Las recetas del mercado

El déficit público en la reforma hacendaria

08/09/2013
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Uno de los secretos de los gobiernos de la posrevolución, desde los años treinta hasta los últimos del siglo pasado, fue tomar las grandes decisiones para la conducción del país conforme lo dictaba el momento histórico. Lázaro Cárdenas rectificó la política pro empresarial de Plutarco Elías Calles y los gobiernos de la etapa llamada del maximato; el divisionario michoacano se apoyó en las clases obreras y campesinas y puso al día los postulados del movimiento armado plasmados en la Constitución de 1917.
 
 Años más tarde Miguel Alemán interpretó la necesidad de industrializar al país, para lo cual estableció una política de aliento a la inversión y un programa de obras públicas cuyo efecto fue el incremento de la producción industrial y del campo. Adolfo López Mateos se declaró de izquierda dentro de la Constitución y con ese pronunciamiento instó al capital privado a orientarse hacia lo social y a aceptar nacionalizaciones y planes en beneficio de las clases populares.
 
Los años siguientes, a partir de mediados de los sesenta, fueron una reafirmación del papel del Estado en la economía mixta; fueron creadas nuevas instituciones y figuras de protección a las clases trabajadoras. El Gasto público se incrementó ante las críticas de la iniciativa privada por lo que se consideraba excesos en la participación del gobierno en la economía.
 
 A partir de los años ochenta las administraciones comenzaron un viraje en la economía, interpretando el momento histórico en los umbrales de la caída del socialismo y con ella la reducción o la desaparición gradual de la participación del Estado en la economía. El mercado dictaba el rumbo. En el gobierno de Carlos Salinas de Gortari México abandonó su pertenencia al tercer mundo para ingresar al de la apertura económica. En el arribo de México a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo, la OCDE, el entonces secretario de Hacienda, Pedro Aspe, hizo ante los miembros del organismo en París profesión de fe en las fuerzas del capital privado como las claves de las que se esperaba el desarrollo total. Menos estado, más mercado, fue la consigna.
 
 Hoy el gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto da una señal, no por inicial menos importante, de una postura consecuente con la historia, como lo hicieron gobiernos anteriores de su partido, el Revolucionario Institucional. Más de treinta años han transcurrido desde la implantación del apego total de la economía a las leyes del mercado y a las reglas rígidas que desde los centros de poder se han implantado.
 
 El proyecto de reforma hacendaria presentado por Peña Nieto el domingo pasado contiene, ciertamente, elementos que apuntan a lo social. La negativa a incluir alimentos y medicinas en el impuesto al valor agregado; la voluntad de lograr que en materia fiscal paguen más quienes más tienen; los beneficios de la población requerida de apoyo como el seguro de desempleo, son algunas de esas decisiones que dan a la reforma un giro hacia la justicia social.
 
 Pero hay en el proyecto que será discutido en las cámaras legislativas un aspecto que merecerá la atención y. sin duda, el comentario en el ámbito internacional. La reducción del déficit público se convirtió, desde el establecimiento de la economía del mercado, en una de las prohibiciones que se imponen a los gobiernos en la órbita neoliberal. Que el Estado no gaste más, que no invierta en obras sociales más que lo estrictamente indispensable a fin de que la macroeconomía no pierda la estabilidad de sus indicadores. Que sea el capital privado, y nadie más, el que se encargue del crecimiento.
 
 Un crecimiento y un desarrollo que, a decir verdad, no han sido del tamaño de lo que se esperaba cuando se decidió dejarlo todo a la responsabilidad y la voluntad del capital privado. Antes bien, en estos años de neoliberalismo los índices de pobreza hasta los linderos de la miseria, el desempleo y la desigualdad han aumentado, en contraste con los indicadores macroeconómicos que se mantienen a costa de los más y a favor de los menos.
 
Son esas desviaciones y esas lagunas en la participación del sector privado las que Peña Nieto se propone corregir, en desafío a una de las recetas más rígidas del mundo de las finanzas, el déficit público. El gobierno se propone un déficit de 1.5 por ciento del total de su gasto para el presupuesto de 2014, una medida que, en el fondo, contraviene las fórmulas dictadas a los países en desarrollo como el nuestro. Un poco más de estado y un poco menos de mercado, será el resultado de esta decisión.
 
El gobierno gastará más, un poco más, para solventar las necesidades de la población que las fuerzas del mercado no han podido o no han querido colmar. Es una forma de entender el momento histórico, aunque con ello se dejen de un lado los chalecos de fuerza que han contenido la expansión.  
 
Salvador del Río
Escritor y periodista
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