Cuba, siempre Cuba

11/05/1999
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Por un voto de diferencia (21 a 20), el pasado ** la Comisión de Derechos Humanos de la ONU emitió una condena a Cuba. Rompiendo su tradicional línea de política internacional, Ecuador estableció esa diferencia al pronunciarse contra la isla. Esta fue la reacción del escritor Jorge Enrique Adoum, figura mayor de las letras ecuatorianas en vida, ante la decisión del gobierno de su país. Hace 40 años dije que Cuba era una suerte de "decentómetro" para medir la dignidad y la decencia -igual deben haber sido la España republicana para la generación anterior a la mía y Vietnam para la que siguió, representada en primer lugar, por los jóvenes norteamericanos que se negaron a combatir y quemaron públicamente su tarjeta de alistamiento- y así lo entendieron las figuras mayores de la creación artística latinoamericana: Neruda, Cortázar, José María Arguedas, Cardoza y Aragón, Miguel Ángel Asturias, García Márquez, Augusto Monterroso, Carlos Fuentes, Cardenal, Roa Bastos, Benjamín Carrión, Juan Gelman, Eduardo Galeano, Thiago de Mello, Roberto Matta, José Gamarra, Antonio Seguí, Julio Le Parc, Guayasamín, entre otros y sin citar, evidentemente, a los cubanos; y no solo latinoamericana: Sartre, Noam Chomsky, Heirich Bölh, Antonio Saura, Günter Grass, Evtuchenko. Así debe haberlo entendido José Saramago, quien en enero pasado dijo que "Cuba es un estado de espíritu". Lo entendieron, ante todo, los pueblos de América Latina, siempre solidarios con la víctima. Porque ese país comenzó a ser atacado sistemáticamente por la inmensa potencia del norte: había dejado de ser el burdel y casino de fin de semana de los empresarios norteamericanos, debido a que no se trataba de un cuartelazo más sino de una revolución. Pese a ello, Cuba nunca fue un peligro para Estados Unidos sino una afrenta: con una superficie ligeramente mayor que la Costa ecuatoriana y una población similar a la nuestra, ha resistido durante 37 años, tras su expulsión de la OEA, la estúpida invasión de Bahía de Cochinos (se llamaba así desde antes); los intentos de la CIA y del propio presidente Kennedy para asesinar, incluso por acuerdo con la mafia italiana, al presidente Castro; el bloqueo permanente agravado por la Ley Helms-Burton, contra la cual han protestado los países de América; el envío de aviones gusanos a violar el espacio aéreo de la Isla; el proyecto de invertir dólares en la "compra de cubanos" para ver si así, ojalá, tal vez, quien sabe, se lograba un levantamiento popular... Porque cuando allá decidieron que había llegado el "fin de la historia", dado que no había más brujas que cazar ya no podía hablarse del peligro comunista. Y es muy grave para un potencia haberse quedado sin enemigo contra el cual luchar y así justificar su manía intervencionista. Hubo que buscarse uno, de prisa, y decidieron que era el narcotráfico, entendido, desde luego, no como la venta y consumo en su propio territorio sino como la culpa de algunos países de América Latina, productores de yerba, a los que daría certificaciones de buena conducta (antes las daban a los gobiernos que rompían relaciones con Cuba) o premios en dinero. Pero no fue suficiente: el Gran Gendarme del Mundo -aunque en su territorio la Policía puede impunemente apalear negros en las calles (a condición de que nadie filme la escena); donde lejos de la metafórica "cortina de hierro" se ha erigido, literalmente, un muro de acero para impedir que los pobres del sur entren al "paraíso"; donde una de las libertades inviolables es la de adquirir y obsequiar armas a los adolecentes que las emplean contra sus profesores y compañeros en escuelas y colegios- ahora da lecciones al mundo en materia de Derechos Humanos: para eso se bombardea en Yugoslavia, aún cuando fuera "por equivocación", a civiles que cuentan ya un millón de refugiados en países adyacentes, y no han podido todavía contar sus muertos porque siguen muriendo. Por eso, durante ocho años consecutivos, desde 1992, han tratado de inculpar a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, y fracasaron en su intento siete veces consecutivas. Ahora lo lograron, gracias a Ecuador que cambió su habitual abstención o voto contra la moción por un voto a favor de la condena. Seguramente se invocarán razones de estado que, como las del corazón, "la razón no entiende"; ¿obtener préstamos para llevar adelante un plan impostergable de reformas indispensables?, ¿apuntalar un gobierno ante la torpe conspiración de las cámaras y camareras sentadas en las rodillas de sus banqueros sentados en sus bancos? Pero, entonces, se trata de un chantaje: "¿Quieres esto? Ahí lo tienes pero haz esto otro". O sea que el fin justifica los medios: pero ¿no acusaban de obras según ese principio a los gobiernos comunistas? O es el aprendizaje de una de las lecciones de la globalización: si para asegurar una reelección o distraer del escándalo provocado por "una gordita voraz y locuaz", siempre se puede bombardear Irak, para ejercer el poder legítimo siempre se puede sacrificar a Cuba: al fin y al cabo, como dijo alguien es un país extranjero, no el Ecuador. ¿Habrá que pensar, parodiando a Joaquín Gallegos Lara, que el mundo donde toda prosperidad que tenemos se la quitamos a alguien "y donde aspirar a ser feliz es una canallada"? Duele que haya sido nuestro país. Duele recibir, o imaginar siquiera, los aplausos de la gusanera de Miami. Duele tener una parte, aunque solo fuera una partecita, de responsabilidad si, tras la impunidad de la intervención consagrada en Serbia, se bombardea Cuba "en defensa de los Derechos Humanos", puesto que ya fue inculpada por la comisión de la ONU, aunque en nuestro mundo atiborrado de siglas que, a veces, esconden imposiciones inconfesables, hemos venido descubriendo que ONU y OTAN, FMI y BID significan EUA o le son serviciales. Y si en Yugoslavia sus estrategas se encuentran ante la necesidad imperiosa, pero temible, de enviar tropas de tierra para concluir su misión, acá saben por experiencia, que el que entra en Cuba no sale sino en una bolsa de plástico: esa es desda hace 40 años la decisión de su pueblo, demostrada en Playa Girón. Entonces será urgente inventar nuevos Rambos para encontrar otra vez el orgullo en la derrota. Y nosotros nos quedamos sin saber qué inventarnos para compensar la dignidad perdida.
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