Cuba ante el tercer milenio

27/10/1999
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Un cambio de época Lo que hoy experimenta la humanidad no es una época de cambios; es un cambio de época. La historia humana está atravesando el umbral de un nuevo proceso civilizatorio cuya extensa y profunda influencia involucra al conjunto de estilos de vida, relaciones humanas y formas de producción. Ese proceso aún no es uniforme ni alcanza a todos los habitantes del planeta por igual como ocurrió en los casos de la revolución neolítica y la industrial, pero quienes tarden en incorporarse a él correrán el destino de quienes llegaron tardíamente a los otros dos. Los supuestos organizativos del capitalismo y el socialismo realmente existente impiden hasta ahora hacer un uso liberador de las nuevas tecnologías a nuestro alcance además de estar en la raíz de su empleo más destructivo. La nueva civilización tecnológica reclama de nuevos paradigmas de organización societal. El reto más grande que tiene Cuba -pero también la humanidad en su conjunto- es el de incorporarse tempranamente al nuevo proceso civilizatorio y organizarlo dentro de un nuevo paradigma de desarrollo capaz de generar economías inclusivas y ecológicamente responsables, así como sistemas políticos de mayor participación democrática y transparencia. Una crisis estructural. Adicionalmente, en el caso de Cuba, estamos siendo testigos de un sistema societal que había derivado su funcionalidad a partir de un hábitat geopolítico internacional que fue rápida y dramáticamente cambiado por otro que ahora le niega la capacidad de reproducirse según su lógica anterior. Una vez transformado su hábitat sustentatorio, cualquier sistema -natural o social- está obligado a abrirse al nuevo medio ambiente y restructurarse a fin de recuperar su equilibrio en el marco de un nuevo esquema organizativo. Cuba atraviesa no sólo por una crisis económica, sino por una crisis estructural. Estamos en presencia de un paisaje institucional que ha perdido su anterior hábitat sustentatorio y se ha salido de manera significativa del nivel normal de desequilibrio dinámico inherente a todo sistema, presentado una capacidad zigzagueante -cuando no declinante- para su autoreproducción cotidiana. Estamos en presencia de dos crisis y de dos bloqueos que obstaculizan su solución. Por un lado, una crisis estructural del socialismo de estado al cual se adhirió de modo definitivo Cuba desde fines de la década de los sesenta y que la política de reformas no ha podido hasta ahora superar de manera definitiva. Por otro lado, también presenciamos una crisis coyuntural, de reinserción económica internacional, que fue iniciada por la desaparición de la URSS y es agravada por el bloqueo estadounidense. Ambas crisis sostienen vínculos de interdependencia, por lo que resulta virtualmente imposible superar a plenitud ninguna de las dos de manera separada. El levantamiento del bloqueo estadounidense no resolvería per se la crisis estructural cubana, del mismo modo que la plena solución de esta última no es concebible sin el cese de la actual política de agresión económica de Washington dirigida precisamente a entorpecerla. Cuba no puede esperar éxito de una política de resistencia frente a la crisis coyuntural si no va conjugada con una estrategia integral de transición hacia otro paradigma de desarrollo societal y no solo hacia otra forma de estructurar la economía. Abrir el espacio de irrestricta libertad Si alguna vez fue cierto que la libertad tendría que esperar primero por la justicia social, hoy la segunda ya no resulta sostenible sin expandir la primera. Hay más de un modo de entrar al nuevo milenio y de insertarse en la globalización de la civilización cibernética. Hay más de un futuro posible para el mundo y para Cuba. Nada es más urgente hoy que abrir el espacio de irrestricta libertad para reflexionar sobre el futuro al que aspiramos y cómo acercarnos a él. En la capacidad de innovación del sistema -como la demostrada por el capitalismo a lo largo de más de dos siglos- radica a mi juicio la clave para elaborar una estrategia eficaz de supervivencia de la nación en su inserción dentro del nuevo proceso civilizatorio. Si alguna vez la arquitectura institucional del socialismo de estado fue un instrumento útil al proyecto revolucionario hoy podría llegar a constituirse en el más mortal de sus enemigos por el modo en que propicia el ejercicio dogmático y teocrático del marxismo al que quedó asociada y que a su vez crea barreras que dificultan el vuelo de la imaginación y la creatividad. La única manera de ser revolucionario hoy -si por ello entendemos la lealtad a los ideales originales del proyecto revolucionario y no a su actual paisaje institucional- es, desde mi punto de vista, siendo reformista. Ser revolucionario desde el poder implica hoy la promoción de la reforma sostenida e integral de la sociedad y la más extensa socialización de ese poder (económico y político) en favor de los ciudadanos y sus instituciones. No todo reformismo ni toda transición son de derechas, como suponen algunos, del mismo modo que no todo conservadurismo tiene tampoco que serlo, como suponen otros. Liberar la imaginación para viabilizar la innovación consciente y evitar una evolución y desenlace negativos del actual sistema, sin embargo, no será posible si las libertades de pensamiento y expresión, dentro y fuera de los circuitos académicos, no son siempre reconocidas como el mas preciado de los atributos de la sociedad. Su irrestricto respeto debe incluir a todos aquellos, sin excepción, que difieran de las ideas prevalecientes en un momento dado. El hereje, pese a su milenaria condición de perseguido, a menudo ha sido aquel que se arriesga precisamente por su vocación de buscar nuevas y más prometedoras rutas al desarrollo humano. La historia nunca podrá prescindir de ellos y ninguna sociedad -sea la estadounidense con el Macartismo o la soviética con sus Gulags- puede reprimirlos sin pagar considerables costos, no solo sociales y políticos, sino también económicos. Las políticas que fomentan el dogmatismo y la inflexibilidad han dejado de ser una rémora vinculada a las alianzas internacionales que se hicieron para sobrevivir nuestra anterior realidad geopolítica antes de la caída del Muro de Berlín para devenir en un innecesario obstáculo a los intereses de la nación. Ellas tienden a privar al país, cada vez que actúan, de la posibilidad de beneficiarse de todo el talento que su población ha podido alcanzar precisamente por la expansión universal del derecho a una educación gratuita establecido por el proceso revolucionario de 1959. Sin superar definitivamente el bloqueo mental del dogmatismo no será posible trascender, de modo oportuno y suficiente, la crisis estructural de la economía. Más allá de la gobernabilidad Resulta peligrosamente simplista la tendencia intelectual que vemos tanto en Cuba como en el exterior, a concentrarse en el análisis de los macroindicadores económicos para de ellos derivar conclusiones acerca de la gobernabilidad de cualquier país. Cuba -pese a sus graves diferencias sociales- no era ni remotamente la nación más atrasada de América Latina en 1959, pero sin embargo fue allí donde se produjo la primera revolución de orientación socialista del hemisferio occidental aún cuando la economía cubana de 1958 atravesaba un "boom". ?Por qué? Cuba era un país económicamente más atrasado y con menores niveles de consumo que la mayor parte de los países del bloque del Este, pero fue allá donde el socialismo de estado se desmoronó mientras Cuba siguió su curso y ha logrado sostenerse sola a noventa millas de quién quedó como única superpotencia mundial: los Estados Unidos de América. ?Por qué? Estas interrogantes no pueden pasarse por alto a la hora de hacer el análisis de la coyuntura actual y sus posibles desenlaces. Deberíamos convenir que en el caso de Cuba los factores extraeconómicos parecen haber jugado un papel relevante en su historia reciente, razón por la cual merecen tenerse muy en cuenta. Como ya exprese más arriba, esto es de suma importancia en nuestro análisis porque podría darse la aparente paradoja (ya ocurrida, como vimos, anteriormente) de que mientras la economía sufre una grave crisis, las esferas políticas y culturales pudieran ser capaces de reproducir el sistema e incluso de reforzarlo si logran persuadir a la población de que aquél es legítimo y meritorio de su sacrificio o de que frente a él todas las alternativas son peores por lo que no habría ninguna (la derrota nazi en Stalingrado no sería explicable desde la economía). Pero también es válido el reverso de la medalla: la economía pudiera llegar a mejorar e, incluso, a andar razonablemente bien, pero, sin embargo, enfrentarse una grave crisis social y política que llegue a hacer saltar al sistema en su conjunto como ocurrió en la desaparecida República Democrática Alemana. La diferencia entre la posibilidad de que se desarrolle un escenario u otro no radica en la economía sino en la subjetividad humana y ésta es, por su propia naturaleza, fluctuante. Quien desee atisbar el grado de gobernabilidad en el país debería observar, junto a los indicadores macroeconómicos -que pocas veces se traducen en ningún lugar del mundo en beneficios inmediatos a los ciudadanos- otros indicadores del estado psico-social de la ciudadanía y formularse preguntas tales como: ?cuál lectura de su cotidianidad hace el ciudadano común en Cuba? ?Considera que su situación es justa y necesaria? ?Cree que hay otros modos de remediar la situación existente? ?Ve en las autoridades la solución a sus problemas o a aquéllos que presentan un problema a cada solución? ?El ciudadano ve en el Estado una fuente de soluciones para sus proyectos de felicidad personal o ve en el Estado un ente sin capacidad propositiva, pero con la fuerza suficiente para obstaculizar sus propias soluciones cuando llega a imaginarlas?.
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