” asignado a diferentes bienes, servicios, situaciones, personas, etc. La llamada “función de utilidad” aceptaría cualquier tipo de variable y ya no sólo la lucrativa; e incluso, ni siquiera únicamente las materiales. Sea el ámbito que sea de la vida individual y social, las personas siempre estarían maximizando algún tipo de “utilidad”.(33)
 
A pesar de que como se revisó, esa pretensión de ser una disciplina absolutamente explicativa ya se encontraba entre los clásicos, los nuevos avances de los economistas ortodoxos contemporáneos les han llevado a sostener el carácter omnicomprensivo de su disciplina. La función de utilidad sirvió para fundamentar que todo cuanto hacen los humanos serían asuntos económicos. Hasta en situaciones sin relación alguna con la producción, los intercambios, la distribución, el consumo de bienes y servicios o el ahorro. De tal manera, ¡por si fuera poco!, dicha función sirve para superar la anticuada visión que limitaba la maximización económica exclusivamente en los estrechos marcos del dinero o de lo material.(34)
 
Al tiempo que la función de utilidad permitiría explicar cualquier decisión/elección humana, evidenciaría la manifiesta superioridad de la Economía científica y la invalidación del resto de las disciplinas socioculturales. Estas pierden tiempo preocupándose de cuestiones morales, históricas, religiosas, políticas y otras materias finalmente irrelevantes (las cuales, además, son expresadas de forma chapucera: sin matemáticas (35)). Sólo bastaría adicionar a la función de utilidad aquellas variables no económicas. De esta manera, la Economía Moderna unificó todo el devenir humano y todo acto individual y social. Por si alguien todavía se atrevía a dudarlo, esa sería la prueba definitiva del carácter científico de aquella. A decir de Theodore W. Schultz, Nobel de Economía 1979 y profesor de Economía de la Universidad de Chicago, no será necesario “traicionar [¡sic!] el análisis económico, recurriendo a ‘teorías’ basadas en consideraciones culturales, sociales y políticas” (Valdés 1989: 129-130). Este convencimiento ortodoxo en el carácter científico de la Economía Moderna se manifiesta en una concepción física de la humanidad, una mecánica o relación causa-efecto estricta de los actos: identificado el incentivo determinante de la conducta maximizadora, ésta podría ser provocada y por tanto predicha. Al otorgarse la Economía a sí misma certificado de “ciencia”, reduce a las personas a una versión bípeda del perro de Pavlov: es la ciencia que demuestra/describe las reacciones regulares de los humanos y, en consecuencia, esta relación causa-efecto estricta demuestra su estatus científico.
 
Mas, esa cuestionable tautología no es el único problema que presenta la “científica” función de utilidad. Esta, al no tomar en cuenta los principios que guían una decisión, el contexto en el cual se toma, las demás esferas con que se relaciona y la manera institucional en que se materializa, termina describiendo las elecciones y los actos consecuentes en sí mismos o a modo de mecanismos causa-efecto aislados o fuera de contexto. Todos los actos individuales y las instituciones sociales son reducidos a una decisión valorativa (materialista o no) y a un consiguiente efecto conductual utilitario (materialista o no) que se matematiza. Todo acto sería inexorablemente “racional”, ya que también lo serían los actos “irracionales” (McKinnon 2012). Al final no habría ninguno que no pudiera ser convertido o no fuera en el fondo “racional”, es decir, egoísta o maximizador. Se cae así con la función de utilidad en una generalización tan amplia, cuando no en una abierta deformación de la realidad, que termina prestando un flaco servicio teórico-práctico.
 
El antropólogo Marshall Sahlins (1983) y Karl Polanyi (1994) grafican ese error al tratar ciertos intercambios materiales en las sociedades tribales. Al asumir como principio básico que se maximizan utilidades, por el hecho de que se intercambian bienes, se pasa por alto el contexto y la finalidad social del fenómeno. Más todavía, señala Sahlins, se pierde de vista el que dichas transacciones “no aumentan en lo más mínimo la reserva de objetos de consumo”. Es más, si tales intercambios fueran económicos en sentido occidental moderno, obstaculizarían en buena medida e incluso de manera grave la cotidianidad y hasta la cohesión de una sociedad “que tiene sus puntos de referencia fuera de la esfera económica” (Polanyi 1994). Ciertamente son intercambios materiales, pero no son intercambios económicos. Situación identificable tanto en las sociedades tribales, como asimismo entre las modernas y/o modernizadas:
 
“Podríamos decir que las personas maximizan el valor social, pero eso significaría situar erróneamente el determinante de la transacción, no especificar las circunstancias que producen diferentes productos materiales en circunstancias históricas diferentes, aferrarse a las premisas de la economía de mercado asignando falsamente cualidades de tipo pecuniario a las cualidades sociales (...) El interés de esas transacciones reside precisamente en que no proporcionan un aprovisionamiento material y en que no se basan en la satisfacción de las necesidades materiales de los seres humanos” (Sahlins 1983: 205).
 
Ese error de asignar “falsamente cualidades de tipo pecuniario a las cualidades sociales”, con mayor razón sucede cuando se asume que en cualquier elección se están maximizando utilidades. Incluso, que se están maximizando cuestiones sociales, como pudiera ser el caso del prestigio. Sería algo así como llevar la caja registradora y su lógica de cálculo “racional” a todos los ámbitos sociales de intercambio material y, finalmente, a todo tipo de elección... Porque siempre se estaría maximizando una utilidad. En otras palabras, con la función de utilidad se fija la atención exclusivamente en el hecho en sí. Lo cual invisibiliza los propósitos, lógica, motivaciones y las instituciones relacionadas a una decisión que sería inexorablemente fruto de un cálculo costo-beneficio. Sea esa decisión la de producir bienes, intercambiarlos o cualquier otro asunto no económico.(36)
 
Hasta circunscribiéndose a cuestiones económicas se puede constatar, al acudir a los datos históricos, la existencia de diversos sistemas de sustento donde tampoco se elige “racionalmente”: “La costumbre y la tradición, por lo general, eliminan” la opción maximizadora. Es más, si llegara a darse una situación de elección, “ésta no tendría por qué estar provocada por los efectos limitadores de ninguna ‘escasez’ de medios” (Polanyi 1994: 99). Los datos dejan en evidencia que el cálculo costo-beneficio es una opción, no una cuestión ineludible dada una naturaleza humana “racional” fija y universal. Debe recordarse que la escasez se “construye” socialmente, no sólo por la caracterización que un pueblo haga de los bienes y servicios, y por la necesidad o deseo que se derive de ello (determinando la existencia o no de escasez de tales bienes y servicios). Sino por una cuestión mucho más sencilla: a través de la historia humana diversos pueblos no han asumido la infinitud de los deseos, al punto de procurar inhibir cuando no castigar institucionalmente esa posibilidad.(37)
 
Ahora bien, se puede aceptar el ejercicio mental omnicomprensivo al cual da lugar la función de utilidad, pero bajo una condición: si sólo se quiere describir una merarelación causa-efecto. Debe tenerse claro que aquella perspectiva no da fruto alguno si de lo que se trata se de explicar o comprender un fenómeno a fondo o en contexto.(38) En otras palabras, no es posible dar cuenta de por qué un fenómeno se realiza de una manera dada y por ende con qué ámbitos, instituciones, valores e ideas se relaciona para fundamentarse, legitimarse y materializarse. Ni tampoco a qué lógica responde y qué significados le dan los grupos y sociedades que lo llevan a cabo. Esa descripción de un cálculo de valor de utilidad, no permite acceder al entendimiento de los fenómenos socioculturales: no da pista alguna respecto a “por qué ocurren, cuáles son sus factores determinantes, de dónde proceden, cómo se transforman”; ni tampoco da luces acerca de la “interdependencia de los factores” que generan el hecho en cuestión (Ander-Egg 1995: 63). Así por ejemplo, la mecánica de los incentivos/desincentivos, tan fundamental y explicativa para los economistas modernos, no existe en sí misma. La cultura es la que entrega los significados a ciertas cuestiones/situaciones para ser un incentivo o un desincentivo. Y lo serán o no, además, dependiendo de sus relaciones con otros aspectos culturales o de si son parte de alguna institución.(39)
 
La determinación a priori de un cálculo de valor como premisa (pseudo)explicativa, puede llevar a un total oscurecimiento de lo estudiado; y hasta a apreciaciones totalmente equivocadas, al cimentarse en lo que el observador ¾externo, poco informado o dogmático¾ cree que está sucediendo. Se terminarán homologando patrones o instituciones por coincidencias formales: cuestiones en apariencia similares, terminarán siendo catalogadas como lo mismo. Como bien señala Susan McKinnon, en el “reino de la cultura” se sabe que “la misma causa puede tener diferentes efectos” y “que el mismo efecto puede tener causas diferentes”. El motivo es sencillo: “efectos culturales que pueden parecer similares se han constituido a través de conjuntos de significados muy diferentes”. Así, “un efecto que parece ‘objetivamente’ el mismo”, cuando se procede a su análisis en profundidad y no a una mera descripción formal, se podrá ver que “tiene causas y significados muy diferentes, y por lo tanto constituye, de hecho, una diversidad de fenómenos muy distintos” (McKinnon 2012: 121 y 122). Es evidente la diferencia entre una descripción superficial y desinformada, y una investigación profunda que podrá dar cuenta del error de considerar similitudes formales para homologar fenómenos e instituciones socioculturales. La mala ciencia, al asumir a priori la validez universal de los propios supuestos, terminará encontrando en otras culturas y contextos lo que busca: lo propio. Y esas expresiones ajenas (más allá de su rareza), no afectarían la supuesta validez y significación universal de la cultura del investigador. Este termina cometiendo dos acciones reprochables y en dos campos diferentes: en lo científico hace mala ciencia y en lo político impone su cultura.(40)
 
En el ámbito socioeconómico, esa desacertada homologación de patrones por meras formalidades exteriores, se puede ejemplificar en la preparación y transporte del ch’uñu (papa deshidratada) en Andes Centrales. El alimento y la bebida recibida por quienes ayudan en las actividades relacionadas al ch’uñu, es parte del ayni u obligaciones recíprocas de la familia extensa y/o comunidad andina (Van Kessel y Condori 1992). No obstante, desde la mirada de la Economía Moderna aquellos alimentos y bebidas se convertirán en lo obvio para esa disciplina: salario... Y como el economista “científico” verá en los víveres una especie de “dinero”, terminará encontrando el resto de la tríada ortodoxa: “comercio” de trabajo y un “mercado” o mecanismo “oferta-demanda-precios” (Polanyi 1994).(41) Estos desaciertos se pueden ejemplificar igualmente en otros casos no “étnicos”: una persona le pide a un amigo que repare su computadora y terminada la tarea le invita unos tragos en un bar. Esto tampoco podrá ser comprendido con el modelo de mercado, donde se asumen una serie de condiciones que no se dan en el también moderno y occidental caso expuesto: no hay oferta competitiva de servicios, ni comparación maximizadora de opciones por el demandante, no hay relaciones contractuales en cuanto a la prestación y su precio, ni hay regateo en torno a éste, ni precios preestablecidos por tipo de prestación, tampoco existe pago ni la regla de que ese desembolso sea exclusivamente en dinero.
 
Vistos los antecedentes, se podrá entender que acierta plenamente Marshall Sahlins (1983) cuando habla de la Economía científica o formal, en tanto una “encarnación de la sabiduría de las categorías burguesas”. Se está ante un específico desarrollo cultural occidental moderno que, al derivar de una interpretación en extremo pesimista del pecado original, llegó a concebir a la humanidad como irremediablemente egoísta o maximizadora. He ahí el cimiento de la explicación “científica” de cualquier acto en cualquier lugar y época. Es efectivo que la disciplina “se desarrolla puertas adentro como una ideología y puertas afuera como un etnocentrismo(42)”: una pretensión de hacer pasar por teoría científica los intereses de las élites y un (pre)juicio en base a categorías occidentales modernas de las culturas de otros pueblos. Por consiguiente, no dejan de ser lógicas y pertinentes las advertencias, o recordatorios, de Sahlins (1983): el “Hombre Económico es una invención burguesa” y la “economía de mercado” es “en todo momento una trampa ideológica de la cual debe escapar la economía antropológica” o, lo que es lo mismo, la Socioeconomía. Trampa que incluye un asunto ético no menor: la instalación del egoísmo o la maximización como práctica y criterio normal a nivel individual y social. Este proyecto pro vicio es legitimado por la “ciencia”, a pesar de ser muy cuestionable y en ningún caso inherente a la especie:
 
“Para la mayor parte de la humanidad el interés personal tal como lo conocemos [en Economía Moderna] es antinatural en el sentido normativo: se considera locura, brujería o base para el ostracismo, la ejecución o, como mínimo, la terapia (...) esa avaricia suele verse como una pérdida de humanidad (...) el concepto inherentemente occidental de la naturaleza animal del hombre como algo regido por el interés propio resulta una ilusión de proporciones antropológicas a escala mundial” (Sahlins 2011: 67).(43)
 
Desde el reduccionismo de la perspectiva “científica”, el modelo termina suplantando a la realidad. Se confunde validez (del modelo o los supuestos) con verdad, y se termina reemplazando a esta última por la primera. En consecuencia, podría decirse que la función de utilidad, cual pretendida prueba definitiva del estatus científico de la Economía Moderna es, a lo más, una especie de victoria pírrica de la “ciencia” económica. Con todo, en ocasiones sí es posible predecir guiados por un sustento falso... Mas, ello sólo dejaría conforme a una investigación de un mediocre pragmatismo; no a una de carácter realmente científico.(44)
 
Todo indica que ese es un camino de desorientación y error, no sólo por consideraciones de calidad de la investigación científica, sino por cuestiones como la imposición cultural y/o de (ir)realidades. Larga experiencia tienen en ello las naciones y pueblos colonizados o neocolonizados, y los grupos subalternos de cualquier país. Por otro lado, en el caso de la planificación y aplicación de políticas públicas, al impedir el reduccionismo económico moderno una acertada comprensión de los fenómenos socioculturales, a su vez entrega una débil base científica para la aplicación de la teoría en forma de política económica o proyectos de desarrollo. Aunque, tal vez, precisamente sirve para justificar ajustes, políticas de choque, liberalizaciones a ultranza e incluso la corrupción.(45)
 
5. Acerca de las leyes económicas
 
Llegados a este punto, se quiere ahora despejar del todo la errónea creencia de que existen leyes económicas. En realidad, el punto de fondo es la inexistencia de una legalidad en cualquier ámbito de la vida sociocultural. De hecho, la adscripción de la Economía Moderna al modelo científico legalista de la Física, fundándose en la regularidad de la naturaleza humana egoísta o maximizadora, de por sí implicará la negación de parte de la realidad y/o la homologación de toda la realidad a una sola variable arquetípica.(46)
 
Se debe empezar por recalcar esa definición unidimensional del ser humano realizada desde la Economía Moderna. Al caracterizarlo en tanto un mero “hombre económico”, se lo tiene por puramente maximizador y se limita, cuando no se elimina al extremo toda la diversidad ideológica, simbólica y conductual de la vida en comunidad. En otras palabras, se atribuyen “cualidades naturales, no conscientes y automáticas a lo que por lo demás es un proceso social, sumamente consciente y mediado culturalmente” (McKinnon 2012: 127).(47) Sólo una variable determinaría/explicaría el fundamento de las expectativas, motivaciones, razonamientos, creencias y significados de los actos individuales y sociales. Se debe tener en cuenta que en las sociedades modernas y/o modernizadas imperan ideas, comportamientos y una moral acordes a la búsqueda individual y egoísta de lucro. Por consiguiente, no es en absoluto extraño para un observador desprevenido o para quien se guía simplemente por su sentido común, creer comprobar la veracidad de la “racionalidad económica” en dichas sociedades lucrativas. Cuando las personas actúan según el contexto sociocultural maximizador, no faltará quien concluya que en verdad son hombres económicos siendo dirigidos o determinados por leyes económicas.
 
Desde las apariencias surgidas por la unidimensionalidad de la Economía Moderna, de lo que en forma muy descriptiva Marshall Sahlins (1983) llama su “antropología ingenua”, se puede entender que no falta quien caiga seducido por su sencillez y su supuesta gran capacidad explicativa. O, en palabras de John Maynard Keynes, sean convencidos por su “hipótesis incompleta introducida en aras de la simplicidad”. Paradójicamente, una ideología hace verosímil una “ciencia”.(48)
 
Con todo, desde la propia Física —la “madre” de las ciencias modernas— se puede poner en cuestión a la Economía Moderna, por su discutible enfoque “científico” o derechamente pseudocientífico. El físico Igor Saavedra expone los serios problemas de predicción en dicha disciplina. En una cuestión reñida con lo tenido por “ciencia” en el mundo moderno y/o modernizado, aquella hace variar el sistema social intervenido. Cuando a partir de la Economía antes se construyó un tipo de sociedad, una “sociedad de mercado” específicamente, ocurrirá lo esperado por la teoría al aplicar su esquema técnico, experimentar o medir. La disciplina carga de forma inherente un sesgo tautológico. Al ser una profecía auto-cumplida, escribe Saavedra, “en rigor no podría considerarse la economía como una ciencia”:
 
“Cuando el objeto de estudio es un sistema social, parece fácil que ocurra que al tratar de verificar las predicciones de una teoría se influya necesariamente sobre el sistema, y lo modifica de manera tal que el único resultado posible del experimento sea justamente el que predice la teoría (...) la sociedad sobre la cual realiza mediciones destinadas a verificar las predicciones de la teoría, no es ya más la sociedad original, sino otra, en la que impuso que se cumpliera justamente lo que se está tratando de medir” (Saavedra 1977: 76).
 
En un país neoliberal como Chile, donde se privilegia la persecución individual de ganancias monetarias y fue organizado por las élites a partir del principio de maximización pecuniaria, por supuesto que variaciones de las tasas de interés o de los precios de los bienes y servicios pudieran provocar respuestas económicas lucrativas en no pocos trabajadores, ahorrantes y consumidores. Efectivamente, en una sociedad de ese estilo, hasta el matrimonio o el número de hijos pudieran ser objeto de cálculo monetario. Mas, no por una supuesta “racionalidad económica” natural de las personas; sino por las condiciones del contexto sociocultural, las cuales hacen dura la vida a gran parte de los habitantes de la nación. Recuérdese que en Chile se han mercantilizado todos los bienes y servicios a elevados precios, se ha restringido el acceso a los recursos para la mayoría de la población por sus bajísimos sueldos y por el escaso o nulo apoyo estatal.(49)
 
He ahí las bases para entender la síntesis utilitaria o de mercado en el país y su posible uso para validar una legalidad económica. Por un lado, la ética lucrativa dominante prioriza la riqueza y el estatus ligado a ella; junto a lo cual coexiste una búsqueda de seguridad material, en una sociedad donde paradójicamente prima la inseguridad material. El fondo del asunto es que cualquier posible cálculo maximizador de dinero está incentivado por un contexto social, político, moral o ideológico que ensalza las ganancias. O, a su vez, la preocupación materialista o por la supervivencia, está incentivada por las precarias condiciones económicas de gran parte de la población. Se insiste en que lo central para analizar las acciones económicas es el contexto sociocultural donde ellas se llevan a cabo. Es dicho escenario el que entrega el marco institucional indispensable —lógica, significados, normas, instrumentos, ocasiones, situaciones, participantes e incentivos—, para que tales acciones económicas puedan ser primero concebidas, luego legitimadas y finalmente realizadas. Por ello los actos de sustento, además de por realizarse en sociedad, son en realidad actos socioeconómicos. No son una cuestión individual determinada por una naturaleza humana egoísta o maximizadora.(50)
 
Es más, si pudiera ser verdadero el mito/hipótesis/simplificación del “hombre económico”, no podría existir sino en una sociedad donde estuvieran institucionalizados socioculturalmente el individualismo, el afán de lucro y un sistema de mercado autorregulado... O en una sociedad de economistas, sean ellos sujetos “más egoístas por naturaleza” atraídos por la disciplina o porque “la economía ayuda a formar a los individuos, haciéndolos más egoístas”.(51) Limitar toda acción social a la acción individual y concluir que la sociedad no existe, como alguna vez dijera con inusitada desfachatez Margaret Thatcher, no resiste análisis. Aunque la sociedad fuera una mera suma de individuos atomizados —y ciertamente no lo es—, se requerirían pautas e instituciones socioculturales y las personas se interrelacionarían con ellas o se desenvolverían de todas maneras en ese espacio social.
 
Desde los hechos socioculturales, es posible rechazar la propuesta económica moderna de una tendencia intrínseca o natural a maximizar utilidades... utilidades del tipo que sean. La consideración de la realidad también coopera a dejar de lado la concepción general de una tendencia materialista innata en la humanidad. Todo lo cual echa por la borda la posibilidad de sostener la existencia de una legalidad económica estricta. Considérense algunos casos de diferentes épocas, zonas y culturas.(52) Marshall Sahlins (1983) da cuenta del característico desapego que en general muestran las sociedades cazadoras-recolectoras de todo el mundo, respecto a sus bienes materiales y hasta de lo esencial para la subsistencia: llega a sentirse tentado a decir que el cazador es un “hombre antieconómico”. En el Próximo Oriente de la Antigüedad, existieron prósperos enclaves comerciales costeros cercanos a pueblos del interior y ni esos vecinos ni los grandes imperios mesopotámicos, ni el Egipto prehelénico o el Imperio hitita de Asia Menor hicieron esfuerzo alguno por conquistarlos para adueñarse de sus redes comerciales. Por su parte, en la Roma antigua la expansión territorial no respondía a expectativas de lucro: no se pueden identificar guerras comerciales o imperialismo comercial y tampoco quedan en evidencia la defensa ni la promoción de los intereses de los mercaderes en las decisiones políticas de las élites gobernantes. Y, en la Sudamérica actual, dentro de los grupos de nativos achuar del Ecuador coexisten poblaciones establecidas en dos zonas diferentes: una más rica en recursos que la otra. Aun siendo los achuar un pueblo guerrero, los grupos ubicados en la zona más pobre nunca han tenido la intención de conquistar el espacio ecológico de los otros o siquiera de emigrar hacia allí (Monares 2008).
 
Frente a las posibles objeciones que se pudieran hacer a los ejemplos anteriores, sea por su larga data o por no corresponder a población moderna y/o modernizada, tómense en cuenta los siguientes casos. En la ciudad argentina de Rosario, escribe Howard Richards, a fines del siglo pasado los abonados a la red de gas aceptaron pagar un 10% más en sus cuentas, a objeto de que ese dinero fuera usado para ampliar el servicio a barrios pobres. En la misma ciudad, los contribuyentes que por sus ingresos no se atienden en los consultorios gratuitos, son quienes más aportan con sus impuestos al sistema público de salud que atiende población pobre y votan en su mayoría por la coalición política que les impone dichos tributos. Finalmente, un hecho ocurrido en Chile durante la dictadura de Pinochet: el modernizado empresariado neoliberal que le era afín, nunca puso su publicidad en los medios escritos de oposición democrática; a pesar de que su gran tiraje y cantidad de lectores lo hacían “racional” desde la perspectiva lucrativa.
 
Lo central en una investigación económica empírica y fructífera, es tener en cuenta el carácter socioeconómico de los sistemas de sustento. Empezar por determinar correctamente el contexto sociocultural, sus instituciones y cómo se relacionan entre ellas. A nada conduce buscar por doquier una supuesta naturaleza humana; sería como volver a la deducción esencialista que llevó a explicar la caída de las piedras dada su naturaleza pesada. Ese tipo de generalización no da cuenta de la real existencia de leyes de la conducta. En cambio, deja al descubierto una mediocre capacidad de observación y análisis, fruto de una carencia grave o total de conocimientos socioculturales e históricos. Lo cual, asimismo, está influido por la falta de una sólida formación en los propios fundamentos económicos y científicos. Ante esa incapacidad de relacionar los principios de un método con los errores e insuficiencias del mismo, se continuará con su aplicación indiscriminada. A lo más, se emprenderán arreglos menores o se lo refinará en términos formales... por ejemplo, agregando matemática a la misma lógica.(53)
 
Más allá del rol básico del dinero para la supervivencia en una sociedad inserta en la economía de libre mercado, cuando se analizan los actos de sus miembros se verifica el hecho de que en un contexto lucrativo, es obvio que la maximización será una cuestión relevante. Y esa “racionalidad económica” para nada es algo inherente al género humano o un asunto de estricta legalidad de los actos. Sencillamente, se corroboran las específicascondiciones socioculturales lucrativas que influyen, incentivan, hacen conveniente u obligan a perseguir la maximización de los beneficios. Según el grupo específico de ingresos al cual se pertenezca, ello se hace para acumular riqueza o sólo para asegurar la subsistencia. Eso es lo frecuentemente olvidado por los economistas “científicos”, cuando usan una “representación idealizada” de la realidad y asumen que “es una simplificación especialmente fructífera”. Aunque algunos de ellos acepten que es “fácil burlarse” del “cuento” del “Homo economicus”, generalmente sucede que los modelos simplificados terminan reemplazando a la compleja realidad. Y, ya se advirtió, se termine confundiendo validez con verdad e incluso se pueda predecir correctamente con premisas falsas.(54)
 
La acumulación y análisis académico de datos empíricos, muestra con claridad la influencia sociocultural en los actos sustentadores: están institucionalizados.(55) Estos actos económicos son guiados por patrones y condiciones del contexto o socioculturales, no están predeterminadas ni responden a una estructura mecánica ni a una regularidad estricta e inexorable. Los actos humanos, cualquiera sea el ámbito sociocultural del que se trate, no obedecen a leyes ineludibles del tipo con las cuales trabajan las ciencias naturales:
 
“...hay leyes y leyes. Hay leyes científicas, que enuncian las relaciones invariables entre los fenómenos, hay leyes jurídicas, que indican cómo deben comportarse los hombres, y hay leyes que ni son jurídicas ni totalmente científicas, aunque pertenecen sin duda a idéntica categoría que estas últimas. Tales leyes no enuncian relaciones invariables ni prescriben una conducta, sino que describen cómo tienden a comportarse en general ciertos grupos de hombres, dadas ciertas condiciones históricas y jurídicas, y cuando están influidos por ciertas convenciones e ideas” (Tawney 1945: 56-57).
 
Generar en las disciplinas socioculturales, de las cuales forma parte la Economía Moderna, la capacidad de establecer generalizaciones con un alto grado de rigurosidad y no leyes estrictas al modo de las ciencias naturales, de ninguna manera supone rebajar a aquellas ramas del saber ni a sus teorías o a los conocimientos a que han dado lugar. Simplemente, es aceptar la adecuación entre la naturaleza de lo estudiado y la naturaleza de los métodos para hacerlo. En este caso, la libertad humana y los medios para conocer sus instituciones socioculturales. Cuestión para nada novedosa en Occidente: Aristóteles lo había propuesto en la Grecia clásica y su influencia siguió vigente en el medioevo. Será la Modernidad la que deseche ese punto de vista y lo relegue al olvido.(56)
 
6. Economía Moderna y cultura
 
A estas alturas se debe entender que la Economía Moderna, en tanto “filosofía de la avaricia” o “espíritu del capitalismo” moderno que identificara Max Weber, es algo aún más amplio que un imperativo ético o un deber ser. Si se aborda a la Economía Moderna desde la Antropología, hay que remitirse al concepto antes nombrado de “cultura”. Entonces, por elemental que parezca, lo primero a internalizar es que la disciplina y práctica económica moderna es resultado de un proceso cultural. Es una creación humana desarrollada en cierta sociedad y en una época determinada. Esta cuestión básica es ignorada o negada desde las ortodoxas posiciones tecnocráticas, las cuales no tienen sentido alguno de la historia ni de la dinámica sociocultural. De hecho, como antes se vio con el paradigmático caso de Theodore W. Schultz (Nobel de Economía 1979 y profesor de Economía de la Universidad de Chicago), ni siquiera desean tenerlo. Para quienes asumen esa cuestionable perspectiva, la Economía es indudablemente parte de la “ciencia”. Sin mayores argumentos empíricos y con una postura desenfadadamente ideológica (en el peor sentido del término), a partir del supuesto de una naturaleza humana maximizadora afirman que ella es inherente a las sociedades modernas y/o modernizadas... ¡y hasta a la humanidad toda!
 
Pero, el hecho de concebir a la disciplina cual “ciencia” —supuestamente objetiva y neutral, al no estar relacionada a ningún contexto extracientífico—, implica de igual modo una concepción cultural desarrollada en el tiempo. Cada idea y actividad humana inventada corresponde a un fenómeno sociocultural: ¡esa es una cuestión absolutamente inexorable! Por mucho voluntarismo que se ponga en ignorarlo o sostener lo contrario, es imposible que sea de otra manera. Es evidente, y sobre todo, inevitable la especificidad cultural e histórica de la Economía Moderna. No tiene asidero pretender que una supuesta “ ‘ciencia buena’ funcione fuera de la cultura y sin referencia a las categorías culturales, mientras que la ‘ciencia mala’ no hace lo propio” (McKinnon 2012). Esa fantasiosa pretensión de la “ciencia” económica de estar más allá de la cultura y la historia, en realidad no es más que “ciencia mala”.(57)
 
Es manifiesto el carácter histórico-cultural singular de la Economía Moderna. Su pretendida universalidad, apoyada en su supuesto carácter “científico” y su progresiva expansión sobre la base de presiones y de las armas, no implica que en realidad sea universal al ser expresión de la verdadera naturaleza humana. Y, por tanto, tampoco existe ni la más remota posibilidad de que las culturas no modernas y sus respectivas formas de procurarse el sustento, sean meras etapas incompletas y/o previas en una única línea de evolución de la especie hacia la superior Economía Moderna. Los datos desechan la opción de un evolucionismo rígido hacia la cúspide ocupada por el sistema occidental moderno: América presenta ejemplos entre grupos con organizaciones sociopolíticas y económicas distintas de “‘infraestructuras’ diferentes, ‘superestructura’ idéntica” e “‘infraestructura’ idéntica, ‘superestrcuturas’ diferentes” (Clastres 2013). Los datos muestran que no hay correspondencia fija o predeterminada entre sistemas socioeconómicos y sociopolíticos o viceversa.(58)
 
Una vez clarificado que el ortodoxo proyecto tecnocrático es un desarrollo cultural, se hará referencia a un segundo aspecto de la relación entre cultura y Economía Moderna. Se trata del hecho de que la disciplina, en cuanto rasgo cultural, implica una manera particular de conducirse en todos los aspectos de la vida. Esos patrones de acción, junto a su estructura de ideas y su moral, constituyen un sistema. En otras palabras, ese sistema —la “ética del trabajo” y el “espíritu del capitalismo” descrito por Weber— es en realidad una cultura.
 
Se puede dar el caso de que los portadores de una determinada forma de vida, muchas veces no se percaten de la especificidad de sus costumbres, ni de que están reproduciendo patrones particulares en su vida cotidiana. Esto puede ocurrir por diversos motivos: falta de conocimiento y sentido histórico; asumir la opinión tecnocrática de que la Economía Moderna es una herramienta científica; por una especie de espíritu modernista inconsciente de las propias rutinas y formas de pensar; y hasta por un dejo racista, por el cual se cree que sólo los pueblos no modernos o atrasados tienen costumbres (...curiosamente los modernos pensarían y actuarían en una especie de presente perpetuo y sin referentes o antecedentes culturales). En general, esas visiones son consecuencia de una ceguera fundada en la ignorancia y la inconsciencia. Por fortuna, dos cuestiones solucionables con suma facilidad.
 
La Economía Moderna en tanto práctica productivo-comercial consiste en la persecución individual y egoísta de lucro, en un marco autónomo llamado “libre mercado”. Entonces, por un lado, cuando se habla de persecución de ganancias se tiene un tipo específico de conducta, la cual no está presente de modo institucionalizado en todas las sociedades (y en no pocas se la inhibe y/o castiga cuando se manifiesta); o que de darse, puede adquirir formas diferentes de la moderna. Esa misma sed ilimitada de ganancias es una idea particular que, ya se ha dicho, no se encuentra institucionalizada en todos los grupos humanos (y en no pocos se la inhibe y/o castiga cuando se manifiesta); o, que de existir en alguna persona o grupo un afán lucrativo, puede expresarse de diversas formas y en diferentes grados, y no necesariamente al modo moderno. Por otro lado, ese querer enriquecerse sin pensar en los demás miembros de la comunidad, ha llegado a ser en las sociedades modernas y/o modernizadas una ética legítima y hasta una considerada deseable. Y a pesar de que tampoco ha sido la dominante en ninguna otra cultura (y en no pocas se la inhibe y/o castiga cuando se manifiesta), en la actualidad el individualismo lucrativo ha sido introducido y/o impuesto en los países que han establecido los patrones modernos como modelo a seguir. Esa misma legitimidad en tanto ideas, también la han alcanzado el sistema productivo-comercial de mercado autorregulado y la filosofía individualista. Aprobación que ha sustentado e impulsado su aplicación.(59)
 
Se insiste entonces en que la Economía Moderna —en tanto práctica y sistema ideas, con un conjunto de valores asociados—, es un agregado de patrones e instituciones socioculturales específicas. Por más que sea extraño para un nativo moderno, efectivamente los patrones conductuales e instituciones, la ética y las ideas de las economicistas sociedades modernas y/o modernizadas son parte o expresión de una cultura. De su cultura occidental moderna.
 
Podría especularse que cuando los arqueólogos del futuro reconstruyan las formas de vida actuales, tal vez se admiren de los contratos laborales individuales, de los sistemas financieros y bancarios, del actual tipo de industrialización, de la libertad civil coexistiendo con la sujeción económica, de que el ser humano y la naturaleza no humana se consideren mercancías o de la posibilidad de conseguir ganancias con la salud, la educación, las pensiones de jubilación o con los medios básicos de sustento, y en general les podrá resultar extraña la preeminencia absoluta de la producción y los intercambios materiales en su perfil lucrativo. Mas, es posible que el rasgo más sorprendente para aquellos hipotéticos estudiosos de nuestro presente, sea la creencia en un metafísico mercado autorregulado. Un mecanismo que formaría de manera automática y autónoma todos los precios, y que sitúa por debajo y en función suyo no sólo el sistema económico en sí, sino todo el resto de las esferas de la sociedad.
 
El mercado autorregulado y su preeminencia absoluta, lo mismo que muchos de los patrones culturales modernos nombrados en el párrafo anterior, quizás les parecerán extravagantes o inútiles a esos imaginados arqueólogos del futuro. Tanto como puede serlo para un nativo moderno la liturgia de la antigua aristocracia griega, el potlach de los kwakiutl del actual Canadá o el ayni de las primeras naciones andinas. Nunca ha de olvidarse la condición histórico-cultural de la humanidad, con su ineludible consecuencia de dinamismo y diversidad. De esta condición no escapan tampoco la producción, los intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios. En tanto hechos socioculturales que son, sería imposible que ello ocurriera.(60)
 
A estas alturas bien podría valer la pena preguntar si tiene algún mérito descubrir que la economía es un fenómeno sociocultural. Al tenor de la información disponible desde hace tiempo, la respuesta manifiestamente es no. El punto es que el desarrollo económico moderno nos muestra que la duda adquiere otro carácter o perspectiva. Pues, ¿por qué una cuestión tan evidente no ha hecho mella en el andamiaje teórico-práctico de la Economía Moderna? Por ende, ¿por qué tantos economistas ortodoxos y hasta no tan ortodoxos, continúan sosteniendo y generalizando visiones reduccionistas o derechamente erradas?, ¿por qué siguen negando parte importante de la historia, de la diversidad sociocultural y de la realidad socioeconómica?
 
Por si aún no estuviera claro el asunto, calíbrese el tenor de la siguiente situación: un cazador-recolector amazónico, un capitán de industria italiano del siglo XV o un burócrata egipcio o inca, buscando en otros grupos de tradición diferente y en períodos de tiempo diferentes su sistema de sustento, con sus supuestos, lógica, instituciones y moral... Y, peor aún, ¡encontrándolo! En el caso de los supuestos sobre los que se sostiene la Economía Moderna, es necesario recordar que las ideas no tienen por qué ser verdaderas para poder ser llevadas a la práctica. La confusión y el error surge de creerlas verdaderas porque fueron llevadas a la práctica. Se insiste en la importancia de diferenciar validez y verdad.(61)
 
Como ya se expuso, la primera explicación que se puede esgrimir para la mantención y difusión de los errores de la Economía Moderna, es la expresión y protección de intereses particulares a través de su cientificismo. Se supone que una ciencia, al ser neutral y objetiva, no tiene que excusarse de nada. De donde no es posible culparla de encubrir aspiraciones de grupo alguno... más allá de lo evidente que es la predilección de la Economía Moderna, y más aun de la ortodoxa, por unos pocos en desmedro de la mayoría. La aséptica redacción de la afirmación de que los salarios superiores al nivel de equilibrio acarreará la desocupación y la consecuente explicación técnica ad hoc acerca de los incentivos lucrativos, no alcanzan para encubrir que es un axioma derivado de una propuesta sociopolítica: proteger a los dueños del capital en desmedro de los trabajadores asalariados.
 
En los siglos XVII, XVIII y gran parte del XIX nadie tenía que esconder con pseudotecnicismos que los trabajadores, esa “raza aparte”, debían recibir un salario de subsistencia. En ese contexto era una situación evidente, al punto de ser el cimiento de la propuesta de David Ricardo respecto al “salario natural”. Si bien, no debe olvidarse que el fundamento original del sistema era religioso. Para el devoto Adam Smith, la pecaminosa naturaleza egoísta del género humano era guiada por la Providencia: la “mano invisible” hacía cumplir el materialista y a la vez místico designio divino de supervivencia de la especie (Gn 1, 28).(62) Empero, la Providencia llevaba a cabo la voluntad divina de forma diferenciada o dual: la “mano invisible” dirigía a unos pocos a acumular ganancias y vivir con comodidades; al tiempo que a la mayoría los encaminaba a sobrevivir al mero nivel de la subsistencia. La posibilidad de legalizar la conducta —cimiento del enfoque científico en lo sociocultural—, derivaba de la regularidad del gobierno providencial de esa viciosa naturaleza humana materialista. Dicho en lenguaje actual, toda la mecánica económica derivaría de los incentivos adecuados a la viciosa condición humana.(63)
 
En el fondo, el fundamento mágico-religioso o providencial de la “mano invisible”, el hoy secularizado mercado autorregulado, es expresión de la cultura de los nativos de las islas británicas. Y, en tanto expresión de ideas místicas y sobrenaturales, en nada difieren de la espiritualización de la naturaleza entre las primeras naciones de los Andes Centrales o de creencias metafísicas o mágico-religiosas de otros pueblos. Se olvida con demasiada frecuencia que los británicos son —por así decirlo— sus propios “indios”, “primeras naciones” o “pueblos originarios”. Su economía sería tan “étnica” (Harris 1987) como la de cualquier otro pueblo.
 
La otra línea de explicación para las omisiones de lo obvio por la Economía Moderna es el etnocentrismo, ese prejuicio acrítico por el cual se realza la cultura propia y se rechazan/rebajan otras. No es novedad el marcado espíritu autorreferente de los europeos occidentales y de los ingleses en particular. En pleno siglo XXI, un historiador inglés destaca orgulloso Cómo Gran Bretaña forjó el orden mundial.(64) Con mayor razón entre los siglos XVII y XIX, el chovinismo campeaba entre los anglosajones. La “historia universal” es la historia de Europa Occidental, las demás naciones aparecen cuando los europeos se contactan con ellas... en general, en el rol de invasores y conquistadores. Esas otras naciones son simplemente “pueblos sin historia”, como decía Hegel con un espíritu racista que puede generalizarse a toda Europa Occidental. El resto del trabajo lo han hecho esos mismos “pueblos sin historia”, quienes deslumbrados con cuentas de vidrio teóricas han aceptado y sublimado de manera acrítica el saber del hombre blanco. Llegando incluso a asumirlo como propio para poder ser ascendidos, por aquellos hermanos mayores, a la categoría de “civilizados” (Monares 2012).(65)
 
Se llegó a imponer por encima de un conjunto de racionalidades económicas no lucrativas, una única y singular racionalidad: la instrumental lucrativa de la cultura occidental moderna. La cual, para peor, no es racional al basarse en un sentimiento: el egoísmo (tecnificado a la fecha bajo el concepto de “maximización”). Así, al tiempo que se limita el conocimiento de los fenómenos humanos, se limita la diversidad cultural y las consecuentes posibilidades de enfrentar los desafíos que impone la búsqueda del sustento. Recuérdese que la gran mayoría de la población mundial pertenece a países subdesarrollados o en vías de desarrollo; en otras palabras, a pueblos diferentes de las sociedades occidentales modernas.(66) Por eso se puede nombrar a quienes adscriben al enfoque sustantivo, finalmente a los socioeconomistas, como los verdaderos economistas. Es evidente la pertinencia y utilidad teórico-práctica de dicho enfoque, que asume como principio la diversidad histórica y sociocultural de la humanidad.(67)
 
No se puede conocer la realidad deformándola para que sea operativa a un rígido modelo reduccionista. Y ese conocimiento insuficiente o errado, tampoco será fructífero para ser aplicado, por ejemplo, en proyectos de desarrollo o en algún tipo de política socioeconómica por una sociedad democrática. Tomar la realidad cual datodado determinado correctamente por un modelo basado en supuestos —irreales, errados o tendenciosos—, no es una actitud científica ni menos útil a la investigación y a la práctica. Por el contrario, es una de las mejores maneras de retrasar el avance del saber y/o aplicar políticas a lo menos cuestionables. Y aunque se sabe que este tipo de críticas son deslegitimadas bajo la acusación de ser una mera postura ideológica (lo cual se hace desde otra postura ideológica que pretende vestirse de “neutral”), por cierto se apoya en pruebas concretas.
 
En cuanto a ese saber británico que es la Economía Moderna, es manifiesto que la disciplina y sus cultores no se limitaron ni se limitan a Gran Bretaña. No obstante, fue en esa nación en la cual surgió y desde donde se difundió la teoría y práctica económica moderna; primero al resto de Europa y luego a otras partes del mundo. Esa economía no se desarrolló en Inglaterra porque ella alcanzara determinadas condiciones socioeconómicas universales antes que otras naciones. El punto es que ese sistema productivo-comercial surgió de su propia y particular evolución sociocultural, y sólo después le fue impuesto a otros países por las armas y las presiones o fue copiado al importar esos patrones bajo el nombre de “Liberalismo” o “ciencia económica”. Historia repetida hoy con el Neoliberalismo, que ha actualizado la teoría clásica.
 
A la fecha el Liberalismo y el Neoliberalismo, ya no son un conjunto de principios usados como referencia para quienes estudian y describen lo productivo-comercial. Hace tiempo que, bajo el poderoso impulso de la ortodoxia político-académica dominante, son una especie de infalible libro de recetas para transformar la realidad… por mucho que los fines perseguidos, puedan no tener ninguna concordancia con las formas de vida, los intereses y el bienestar de los grupos afectados. La propuesta de la Economía Moderna se convierte en mucho más que un imperativo ético en lo productivo-comercial. Influirá en todo el resto de las actividades de una comunidad, al punto de convertirse en una cultura, en una forma de vida. A las personas les corresponderá actuar irracionalmente en cada ámbito social: dirigidos por sus sentimientos egoístas perseguirán sus propios intereses lucrativos o la maximización de sus utilidades. Al acatamiento de esa ahora legítima obligación, no se le pueden anteponer rancios reparos morales o de cualquier otro tipo ajeno a la Economía Moderna:
 
“Una filosofía de la vida es, inherentemente, la idea íntima del capitalismo [de libre mercado]. Quienes la aceptan, no necesitan justificar sus acciones con motivos de origen extra-capitalista. Su lucha por la riqueza en tanto que individuos, colora y modela sus actitudes en todos los órdenes de la conducta (...) Toda la ética del capitalismo [de libre mercado] se resume en su esfuerzo por liberar al poseedor de los instrumentos de producción, emancipándolo de toda obediencia a las reglas que coartan su explotación cabal. El auge del liberalismo resulta de la ascensión gradual de la doctrina que sirve de fundamento a esta ética” (Laski 1994: 22-23).
 
El dominio del individualismo se complementa con la creencia en que el sistema de mercado —un sistema de egoísmos lucrativos en pugna—, se autorregulará si no es intervenido o podrá guiarse sin coacciones mediante los incentivos adecuados. La falta de consideración por los otros no es un inconveniente, porque el sistema se ajustaría automáticamente para bien. Lamentablemente el supuesto deja en evidencia su calidad de tal, pues un problema no menor hoy es la fuerza del dogma de la no intervención de la autonomía de una economía que, idealmente, debiera ser desregulada. Si bien la indignidad y pobreza de millones de seres humanos y la devastación del planeta, son preocupaciones hasta para el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pareciera que no han sido llamados de atención suficientes. Tampoco lo han sido las periódicas crisis financieras de la última parte del siglo XX y comienzos del XXI. Millones de empleos perdidos y billones de dólares estafados o regalados para los “rescates” de las instituciones financieras corruptas o ineptas (que privatizaron las ganancias y gozaron de la socialización de las pérdidas), siguen esperando un cambio de las mallas curriculares de las escuelas de economía, un cambio en la autista rigidez de la economía dominante y sus obtusos tecnócratas, y un cambio en el discurso y las medidas de los políticos. Lo aterrador es que no se han aprendido las lecciones: nada varió, ni está siquiera próximo a variar. Las medidas en Grecia o España dan la pauta en lo político. En lo académico el premio Nobel del 2013 a Eugene Fama, un fundamentalista de la desregulación financiera, habla por sí mismo. Por su parte, los currículos de las escuelas de economía siguen inoculando la droga del equilibrio, la maximización, la desregulación, la no intervención y el formalismo matemático.(68)
 
Para no creerlo. Ninguno de los graves sucesos de los que el mundo viene siendo testigo, han cooperado a dejar en claro los peligros de instaurar una cultura derivada de la búsqueda egoísta del lucro infinito. Deseo que además puede rondar libre, dado el sistema autorregulado y autónomo que lo cobija y potencia. Y, por si no fuera suficiente, todo el sistema está hecho y sirve eficientemente a una mínima parte de los habitantes del planeta.
 
7. Epílogo
 
Cuando se conocen los fundamentos de esa pretensión de autosuficiencia de lo económico, más todavía en su rígida manifestación libremercadista ortodoxa, es posible percatarse con claridad de su carácter, sino pseudocientífico, a lo menos tendencioso. A su vez, se desnaturaliza la autorregulación y la autonomía económica, pues todo lo relacionado al logro del sustento ha sido desarrollado, en la mayor parte de la historia del homo sapiens, por criterios no económicos. Lo económico, en su sentido de formas institucionalizadas de sustento, ha estado generalmente incrustado en o integrado a sistemas socioculturales más amplios; en los cuales, además, todos sus patrones e instituciones se interrelacionan. De ahí la conveniencia y necesidad del enfoque sustantivo o socioeconómico; en el que de hecho tienen cabida los estudios de economías modernas, pero desde una mirada realista o empírica y no dogmática.
 
Particularmente, los sistemas de sustento han sido influidos por principios políticos de decisión (en su amplio significado de búsqueda consciente de consensos sociales, que superan las meras acciones individuales no institucionalizadas). Por cierto, es insuficiente levantar el estandarte de la política para solucionar los problemas teórico-prácticos de los sistemas de sustento en general o los de la Economía Moderna en particular. La política también pudiera ser usada, y de hecho lo ha sido, para establecer sistemas de groseros privilegios y desigualdad extrema: en el mundo occidental y fuera de él. Mas, aspirar a establecer principios que racional y concientemente busquen la felicidad y el bien común, en verdad para todos y todas, permite al menos partir de la base de un debate plural. Por consiguiente, desde la perspectiva de un proyecto de toma de decisiones por mayorías informadas, activas y solidarias. Ante ese posible escenario, se presenta el desafío de ampliar la participación en el proceso de definición de las metas, las vías para alcanzarlas y su consecuente materialización. Cuestión muy diferente, en la práctica y moralmente, a un mundo autorregulado por un egoísmo inconsciente.
 
De ahí que también nos parezca pertinente volver a entender el espacio de lo económico, desde el viejo concepto de Economía Política. Tal como lo fue hasta por los economistas clásicos y, paradójicamente, negado luego por sus cientificistas continuadores. La mirada desde la Economía Política —más allá del gran peso ideológico de los supuestos clásicos acerca de la autorregulación—, de por sí reconoce en la sociedad lo ético y le concede relevancia, al tiempo que no acepta los cantos de sirena de una teoría pura. Librada de esas pesadas cadenas de la autorregulación y la no intervención, la Economía Política rechaza el cientificismo y no tendría problemas en integrarse al enfoque sustantivo o socioeconómico. Es manifiesto que los sistemas reales de sustento responden a decisiones ético-políticas, a aplicaciones políticas de las teorías y a juicios ético-políticos respecto de esas decisiones, aplicaciones y teorías.
 
Ese apelar a la política y a la ética, por tanto a la cultura y a la identidad, obliga a considerar dónde esto fue escrito y plantear el reto a las y los latinoamericanos de que se reconozcan culturalmente. Que dejen de ser un mal remedo de otros pueblos. Y esa cultura propia —por cierto enriquecida por aspectos de otras formas de vida; pero elegidos y mediados, no impuestos y sin revisión— debe conllevar un espíritu de constante autocrítica. De ese modo, se establecerá un sólido fundamento para un progresivo mejoramiento del debate y la participación política, como asimismo de los medios de sustento y de la cultura. Ello podrá aportar a terminar con la históricamente malsana costumbre de aceptar teorías “modernas”, “científicas” o “civilizadas” que implican olvidar o desmerecer la propia cultura e identidad. Promesas que, muchas veces, han terminado siendo espejismos o conllevando sacrificios y penurias para las mayorías. Mientras han rendido cuantiosos beneficios para las minorías que las publicitan, justamente, por la opulencia en que les permiten vivir.
 
Para terminar, como se afirmara al principio de este escrito, estos asuntos son de importancia teórica, pero tal vez su mayor relevancia esté en lo práctico y/o político. Son los países del Sur Global los que sufren las consecuencias de los conflictos socioeconómicos, culturales e identitarios, que no pocas veces se derivan de las aplicaciones de modelos teóricos occidentales modernos. Cuando la academia del Sur Global se olvida de lo político y de sus pueblos que pagan los impuestos que la financian, queda cautiva en unas instituciones de educación convertidas en confortables torres de marfil. O, peor aun, puede transformarse en una simple empresa consultora, incluso contra los intereses de su propia nación. Se termina aunando el trabajo en proyectos de compañas privadas y la naturalización “científica” del orden neoliberal dominante. Los problemas y contradicciones se despolitizan, se invisibilizan o simplemente son tratadas como asuntos “técnicos”, asumiendo el contexto neoliberal cual incuestionable dato dado.(69)
 
El interés por avanzar hacia enfoques más amplios en economía, no es una mera cuestión académica. La socioeconomía no ignora y no debe ignorar, las aristas políticas y culturales de los sistemas de sustento. Esas que la economía “científica” no ve o no quiere ver.
 
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WEBER, Max. 1994. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. 11va. edición. Ediciones Península. Barcelona.
 
ZWEIG, Ferdinand. 1954. El pensamiento económico y su perspectiva histórica. Fondo de Cultura Económica. México D.F.
 
Notas:
 
* Esta es una versión revisada y aumentada del artículo “De la economía moderna a una comprensión socioeconómica de la producción y los intercambios materiales”, publicado originalmente en: Revista Polisemia, Nro. 11, 2012, Centro de Investigaciones Humanas y Sociales (CEIHS), Bogotá, Colombia. A la presente versión se le cambió el título para remarcar aun más el sentido del texto y se le revisaron cuestiones de estilo; además, se reordenaron y fundieron algunos apartados esperando mejorar la comprensión, y se ampliaron algunos tópicos, especialmente respecto a la función de utilidad. Agradezco a la Revista Polisemia por permitir la publicación de esta revisión.
 
1. Las diferencias de enfoques irían desde el fundamentalismo de mercado con su rígida fe en los supuestos nombrados, pasando por la aceptación de los fallos de mercado (con la consecuente necesidad de cierta regulación o corrección) a las posturas que consideran algunas variables extra económicas. Pero todas esas visiones, hasta las opuestas a la economía de mercado, terminan aunadas al asumir el carácter “científico” de la disciplina: ella trabaja o debería tender a trabajar con regularidades legales al modo de la Física. Ha de tenerse claro que la diferencia de tecnicismos o de alguna cuestión teórica puntual, no cuestiona la existencia de una unidad de fundamentos.
 
2. Por ahora sólo se tratará el principio maximizador en su expresión monetaria. Más adelante se hará en cuanto principio general y explicativo de todas las decisiones humanas, en cualquier época y sociedad, al entender la maximización como una “función de utilidad”: un cálculo que introduce y jerarquiza variables no estrictamente lucrativas y ni siquiera materiales. En todo caso, esta supuesta nueva mirada sigue respondiendo al viejo fundamento clásico del cálculo egoísta individual.
 
3. La crítica a la irrealidad de la concepción del mercado autorregulado (“laissez-faire”) no es nueva y se puede encontrar entre insignes economistas: “La belleza y la simplicidad de una teoría semejante son tan grandes que es fácil olvidar que no se deduce de los hechos, sino de una hipótesis incompleta introducida en aras de la simplicidad (...) la conclusión de que los individuos que actúan independientemente para su propio provecho producirán el mayor agregado de riqueza depende de una variedad de supuestos irreales” (Keynes 1926). Y nunca debe olvidarse que Keynes no atacaba al capitalismo occidental moderno en sí, su pretensión era corregirlo a fin de “evitar la destrucción total de las formas económicas existentes” y mantener el “funcionamiento afortunado de la iniciativa individual” (Keynes, citado en Zweig 1954: 97).
 
4. El lector podrá encontrar en los trabajos de Polanyi una excelente crítica de la Economía Moderna, apoyada en abundante material respecto a las relaciones entre cultura y búsqueda del sustento. Similar enfoque se ha utilizado en Monares (2008), donde han sido tratados en extenso los temas de este artículo. Obviamente, una buena opinión del trabajo de Polanyi no implica su aceptación acrítica o la imposibilidad de seguir desarrollándolo; por ejemplo, en el análisis de la propia sociedad de mercado contemporánea y de las síntesis que se dan con las culturas no modernas. Pero, se está lejos de la postura moderna y cientificista de Maurice Godelier, quien finalmente culpa a Polanyi de no ser marxista y proclama que Marx lo supo todo antes y mejor que aquel. En una inexplicable decisión editorial, Godelier presenta Comercio y mercado en los imperios antiguos, explayándose en los que para él son los cuantiosos errores de Polanyi. Para un primer acercamiento al autor, un texto recomendable por la claridad de su síntesis es Prieto (1996).
 
5. Para un resumen acerca de diferentes enfoques del concepto de “cultura”, ver Singer (1977).
 
6. Respecto de los medios de sustento, a la producción directa (caza, agricultura, recolección, etc.) deben sumarse los “servicios” o trabajos indirectamente sustentadores y los intercambios. Sobre estos últimos, cabe señalar que no sólo se puede transar un bien por otro; asimismo bienes por servicios, servicios por bienes y servicios por otros servicios. Además, los intercambios han tenido y tienen expresiones no comerciales o que no buscan algún tipo de provecho individual (monetario o no).
 
7. En la segunda mitad del siglo XX, los sustantivistas tuvieron un debate sobre esas diferencias con los formalistas, los economistas “científicos”, quienes identifican lo económico a partir de la relación “formal” o abstracta “medios-fines” en un contexto de escasez. Paradójicamente, Lionel Robbins, quien puede considerarse el “padre” del formalismo, era más abierto que muchos de sus continuadores: “Convengo también en que la Economía, por sí sola, no da la solución a ninguno de los problemas importantes de la vida, y que por esta razón una educación que consista sólo en Economía es muy imperfecta” (Robbins 1951: 11).
 
8. Este punto ciego de la Economía Moderna respecto a las economías reales, también se da en el caso del marxismo —una variación de la concepción moderna original—, en cuanto al “rol decisivo que la teoría adjudica a la base económica [estructural o puramente material] y el hecho de que [en realidad] las relaciones económicas predominantes son superestructurales” (Sahlins 1983: 118). En el mismo sentido, Pierre Clastres señala que en la “sociedad primitiva”, “el cambio al nivel de lo que el marxismo llama la infraestructura económica no determina en absoluto su reflejo corolario, la superestructura política, ya que ésta aparece independientemente de su base material” (Clastres 2013: 168).
 
9. Maurice Godelier (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976) critica a Polanyi a partir de lo que considera sus “errores fácticos sobre la Grecia antigua” que son “de alcance general”: ignorar el cálculo económico en las sociedades no capitalistas. Aquí se estima que el autor tiene claro la realidad de esas tendencias; el punto es que al no estar institucionalizadas, no establece una regla a partir de esas excepciones. Esto explica que en la Atenas clásica se utilizaran monedas, se comerciara lucrativamente y hasta existieran prestamistas, pero no fuera una sociedad capitalista al modo occidental moderno. Tal como un grupo de personas occidentales modernas que periódicamente cacen para consumir la carne de las piezas batidas, no están insertas en la economía cazadora-recolectora yanomami en el Amazonas.
 
10. Nunca ha de olvidarse que, desde la Paleoantropología, se sabe que el homo sapiens debe su supervivencia y desarrollo a la solidaridad y la cooperación.
 
11. Por ejemplo, se tiene el rol económico de dos cuestiones ideológico-institucionales: los sistemas de propiedad y su marco normativo. No obstante haber existido y existir diversos esquemas al respecto, es común darlos por supuestos o asumir la superioridad o normalidad de la propiedad privada y el derecho individual al modo occidental moderno. En el siglo xix, el inglés Henry Maine fue capaz de percatarse de las particularidades de las instituciones socioeconómicas de la India invadida y colonizada por Gran Bretaña: el sistema de tenencia de la tierra era colectivo y los derechos sobre aquella se derivaban del parentesco (Godelier 1976). Esa notable diferencia con la metrópoli les causó problemas mayúsculos a los “conquistadores”; por ejemplo, para determinar cómo y a quién cobrar impuestos. Cegados por su cultura, intentaban encontrar las categorías de propiedad inglesas en el campo indio: “cometieron un error tras otro y aumentaron las dificultades para administrar una tierra extranjera” (Neale en Polanyi, Arensberg y Pearson 1976).
 
12. Lo que pudiera parecer una maximización de objetivos socioculturales, no valida el cálculo de “utilidades” de la función de utilidad; más adelante se profundiza en este tópico. Por otra parte, respecto de las motivaciones y objetivos no económicos del trabajo, no es necesario apelar sólo a ejemplos pretéritos y/o no modernos: consúltese a un asalariado sus razones para laborar, buscando determinar al modo aristotélico si el dinero para él es un medio o un fin en sí. En general, se podrá constatar que lo estrictamente monetario es una causa secundaria o interrelacionada a otros motivos no lucrativos. Todo gerente de recursos humanos —no taylorista claro está— sabe que ha fracasado en su empeño motivador, si sus compañeros laboran sólo por dinero.
 
13. Esta misma crítica/observación, aunque formalmente diferente, se encuentra en Gunnar Myrdal, Paul Streeten y hasta en el ortodoxo Eric Roll. Un ejemplo de deformación de la realidad por concebirla rígidamente desde referentes propios, se tiene en los invasores españoles de América que llamaron a los pumas (“Felis concolor”) “leones” (“Panthera leo”), pues era su referente de felinos de gran tamaño. Error atenuado al recordar que los invasores nunca pretendieron ser “científicos”.
 
14. Ese rasgo humano de no buscar ni conformarse con lo estrictamente utilitario, no ha sido comprendido por dos de las ideologías más influyentes del occidente moderno: el Liberalismo situó como fin el crecimiento y el consumo infinitos; y los “socialismos reales” asumieron muchas veces la mera funcionalidad de los bienes.
 
15. La propia competencia se relaciona al contexto sociocultural de donde surgen las formas que puede tomar y sus objetivos. La Economía Moderna elude esta cuestión y asume por principio que se trata de una individualista, egoísta y lucrativa en un contexto de libre mercado; suponiéndola eficiente y, por tanto, segura vía a la riqueza. Pero la competencia puede ser colectiva, solidaria, no lucrativa, en un contexto regulado y no asegurar el éxito económico; es más, en sistemas socioeconómicos igualitarios es una vía segura al fracaso económico y al rechazo social.
 
16. La crítica de Karl Marx a la Economía Clásica, obviamente, no lo ubica fuera de la tradición economicista moderna ni de la propia Modernidad. Queda en evidencia el autor cuando en su Trabajo asalariado y capital (1849) expone que los individuos se relacionan con la naturaleza no humana sólo para efectos de producción material (Monares 2008).
 
17. Sin idealizar a las primeras naciones americanas, es factible especular que sin la intervención española y luego republicana, habrían mantenido su tecnología y formas de aprovechamiento ad hoc a su ética ambiental. Ello no significa que algunos grupos hayan ejercido un tipo de intervención de su hábitat que les costó gravísimos trastornos ecológicos y sociales (Diamond 2007).
 
18. Las cosmovisiones expresan lo que para cualquier pueblo es la esencia “fundamental de la realidad”, conllevando un tipo de ética correspondiente. Nunca son sólo metafísica y tampoco cuestiones separadas de los actos cotidianos (Geertz 2000).
 
19. La relevancia actual de ese “vivir bien” se ha traducido en su incorporación en las constituciones políticas de Ecuador y Bolivia. Incluso en Bolivia, a fines del 2010, fue aprobada la “Ley de Derechos de la Madre Tierra”, donde la naturaleza es considerada “sagrada” (ver texto completo de la ley en: http://www.gobernabilidad.org.bo/noticias/2-noticias/704-bolivia-promulga-la-ley-de-derechos-de-la-madre-tierra). En todo caso, dichas naciones están aun en deuda en cuanto a materializar el “vivir bien” en un proyecto nacional de desarrollo. Para una exposición y discusión acerca del “vivir bien” como alternativa a la Economía Moderna, desde una visión crítica y latinoamericana, ver el texto compilado por Farah y Vasapollo (2011).
 
20. Justamente, para el tema de la evolución y síntesis de las formas socioeconómicas andinas, Marisol de la Cadena expone ejemplos de la interrelación de las instituciones cooperativas tradicionales con las de mercado en comunidades campesinas del Perú y Olivia Harris un caso de Bolivia. Respecto al sincretismo religioso andino-cristiano, se puede revisar Van Kessel y Condori (1992).
 
21. Si bien Toledo se refiere a comunidades campesinas mexicanas, su exposición puede generalizarse a sociedades tribales campesinas y/o cazadoras-recolectoras de toda América: ellas también necesitan y tienen profundos conocimientos de la naturaleza.
 
22. Esa soberbia secularizada de la Modernidad, queda en entredicho cuando se conoce la determinante influencia de la cosmovisión cristiana en la Ilustración y en el desarrollo de la Modernidad (Monares 2012). Más adelante se expone al respecto.
 
23. Tales conocimientos permiten una “estrategia de uso múltiple”: “el manejo campesino [e indígena] de una gran cantidad de especies con muchos usos, lo cual finalmente produce una extensa variedad de productos” (Toledo 1990: 28).
 
24. Polanyi, Arensberg y Pearson muestran casos de Mesoamérica, del mundo antiguo y otros no occidentales, donde se constata el desarrollo de sistemas tecnológicos prenewtonianos altamente productivos. Por su parte, Sahlins (1983) expone acerca de la “opulencia” a que dan lugar las estrategias de sustento de las sociedades cazadoras-recolectoras contemporáneas alrededor del mundo.
 
25. Este apartado se presentó como ponencia al 8vo. Congreso Chileno de Sociología, Grupo de Trabajo 21: “Sociología económica”, 22-24 de octubre de 2014, La Serena. Agradezco al Dr. Nicolás Gómez y a la economista Gabriela Toledo por sus observaciones al texto.
 
26. En estos temas nos remitimos a Monares (2008 y 2012), salvo cuando se indica.
 
27. En el siglo XVII se desarrolla y consolida en las islas británicas el llamado “movimiento puritano”, de bases calvinistas y transversal a todas las confesiones cristianas no católicas. Este movimiento marcó profundamente al pueblo y la cultura británica, y por cierto el trabajo de sus intelectuales ilustrados.
 
28. Lionel Robbins señaló que los “economistas clásicos ingleses” nunca hubieran recomendado un “sacrificio en favor del bienestar del resto del mundo”: cuando “recomendaron el libre comercio como una política general”, lo hicieron “por el interés de su propio país” (Myrdal 1959). Ha-Joon Chang expone el modo en que Gran Bretaña, y todos los países hoy desarrollados, lograron su actual posición económica a través del proteccionismo y la intervención estatal. Ello no les impide “predicar” las ventajas del libre mercado y demonizar los medios que antaño emplearon para desarrollarse... si las naciones tercermundistas quieren recurrir a aquellos medios.
 
29. Para comprender a cabalidad la obra de Smith, es indispensable tomar en cuenta su religiosidad: el pensador escocés es un ejemplo más de cómo la devoción cristiana reformada fundamentó y guió la reflexión ilustrada.
 
30. “Los bendijo Dios y les dijo: ‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra’ ”.
 
31. Según los ilustrados la supervivencia sería una especie de piso mínimo para la humanidad en general y/o para los condenados-pobres. La gracia divina les brinda a los elegidos-ricos una vida de comodidades.
 
32. Esa reverencia por Smith es aún más explícita entre los neoliberales, como se puede ver en George Stigler, conspicuo miembro de la llamada Escuela de Chicago: “si al oír por primera vez un pasaje suyo uno se siente inclinado a discrepar, está reaccionando de modo incompetente; la respuesta correcta es decirse: me pregunto dónde fallé” (Stigler 1987: 10).
 
33. “…los economistas han abandonado la anticuada idea de la utilidad como medida de la utilidad y han reformulado totalmente [sic] la teoría de la conducta del consumidor en función, ahora, de sus preferencias. Se considera que la utilidad no es más que una forma de describirlas (…) Una función de utilidad es un instrumento para asignar un número a todas las cestas de consumo posibles de tal forma que las que se prefieran tengan un número más alto que las que no se prefieren” (Varian 2002: 55. Los énfasis son del original).
 
34. No obstante, se sabe que el dinero es la unidad de medida de la Economía Moderna, por ende, toda elección y su consiguiente “costo de oportunidad” se expresará en una cifra monetaria. Cuestión ya establecida en el lejano siglo XVIII por Jeremy Bentham: el cálculo entre el “dolor” y el “placer”, que se sopesan para decidir, debe expresarse monetariamente.
 
35. Paul Streeten realiza una crítica, que no por breve es menos provechosa, respecto al (ab)uso de las matemáticas en la Economía contemporánea.
 
36. Tómese en cuenta el moderno caso del intercambio de camisetas al final de un partido internacional de fútbol: si cada participante queda en posesión del mismo tipo de artículo que ya poseía, ¿es económico el intercambio de ese bien?, ¿es comercio de ropa deportiva? Al final, ¿qué utilidad se maximizaría en ese rito?, ¿la solidaridad con quienes no hay una relación social cotidiana y ni siquiera periódica?
 
37. Asimismo, “la acción economizadora puede estar presente en diversos aspectos de la conducta, por ejemplo en lo referente al tiempo de que se dispone, a la energía que se despliega o a las suposiciones teóricas que se formulan, pero no es necesario que la economía contenga instituciones de intercambio que reflejen estos principios en la vida cotidiana de los individuos...” (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976: 47).
 
38. Curiosamente, un antropólogo formalista expone esa debilidad explicativa: “Si afirmamos que las personas actúan de tal forma que maximizan algo lo bastante amplio (las ‘satisfacciones’) para subsumir todas nuestras metas más específicas, decimos muy poco” (Robbins Burling, en Godelier 1976: 120).
 
39. Gilbert Ryle ayuda a mostrar las limitaciones metodológicas de la Economía Moderna, cuando diferencia dos tipos de descripción valiéndose de un tic en un ojo, guiñar un ojo, parodiar el guiño y ensayar esa parodia frente a un espejo. Para una “descripción superficial” ellos son iguales porque aparentemente son similares: en todos se observa la contracción del párpado. No da cuenta de lo que en realidad sucede en cada caso. Sólo una “descripción densa” diferenciará entre los tipos de contracción del párpado: los interpretará en contexto y, por tanto, los explicará (Geertz 2000). Las analogías surgidas de una “descripción superficial”, pueden incluso llegar a curiosas homologaciones: los castores construyen diques, los mandriles organizan grupos sociales o las moscas escorpión dan “regalos nupciales” para atraer a sus parejas... ¡igual que los humanos! (Geertz 2000. McKinnon 2012).
 
40. A partir de este ejemplo arquetípico de mala ciencia, se podrían citar innumerables casos de homologación de lo que en apariencia es similar: el suicido ritual y honorífico del kamikaze sería una expresión del acto de quitarse la vida, la minga para una tiradura de casa chilota sería una expresión de la mudanza, las corridas de toros serían una expresión del sacrificio de animales, las “guerras floridas” aztecas serían una expresión de los conflictos armados, la pertenencia a una “barra brava” sería una expresión del gusto por los espectáculos deportivos, el palín mapuche sería una expresión del hockey césped, la Escuela de las Américas sería una expresión de la educación formal, el “precio de la novia” sería una expresión de la trata de mujeres, la pertenencia a una cofradía religiosa sería una expresión de los clubes sociales, el mascar hojas de coca andino sería una expresión de una dieta vegetariana, etc. Todos estos sinsentidos impiden comprender los patrones de los otros... Y, es más, al imponer lo propio terminan eliminando la posibilidad de que esos otros puedan ser efectivamente ellos mismos.
 
41. Olivia Harris expone diferentes formas de prestación de trabajo en la comunidad laymi de Bolivia: la “ayuda” (“yanapaña”), en la cual “el trabajo se presta sin un cálculo preciso de deudas y haberes para saldar reciprocidades”; y el ayni y la mink’a, que implican “trabajo con retribución directa” y calculada “cuidadosamente”. A pesar del cálculo para reciprocar las labores y de que “en muchas partes de los Andes” la mink’a se haya “convertido en una forma encubierta de trabajo asalariado”, no se está ante lo que desde la Economía Moderna se entendería por trabajo asalariado (pagado en especie o en trabajo futuro). Es imposible esa homologación por la institucionalidad económica laymi, incrustada en las relaciones de parentesco y étnicas (fundadas en la solidaridad y la complementariedad).
 
42. En Antropología el concepto de “etnocentrismo (...) no es el simple hecho de preferir los valores culturales propios, sino más bien el prejuicio acrítico en favor de la cultura propia y la crítica tendenciosa y parcial de las culturas extrañas” (Bidney 1977: 313).
 
43. Esa “trampa ideológica” de la Economía Moderna se deja ver al atribuir a las sociedades cazadoras “impulsos burgueses”: objetivos de acumulación infinita que calculan entre medios y fines en un contexto escasez. Ello implica no “considerar la posibilidad empírica de que los cazadores trabajan para sobrevivir, un objetivo finito”. No se trata de que tales pueblos, y muchos otros, “hayan dominado sus ‘impulsos’ materialistas, sino simplemente de que nunca hicieron de ellos una institución” (Sahlins 1983: 26-27).
 
44. Incluso, dentro de la propia Economía el “Teorema de la Imposibilidad” de Kenneth Arrow, Nobel de la especialidad 1972, indicó “la imposibilidad de un orden social basado en el interés propio que cumpla con ciertos criterios básicos de democracia” (“El teorema de imposibilidad de Arrow. ¿Es el bien común una búsqueda imposible?”. En: (http://www.pensamientocritico.info/index.php/articulos-1/goticas-de-economia-critica/el-teorema-de-imposibilidad-de-arrow-reconsiderado-ies-el-bien-comun-una-busqueda-imposible).
 
45. Jacques Sapir da cuenta de las negativas consecuencias prácticas de las políticas desarrolladas y aplicadas desde el reduccionismo ortodoxo. Por su parte, Joseph Stiglitz expone en el mismo sentido el caso del Fondo Monetario Internacional (FMI).
 
46. El anhelo de muchos economistas de ser “científicos”, se enfrenta a la ironía del Nobel de la especialidad del 2013: a Eugene Fama por demostrar que los mercados financieros son eficientes y a Robert Shiller por demostrar que no lo son. Esta situación, inimaginable en la Física, muestra la inexorable condición ideológica de la Economía. Lo cual es acorde a ese premio a las “Ciencias Económicas” sin relación alguna a la Fundación Nobel: fue inventado y posicionado, mañosamente, por el Banco Central sueco “en memoria de Alfred Nobel”. Para una visión crítica del premio 2013 y del Nobel de Economía en general, ver el artículo del economista Gabriel Palma: “Premio Nobel de Economía: Teatro, puro teatro” (http://ciperchile.cl/2013/10/21/premio-nobel-de-economia-teatro-puro-teatro/; 21.10.2013).
 
47. La antropóloga Susan McKinnon revisa la Psicología evolucionista, la cual no es más que una aplicación pseudopsicológica de la ortodoxia económica y su mitología de una maximización omnipresente. De ahí que se pueda aunar la crítica para ambas teorías.
 
48. El pragmatismo neoliberal llevará más lejos los graves problemas de la disciplina en la relación teoría/realidad. Para Milton Friedman, la relevancia de los supuestos e hipótesis de una teoría no pasa por el grado de verdad de sus descripciones; pues nunca podrán ser del todo verdaderas. Según el Nobel de Economía 1976, las “hipótesis” son “predicciones suficientemente exactas”, “suficientemente buenas para nuestros propósitos” (Valdés 1989). Se podría hablar de una exactitud operativa y por cierto ideológica: el punto es si una hipótesis es útil para aplicar el neoliberalismo a una sociedad.
 
49. Según el Gobierno de Chile (2012) en el país un 66,8 % de los trabajadores ganan menos de $ 516 mil, un 45,7 % percibe un salario menor a $ 344 mil y un 29,1 % uno menor a $ 258 mil (en dólares de agosto de 2014 son respectivamente: US $ 903, US $ 602 y US $ 452). Cifras que son brutas, es decir, a las que deben descontarse a lo menos un 7 % para el fondo de salud y un 11 % para el fondo de pensión. Finalmente, los montos han de sopesarse al saber que el Estado subsidiario chileno está muy lejos de ser algo parecido a uno del bienestar.
 
50. Así las cosas, ese lugar común ortodoxo que es Robinson Crusoe debe ser revisado. Pero, igualmente por la declarada intención de Daniel Defoe expuesta en el “Prefacio” de su libro: “justificar y honrar la sabiduría de la Providencia en toda variedad de circunstancias” (Monares 2012).
 
51. STIGLITZ, Joseph, “Un reconocimiento a lo irracional”. En: http://www.project-syndicate.org/commentary/celebrating-the-irrational/spanish (11.12.2002).
 
52. Ya se expusieron otros ejemplos de acciones despilfarradoras institucionalizadas y de patrones no economizadores respecto al aprovechamiento del hábitat en diferentes culturas y épocas; ver apartados: “2. Sustento, sociedad y cultura: economías más allá de la Economía Moderna” y “3. Sustento en las economías no maximizadoras: el caso de las primeras naciones americanas”.
 
53. Al respecto tómense en cuenta las palabras del sociólogo Edgar Morin: “La economía, por ejemplo, que es la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social y humanamente más atrasada, puesto que se ha abstraído de las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas, ecológicas inseparables de las actividades económicas” (Morin 1999: 19).
 
54. Las palabras citadas son de Paul Krugman, Nobel de Economía 2008, quien afirma que lo central “es hasta dónde se puede llevar” el “cuento” del “Homo economicus” ... y él mismo llega lejos: al hablar de las teorías fundadas en la “idea de comportamiento racional” de Milton Friedman (y Edmund Phelps), acerca de la relación entre empleo e inflación expuestas en 1967, señala que resultó ser una “predicción”: “después de un periodo de inflación sostenido” las personas introdujeron sus “expectativas de inflación futura en sus decisiones” y anularon “cualquier efecto positivo de la inflación sobre el empleo”. Más allá de la predicción de Friedman, ello no hace verdadero el supuesto de la naturaleza maximizadora; sólo se comprueba que el contexto de mercado puede incentivar/obligar a que se decida/actúe en base a cálculos monetarios... al punto de hacer operativo un supuesto falso.
 
55. Obviamente, no se quiere dejar fuera las posibles influencias del medio natural; pero, ello igual será culturizado. En todo caso, se sabe que es otro el punto que se quiere aclarar en el texto.
 
56. El filósofo macedonio recomienda adecuar en la Ética y la Política, el método de investigación a la naturaleza del objeto investigado. El caso del ser humano en sociedad acepta generalizaciones rigurosas, no exactitud matemática (Monares 2008).
 
57. Los economistas “científicos” asumen una especie de asepsia cultural, histórica e ideológica; aun, estando entrampados en la tradición moderna. Situarse en la esfera de la ciencia occidental moderna, desde ya implica aceptar y reproducir toda una serie de supuestos culturales, ideológicos y hasta metafísicos (Monares 2012). Por otro lado, si nos atenemos a la definición de Lionel Robbins de “ciencia económica”, no es posible dejar de mencionar sus agradecimientos a Ludwig von Mises y a Friedrich Hayek… ¡vaya neutralidad apoyarse en la extrema derecha económica!
 
58. La concepción de un progreso unilineal de la humanidad hacia las formas occidentales modernas, supone fases sucesivas de desarrollo: recolección, caza, ganadería, agricultura, comercio e industrialización. Si bien ese enfoque acepta la existencia del trueque durante las primeras cuatro fases, se asume que al mostrarse ineficaz se habría avanzado a formas de comercio lucrativo hasta llegar al libre mercado. Este rígido esquema general, a todas luces falso e ideológico, puede ser considerado verdadero desde la ignorancia... y peor aún, desde el eurocentrismo y el racismo.
 
59. Ese deseo de lucro se validó hasta en oposición al propio Adam Smith y a reconocidos economistas ortodoxos: “Es obvio que el dinero en sí mismo es tan sólo un medio: un medio de cambio, un instrumento de cálculo (...) Sólo el avaro, esa monstruosidad psicológica, desea la acumulación infinita de dinero” (Robbins 1951: 56).
 
60. No estamos aquí por un pueril choque de egos entre la Antropología y la Economía Moderna. Tal como hay antropólogos rígidamente formalistas encasillando a diversas sociedades “primitivas” en esquemas prefabricados y con cierto fondo racista, se tiene por ejemplo la economía institucionalista o la economía del comportamiento que buscan integrar más variables a lo económico desde la propia Economía Moderna. Asimismo, diferentes movimientos y declaraciones de economistas y estudiantes de la especialidad buscan dejar de lado la rigidez y autismo del enfoque “científico” dominante (ver por ejemplo: http://www.isipe.net./ y http://www.paecon.net/).
 
61. El transitorio dominio militar de los nazis y la esclavización y asesinato de millones de personas, no representa prueba alguna de que en realidad los “arios” fueran una “raza superior”. De igual forma, el dominio del Estado Judío de Israel sobre los territorios palestinos y su éxito en la cruenta limpieza étnica que vienen llevando a cabo por décadas, tampoco confirma que los judíos sean un “pueblo elegido”.
 
62. No debe malinterpretarse que el moralista escocés apoye el egoísmo, desde su devoto empirismo creyó estar describiendo la triste realidad de la condición humana.
 
63. Aunque el tema excede a este trabajo, es interesante señalar que los fundamentos deterministas de la Economía Moderna niegan el libre albedrío. Su cientificismo más su pretensión de autonomía, sirven para situar a la Política —la vía racional para alcanzar la felicidad y el bien común— por debajo y en función de la Economía. Cabe señalar que el rechazo del libre albedrío y de la política racional, son características típicas de la cultura británica ilustrada o pos Reforma Protestante (Monares 2012).
 
64. El texto es de Niall Ferguson, quien supuestamente toma distancia del nacionalismo inglés para, tal como sus compatriotas, terminar alabando a Gran Bretaña.
 
65. Una vez más la modernidad de Marx y Engels (hegelianos además), queda en evidencia al recordar su mirada racista de los pueblos no europeos a los cuales consideraban “bárbaros o semibárbaros” (Marx 1983).
 
66. Incluso en las naciones modernizadas a raíz de imposiciones externas, no hay una conversión cultural total; siempre se mediarán los rasgos exóticos desde la cultura propia. Interpretación que es consciente cuando los procesos de cambio cultural son planificados internamente; como fue el arquetípico caso japonés.
 
67. Esta manera holística de estudiar las formas reales de sustento, permitirá situar en un lugar más adecuado al enfoque teórico-práctico de la Economía Moderna. En ese camino, se cree aquí positivo renombrar los cursos que hoy pretenden tratar de la Economía y se los llama “Economía”, con un título más adecuado a su especificidad: “Técnicas de maximización lucrativa”.
 
68. Las crisis financieras dejan al descubierto un tópico que tiende a olvidarse: si ya el lucrativo sistema de mercado autorregulado es una ruptura con la generalidad de los sistemas socioeconómicos humanos, se estableció una doble ruptura al desligarlo de la producción. El capitalismo financiero especulativo busca ganancias sin entregar un resultado material (bienes, servicios y puestos de trabajo); lo cual hasta va contra la “ética del trabajo” del originario capitalismo burgués de Adam Smith (Monares 2008). Al tomar en cuenta la lógica dominante de lucro puro e infinito y la desregulación financiera, se concluye que eran esperables las periódicas crisis que han azotado a la economía mundial desde fines del siglo XX.
 
69. Una parte no menor de la academia económica chilena asume diversas situaciones como “técnicas”, por más que se trate de la promoción y resguardo estatal de negocios privados perjudiciales para la ciudadanía y atentatorios contra la soberanía económica y política del país. Algunos ejemplos son: la desprotección legalmente establecida de los consumidores y trabajadores; la inconstitucional explotación privada del cobre y de los demás minerales, y el bajísimo royalty pagado por las mineras; la mercantilización de los derechos sociales; la dependencia del crecimiento económico del consumo interno por medio del sobreendeudamiento; la baja tasa impositiva para millonarios y grandes empresas; la privatización del sistema de pensiones y su transformación en un lucrativo negocio; la privatización y sobreexplotación de los recursos naturales; etc.
https://www.alainet.org/es/articulo/102735
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