La herencia de Pinochet
06/02/2004
- Opinión
Los emocionantes actos que marcaron los 30 años de
recordación del golpe de Chile convivieron con el extraño
sentimiento de saber que del otro lado de la ciudad -en el
"barrio alto" de Santiago, claro- millares de adeptos de
Pinochet lo conmemoraban con él. Sin embargo, más duro aun
es percibir que la herencia pinochetista no está solo allí
sino que sigue presente en las políticas de los gobiernos
que le sucedieron, sean los presididos por
demócratacristianos, o incluso hasta por el "socialista"
Ricardo Lagos.
¿Cómo explicar que Chile, pionero en los proyectos de
integración latinoamericana, sea hoy un aliado privilegiado
del gobierno de Bush en la lucha por el ALCA, haya firmado
un vergonzoso acuerdo bilateral con Washington, se oponga a
los proyectos comandados por Brasil y Argentina para la
integración de América del Sur, se niegue a discutir la
salida al mar para Bolivia?
Difícil de entender esa transformación sin remitirnos al
mantenimiento de la política pinochetista por los gobiernos
demócrata cristianos-socialistas. Esa política abrió,
desde los primeros días del golpe de 1973, la economía
chilena al exterior, asestando un duro golpe al Pacto
Andino y haciendo al país retroceder a una economía
primario-exportadora. Al mantener ese modelo económico –
salpicado de políticas sociales compensatorias-, esos
gobiernos se autoexcluyeron de cualquier proyecto de
integración regional, se apartaron del MERCOSUR y fueron
escogidos por Washington como los candidatos privilegiados
a ingresar al Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN) y a constituirse en la primera línea de
combate –junto con México- en defensa del ALCA: una especie
de extensión del acuerdo bilateral firmado por el gobierno
chileno con el gobierno Bush.
La economía chilena, viviendo de la exportación del cobre y
sus derivados, de madera, de fruta, de pescado, depende
para la mitad de su PIB del comercio exterior, habiendo
prácticamente eliminado cualquier barrera aduanera. Esto
impidió que Chile avanzase en su proceso de
industrialización y condenó al país a las oscilaciones de
los mercados asiáticos, europeos y norteamericanos. Y a
más de ello, lo aisló del continente latinoamericano.
De ahí nació esa política pro-norteamericana de los
gobiernos chilenos, inclusive la del "socialista" Ricardo
Lagos, y creó un clima odioso con relación a la justa
reivindicación boliviana de restitución de su salida al
mar. Bolivia y Perú perdieron partes significativas de sus
territorios que pasaron a manos de Chile en la Guerra del
Pacífico, en 1879, cuando las empresas de salitres inglesas
financiaron y promovieron el conflicto a partir de
territorio chileno, para quedar con las ganancias
fundamentales de la victoria de Chile.
Perú y Bolivia perdieron territorios que permitieron la
expansión chilena a partir de la exploración del salitre –y
posteriormente del cobre- y éste último pasó a ser un país
sin acceso al mar. Se puede imaginar cómo economías
primario-exportadoras como las nuestras son afectadas
directamente por la falta de acceso marítimo.
Hace pocos meses el líder político boliviano, Evo Morales,
fue invitado a participar en el lanzamiento de una
organización no-gubernamental en Chile, pero esta entidad
terminó suspendiendo su viaje, ante el clima de hostilidad
creado por la prensa local –prácticamente toda ella de
derecha, en gran parte pinochetista- contra Morales.
A esto se ha reducido la actuación externa de Chile, como
resultado de que sus gobiernos pos-pinochetistas hayan
asumido la continuidad de la política económica neoliberal
de la dictadura. Que sirva como llamado de atención para
Brasil también: la política externa es expresión de las
grandes opciones estratégicas internas. Que la continuidad
de la política económica de Fernando Henrique Cardoso no se
choque con la soberanía, hasta ahora reafirmada de nuestra
política externa, y que, al contrario, ésta sirva como
norte para que la política económica sea instrumento de un
proyecto transformador y no regresivo, como lo ha sido
hasta ahora.
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