Jaime Garzón mi amigo

14/08/2014
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Días antes de su asesinato recibí una llamada urgente de Jaime Garzón invitándome a su apartamento para conversar y ver una exposición de pinturas que tenía colgada en su casa. Me sorprendió el tono perentorio de la reunión que debía realizarse esa misma noche, no logré entender por qué la urgencia era tan manifiesta. Sin embargo, con el ánimo de no faltarle a mi amigo, tomé mi carro y me dirigí hasta su casa. Allí me encontré con Franco Ambrosi, un gran amigo común que quería y admiraba, igual que yo, a Heidi como cariñosamente le gustaba que le dijéramos.
 
Lo encontré tranquilo manteniendo el tono jocoso en la conversación, como era usual en él. Después de enseñarnos tranquilamente las pinturas y cuando menos lo esperábamos, nos dijo -a boca de jarro- “tengo serias informaciones de que me quieren asesinar, ya han pagado sicarios para ello”. Me quedé de una sola pieza, pero rápidamente y frente a la gravedad de la situación le dije que era urgente actuar para garantizar su vida, pues bien sabemos que sicarios pagados harían cualquier locura para cumplir su fechoría y en tal sentido, le plantee que debía pasar en ese mismo momento a un tipo especial de clandestinidad, donde fuera borrada cualquier huella que se pudiera dejar en este esfuerzo. Les manifesté la peligrosidad de lo que estaba pasando y me atreví a decirle que pensaba que ya, en estos momentos, los sicarios debían estar pisándole los talones.
 
Frente a esto le propuse un plan de realización inmediata. Jaime debía empacar una muda de ropa en su morral, sus utensilios personales y acostado en el piso del carro de Franco o del mío, debíamos salir inmediatamente para Cúcuta por la carretera de Bucaramanga. Desde el camino contactaríamos a una buena amistad en Cúcuta para que nos facilitara refugio seguro, mientras pasábamos la frontera a Venezuela. En el entretanto, adelantaríamos gestiones para que saliera del país y se asilara en Europa, pues no veía otra salida diferente. Jaime estuvo inicialmente de acuerdo, pero pidió unas horas para tratar de impedir la realización del macabro operativo que le tenían montado. Nos dijo que al día siguiente iba a ir hasta la cárcel Modelo de Bogotá, donde algunos contactos que había hecho, lo pondrían en comunicación telefónica con alguien muy importante en la estructura de los paramilitares. Me opuse a esta posibilidad pues era muy consciente y así se lo hice ver, que cuando un atentado de esta magnitud es pagado, no hay mecanismo que lo pueda detener. Frente a mi insistencia, casi que obsesiva, me pidió que esperáramos 24 horas mientras él realizaba la diligencia prevista, y que inmediatamente me llamaría según los resultados.
 
Efectivamente, al día siguiente me llamó, y para mi sorpresa lo encontré muy tranquilo y me dijo que ya había logrado desactivar el mecanismo del atentado contra él. Con las limitaciones de la conversación telefónica traté de decirle que no se confiara en eso, pero que sin embargo, yo aceptaba lo que él decidiera.
 
Por eso cuando a las 5:30 de la mañana recibí la llamada de mi hermano David diciéndome aterrado que habían asesinado a Jaime Garzón, no pude contener el llanto y el reproche de no haber actuado más enérgicamente en la realización del plan de salvamento que yo le había propuesto. Mientras las lágrimas corrían por mis mejillas y hacíamos junto con Gloria Amparo y mis hijos Pedro y Silvia Carolina, esfuerzos por desplazarnos hasta el sitio del atentado, recordé con cariño los momentos en que la vida me había puesto en contacto con este ser maravilloso, noble y buen amigo que había sido Jaime Garzón.
 
Lo había conocido en una de esas tantas reuniones que hacíamos con el grupo de Replanteamiento del ELN, tratando de encontrar caminos que hicieran de esta organización guerrillera una verdadera plataforma política, donde se expresara en la teoría y en la práctica el pensamiento liberador del sacerdote Camilo Torres Restrepo y de su Frente Unido del Pueblo. Con Jaime, no fue necesaria mucha discusión pues entendía que el problema fundamental de la revolución estaba en hacer realidad la última consigna del capellán universitario insurgente que era la de “la organización de la clase popular”. Mientras no estemos profundamente organizados con los sectores populares, poco se hará con el aparato militar. “El problema no es de armas, el problema es de organización”, decíamos.
 
Y desde allí comenzamos una fraternal y prolongada amistad que se fue concretando con otros amigos hasta que surgió nuestro grupo “El Rotundo Vagabundo”, del cual él fue padre y gestor de la idea, que si bien, inició como un espacio de humor político y de gran fraternidad que nos consolidaba cada vez más como un grupo de amigos, pero que además, poco a poco nos fue arraigando como una familia, donde no solo nos integrábamos los adultos, sino además, se articulaban nuestros hijos, que lo querían, y se sumaban a sus bromas, juegos, imitaciones y demás actividades que les promovía, y a su vez, los seguía como un niño en sus actividades, lo más hermoso es que su alma de niño siempre estaba a flor de piel.
 
Sin embargo las reuniones se fueron extendiendo a otros invitados que igualmente disfrutaban de su sátira y humor con cargado énfasis humano y político, fue la forma como se fue conociendo de su capacidad creativa, interpretativa de la realidad social y política del país, hecha con la gracia, el humor y la profundidad que lo caracterizaba. Fue así, sin sentir cómo ni cuándo dio su salto a los medios de comunicación y por tanto a la fama, reconocimiento, aceptación y amor con que lo premió el pueblo colombiano, al sentirse interpretado e interlocutado de esta manera tan original e ingeniosa, con la creación de personajes que aún están vivos en el imaginario colectivo.
 
La vida nos fue uniendo pero también nos fue separando. Juntos observamos y vivimos el poderoso impacto de su gestión en un periodismo crítico. Del joven aquel que conocí en la década finales de los setenta y comienzo de los ochenta, se convirtió a los pocos años en un humorista político que ejercía poderosa influencia en la opinión nacional. Sin embargo, por encima de sus exigencias de tiempo, siempre supo sacar ratos para realizar las reuniones del “Rotundo Vagabundo”, espacio para conversar, imitar y reír que eran sus fortalezas envidiables con las que enfrentaba la vida.
 
Destrozados por el dolor y confundidos por los impactantes y dolorosos hechos, acompañamos el féretro que estuvo en cámara ardiente en la plaza de Bolívar, entre las columnas del edificio del Congreso de la República. Allí se fue congregando una multitud primero silenciosa, pero a medida que pasaba el tiempo comenzaron los gritos clamando justicia. “Tuti”, su adorada compañera, dispuso en medio de una tensión muy alta que su féretro solo lo debían cargar sus amigos más cercanos del Rotundo Vagabundo, y efectivamente así se hizo. Entre los que lo ayudamos a llevar hasta su tumba recuerdo a Franco Ambrosi, Hernando Corral, Pedrito, mi hijo y Nelson, hijo de “Tuti”, dos de los niños aquellos que tanto lo querían y ya habían crecido. Así mismo, en primera línea seguían el féretro las esposas e hijos del Rotundo (como él los llamaba) abrazados y unidos como la familia que nuestro gran Heidi consolidó.
 
Con las últimas luces de la tarde lo depositamos en el seno de la tierra, que lo acogió con la ternura, con la que nos acogerá a todos. Mientras nos retirábamos, con los ojos bañados en lágrimas, musité una plegaria. Quizás, por eso, hoy 13 de agosto de 2014 a las 5:00 de la mañana me desperté sobresaltado, pensando que si hubiese sido más firme en el planeamiento de sacarlo de Bogotá, contra viento y marea, acostado en el piso de mi carro para liberarlo de la persecución implacable de sus asesinos, Heidi, mi inolvidable amigo Jaime Garzón, a lo mejor andaría alegrando el alma sufrida y adolorida de la nación, que aun llora su irreparable partida.
 
- Alonso Ojeda Awad es Director Programa Paz U.P.N. y Ex Embajador De Colombia
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