Crisis del Estado e intervención internacional en Haiti
30/05/2004
- Opinión
El 29 de febrero 2004, el Consejo de Seguridad de la ONU,
respondiendo a una solicitud formulada por el presidente
Boniface Alexandre recientemente instalado en lugar de M.
Aristide, dimisionario, autorizaba, por la Resolución 1559, el
envió a Haití de una fuerza interimaria multinacional.
Por esta misma Resolución, el Consejo disponía el reemplazo a
partir del1ero de junio, de esta fuerza por una « Misión
Internacional de Estabilización » cuyo mandato y duración serian
definidos posteriormente en un plazo de 60 días.
Esta Resolución recibía el acuerdo unánime de los miembros del
Consejo reunidos bajo la presidencia de la Republica Popular de
China que, de manera inusitada, daba su apoyo en el seno del
Consejo de Seguridad a una intervención directa de tropas
extranjeras en un Estado miembro.
Esta Resolución referida a Haití cobraba así un carácter
especial, ya que no correspondía a una situación clásica
susceptible de provocar tal acción. Sin embargo, había sido
precedida por un despliegue publicitario sin precedente en que
la TV del mundo entero, mostraba imágenes poco usuales de
violencia represiva y de acciones armadas, particularmente en
Gonaïves, que hacían temer la guerra civil o un verdadero
genocidio.
Se realizaba también en un marco de crisis política de larga
duración y de una situación donde por secunda vez en diez años,
las Naciones Unidas debían intervenir no para conducir a la paz
— ya que no se trata de una situación de guerra — pero para
garantizar la seguridad y las condiciones de funcionamiento
democrático en un Estado miembro.
Tratándose de un país de America Latina y además, de una vieja
Republica independiente, esta intervención ni podía faltar de
llamar la atención de los analistas y observadores sobre sus
causas profundas. Sobretodo cuando este dossier le correspondía
a la OEA que tenia como mandato, desde la Cumbre de las Américas
en Québec en 2001, de dar seguimiento al contencioso entre la
oposición política y el gobierno de Haití. Sobretodo cuando
Haití, durante este año trágico, celebraba sus 200 años como
nación independiente.
1.- Crisis del Estado
La decisión adoptada por el organismo internacional parecía
corresponder al reconocimiento del « derecho de injerencia »
preconizado desde algunos años por algunos Estados como propio
para enfrentar situaciones excepcionales de crisis y de
incapacidad por parte del Estado de asumir el poder o de à
enfrentar un conflicto agudo. Correspondía a lo que parecía ser,
una situación susceptible de desembocar en el caos o en una
virtual guerra civil. Las imágenes de varios grupos armados,
ampliamente difundidos a escala internacional, llevaba a los
reporteros a precipitarse hacia Haití para « contemplar » las
escenas de « la Armada caníbal » y otros espectáculos de sangre.
En el plano diplomático, la Organización de las Naciones Unidas
había sido suficientemente informada par los antecedentes de
este verdadero colapso como para no sentirse involucrada. En
efecto, en 1994, había intervenido en Haití para suplantar a las
fuerzas de los Estados Unidos de alrededor de 20 mil hombres que
habían desembarcado en el marco de la misión de « restauración
de la democracia » patrocinada directamente por el Presidente
William Jefferson Clinton. Las tropas se quedaron alrededor de 2
años, y desde la crisis electoral del año 2000, consecuencia de
las elecciones fraudulentas que instalaron una Legislatura y a
Aristide mismo en el poder, la OEA y más recientemente, la
CARICOM, han sido parte integrante de las negociaciones y otras
intervenciones tendientes a normalizar el panorama político.
Estas instituciones y otras mantenían al Secretariado general
ampliamente informado de las violaciones de los derechos humanos
por el régimen de Puerto-Príncipe, de las dificultades en la
búsqueda de un compromiso entre el poder y la oposición y de la
deterioración de la situación en términos de gobernabilidad, del
respeto de las reglas del Estado de derecho y de la agravación
de las condiciones de vida económica y social de la población.
Así la degradación acelerada del clima político, a fines del año
2003, con manifestaciones populares masivas y la irrupción en la
escena de ciertos grupos armados, habían vuelto mas favorecido
la argumentación de algunos Estados miembros, particularmente
Francia, en pro de la eventual participación de la ONU en una
misión humanitaria o de mantenimiento de la paz en Haití. En
efecto, la violencia desatada por los « chimères », hombres de
mano y los mafiosos al servicio, de Aristide ponía a la orden
del día la cuestión del « derecho de injerencia.» Los asesinatos
y exacciones de toda suerte, en un entorno de aumento de la
miseria, se referían al concepto de « población en peligro »
para incitar a la acción internacional. Tal decisión emanaba de
la sistemática destrucción de las instituciones que alcanzo su
expresión más significativa con el desmembramiento de la Policía
nacional totalmente avasallada o desmoralizada. El Estado se
mostró totalmente incapaz de asumir las responsabilidades y
exigencias del orden democrático.
El Consejo de Seguridad de la ONU podía referirse a las amenazas
que implicaba una tal situación para les vidas y los bienes y
los peligros que representaba Haití para la « Seguridad de la
región. » Sobretodo que un clima de fin de reino nacía de la
combinación de eventos importantes: la creciente movilización de
la población (partidos políticos, sociedad civil, estudiantes,
etc.) reclamando la salida de Aristide, la presencia inopinada
de grupos armados en el norte del país y la región colindante
con la Republica Dominicana, las criticas acerbas de la prensa,
el cuestionamiento de la legitimidad misma del gobierno por
ciertas instancias internacionales. La población, en un clima
excepcionalmente tenso y frente a las amenazas y peligros
creadas por las condiciones mismas de la caída de este bárbaro
régimen que puso en marcha un plan de represalias) tuvo que
asistir, entre desahogo, humillaciones e indignaciones, a la
llegada de las tropas extranjeras venidas a restablecer el
orden.
Tal escenario no era de ninguna manera una innovación. En
efecto, en 1915, en un contexto local de violencia y de caos, la
infantería de Marines de los Estados Unidos de America había
desembarcado en Puerto- Príncipe, y el saldo de esta
intervención fue de 19 años de ocupación. Se trataba de
« restablecer el orden democrático» en Haití. Esto, en un
contexto regional de expansionismo y de injerencia. Cincuenta
años después, en 1965, en un contexto regional de
democratización generalizada y en un marco local marcado por un
régimen de fuerza instaurado por los militares, de las tropas de
los Estados Unidos de América, bajo el patrocinio de las
Naciones Unidas, habían intervenido con el objetivo de
« restaurar la democracia.»
Diez años mas tarde, el intervensionismo toma la forma de una
acción internacional contra el Estado mafioso, generador de
terrorismo y de anarquía, que amenazada de realizar un baño de
sangre sobre una población pacifica.
En esta continuidad, se proyecta como factor permanente la
vigilancia de la gran potencia siempre atenta y lista a corregir
cualquier desorden en su vecindario. En esta ocasión, sin
embargo, tal preocupación era compartida con Francia, que más
allá de cualquier actitud competitiva, manifestaba una clara
coincidencia de intereses. En el fondo, tal coincidencia parecía
corresponder a un imperativo de la globalización. Dado que
Haití, debido a su retraso económico y social así como al
arcaísmo de su sistema político, constituía una suerte de
« disidencia histórica y geográfica » insoportable, según la
lógica de esta globalización, recursos adecuados deberían ser
movilizados para incorporarla en la normalización de los
mercados, de la fuerza de trabajo, de los modos de vida y de los
valores contemporáneos.
Tal continuidad se refiere en definitiva a la crisis del Estado
haitiano que, durante este ultimo siglo, no ha podido lograr la
adecuación de su estructura, su funcionamiento, sus métodos y
sus resultados, a las exigencias del mundo moderno. En el
terreno político, económico, social y cultural, el Estado
haitiano parece prolongar, hasta el día de hoy, el siglo XIX
latinoamericano marcado por la autocracia, el régimen fuerte a
ultranza que cierra los ojos a las exigencias de las mayorías,
en términos de democracia, de justicia, de progreso y de
desarrollo. Este Estado, expresión de una oligarquía precaria
(de militares, de hombres de negocios o de políticos), no
lograba, a pesar de las influencias de modernismo provenientes
del extranjero bajo la forma de capital o de modelo, a dirigir
la sociedad, ni a estimular a las fuerzas motrices susceptibles
de asegurar su avance. Sin legitimidad, sin representación real
de los productores o de los trabajadores, sin credibilidad entre
los ciudadanos, el Estado se mantiene débil en su función de
organización de la sociedad y fuerte en tanto que opresor,
funcionando sobre una base de extorsiones y de violencia.
Este déficit del Estado, de manera repetitiva, provoca
pulsaciones en medio de las categorías sociales más avanzadas de
una oposición ilustrada, pero sin llegar a revertir el vapor y a
generar una dirección política que pueda impulsar la democracia,
el desarrollo y el progreso. De ahí, un bloqueo continuo, una
suerte de empate, de empantanamiento interminable, una
transición que no acaba. Tal crisis de dirección, o mejor dicho
esta crisis de hegemonía, no pudiendo ser resuelta en términos
de desenlace violento de relación de fuerzas o de compromiso
conduce a unos y otros a la tentación de buscar el apoyo de
fuerzas extranjeras para rebasar el equilibrio, y lograr
revertir la situación que la dinámica de las fuerzas locales no
permite resolver.
2. Gradual cuestionamiento del poder personal
Jean Bertrand Aristide surgió en la escena política en 1990 como
líder de gran popularidad, sobretodo en los medios de los
desposeídos. La revancha de los sectores conservadores haitianos
tomó la forma de un golpe de estado. Democráticamente electo,
fue alejado del Palacio durante 3 años durante los cuales vivió
en Washington, preparando su regreso, realizado bajo el auspicio
de los Estados Unidos y de la ONU.
Diez años después, en 2004, su popularidad y los cambios que
anunciaba, se han evaporado. Pero, por otro lado supo utilizar
todos los atributos de la democracia para instaurar un poder
antidemocrático basado en el asesinato político, la corrupción,
el narcotráfico, la utilización de viejos métodos de mentira, de
violencia, de simulación y de intimidación.
Tal realidad se le fue imponiendo cada vez mas al pueblo
sobretodo à partir de las elecciones del año 2000. Organizadas
de manera ilegal, suscitaron una crisis postelectoral sin fin...
Esta, tras mas de 3 años de cuestionamiento, de resistencia y de
combate democrático, conllevo en ultima instancia, al
derrocamiento de M. Aristide.
De hecho, regresando del exilio con un apoyo amplio de la
población y el sostén ilimitado de la comunidad internacional,
el ex-cura de St-Jean Bosco había puso en evidencia su
impotencia en hacer un buen uso de los inmensos recursos que
podía disponer. En efecto, la comunidad internacional había
afectado Una suma de alrededor de 2 mil millones de dólares, en
términos de préstamos y de donaciones. Este monto esperaba nada
mas que los proyectos apropiados para ser puesto à disposición
del gobierno y de la población desposeída de este país. La mala
gestión comprometió esta posibilidad de relanzar la economía y
de garantizar el éxito de un proyecto que había suscitado tanta
esperanza en los medios populares. Al mismo tiempo, en el plano
político, el régimen, en vez de abrirse y de atraer a otras
categorías sociales, retomo su línea de conducta demagógica y
populista recurriendo más y más a la fuerza.
La continuidad de este poder había sido asumida por René Préval
quien le sucedió, jugando plenamente el papel de marioneta.
Cumpliendo à la letra los designios de su tutor, continuó la
política de este de violación de los derechos humanos, de
nepotismo, y todo un juego maquiavélico destinado a garantizarle
el regreso.
El rechazo de la ciudadanía frente a este reino anarco-populista
comenzó a manifestarse en este periodo (1995-2000). Provenía de
la « Organisation du Peuple en Lutte » (OPL), representando la
rama mejor organizada del movimiento que había apoyado a
Aristide. Su representación parlamentaria, con mayoría relativa
en la Cámara de diputados (35 de 83) y en el Senado (9 de 27),
impuso al dúo presidencial Aristide/Préval un Primer ministre de
la oposición, Rosny Smarth. Este tuvo todas las penas del mundo
para funcionar en el marco previsto por la Constitución,
viéndose constantemente hostigado por las jugadas del Ejecutivo
presidencial y de las « organizaciones populares » manipuladas
en los pasillos des Palacio.
El Parlamento emprendió frenar las violaciones del orden
republicano y otras derivas propias del poder absoluto y
populista por el cual comenzaba a funcionar el presidencialismo
respaldando la impunidad y las exacciones permanentes en contra
de los ciudadanos.
Ya a este nivel, las exigencias de la OPL en favor de la
institucionalización, la modernidad, el respeto de la ley y de
la Constitución configuraban todo un polo de atracción para el
conjunto de la población. La capacidad de convocatoria, de
movilización y la credibilidad misma del poder se derrumbaba. La
propaganda gubernamental se esforzó entonces de atribuir las
acciones de la oposición a las influencias proveniente del
antiguo régimen duvalierista o de sectores del extranjero.
En abril 1997 aborto una tentativa del presidente Préval de
imponer su voluntad durante las competiciones parciales para el
senado o la oposición tenia todas las chances de reforzar su
mayoría. Las denuncias de la OPL contra este comportamiento
antidemocrático surtieron efecto, exigiendo el respecto de las
reglas del juego, alimentaron un vasto movimiento reivindicativo
de los sectores populares, cada vez mas desconfiados y críticos
frente a las promesas no cumplidas por el poder. Estos sectores,
sin embargo, frenados, intimidados, confundidos por los métodos
del populismo, tardaban en expresar en acciones autónomas o
propiamente de apoyo a una oposición entonces perseguida y
calumniada.
A pesar de todo, la tenacidad de esta oposición, la dimisión del
Primer Ministro Smarth y la imposibilidad técnica y política de
remplazarlo, suscitaron apoyo en todo el país así como a las
acciones de los parlamentarios y otros sectores de la prensa y
de instituciones cívicas en favor del respeto del Estado de
derecho. Tal situación llevó al presidente Préval à disolver el
Parlamento en diciembre 1998, demostrando así la incapacidad de
su régimen de poder personal de coexistir con un parlamento
independiente. Mostró asimismo su negación a aplicar de hecho
los prescritos de la Constitución, previendo el funcionamiento
de un Ejecutivo bicéfalo conforme a las necesidades del
pluralismo.
3. Laboriosa emergencia de una alternativa
El año 2000, parece aun más evidente la imposibilidad del
Estado, corroído por todos les vicios, de garantizar la gestión
del país y de cohabitar al mismo tiempo con una oposición
democrática. Esta incompatibilidad se hizo notoria, en ocasión
de la convocación y la realización de las competiciones
legislativas y presidenciales. En efecto, el conflicto post-
electoral a que condujo, expresión de una crisis política y
social mucho más profunda, traducía el arcaísmo de las
estructuras y de las instituciones así que la naturaleza de las
dificultades inherentes al no-desarrollo. Se profundizo a medida
que se expresaba la voluntad enfermiza del Ejecutivo de imponer
a la nación las alcaldías, un parlamento, un presidente, en fin,
de monopolizar al Estado al servicio de un solo hombre.
Les partidos de oposición que tenían todas las posibilidades de
ganar las elecciones legislativas fueron despojados de todos sus
puestos ganados, extorsión que se extendió al poder judicial y a
las diversas instituciones del Estado incluyendo a la Policía.
También, el ambiente de represión acompañando las acciones de
fuerza contra toda oposición, favorizó la determinación y la
acción unitaria de los partidos políticos de diversas tendencias
(social-demócrata, democrático-popular, cristianos
comprometidos, conservador moderado), llevándoles a reunirse en
el seno de la Convergencia Democrática. Esta coalición
patriótica, cuestionando la legitimidad del gobierno y
denunciando sus fechorías, minó su credibilidad en el seno de la
población, estimulando la resistencia ciudadana.
La comunidad internacional, por su lado, particularmente la OEA,
dando seguimiento a las contestaciones ciudadanas, tuvo que
promover negociaciones entre las dos partes. Negociaciones
laboriosas durante las cuales el Secretario general y el
Secretario general-adjunto organizaron mas de una veintena de
visitas a Haití. En el transcurso de esta Misión, el Consejo de
la OEA y la Asamblea General de la Institución adoptaron
importantes Resoluciones que suscribió el gobierno haitiano,
pero que quedó letra muerta debido a la voluntad de este de
imponer sus puntos de vista y de descartar todo compromiso.
La dinámica de contestación y de negociación impulsada por la
Convergencia condujo gradualmente a la toma de conciencia y a la
acción militante de diversos sectores de la sociedad civil.
Estudiantes, periodistas, organizaciones de derechos humanos,
iglesias, asociaciones de mujeres y sector empresarial, se
levantaron a reclamar el respeto de los derechos humanos y de
los compromisos consentidos por el Estado haitiano. Así, la
oposición se consolidó a pesar de la voluntad de las autoridades
de ahogar toda critica, de manipular a las masas y de amordazar
a la prensa. La ciudadanía comenzó a sentirse comprometida y
mostraron cada vez más consciente de la naturaleza de este poder
y del hecho que utilizaba, además de los mecanismos y recursos
públicos, los peores instrumentos de la autocracia así como de
potentes redes internacionales ligadas a su participación en el
trafico de drogas.
El Estado mafioso, a presentarse en nombre del pueblo y de la
causa popular, se había convertido, en un instrumento eficaz à
partir del non derecho, del enriquecimiento ilícito de la
impunidad, de la simulación de sus objetivos bajo un velo
populista y constitucionalista. Se había dotado de un poder
criminal enorme, cada día más distante de la sociedad y opuesto
al progreso y à la libertad. De ahí, la dicotomía volviéndose
cada vez más peligrosa entre ese estado y la nación. Así, el
aparato estatal al servicio, de M. Aristide, de los barones de
la droga, de los aprovechadores del régimen y de sus aliados
haitianos y extranjeros, demostraba que no existía mas que un
objetivo, garantizar la impunidad, mantener su dominación y
perennizarse en el poder.
Frente a esta realidad, la nación, en un proceso difícil de toma
de conciencia, de refundación, de replanteamiento de su
organización social, comenzaba a definir su proyecto de
construcción de las bases materiales correspondientes a su
necesidad de desarrollo y de democracia.
El año 2003 fue el de la ampliación y de la impulsión sostenidas
de los sectores progresistas. La Convergencia Democrática, que
reunía a las fuerzas políticas de la oposición, imprimió una
orientación unitaria a todos los que obraban a favor del cambio.
Constituía, al mismo tiempo la parte contraria del gobierno en
las negociaciones con la comunidad internacional en vista de
lograr un compromiso para una salida de la crisis.
La acción de la Convergencia fue reforzada y renovada por
ciudadanos venidos de la sociedad civil: miles de socios de las
cooperativas de ahorro, despojados de sus ahorros por timadores
oficiales, los estudiantes reclamando la autonomía de la
Universidad y el derecho de manifestar, las iglesias asociándose
a las reivindicaciones de la población, y de manera general,
reclamando la buena gobernabilidad y el fin de la corrupción. La
sociedad civil organizada, bajo el nombre de « grupo de los
184 », emprendió una campaña de participación cívica donde se
encontraron os elementos más dinámicos de las instituciones
privadas, de los reagrupamientos de universitarios, de las
asociaciones de mujeres, de las organizaciones de defensa de
derechos humanos, etc. La movilización de estos sectores
conllevó al conjunto de la población a manifestarse contra el
régimen, con el efecto de exasperar la barbarie de los órganos
represivos contra estos activistas, y particularmente contra los
estudiantes universitarios.
Desde entonces, el movimiento cívico, reagrupando a la sociedad
civil y grupos políticos, alcanzó un mayor impulso, dando lugar
à manifestaciones de calle que reunían a mas de 100 mil
personas. Las bases de consenso social se habían encontrado para
combatir la dictadura. El esquema y el contenido de la
transición a un régimen democrático y de garantía de los
derechos humanos se afirmaba, y con este vasto movimiento de
sociedad se desdibujaban las líneas de un proyecto alternativo
de carácter republicano pudiendo conducir a la realización de
las elecciones.
A principios de 2004, año de celebración de los 200 años de
nuestra independencia, tal movilización y el Estado de espíritu
combativo de la población aparecieron claramente como la
expresión de un cambio en proceso. Provocaron el derrumbe del
mito de la popularidad absoluta de M. Aristide demostrando
también la débil capacidad de convocatoria del líder y del
partido oficial. Estos fenómenos políticos conllevaron a la
ruptura de toda la lógica de funcionamiento del sistema basado
en la represión, la intimidación, la manipulación y el
inmovilismo de los ciudadanos. Estos, desde entonces, desafían
la brutalidad de los policías y otros agentes represivos. Las
instituciones de estado no podían seguir funcionando, llevando a
la parálisis del aparato de opresión. El pueblo reclamaba la
salida de Aristide, y esta reivindicación pacifica generalizada
exasperaba la violencia de la maquina represiva. Toda esta lucha
provocaba la desarticulación del sistema.
Era un escenario de derrumbamiento y de implosión de un poder
que parecía total y todopoderoso. Favorizó por lo tanto la
entrada en escena de ciertos sectores armados provenientes ya
sea de grupos paramilitares al servicio de Aristide en
disidencia sobretodo en la ciudad des Gonaïves, sea de elementos
del antiguo ejercito deshecho en l995 y refugiados en Republica
Dominicana que penetraron por la frontera norte.
En el plano internacional, la lucha unitaria de la oposición
pacifica y de la sociedad civil, particularmente del « grupo de
los 184 » provoco la ruptura del sistema de alianzas
subordinadas de M. Aristide con la comunidad internacional.
Hasta esta etapa de la resistencia del pueblo y de la violencia
represiva, ilimitada y criminal, la mayor parte de los países
amigos de Haití así como la OEA y la CARICOM continuaban a
apoyar al gobierno, a testimoniarle complacencia sino es que
complicidad. Se referían a su « legitimidad » mientras
reclamaban el enderezamiento de ciertas practicas políticas
ilegales y el cese de las violaciones a los derechos humanos.
Con la explosión inesperada del movimiento popular y la
concertación de tantos sectores sociales reclamando la salida de
Aristide, la comunidad internacional debió cambiar su fusil de
hombro. Por primera vez, durante la segunda quincena de febrero,
personajes importantes de esta comunidad mencionaron la
incapacidad del Jefe de Estado de garantizar la seguridad de las
vidas y de los bienes en Haití y también de garantizar la
seguridad en la región del Caribe. En función de este ambiente,
una compañía privada de seguridad de los Estados Unidos, la
Steele Foundation que, aseguraba, desde hace aproximadamente dos
años, la seguridad de Jean Bertrand Aristide, no recibiendo mas
las garantías apropiadas de las autoridades de Washington,
decidió de poner fin a la delicada misión de sus agentes
colocadas en el Palacio nacional,.
4.- La intervención extranjera
Los días 1ero y 2 de enero de 2004 tomaron todo un significado
simbólico en el proceso de constitución del consenso histórico
de la nación en la búsqueda de la libertad y de una auto
definición conforme a sus aspiraciones, a la dignidad humana y
al desarrollo económico y social. En esta circunstancia, el
pueblo haitiano, aferrado como lo sabemos, y a que punto, a los
valores de la nacionalidad y de une independencia conquistada en
condiciones tan heroicas, en vez de celebrar este aniversario,
invadió las calles de la capital y de la provincia para decir no
a la dictadura y reclamar la salida del dictador cuya conducta
deshonraba a la nación. La Policía y los grupos paramilitares
dieron el asalto contra los manifestantes con una violencia sin
igual dejando un saldo de varios muertos y heridos.
En esta ocasión, la Plataforma Democrática, coalición política
donde se reagruparon las categorías sociales y políticas más
diversas, desde los estudiantes, las asociaciones patronales,
los sindicatos, las organizaciones campesinas, reuniendo en una
palabra a la oposición política y a la sociedad civil, entregó
un documento reclamando la salida de M. Aristide, al único
invitado oficial de alto rango presente en las celebraciones, el
presidente de África del Sur, Tabo Mbeki.
El 20 de febrero siguiente, este documento servia de base a la
posición de la Plataforma democrática para reiterar las
posiciones de la Nación frente a las proposiciones que le eran
transmitidas por una delegación internacional de alto rango,
compuesta entre otras por el Subsecretario de Estado americano
Roger Noriega, del Ministro Canadiense de la Francofonía, Denis
Coder, del Ministro des Relaciones Exteriores de Bahamas, de
altos funcionarios de la OEA, de la CARICOM y de la Unión
Europea. A travès de esta delegación, la Comunidad Internacional
renovaba su apoyo a que M. Aristide, jefe de un estado mafioso,
se mantuviera en el poder para terminar su « mandato » hasta el
7 de febrero de 2006, invitando a la oposición a suscribir un
compromiso que incluía entre otros, la designación de un Primer
Ministro de consenso. Lo que la oposición rechazó.
A fin de cuentas, confrontada a la firmeza de la oposición y al
desmoronamiento del sistema, los socios internacionales debieron
reaccionar en el sentido del movimiento general de la sociedad.
Aristide fue obligado por la fuerza de las cosas a dejar el
poder, evidenciando su derrota política frente al rechazo del
pueblo.
Así, el documento de la Plataforma Democrática, reapareció,
despojado de ciertos elementos mayores de su contenido. Servio
de referencia a la nueva institucionalidad precaria y formal
sobre la cual la OEA y la embajada de los USA se basaban después
de la salida de Aristide, para reconocer como presidente
provisional, según el voto de la Constitución, al presidente de
la Corte Suprema, el juez Boniface Alexandre y para la
colocación de un Consejo de Sabios de 7 miembros quienes debían
contribuir a la designación de un Primer Ministro de consenso y
de su gobierno.
De hecho, Haití entraba en otra etapa de su historia. Pero, el
impulso de renovación democrática que querría imprimir el
consenso histórico del 1er y 2 enero de 2004 a la difícil lucha
del pueblo para librarse del despotismo, fue nuevamente
desviada, sino es que truncada.
Mientras tanto, había desembarcado en el país, una fuerza
militar multinacional que M. Aristide había solicitado a las
Naciones Unidas y en declaraciones publicas expresando así su
miedo de ser arrasado por la ola de fondo de la contestación
generalizada así como su obsesión de quedarse en el Palacio bajo
cualquier circunstancia. Esta solicitud oficial fue reiterada
por el Presidente Boniface Alexandre. Así, mediante esta
intervención, se dio un corto-circuito en el proceso inusitado
hacia el consenso y la determinación histórica, por lo cual la
nación haitiana había emprendido de promover, en la unidad de
los diversos sectores progresistas, una verdadera liberación.
Puerto- Príncipe, el 10 de mayo de 2004.
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