Regreso a Vieques

31/03/2014
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Enero 2014
 
La lancha de Fajardo a Vieques sale a las 4:30 de la tarde. Yo llego al muelle a las 4:25 y me encuentro una fila en la boletería, compuesta por viequenses y turistas con cara de haber ya esperado bastante rato. La fila no se mueve y la lancha sale, dejándonos varados hasta la próxima lancha, que estará abordando a las 8. Algunos en la fila responden con resignación y otros con rabia, la cual dirigen hacia los empleados del muelle.
 
Buscando cómo matar tres horas y media, caigo en cuenta que esta parte de Fajardo ha cambiado desde mi último viaje a Vieques hace seis años. Y no ha cambiado para bien. A distancia peatonal sólo hay un negocio donde uno puede ir a beber y comer algo- aparte del cafetín del muelle, cuyo ofrecimiento más suculento es empanadilla de pizza con soda. Recuerdo que antes había más negocios y opciones en el área. La cercanía al muelle ahora es un pueblo fantasma. El Hotel Delicias, ubicado justo frente al muelle, ahora está cerrado, un enorme adefesio abandonado.
 
Llego al muelle de Isabel Segunda en Vieques a eso de las 10 de la noche. A esa hora uno no puede contar con que haya un carro público disponible. Si llegar es todo un rollo debido a los problemas con la lancha, moverse uno dentro de la isla puede ser un rollo igual o mayor. La isla es demasiado grande para peatones, un viaje en carro de un extremo de la zona civil al otro puede tomar sobre 15 minutos. Después de cierta hora no hay ningún tipo de transporte público, y la gasolina es carísima, superando el dólar el litro durante mi visita. En Vieques es toda una odisea moverse uno de un sitio a otro, especialmente si uno está corto de dinero.
 
Me recoge mi contacto en un carro prestado, y viajando a Esperanza en el lado sur de la isla, me va contando cosas. El crimen está por las nubes. El año pasado hubo sobre una docena de asesinatos, y la policía no hizo un solo arresto. Hay un asesinato por semana en lo que va del 2014. El último viequense asesinado fue un muchacho cuya cara fue desfigurada y exhibida en Facebook como advertencia a la población.
 
El penúltimo asesinato había sido causado por una disputa por caballos. Hay caballos paseándose por la libre por todo Vieques. Los turistas, mal informados, dicen que son realengos (wild horses). Pero todos tienen dueño, y los dueños siempre saben exactamente dónde se encuentran pastando. Para los turistas es todo un deleite verlos galopando en manadas por la playa y por los barrios. Pero para muchos residentes son una verdadera molestia- se comen cosechas, defecan en lugares públicos y obstruyen el tránsito, a veces causando accidentes.
 
Dejo mi equipaje en la casa donde me quedaré y salimos a comer algo. Pasamos por el malecón de Esperanza, que está vivaracho y lleno de turistas consumiendo. Mi contacto recomienda que sigamos de largo: “Sirven malo y caro”, me dice. El “boom” de las bombas de la marina de Estados Unidos cesó hace 15 años, pero desde la salida de la marina hace once años se oye otro “boom”, el de la especulación de bienes raíces, el del turismo, y el de empresarios estadounidenses que establecen negocios y les dan empleo a amigos que traen de Estados Unidos. En la mayoría de los casos, los viequenses que llegan a trabajar en esos negocios de dueños extranjeros, consiguen empleo limpiando los inodoros- a veces ni eso.
 
Llegamos a una esquinita en Isabel Segunda donde el viequense Geigel sirve sus sabrosas hamburguesas bajo un toldo. Geigel trabaja como marinero en la lancha Vieques-Fajardo y encima de eso maneja una finca en el sur de la isla. Y en las noches de fines de semana se gana unos chavitos adicionales con sus hamburguesas. Me dicen que además tiene un negocio de fotografía, pero eso tengo que verlo para creerlo- ¿Cómo encuentra el tiempo? A la hamburguesa que me va a servir le echa queso, y más carne, y más carne. Es enorme, es del tamaño de un código postal, es una hamburguesa que fácilmente podría matar a Burger King. A pesar de lo deliciosa, temo que con este manjar he excedido mi cuota de colesterol para la semana entera.
 
Al otro día nos vamos de finca en finca. Comenzamos con la finca de Geigel, localizada al lado norte de la carretera entre Esperanza y Luján. A pesar de que incorpora algunos elementos ecológicos en su siembra, la finca es convencional, y provee a supermercados y hoteles guayaba, parcha, albahaca, mamey, verdes de ensalada- incluyendo cuatro variedades de espinaca-, mostaza, quimbombo, tomate, pimiento lila, jalapeño, calabaza, y más. Producía 5 mil libras semanales de berenjena para Wal-Mart pero ahora está reorganizando la finca, contratando mano de obra, y solicitando ayuda del Departamento de Agricultura para desarrollar 25 cuerdas.
 
Justo al lado de Geigel, al oeste, está la finca ecológica Hydro Organics, operada por Vanessa y Manuel. En su predio de 30 acres siembran gandules, calabacines, habichuelas tiernas, papaya, moringa, aguacate, coco, berenjena, piña, guayaba, palma filipina, limoncillo y lechuga romana, y tienen además un estanque con tilapia. La mano de obra la proporcionan “woofers”, mochileros internacionalistas que viajan de país en país trabajando en fincas orgánicas a cambio de comida y alojamiento. La finca es operada de acuerdo a los principios de la permacultura, una disciplina que combina el diseño ecológico con la agricultura sustentable.
 
Y por último, vamos a Monte Carmelo, comunidad con una extraordinaria historia de lucha y resistencia. Fundada por el carismático organizador comunitario Carmelo Félix Matta, Monte Carmelo es una comunidad rústica en terrenos elevados ganados a la marina tras duras batallas y confrontaciones. Mi primer viaje a Vieques fue precisamente para participar de la llamada Batalla de Monte Carmelo en 1989, en la cual la comunidad, con el apoyo de puertorriqueños de la Isla Grande, logramos asegurar la permanencia del poblado frente a intentos de la marina de desalojar el sector.
 
Visitamos ahí la finca de Jorge Cora, un verdadero revolucionario de la agricultura que vive y siembra en el tope de un cerro, donde no tiene electricidad, al final de un camino de roca y barro que es impasable cuando llueve. Ahí tiene hortalizas, lechuga, pimiento, nim, remolacha, albahaca, y tabaco, entre otros cultivos. Todo sin el uso de pesticidas u otros insumos de la agricultura industrial. Orgulloso de su independencia, Cora vive en total consonancia con sus creencias, siguiendo la tradición de grandes naturalistas como Thoureau y los jíbaros de ayer y hoy.
 
Pero, ¿Cuán segura para consumo es la agricultura y pesca de Vieques? Por sesenta años la isla sufrió un inmisericorde bombardeo desde aire y mar, y las explosiones levantaron un polvo mortífero contaminado con metales pesados, sustancias químicas tóxicas usadas en explosivos, y hasta particulado de municiones de uranio. Esas nubes de muerte viajaron viento abajo, arropando la isla entera y subiendo la tasa de cáncer a 26.9% por encima del promedio de Puerto Rico. Estudios realizados por la organización comunitaria Casa Pueblo determinaron que hay residuos tóxicos militares en la zona civil, y están viajando por la cadena alimenticia de plantas a animales. Arturo Massol, biólogo de Casa Pueblo, me expresó que hacen falta más estudios para llegar a conclusiones en torno a posibles riesgos a la salud humana.
 
¿Qué hacer? Sería irresponsable y alarmista exhortar a todo el mundo a boicotear cualquier alimento originado en Vieques. Pero igualmente irresponsable sería el comer esos productos sin cuidado. Seguramente algunos cultivos acumulan más sustancias tóxicas del suelo que otros, y los diversos tipos de suelo de la isla y sus patrones de erosión probablemente han causado que en algunas localidades los tóxicos estén más concentrados, mientras que otras podrían estar relativamente limpias. Hay que hacer esos estudios. Mientras tanto, Vieques espera respuestas.
 
Publicado en Compartir es Vivir, marzo 2014
 
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