Grito de la memoria

Pavel Égüez, la pintura como movimiento social: pintar y estallar

22/12/2014
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El Grito de la Memoria, mural de Pável Égüez inaugurado el 10 de diciembre
en Quito, Ecuador.

 

Es tiempo de que América Latina vea su Historia, la rescate de la deformación y la difamación que el poder le ha impuesto en una narrativa vengativa y espuria; llegó el momento de vernos y conocernos para fortalecer nuestra identidad, y es el arte un medio fundamental en esta emancipación de la memoria. Pavel Égüez tiene una trayectoria artística humanista y solidaria, para él pintar, dibujar y crear es una forma de propiciar una toma de consciencia, de hacer del arte parte de una utopía que impulse al espectador a pensar y actuar. Su obra ha desarrollado un lenguaje pictórico para decir, para mostrar, denunciar, evidenciar; cautiva por su síntesis y contundencia, porque está dirigida con ideas claras, con un impulso urgente de manifestarse por los que no pueden hacerlo. Estamos ante la pintura que está inmersa en la Historia convulsa, que nos va a decir lo que otros tratan de silenciar.

 
En busca de una estética subversiva
 
El puño levantado es el inicio de un movimiento. El arte levanta el puño, el acto artístico alcanza una dimensión política, el arte descubre su capacidad emancipadora. Hacer arte es parte de la transformación. El capitalismo ha reducido el arte a especulación del mercado, a hacer objetos decorativos sin contenido intelectual, sin aportación humanística, impulsa un arte adormecido, aséptico y pasivo, un arte complaciente y fácil de vender. Estigmatiza la propaganda, la ridiculiza y sobre estetiza, patrocina activismo de galería con protestas facilonas de gusto elitista: señala el consumismo para no ver la explotación. Edulcora problemas serios para llevarlos a los terrenos de la obviedad: la marginación femenina se representa en cajitas de limpiadores de maquillaje y la cosificación sexual con un letrero de luz neón y una frase melodramática. Este mercado especulativo no quiere obras que de verdad impliquen al poder, no quiere obras que reflejen la Historia ni que denuncien lo que durante décadas ha manipulado, es un arte sin memoria. El neoliberalismo quiere artistas serviles, bufones de la corte que crean para agradar, no para cuestionar: juguetes gigantes, dulces, chistes. El arte y sus artistas se infantilizan, exhiben ignorancia social, sin la mayoría de edad e irresponsables, están para divertir, son demostración de riqueza y moda.
 
Égüez rechazó ser moda para ser arte, siguió un camino de pintura humanista y de denuncia que tiene un fin fundamental: antes que nada Égüez pinta un buen cuadro, hace un gran mural, es un trabajador constante, un devoto de su oficio. Ennoblece su labor como un trabajador, sin la pose del artista que se sube a un pedestal que lo hace intocable, por eso corre riesgos temáticos y técnicos, porque es instrumento de su obra, no es su obra. La palabra arte y la denominación artista están pasando por una época muy frívola, son artistas hasta los que asesinan animales, los que no hacen nada, los que estafan al mercado y es arte desde la basura hasta lo que no existe. En esta disyuntiva, Égüez decide pintar y además pintar con entrega, con dedicación, lleva a la certeza de que esas obras no son para él ni son él, son para un público inmenso que tal vez no sepa quién es el artista, pero esa es su entrega. Ha logrado un lenguaje contundente, autoral, que nos conmueve y nos involucra, y tiene cuidado técnico. Podría dedicarse a pintar otra cosa porque tiene la capacidad para hacerlo, pero decide que debe dejar una obra que marque al público, que imponga una reflexión en quien la mira.
 
Es tal la contaminación que ha surgido en el arte contemporáneo que una consigna política valida obras sin calidad artística, sin compromiso real, Égüez se enfrenta a esa banalidad con su trayectoria en el arte diciendo lo que ve, dando forma a nuestra propia desesperación y a su compromiso con los Derechos Humanos. El arte padece la globalización y el neoliberalismo en su estética y temática, miles de auto llamados artistas hacen lo mismo para agradar al mercado y al estatus, para hacer lo que se espera de ellos como artistas inventados e instantáneos. Hacer arte con una identidad propia, al margen de estas modas es una declaración de principios, es lo que decidió Égüez, que se empecinó en crear su propia pintura, inventar su color, adentrarse en lo esencial de nuestra América y de la vulnerabilidad de los más desprotegidos. No es pintura comercial en el sentido de que no está pintada para el mercado, es una pintura idealista, que persigue otros fines que van más lejos que los económicos o mediáticos, Égüez pinta para mostrar lo que admira: el dorado del sol y los cultivos, o el heroísmo de nuestra gente y la ignominia de la violencia.
 

El mural está ubicado en el edificio donde funcionó la Embajada de Estados Unidos en Quito. Ahora pertenece a la Fiscalía General del Estado.

 

El arte contemporáneo conceptual es una expresión endogámica, para los curadores, los artistas y los especuladores del mercado, no es para la gente, es excluyente y segregacionista. La obra de Égüez no necesita de un discurso que la anteceda y la explique, que nos diga que es otra cosa diferente de lo que vemos, que la ampare un curador para darle valor, su obra vale por sí misma, no es especulación retórica, no es para curadores, es para la gente.
 
Trabajador de oficio, para Égüez el arte no es un gesto elitista, cuidar de la calidad de la obra no se traduce en hacer arte para la endogamia académica, o para complacer el sistema neoliberal del arte; Égüez tiene una técnica depurada, una pintura de grandes aportaciones estéticas en su composición y su tratamiento del color y la entrega a sus preocupaciones sociales, la comparte con las mayorías, la hace un valor público. Estamos ante una obra que ha podido conjugar la creación de la belleza, en un momento en que la belleza está proscrita en el arte, y que no se limita a sus virtudes estéticas, pues hace del tema, de la imperiosa necesidad de decir, una prioridad que le da otro valor a la obra. Esto nos obliga a ver la obra de Égüez desde dos puntos de vista: su labor por los Derechos Humanos y la pintura en sí misma. Lo quiero señalar porque la gran diferencia de la obra de Égüez con el arte contemporáneo conceptual es que éste es una expresión oportunista a la que si despojamos de su consigna no queda nada.
 
La obra de Égüez tiene gran valor pictórico al margen de su lucha, y sobrevivirá como pintura, como la reunión prodigiosa de pigmentos sobre una superficie, como ese ejercicio de ver y expresarse a través del color y la forma. Existe una gran nobleza humana en tener una causa, pero la pintura tiene su lugar, la pintura es más que un medio, es también un fin, y Égüez es pintor, es un trabajador del arte, tiene en sus manos la pasión de crear. El compromiso es con el arte, es con la humilde y primitiva acción de dibujar, mezclar pigmentos y aplicarlos, es con esa actividad que exige imaginación, entrega, constancia, pericia técnica y que se gesta en el interior del artista, con las imágenes que ve en su mente antes de plasmarlas. El desarrollo de la pintura en la obra de Égüez lo impulsó a plasmar la más terrible realidad sin ser realista, sus imágenes son metáforas, alcanzan un nivel poético y no son evidentes, rescatan lo que debería ser un canto, se despoja de la obviedad, trata de que su realidad pictórica tenga otra dimensión.
 
La especulación retórica del arte contemporáneo, la fatuidad de las bienales, la ausencia de sentido humano de este arte se separa abismalmente de la obra de Égüez, y lo celebro, porque los espectadores necesitamos ver entrega del oficio, sentirnos conmovidos y comprometidos con la visión de una pintura. El arte contemporáneo especulativo y endogámico es la representación intelectual del fracaso del capitalismo. El fraude es denunciado cada vez que un pintor hace un cuadro, cada vez que Égüez levanta el pincel.
 
 
Antecedentes de la creación combativa
 
La obra de Pavel Égüez pertenece a una tradición de valentía y compromiso social que tiene sus antecedentes en grandes artistas que han provocado o participado en movimientos sociales y artísticos, que han puesto su obra al servicio de una causa y con esto cambiaron los paradigmas del arte. El gran formato es parte de esta transformación fundamental, el muro, el lienzo extenso abarcan las miradas de todos, están para que el espectador se involucre como parte de la obra, se viven en espacios públicos, se integran como un elemento social y urbano. El trabajo de Égüez hereda esta responsabilidad por la propia convicción del artista, él decide que su obra estará dentro de su momento histórico, con este fin crea un lenguaje y se apodera del espacio. Existen artistas que han manifestado su visión social y humanista en formatos más íntimos y sin embargo sus obras alcanzan la participación pública porque son pensadas para la emancipación, son correos de una guerrilla visual que emerge en la clandestinidad. Égüez trabaja con otros formatos y mantiene este código de expresarse en un trabajo que va más allá del espacio que ocupa, que se proyecte como una propuesta secuencial, un planteamiento que busca una continuidad, si reuniéramos las obras de mediano formato de Égüez rompiendo sus límites tendríamos un gran mosaico mural que se integraría como una sinfonía coral.
 
Antes de entrar en el mural Grito de la Memoria que realizó para la Fiscalía General del Estado, y dado que es una pieza trascendental en su trayectoria, es importante señalar los antecedentes de esta obra dentro del contexto de la historia del arte para dimensionar el compromiso con el arte y la sociedad, que Égüez asumió al realizar esta comisión de la Fiscalía. El arte aprende de sí mismo, las obras son consecuencia del trabajo conjunto de cientos de artistas y sabemos que este mural Grito de la Memoria que hoy contemplamos para entender, recordar y dar dignidad a la Historia de Ecuador y de nuestra América, tiene detrás de sí cientos de murales, artistas y visiones, este mural se suma a ese caudal del arte que grita con imágenes qué somos y cuál es nuestro verdadero rostro.
 
El arte como un visionario toma el designio de Tiresias y es para la humanidad el ente que recuerda todo del pasado, que ve el futuro y advierte, señala. Égüez ha marcado su destino con la elección de no callar, no pinta para la inmediatez, pinta para permanecer, para que los que aún no están aquí sepan en un futuro qué hay detrás de un día de paz, y pinta para que los que ya no están aquí, los que han muerto de forma injusta, tengan un recuerdo honorable, porque recordar nos dignifica, el olvido es una tiranía y sostiene las tiranías. El arte no nos deja olvidar, el arte es memoria.
 
Los maestros del maestro. Louis David, la parábola histórica como denuncia
 
Las revoluciones son acción, despiertan de la pasividad a los que han padecido crueldad e injusticia. La revolución es un cambio absoluto en el que la sumisión es anti ética, y nada justifica soportar la tiranía para mantener el statu quo, es por eso que revalora y enaltece a las masas, porque le da sentido heroico a su fuerza, porque ennoblece el estallido. El arte es y ha sido parte fundamental de la guerrilla humana y es un agitador social, el arte es la catarsis estética de la Historia.
 
La Revolución Francesa reconoció el poder del conocimiento, el ciudadano que estaba consciente de su situación no podía continuar en esa indigencia social sin asumir que estaba traicionando sus Derechos Humanos, con este movimiento la humanidad reconoció que el acceso a la justicia, y la igualdad y la solidaridad eran parte de los derechos de los que no podía ser despojada ninguna persona. La monarquía se divertía, se entretenía agonizando de aburrimiento, hastiada de sus privilegios, deshumanizada, Luis XVI mataba a sus perros cuando no podía cazar, disparaba contra ellos vengándose de su propia impotencia. María Antonieta se convertía en la amante de los ociosos, el Marqués de Sade detalla en sus 120 Jornadas algunos de sus apetitos entre las perversidades que inútilmente buscaban hacer el tiempo más corto. A la nobleza la duración de los días le angustiaba, sin nada qué hacer, sin un esfuerzo que acometer, sólo la depravación les daba un sentido a sus despilfarradoras vidas.
 
Los excesos de unos se sostienen en la miseria de otros, un sistema feudal esclavizaba a la mayoría de los franceses, y esto ni siquiera se veía como algo detestable, al contrario, un ficticio derecho divino permitía este horror: para la monarquía Dios es un cómplice. La Revolución destroza estas falsas creencias y Robespierre hace lo que «el pueblo le demanda», la violencia del derecho divino es vencida por la violencia de la justicia. El arte deja de ser un divertimiento y David pinta obras de gran formato que conmueven a la población, que la empuja a formar parte del sismo que derribó los muros de Versalles, obras oraculares que se adelantaron a los hechos. El Juramento de los Horacios fue la obra que anunció la Revolución y en el Juramento del Juego de Pelota los revolucionarios levantan la mano como los Horacios. David pinta esta obra como un encargo cuatro años antes de la toma de la Bastilla. En ella vemos una escena de la historia de los Horacios de Roma, en donde tres hermanos le juran a su padre defender su patria hasta la muerte. Tienen la mano levantada en un juramento y su padre sostiene las tres espadas, el manto rojo anuncia que se trata de una guerra sangrienta. Los hermanos se abrazan, son un ejército, aceptan la resolución fatal de pelear aun en contra de los lazos filiales y del lamento de las mujeres. Esta obra plantea cómo el bien colectivo está por encima del bien individual, cómo se debe romper con los afectos para defender los ideales. El cuadro por su estilo y factura fue una obra revolucionaria para el mundo del arte y al entrar al Salón representó la imagen de la nación. Los espectadores veían la unión, las armas levantadas, y los niños que con lágrimas despedían a sus padres. El arte es el ejemplo y la visión, una pintura describió el heroísmo de una familia, un pequeño círculo que se expande, en cada hogar y en cada familia hay un ejército.
 
En Los lictores devuelven a Bruto el cadáver de su hijo, esta obra describió el futuro que le esperaba a Francia: Bruto manda que decapiten a sus hijos al descubrir que planean una conjura contra la patria y su gobierno. Vemos cómo el padre recibe de espaldas el cadáver de su hijo y en la mesa hay unas tijeras que cortan el hilo que nos une a la vida. De nuevo los deberes sociales se imponen sobre los sentimientos filiales, Bruto rompe con su sangre para ser leal a su nación. Con esta obra David dejó cerrada la suerte de Francia que vería cómo las cabezas de sus hijos, reyes y líderes caerían por traición. El rey era considerado el padre de los franceses, la monarquía era gobierno y credo, la Revolución destruye este dogma y las cabezas de la aristocracia se posan en un cesto ensangrentado, castigados por traicionar a quienes le habían dado su lealtad. La Revolución dimensiona el juicio popular, le da existencia, le entrega el poder. Louis David es considerado, de forma injusta, como un propagandista, asumiendo que el arte debería mantenerse al margen de los cambios sociales y ser una expresión retórica o académica, endogámica y aislada de su entorno, como es hoy el arte conceptual contemporáneo. La obra de David abrió la posibilidad de que una aportación estética formara parte de la consciencia social, que una pintura tomara la fuerza de un discurso y la responsabilidad de un juicio. La memoria colectiva se hace visual, busca y provoca imágenes que la motiven, la representen y se integren como un lenguaje, el arte crea la iconografía de la protesta.
 
Pavel Égüez retoma el hallazgo de David de recurrir a un lenguaje icónico, eterno, que alcanza otros tiempos y no se detiene. Este lenguaje permite que la obra no se quede en el instante, que sea un mensajero que alcanzará otras épocas, otros espectadores, que vivirá para que la memoria permanezca. El gran formato y la mirada al origen primordial para atrapar a la eternidad son parte de la lección que deja Louis David al arte, y que Égüez retoma, estudia y hace propios con un lenguaje completamente distinto, personal, inconfundible. Detecta una iconografía cercana al conocimiento del cuerpo humano al que hace símbolo y tema, el cuerpo es nación, el cuerpo es sacrificio, mártir, justo. Égüez plantea un cuerpo que sea receptáculo de todas sus ideas y preocupaciones, que posea los rasgos de una presencia intemporal y sin embargo distintiva, auténtica. Podríamos decir que crea un cuerpo único para representar las circunstancias que rodean a su realidad, y que al ser manifestadas con este lenguaje se hacen universales; desde México a cualquier lugar del mundo nos podemos ver reflejados en ese cuerpo convulsionado por un grito, en esa madre que abraza a su hijo.
 
La simbología rompe con las fronteras del tiempo y el espacio, se hace un lenguaje afín que hermana al espectador. Esa es parte de la función del arte, crear un puente por el que todos podamos caminar, una obra que contemplemos identificando nuestro propio ser, sin pensar que es de otra época o que el autor viene de una región distinta a la nuestra, el arte proporciona un estado en el que la reflexión es una forma de unión.
 
El humanismo pictórico
 
La Revolución Francesa establece los Derechos del Individuo y le da al arte un papel fundamental en la conciencia colectiva, a partir de este momento trascendental el arte continuará con su rebeldía creadora, denunciando, emocionando y perteneciendo a la sociedad. La brutalidad de las guerras napoleónicas y la decadencia de una sociedad hipócrita y puritana quedan plasmadas en la obra de Goya, sus Caprichos, los Desastres de la Guerra y los Fusilamientos del 2 de mayo son el espejo en el que a España aún hoy le cuesta mirarse. Ni las instituciones corruptas, la iglesia y la burguesía pueden asimilarse en ese despiadado recuento visual. Goya depuró su técnica para hacer más incisivo su juicio. Goya mantuvo una doble vida, era pintor de una corte a la que despreciaba y en sus retratos no disimuló su pensamiento, la Familia de Carlos IV es una obra despiadada, el primer análisis de una familia disfuncional resultado de la estupidez de un rey, la lubricidad y codicia de una reina y la cómoda complicidad de un grupo que depreda privilegios inmerecidos. Los Caprichos y los Desastres, grabados de pequeño formato, circulaban como boletines de una subversión interna, la iglesia y el gobierno los perseguían. Los grabados de Goya son pequeñas versiones de grandes lienzos, son la crónica psicológica de las tardes conviviendo con personas a las que no respetaba y las comparaba con el pueblo que soportaba, que les permitía ser ruines. Égüez retoma esta crítica valiente y señala en su pintura a los que actúan en la descomposición social, a los que con su corrupción inciden en un proceso de degeneración que destruye los derechos elementales. La fisonomía grotesca es un contraste que Égüez sigue de la tradición de Goya, los cuerpos y los rostros de sus murales tienen la carga de sus actos, reflejan lo que son, se deforman, son un espejo que arroja el reflejo interno de los actos que cometemos, el asesinato deja sus huellas en el rostro. Égüez, que por un lado ha creado una iconografía clara para el pueblo, para las madres que gritan, también construye la fisonomía de la fuerza, los rasgos del verdugo. Esto va más allá de un retrato, porque podemos reconocer a cada personaje, señalar quiénes son, como sucede en el mural Grito de la Memoria, el artista le coloca a cada personaje la máscara de sus actos.
 
El privilegio del arte es plasmar lo que no podemos ver, ir más allá del testimonio documental, el arte interpreta y da una lectura, se aventura a dejar para la posteridad el rostro verdadero, el que debemos recordar, el arte inmortaliza a la infamia. Égüez no teme a la censura, señala como lo hizo Goya, para que este juicio pictórico sirva de ejemplo, para que su obra vaya más allá del gozo estético y se imponga como una reflexión acerca de este mal que nos inunda. En su obra podemos ver desde tiranos hasta funcionarios, angustia y crímenes de lesa humanidad; Égüez mira atento su entorno como Goya aquejado de sordera observaba desde su ventana, los dos se hacen testigos de su época, la estudian para dejar una Historia que no esté escrita desde el poder político. Crear para hacer Historia, es el poder del arte.
 
El grito de Picasso, el grito de Égüez. El grito de la pintura
 
La descripción de la violencia del poder es una obsesión para algunos artistas y cuando el momento surge la respuesta es demoledora: el Guernica de Picasso. Gracias a la narración visual, a su síntesis heroica, a la descripción que Picasso hace del dolor del pueblo sabemos que el ataque fascista dio inicio a una de las dictaduras más terribles de Europa. Esta pintura de formato mural, el grito desesperado que mira al cielo, el rostro del aullido que pide ser escuchado tiene gran repercusión en la obra de Égüez, está presente en el humanismo pictórico de la serie El grito de los excluidos. Lo que para Picasso fue la deshumanizada guerra en la que masacrar personas es un asunto político, y el objetivo es el exterminio del enemigo, para Égüez es denunciar al capitalismo que persigue el exterminio de clase, destruye al marginado, dejando fuera del alcance de la mayoría los bienes fundamentales. En estas pinturas de Égüez llevadas al muralismo, un formato que repercute en la sociedad, que se esparce, él rompe con el monocromatismo picassiano para inundar la protesta con su color, con sus pinceladas que dan movimiento a la desesperación, a la resonancia, al grito, y convierten en ominosa la sordera del poder. Las bocas rojas abiertas que emergen de un volcán, que se enfrentan entre ellas, que están hambrientas de justicia, que se descoyuntan con la fuerza de su necesidad, tienen el color de la tierra, de la selva, definidas por una línea oscura que las hace brotar en una erupción incontenible. Estos volcanes gritan desde lo más ancestral de la Historia, Égüez nos recuerda que hemos padecido un colonialismo devastador al que siguió el insensible neoliberalismo capitalista. Las Madres de la Guerra regresan al Guernica, en los brazos llevan a sus hijos muertos, códices en planos casi geométricos, con colores en capas, fondos rojos y ocres que nos anuncian la sangre sacrificada, la inocencia de una madre que mira a su niño, que lo abraza dándole calor, reteniendo ese cuerpo, tratando de entender en ese abrazo algo que no tiene razón de ser, algo que carece de explicación, que es brutalidad en estado puro, la injusticia y la violación sin límites. Égüez pinta esto y se solidariza con esas madres, se convierte en el niño muerto, sufre una catarsis y con su pintura es parte de la tragedia. Esos gritos de dolor se diluyen con el ruido mediático, en los noticieros exhiben diariamente decenas de historias, no alcanzamos a asimilar y entender tanta violencia, entonces la mirada del artista se vuelve indispensable, porque él hace una abstracción y una síntesis de lo que sucede, lo codifica y le da realidad pictórica, lo hace un símbolo, y con precisión nos señala qué pasa y qué debemos mirar.
 
El Grito de Munch podría distraernos de esta relación Égüez-Picasso, porque Munch se va a una situación histérica del individuo, es un grito individual, personal, interno, la psiquiatría y la ficción freudiana. En la obra de Égüez estamos ante ese dolor colectivo que se hace uno, que se sintetiza para definir plásticamente un estado de vulnerabilidad que no alcanza a ser visto o escuchado por el poder, porque los marginados están ahí para no existir. El drama existencial de Munch es el individuo que se aterroriza por su ego, el drama social de Égüez es la colectividad indefensa ante un poder oligárquico y egoísta. La presencia estética discierne, descompone y nos da un planteamiento más contundente, poderoso, que podemos asimilar, esto nos permite recordar, guardar esa imagen, esa obra. Égüez pintó esas madres, Picasso pintó esa madre, ya no podemos negar que sabemos algo del dolor de perder lo más amado, intuimos la impotencia ante la fuerza brutal que nos lo arrebata y sabemos que es cobarde la complicidad con el poder que comete esos crímenes. Pavel Égüez escucha y grita con su pintura.
 
El muralismo rompe con el arte elitista
 
 
El muralismo es el mayor movimiento artístico comprometido con la identidad de América Latina.
Pavel Égüez
 
El muro no es una frontera, es construcción y soporte. El movimiento muralista mexicano inició como una estrategia para consolidar los logros revolucionarios en la visión de la gente, para crear la versión iconográfica de la Historia, llevarla más allá del anecdotario y las fechas, convertirla en una convivencia cotidiana, en una realidad artística. Vemos el muro, no podemos evitar su contundencia, es parte de la urbe, ocupa espacios públicos, este gesto de utilizarlo quitó a la burguesía el derecho a ser la dueña del arte. El muro rompe con la concepción elitista del arte, el arte ya no es propiedad privada, se expande, se convierte en propiedad pública, se posa en una pared que pertenece a todos, y muestra obras que antes sólo podían ver unos cuantos, pintadas por artistas que hacían retratos de potentados, artistas que debían estar al servicio del mecenas. La burguesía sentía que el arte era parte de su riqueza, que el resto de la gente no tenía derecho a verlo, empecinados en mantener un estatus medieval: el artista un siervo que trabaja para un mecenas y la gente no tiene acceso a las obras, son del que puede pagar por ellas. Los artistas se rebelaron contra esta situación en el siglo XVIII, reclamaron el valor de la autoría, pero el formato de caballete mantenía una separación entre el arte y la ciudadanía. Con la llegada del movimiento muralista el elitismo se derrumba, el arte adquiere un formato y un lenguaje que puede llegar a las masas, ahora está en manos de la mayoría marginada de la capacidad de adquirir obras de arte. El muro deja de ser área susceptible de decoración, el muro es subversión, protesta, bandera, identidad. El muralismo le da sentido de pertenencia a los ciudadanos, es del que lo mira, está ahí inamovible, no es para el disfrute de unos cuantos y no está pensado para un pequeño grupo, es una obra ciudadana, es uno de los gestos más democratizadores del arte. El mural les dice a los ciudadanos que son merecedores de tener arte, los ubica como personas de valía, tener acceso al arte le da dignidad a un ciudadano.
 
Los murales del Colegio de San Ildefonso fueron pintados con pistola en mano por Diego Rivera, José Clemente Orozco, Revueltas y Jean Charlot. La burguesía agredía los murales, los vandalizaba, los estudiantes hijos de padres reaccionarios atacaban e insultaban a los pintores, y estos ahuyentaban a los agresores a balazos, una guerra en contra del arte. Los artistas continuaron su trabajo y hoy tenemos en esos muros una de las pinturas más contundentes y logradas del arte, y una composición maestra: La Trinchera, de José Clemente Orozco. Esta pintura reúne a tres combatientes con líneas diagonales y en posiciones cinéticas, con movimiento propio, es una secuencia en la que parecería que el mismo soldado va cayendo hasta arrodillarse. Las líneas, obsesión de Orozco, se suceden en una coreografía perfecta y nos describen la desolación de esa guerra, los pechos desnudos, el pantalón de manta, los pies descalzos, es un ejército de campesinos, los más pobres, un regimiento de valientes desamparados. El heroísmo de esta pintura es tan conmovedor y poderoso que no podemos explicarnos cómo esas personas entregaron sus vidas con tanta nobleza para una causa de la que nunca vieron sus frutos.
 
El mural llega a la obra de Pavel Égüez para expandir su compromiso social y pictórico, el caballete es insuficiente para sus ideas, para su inmersión en su lucha por los Derechos Humanos. Égüez se apodera del muro, y se decide por la emancipación, por empujar al espectador a tomar una posición ante su realidad y ante el arte, esa es la disyuntiva del mural Grito de la Memoria.
 
Olvidar es complicidad con el crimen
 
La depravada orgía de las 120 Jornadas de Sodoma, del Marqués de Sade, estaba organizada por un juez, un obispo, un aristócrata y un banquero. En esta jornada de 120 noches con sus días llevarían hasta el límite de sus fuerzas y su imaginación sus más bajos apetitos, incluyendo matar, violar o torturar, todo es válido, y es posible porque tienen el poder para hacerlo. No existe ley o fuerza que los detenga por sus crímenes, no hay castigo, no hay consecuencias. El privilegio del poder es que no tiene memoria, la obligación de los ciudadanos es recordar. Esa orgía sangrienta se repite en la historia de las dictaduras latinoamericanas. Sade describió su propia época, su circunstancia política y social, desde el lenguaje del arte escribió una novela que traspasa el tiempo y se convierte en un retrato del abuso del poder. En el primer panel del mural Grito de la Memoria, de Pavel Égüez, vemos los personajes sadianos de Latinoamérica en la jornada sangrienta de la Operación Cóndor, destacándose el general Pinochet, que representa también muchos jefes máximos de las fuerzas armadas y dictadores, la burguesía, los jueces y la iglesia. Estos personajes los veremos repetirse con distintos nombres en la Historia de casi todo el continente. La complicidad de la iglesia y sus jerarcas que van en contra de sus propios ideales, que desconocen sus obligadas virtudes para traicionar a los más débiles y abandonar a los desesperados. En este panel el cóndor es un símbolo de fuerza que cobija bajo sus alas a los personajes que forman un grupo compacto, que se hace fuerte, en el que no puede entrar nadie que no sea de su clase. Égüez recurre a su talento para crear retratos que nos dan la fisionomía de la persona sin ser realistas o literales, interpreta esa mutación que sufre el rostro cuando refleja su propio pasado, pues cada hombre tiene marcado el rictus de sus crímenes, sus decisiones, la huella de las traiciones, la voz podrá mentir pero el rostro dice la verdad. El fondo oscuro los hunde en una caverna, de la tumba donde yacen este mural los exhuma porque es necesario recordar para no permitir los mismos errores, las leyes de punto final, de amnistía que perdonan crímenes de lesa humanidad son garantía de impunidad, y les dice a los que están dispuestos a violar la paz social que es posible hacerlo. Égüez pinta a estos personajes y describe los factores constantes de los abusos históricos en nuestra América y los coloca en un plano contundente que es una sentencia: no olvidamos, el perdón no es ignorancia. Pinochet lleva sobre el cuerpo un esqueleto, ¿cuántos seres hay detrás de ese esqueleto, cuántos desaparecidos, cuántos torturados, masacrados, cuántos más seguirán habiendo si dejamos de recordar?
 
El mural de Égüez tiene la valentía de no temer a la memoria, de llevar el pasado como parte del presente y como lección para el futuro. Los que buscan la impunidad dicen que la memoria es una venganza, que recordar revive las divisiones, es el caso de España y su negativa a abrir las fosas de los represaliados del franquismo, la obcecación de mantener El Valle de los Caídos, un monumento a la prepotencia del tirano que se permite reescribir la Historia y erigir un mausoleo a su absolutismo. En nuestro destino común estamos obligados a defender que la memoria es parte de nuestros Derechos Humanos, debemos exigir que los abusos y los crímenes tienen que ser castigados con justicia y que es un acto justo saber. Negar la verdad es una injusticia en nuestra América. El panel abre la Historia con esta ópera coral, con la obligación de no dejar en el vacío los rostros de los responsables del período sangriento del continente y de Ecuador, período que derivó en una sucesión de dictaduras que rivalizaron en crueldad.
 
La sangre también recuerda
 
El panel siguiente del mural toca una herida que aún siente Ecuador, el gobierno de León Febres Cordero, de 1984 a 1988, su sistemática cadena de desapariciones, asesinatos, torturas y graves violaciones a los derechos humanos para mantener a su propio gobierno y conseguir un statu quo dictado desde el extranjero. Con su capacidad de síntesis simbólica, Égüez hace de un cuerpo herido los cuerpos de cientos de personas. Los aullidos y llantos de este ser que sangra los podemos escuchar como un eco que invade la Historia de Ecuador, son llantos que no debemos dejar de escuchar, que nos deben acompañar, la sordera del poder tratará de evitarlos, las leyes del olvido los silenciarán, por eso Égüez los mantiene sonoros. El cuerpo está postrado debajo del retrato de su verdugo, Febres Cordero está enmarcado dentro de un cuadro que permite varios puntos de lectura: está inclinado, caído de un lado, como un recuerdo que ha perdido su dignidad, alguien que está en decadencia, del que nadie se preocupa por rehabilitar. El marco conduce nuestra vista y hace que recaiga sobre él toda la responsabilidad, está ahí en un juicio y una sentencia. Égüez no teme hacerse responsable de narrar la Historia y de recordarla, toma al mural como en tiempos ancestrales cuando las historias eran narraciones orales que se transmitían de una persona a otra y la memoria era fundamental para que no se perdieran, así llegaron hasta nosotros los libros más antiguos, desde el recuerdo y la voz de los narradores.
 
Este mural es la voz y la imagen que recuerda, es el derecho a mantener vivo el testimonio de los crímenes. Égüez presenta un regimiento anónimo, sin rostros, los ejércitos están formados por reglas de obediencia, carecen de individualidad y autonomía, están a las órdenes de alguien, y el que manda es el rostro de todos los que obedecen. En el mural tienen la boca abierta, hambrientos de violencia, vociferan guiados por el odio, ellos no escuchan el dolor de sus víctimas, son verdugos irracionales, insensibles, lo paradójico es que su único y gran privilegio es matar. Las tropas del ejército y la policía provienen del mismo pueblo al que asesinan, son obreros de la sangre, y están ahí como masa obediente que pagará con su vida el terrible poder de matar a sus hermanos. Los cuerpos de un hombre y una mujer de pie ante una dolorosa franja roja que baja en una cascada de sangre en medio de este ejército, esta pareja con las manos atadas encarna a la víctima universal, ellos nos conducen dentro de la trayectoria ominosa de la violación de los Derechos Humanos.
 
Me veo de niño y no me acuerdo cómo era,
pero siento que el niño sigue vivo,
sin él no podría ser feliz al pintar.
 
Pavel Égüez
 
Las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo, con sus pañuelos blancos cubriéndoles la cabeza, heroínas de la memoria, se negaron a aceptar el designio oficial, exigieron justicia con su silenciosa presencia, caminando en círculos se convirtieron en una plegaria estridente que desquició la versión del poder, un grito que decía día a día: cada madre tiene un hijo muerto, en cada paso que damos nuestros hijos están presentes. Égüez pintor y Égüez hijo les ofrece un homenaje a su lucha pacífica, constante e inquebrantable, en esta composición renacentista las hace un coro de Antígonas, que pagan con su vida dar dignidad a sus seres amados. La gente no desaparece, no se esfuma: la encarcelan, la esconden y la asesinan. El crimen no es un acto de magia, en él no cabe la evasión de un término irresponsable como «desaparecer», para las Abuelas y Madres de Mayo el delito tiene nombre: secuestro y asesinato. Son ejemplares porque no requirieron de armas o violencia, les bastó su memoria, su negación a olvidar para iniciar una lucha que hasta el día de hoy sigue dando resultados. Es muy acertado que Égüez divida su narración entre el olvido obligado de los regímenes dictatoriales y la memoria que inicia con las Abuelas y Madres de Mayo, porque estas mujeres valientes recordaron para que el dolor no las enloqueciera, no las sometiera; Abuelas y Madres que levantan los retratos de sus hijos para que en ellos leamos la verdadera versión de la masacre.
 
En este panel Égüez trae a nosotros a los defensores de los Derechos Humanos, los que aún están trabajando y los que son inspiración, como la imagen de Salvador Allende, de quien aún hoy no sabemos con certeza las circunstancias reales de su muerte, a quien le bastó que desafiara la dirección de los que detentaban el poder para ser objeto de un golpe de Estado y una muerte violenta. Con este mural, ante la visión de nuestras constantes históricas nos preguntamos ¿Cuándo va a tener Nuestra América derecho a guiar su destino? ¿Cuándo va a ser respetada nuestra libertad de llevar a nuestras naciones por el camino que la mayoría decida? Padecemos una recurrencia circular, nuestra Historia está marcada por la constante determinación de las oligarquías para hacer del continente un feudo de explotación. En esta pirámide del poder los indígenas están en la base que más sufre, padecen un racismo social, económico y cultural, no tienen derechos, sus tierras no les pertenecen y su cultura no es respetada; para denunciar este daño Rigoberta Menchú Tum ha dedicado su vida, su condición de mujer además defiende esa gran marginación que sufren las mujeres indígenas. Menchú lleva consigo el retrato de José Efraín Ríos Montt, publicado en el periódico La Jornada, y lo señala como genocida, recordando las masacres en las que murieron al menos 1800 Mayas Ixils y que sucedieron entre 1982 y 1983. Ríos Montt fue condenado a 80 años de cárcel y Menchú afirmó que esa condena «es la reparación del dolor que nos negaron», negar el dolor es parte del olvido, no aceptar que alguien sufre es no aceptar que existe un crimen. Ríos Montt, además, es acusado de terrorismo de Estado, desaparición forzosa y tortura, un catálogo de la ignominia sadiana. El orgullo de sus raíces ha mantenido a Rigoberta Menchú con la fuerza para seguir adelante y obligar a que los crímenes en contra de los indígenas sean aceptados y castigados, una misión difícil en una sociedad hipócrita que no reconoce su racismo.
 
La composición renacentista, también presente en los murales de Diego Rivera y en el realismo socialista, que se ha convertido en un canon del muralismo para convocar diferentes personajes y mantener el dramatismo de la escena, permite que Égüez reúna a Adolfo Pérez Esquivel y Menchú Tum con Las Abuelas y Madres de Mayo. Pérez Esquivel es luchador por los Derechos Humanos y denunció los crímenes de la Guerra Sucia durante la dictadura del General Videla, es escritor, poeta, pintor muralista, es decir un colega muy cercano a Égüez, los dos llevan su vida y su obra unidas. Su trabajo en busca de la paz y la unidad da un sentido a la Defensa de los Derechos Humanos que se dirija a una armonía social, que sea una cultura de la verdad y la reconciliación. Égüez inserta un efecto mítico dentro de esta construcción de nuestra Historia: las mariposas doradas que vuelan sobre Macondo, el lugar ficticio donde sucede la novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. La magia de Nuestra América donde en medio del dolor somos capaces de crear y vivir historias que nos den acceso a otra realidad, a un espacio de imaginación y sueños. Cada persona guarda sus mitos privados, sus memorias fantásticas, ese jardín en el que dibujaba de niño Pavel Égüez, cuando descubrió que el dibujo estaba en el mundo que lo rodeaba y que su trabajo era convertir ese mundo en líneas, en colores y llevarlo al papel.
 
Sin verdad no hay justicia
 
Las violaciones de los Derechos Humanos en Ecuador ocupan el panel Sin Verdad no hay Justicia. Podemos ver a Milton Reyes, revolucionario, encarcelado y torturado en el Retén Sur por el gobierno de Velasco Ibarra, quien negó el crimen y se arrepentía de «no haber sido más duro». Su imagen está en el mural sobre un cartel que levantan varias manos recordando al mártir. La memoria sigue adelante y podemos leer «Taura», que evoca el recuerdo de la detención arbitraria, tortura y violencia sexual a la que fueron sometidos casi 90 Comandos a manos de las fuerzas de León Febres Cordero, a quien secuestraron en la base aérea de Taura. El «11 del Putumayo» recuerda los 10 campesinos indígenas colombianos y el ecuatoriano que fueron detenidos y torturados entre el 18 y el 21 de diciembre en las orillas del Río Putumayo en 1993 por el ejército de Ecuador. Las Dolores es otro caso de mujeres valientes que denunciaron la ejecución extrajudicial y desaparición forzada de sus esposos a manos de la policía, crímenes que se repiten a lo largo de América Latina, muestras de la prepotencia criminal del poder para hacer uso de la violencia e impartir castigos sin más justificación que su demostración de la fuerza, la falsa concepción del orden social cambiándolo por la represión social. El arcoiris de la bandera de la comunidad GLBTI, cuyos integrantes han sufrido una verdadera persecución y violación de todos sus derechos, que son estigmatizados, señalados y objeto de burla, una lucha que aún hoy no termina, que cada día vive nuevas afrentas. Es milenario el odio a las preferencias sexuales y ante el escarnio social, la cerrazón religiosa, la comunidad homosexual padece uno de los capítulos más violentos del abuso social, pero es ejemplar su valentía, la defensa que han hecho de su idiosincrasia, y la dignidad de no ceder y seguir adelante con alegría, con su presencia emancipadora y significativa, ganando el respeto milímetro a milímetro.
 
Todos eran mis hijos
 
Los hijos asesinados son hijos de todos nosotros, dejan unos padres destrozados por el dolor, pero tienen en la sociedad entera la consciencia de que no hay reglas para la arbitrariedad del abuso, que no tiene razón de ser y que es un terrible encuentro que no se planifica, solo ataca y marca para siempre. Luz Elena Arismendi y su esposo Pedro Restrepo son héroes de esta lucha, sus hijos adolescentes fueron desaparecidos forzosamente por la policía ecuatoriana del gobierno de León Febres Cordero. Poseídos por esa valentía ciega que genera el dolor más profundo, pelearon en contra del poder para buscar justicia. Su misión saca de la impunidad los crímenes cometidos a jóvenes, motiva a sus padres a no rendirse. Égüez los hace el centro de este panel, Luz Elena porta el letrero «Por nuestros niños hasta la vida» y Pedro las fotografías de los chicos. El retrato de Jaime Roldós Aguilera es levantado por las manos que votaron por él, las circunstancias sospechosas de su muerte acabaron con el primer gobierno democrático después de décadas de dictaduras, y sepultaron su espíritu progresista. El líder de la Revolución Liberal ecuatoriana, el general Eloy Alfaro, tiene su sitio en este mural, líder que abrió la puerta a numerosos derechos para impulsar la igualdad en Ecuador, como la educación gratuita, el matrimonio civil, la legalidad del divorcio y el laicismo; fue linchado y asesinado por la oligarquía que manipuló a un grupo violento. Alfaro Vive Carajo, el movimiento revolucionario, sostiene la imagen y el ideario del general Alfaro para aplicarlos en la inconclusa justicia social; sus miembros fueron perseguidos, torturados y algunos asesinados por el nefasto gobierno de León Febres Cordero. El espíritu latinoamericano, que sale de las más adversas condiciones, está representado por los cantores que llevan consigo la música que, generación tras generación, es parte de la tradición popular. Aparecen mártires del derecho a la huelga, los trabajadores del ingenio azucarero Aztra que murieron asesinados con sus familias en manos de la policía y los generales que obedecieron las órdenes de los potentados acataron la disposición de matar por dinero.
 
Es muy duro recorrer este mural, ver tanta muerte, tanta crueldad y odio, ver que el móvil de todo esto ha sido la generación de riqueza y poder para un grupo, siempre el mismo, ver que al servicio de esta trama están las fuerzas armadas, los gobiernos y la iglesia. Es una lección dolorosa observarlo, más aún debió ser pintarlo, pero alguien lo tenía que hacer, alguien debía escribir la Historia, hacerlo es un privilegio y una condena.
 
En busca de la esperanza
 
El filósofo Platón describe el origen del ser humano como una masa de dos cuerpos unidos que lentamente se fueron separando, esa separación dio inicio a las diferencias. Nuestra inclinación natural debería ser regresar a la unión. Égüez cierra el mural con una figura que podría ser escultórica y reúne tres cuerpos, un hombre y una mujer que lleva a su hijo en brazos, son una roca, una masa fusionada, palpitan y respiran juntos. El hombre lleva en la mano una rama que florece, ese brote verde que se emancipa y arroja su belleza es la fuerza de vivir, de seguir adelante en esta trayectoria siempre incierta que es la existencia. La memoria y defensa de los Derechos Humanos persigue que la sociedad acepte la responsabilidad de sus actos, esto nos dará un lugar armonioso y justo para vivir, nos dará la oportunidad de poder ser felices en el país en donde hemos nacido, o de ser aceptados dignamente en el país en el que deseamos vivir.
 

 
La lucha por los Derechos Humanos defiende al individuo y su razón de ser, de pertenecer y tener un valor implícito inviolable. Égüez nos da este final sinfónico para que la reconciliación sea posible, y que la memoria construya el futuro, el fondo azul que pinta como agua generadora de vida nos anuncia que esa paz puede crecer, contagiarse y ser una forma de vivir, trabajar y gobernar. La Justica deja de ser un privilegio para ser un estado natural propicio para la creación, la educación y el progreso. Esta figura amalgamada será un anuncio de lo que está por venir si la Defensa de los Derechos Humanos no es abandonada, si su lucha no es pervertida o mal-interpretada. Égüez cree en una realidad mejor, el arte aporta realidades, plasma un mundo que no existe para que nosotros lo hagamos posible.
 
El mural como testimonio
 
En el arte hay mecenazgos que han hecho Historia, el movimiento muralista en México inició con las obras que comisionó don José Vasconcelos, quien creía, y estaba en lo cierto, que el arte crea identidad y le abriría a México a un panorama de cultura y humanismo. Comisiones de este tipo hacen que una sociedad progrese en rumbos más nobles y con repercusiones más profundas. Estamos viviendo la sobre valoración neoliberal del progreso, que se traduce en resultados económicos que benefician a una minoría. La trampa de este capitalismo salvaje es evidente en Europa, donde los bancos se devoran el estado de bienestar y el progreso económico se mide controlando falsamente el déficit. Los bienes artísticos, la cultura y el conocimiento son parte del progreso y son tan necesarios como los factores económicos, porque nos solidarizan, nos hacen conscientes, nos dan visiones de la realidad que invitan al diálogo.
 
Es muy valioso que la Fiscalía General del Estado, sobre los casos que investiga y judicializa su Dirección de la Comisión de la Verdad y Derechos Humanos, haya comisionado a Pavel Égüez este mural Grito de la Memoria porque impulsa el avance humanista. Esta obra en una sede de la Justicia, que señala las flagrantes violaciones a los derechos y los crímenes que se han vivido en Ecuador y en América Latina, flanqueadas por los grandes defensores y mártires de estos derechos, es una declaración de principios por parte de la Fiscalía General del Estado sobre lo denunciado en el Informe de la Comisión de la Verdad. Con este mural es una decisión tomada y un compromiso abierto la búsqueda de la verdad, el no ocultamiento de las injusticias, ese mural motivará a seguir adelante e increpará cuando no se cumpla lo prometido. Este compromiso abierto con la transparencia y la justicia es lo que señala una nueva etapa en la Historia de Ecuador. El Arte y la Historia tienen la trascendencia para juzgar al pasado.
 
 

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