El Sumak Kawsai y la integración latinoamericana

12/03/2012
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La noción de “Buen Vivir” está de moda y como en todo concepto se debe hacer una distinción entre el contenido y su utilización. Esta noción, de hecho, puede ser utilizada, tanto por grupos que buscan regresar al pasado, como por partidarios del liberalismo social, y aún por el “capitalismo verde”. Por esta razón abordaremos primero y brevemente el contenido del concepto, que frente a la lógica del capitalismo significa un cambio de paradigma de desarrollo. En un segundo lugar hablaremos de la filosofía de la integración latino-americana, para terminar con algunas propuestas de aplicación de un nuevo paradigma, lo que es más factible a nivel regional que en lo nacional.
 
El contenido del Sumak Kawsai
 
El desafío mundial, como también para Latinoamérica es: cómo redefinir una utopía necesaria frente a la incapacidad del capitalismo de reproducirse a sí mismo, a mediano y largo plazo, a causa del carácter destructivo de su desarrollo. Se trata de construir la base fundamental de una modernidad post-capitalista. No significa un regreso al pasado, sino crear metas para el futuro.
 
El capitalismo, en efecto, se apoya sobre una visión segmentada de la realidad y por eso ha destrozado el equilibrio del metabolismo de la relación entre la tierra y los seres humanos y como lo decía Carlos Marx, está destruyendo las dos bases de su propia riqueza: la naturaleza y el trabajo. Este ha llegado a una fase donde su carácter destructivo está sobrepasando su carácter constructivo (Shumpeter) y por eso Samir Amin lo califico de “capitalismo senil”. Las consecuencias son muy serias, tanto en el orden ecológico como en el social. Y por eso no bastan medidas de regulación, sino que hay que cambiar de paradigma de desarrollo y proponer un nuevo. Estas consideraciones pueden aparecer muy teóricas, pero, de verdad, conciernen a la vida política cotidiana de los pueblos y a la integración latino-americana en particular.
 
Lo esencial del contenido del “Buen Vivir” está caracterizado por un retorno a una visión holística y no segmentada de la realidad, donde los seres humanos son la parte consciente de la naturaleza. Eso permite a la vez concebir la relación humana con la naturaleza en términos de simbiosis y de armonía y no de explotación, y las relaciones sociales en tanto que construcción de comunidades basadas sobre la solidaridad y la paz. Esta concepción permite la formulación de un nuevo proyecto, al momento que el bloque histórico neo-liberal se desmorona en medio de las crisis y que las “nuevas izquierdas” tienen dificultad para precisar nuevas perspectivas.
 
Los pueblos autóctonos a los cuales pertenece el concepto, son gente que quiere “vivir bien”, no en el pasado, sino en la sociedad contemporánea. Por eso se refieren a la noción de sumak kawsai en sus luchas contra la destrucción de su entorno y la elaboración de su nueva identidad social y política. Se expresan dentro de sus culturas y de su cosmovisión. Ellos son más sensibles al desastre natural y social del capitalismo, porque fueron explotados y devastados por el modelo de desarrollo capitalista y porque sus culturas han sido destruidas o condenadas a la clandestinidad durante siglos.
 
Para las sociedades contemporáneas, la cosmovisión indígena no es el único vehículo para la transmisión de la concepción holística de lo real. La cosmovisión indígena se debe respetar, pero no necesariamente adoptar. Lo que importa es el contenido del mensaje: “si no regresamos a la armonía social y al equilibrio de los eco-sistemas, la vida no va a poder reproducirse”. Este es el mensaje del “Buen Vivir”. Podemos también traducirlo como la reorganización del “Bien Común de la Humanidad.” Se trata evidentemente de una meta siempre a redefinir colectivamente, una utopía que nos motiva a actuar, frente a los desafíos fundamentales, económicos, políticos y culturales
 
La transición entre el paradigma del desarrollo capitalista y el paradigma del “Buen “Vivir”
 
El pasaje de un paradigma a otro es un proceso y no un simple salto, es decir es una transición. Las medidas que se toman para afrontar los desafíos no pueden ser solamente una adaptación del sistema existente, sino pasos que conducen a una transformación socio-ecológica en profundidad, es decir hacia al nuevo paradigma.
 
Muchos aspectos de la transición son imposibles de realizar a escala nacional, especialmente para países pequeños, frente a la fuerza de los poderes internacionales, más y más concentrados. Al mismo tiempo la situación interna, a menudo no permite la adopción de leyes necesarias, por el peso de una oposición o de lobbies que no quieren el cambio. Las políticas nacionales tampoco facilitan una visión a largo plazo. Es el caso, por ejemplo de medidas protectoras del medio ambiente y del trabajo. Será todavía más difícil cambiar de paradigma. Las legislaciones regionales son más eficaces, por dos razones, por una parte porque se apoyan sobre bloques de países y por otra parte porque deben ser aplicadas obligatoriamente por todos los miembros. Con una cohesión continental, América Latina podría imponer sus condiciones, si realmente está orientada por los principios del “Buen Vivir”.
 
Un ejemplo – pero al servicio de una política neo-liberal – es la Unión Europea. La legislación europea debe ser seguida por los países miembros y permite un inicio de política común frente a otros polos, como los Estados Unidos. Aun si no compartimos el paradigma que está en la base de estas políticas, monetarias, agrarias y de defensa, debemos reconocer que sus aplicaciones fueron posibles, lo que significa que lo mismo se puede realizar pero con otro paradigma.
 
La integración latinoamericana
 
Como lo sabemos, desde el principio hubo una doble tendencia en el proceso latino-americano, la una que empezó con la Conferencia de Panamá llamada por Simón Bolívar en 1824 y la otra que se inspira de la Doctrina Monroe en 1823. La lucha entre las dos se desarrolló durante los dos últimos siglos. Para la última, la integración hacia el Norte significa un proceso dependiente del centro imperial. Es particularmente después de la segunda Guerra mundial que se institucionalizó este modelo, con la constitución de la OEA (1948) precedida un año antes por su ala militar, el TIAR (1947). El proyecto abortado del ALCA (1968) tenía por función de completar esta triada. La Alianza para el Progreso, lanzada en los 60s por el Presidente Kennedy quería realizar una serie de reformas, favorables a una integración Norte-Sur. Varias otras iniciativas se inscribieron en la misma orientación, come el Plan Puebla Panamá en América central y el IIRSA (Iniciativa por la Integración de las Infraestructuras de América latina) en América del Sur.
 
Las últimas iniciativas de esta tendencia, fueron el Arco del Pacifico (2011), con México, Colombia, Perú y Chile, principales fuentes de la exportación latinoamericana (con un ojo hacia Asia) y deseando retomar las metas del ALCA, para una homogeneización de los Tratados de Libre Comercio y el MILA, el Mercado Integrado Latinoamericano, creado en 2011, entre Perú, Chile y Colombia, para reducir los costos de capital, especialmente en la minería, energía y transporte. Estas últimas iniciativas son claramente estrategias de oposición a los otros esfuerzos de integración, como el Mercosur, el ALBA y hasta la UNASUR. Sin embargo, la victoria de Ollanta Humala en el Perú podría reorientar el panorama. Con esta corriente integradora hacia el Norte, debemos recordar que la dependencia es tal en varios sectores, que, por ejemplo, América Latina pierde hasta su capacidad de producir sus propios alimentos.
 
Al contrario, hubo otras iniciativas con diferentes orientaciones económicas y políticas. Para empezar, podemos citar la CEPAL (1948) que no fue instituida por las naciones latino-americanas, sino por las Naciones Unidas y que tiene una dimensión realmente latino-americana. En 1964 se inició la constitución del Parlamento Latinoamericano que en 1987 se institucionalizó y que tiene 28 países miembros. La afirmación de lo que José Martí llamaba “Nuestra América” estaba presente. En 1973 se fundó el CARICOM, la Comunidad del Caribe, con un proyecto bastante completo de integración, no solamente económica, sino también administrativa y con instrumentos jurídicos. Un primer paso en el orden económico continental fue el SELA (1975) con 28 países de América Latina y del Caribe. El ALADI, en 1980, se centró sobre el comercio agropecuario y la preservación del medio ambiente. El Grupo de Río (1986) fue constituido como mecanismo de consulta, al principio con 8 países, después de las experiencias del Grupo de Contadora sobre los conflictos de América Central. Esta última experiencia resultó también en la fundación del Parlamento Centroamericano, el Parlacen, en 1987.
 
El Mercosur, en 1991, reunió 4 importantes economías del Cono Sur, más 5 asociados (1991). Sobre una base regional interna nació la CAN (la Comunidad Andina). En 2004 se fundó el ALBA (Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América, reagrupando 10 países de Latinoamérica y del Caribe. UNASUR, la Unión de Estados del Sur, con 12 países, nació oficialmente en 2008. El SUCRE (Sistema Unificado de Compensación Regional) principio de una desvinculación del dólar y el Fondo del Sur, todavía en preparación, serán instrumentos claves para el funcionamiento del Banco del Sur que fue constituido oficialmente en 2009, vinculando 7 países. En 2011, un paso nuevo e importante se realizó con la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), reuniendo 38 países de la región y heredera del Grupo de Río y de la CALC. Todos esos esfuerzos cumplen con lo que dice la Constitución boliviana “Unir a todos los pueblos y volver al Abya Yala que fuimos”.
 
Los pasos hacia la integración no fueron solamente los de la sociedad política o de los mercados. También varios sectores de la sociedad civil tomaron iniciativas en este sentido. Basta citar algunos ejemplos, como la CLAT en la esfera sindical, la CLOC para el mundo campesino, el CELAM (Consejo episcopal latinoamericano, la CLAR (Conferencia de religiosos y religiosas), etc.
 
Una reflexión sobre el proceso de integración latinoamericana nos lleva a descubrir una doble dinámica. Hay primero una evolución progresiva hacia una autonomía del continente frente al Norte, que se traduce por un gran número de instituciones tanto económicas, como políticas, que a veces son algo dispersas y repetitivas, pero que manifiestan una línea clara. Evidentemente esta orientación se afronta con la resistencia y a veces las contraofensivas de los Estados Unidos, con aliados locales que tienen intereses económicos y políticos como intermediarios. La crisis del imperio, interna y externa, ayuda el continente latinoamericano a consolidar su autonomía, pero el combate está lejos de ser terminado. De hecho asistimos a nuevas ofensivas, que, por una parte, refuerzan el modelo exportador de energía fósil y de minerales, en función del agotamiento previsible y por otra parte, promueven la agro-exportación industrial, en el campo de los agro-combustibles y de la alimentación animal. Una neo dependencia económica de tan grande dimensión, dominada por el capital financiero internacional, corre el riesgo de reducir considerablemente los esfuerzos por una integración autónoma.
 
La segunda dinámica es el paso de metas casi exclusivamente económicas y políticas en el sentido estricto de la palabra, a preocupaciones sociales y ecológicas. Eso se nota en la manera como varias instituciones, que se suceden en el tiempo, definen sus objetivos.
 
Sin embargo, el concepto de “Buen Vivir” introduce una tercera dinámica, la necesidad de concebir la integración como un elemento para un cambio de paradigma. Es importante ser consciente que esta perspectiva es hoy en día universal. De manera más o menos explícita, la encontramos en Europa en las últimas revueltas contra las políticas de austeridad, fruto de la crisis del capital y de las respuestas políticas para salvarlo. En Asia, referencias a los principios de las grandes religiones orientales, sirven de base a posiciones anti-capitalistas. La especificidad de países como Bolivia y el Ecuador es la de plantear la necesidad de cambio de paradigma, en función del aporte de los pueblos autóctonos del continente.
 
La cuestión clave es pues preguntarse cómo los esfuerzos de integración se sitúan frente a esta tercera dinámica. Las decisiones de integración del continente latinoamericano no han adoptado de manera clara un cambio de paradigma. Aún si existen señales que anuncian cambios en algunas de las últimas iniciativas, todavía no existe un verdadero compromiso.
 
El estudio de los programas de integración revela la existencia de tres orientaciones fundamentales. La primera, que corresponde a los órganos de integración Norte-Sur, es la simple prolongación del modelo capitalista neo-liberal, implicando la dependencia del Sur, por el medio de la extracción minera o petrolera y la agro-industria. Unos ejemplos son, por una parte, el IIRSA en el orden infraestructural y el Arco del Pacífico en el comercio exterior. El proyecto del ALCA era el modelo más completo.
 
Una segunda orientación es la adaptación del sistema y de la lógica capitalista a las nuevas circunstancias, frente a las resistencias sociales y a los peligros ecológicos, con la introducción de medidas de protección social y ambiental. Esta perspectiva prevalece en la gran mayoría de las instituciones de integración y no es particular del continente latinoamericano. Un ejemplo muy típico es el Mercosur. No se trata de cambiar el paradigma del desarrollo, sino de salir de su carácter dependiente y de crear una forma autónoma. De una cierta manera es una aplicación, al nivel de las institucionales regionales, del pensamiento de Raúl Prebish y de la CEPAL de los años 60, con un acento nuevo sobre los problemas ambientales (un desarrollo verde).
 
La tercera es la anticipación o la construcción progresiva de una nueva lógica o de un nuevo paradigma de desarrollo humano. Podemos decir que el ALBA introduce en su filosofía algunos elementos de esta orientación. Otras iniciativas nuevas, como el Banco del Sur y el SUCRE son ambivalentes, todo dependerá del contexto en el cual se vayan a aplicar. Pueden significar una adaptación sistémica o al contrario la anticipación de una nueva perspectiva. La referencia al Sumak Kawsai es solamente legítima en el caso de la anticipación. Eso significa, cuando existe la consciencia de la necesidad de transformar el paradigma de desarrollo, en otras palabras, de cambiar el tipo de relaciones con la naturaleza, la definición de la economía, el sistema político y de relaciones sociales y la hegemonía cultural vinculada con el desarrollo capitalista.
 
Los países con regímenes políticos que quieren privilegiar con medidas nuevas el bienestar de sus poblaciones se encuentran, cada uno de manera específica, frente a grandes dificultades. Deben ser capaces de financiar los programas de mejoramiento social y cultural que iniciaron, y que son avances reales, especialmente para los más pobres del Continente. A corto plazo, las entradas financieras posibles son, por una parte los recursos fiscales y por otra parte el comercio exterior tradicionalmente basado sobre los recursos naturales y agrícolas. Ciertos países han optado claramente, por aumentar la base de la fiscalización, por medio de un desarrollo del capital productivo y financiero interno. Otros procuran aumentar los ingresos estatales a través de una mejor gestión de los recursos fósiles y minerales y por medio de la extensión de la agroindustria. De todas maneras eso no significa un cambio de paradigma, tampoco una perspectiva de transición. La política nacional se ejerce a corto plazo. Las democracias parlamentarias, basadas sobre elecciones regulares, tienen muchas ventajas, pero también la desventaja de obstaculizar las visiones a mediano y largo plazo, en particular la puesta en práctica de políticas de transición
 
Es aquí que las instituciones regionales pueden jugar un papel importante. Una transición hacia otro paradigma de desarrollo necesita una base más amplia, tanto para establecer una nueva relación de poder frente a los órganos del capital y así como para definir las etapas de realización. Este es el principal desafío de la integración latinoamericana. A continuación daremos tres ejemplos de su posible aplicación.
 
Dominios de aplicación
 
Existe evidentemente un gran abanico de dominios de aplicación de una transición a otro paradigma de desarrollo, que podemos definir como la búsqueda del “Buen Vivir” o del Bien Común de la Humanidad. Solamente daremos tres ejemplos, para concretizar el propósito.
 
La salida del modelo extractivo y agroexportador de dependencia
 
En América Latina, el reto principal es la transformación del sistema productivo y la promoción de otro desarrollo. De todas maneras es una obligación a mediano plazo, frente al agotamiento de las riquezas naturales. Ya, en varios países, se llegó al pico en materia de petróleo o de algunos productos minerales. También se plantea el problema de la destrucción ambiental que provoca el proceso extractivo y de su utilización por los consumidores mundiales. Un país aislado no puede resolver este problema, especialmente si la acción se inscribe en la perspectiva de un cambio de paradigma. Organismos latinoamericanos de regulación de la transición podrían ejercer un poder más real sobre las empresas extractivas, la producción de agro-combustibles, la utilización del agua, etc. Un país como el Ecuador conoce muy bien las dificultades de una confrontación con multinacionales del petróleo y de una propuesta como la del Yasuní. La regionalización de las normas de una transición reduciría también el riesgo de una competencia entre países, de parte de empresas extranjeras.
 
Un organismo regional regulador podría tener varias funciones: analizar el impacto socio-ecológico de las actividades del sector; establecer las reglas sociales y ecológicas de una transición y proponer nuevas metas de un desarrollo alternativo. Estas tareas podrían empezar dentro de organismos ya existentes, como el ALBA, por ejemplo.
 
La promoción de una agricultura campesina integrada
 
Dentro de las metas internacionales de recuperación de la soberanía alimentaria y de los equilibrios de los ecosistemas, la agricultura campesina juega un papel central. A largo plazo, ella es más eficaz que la agricultura industrial que se reveló como muy destructiva de la biodiversidad y de los ecosistemas. Se trata en particular, para el continente, de la soya, de la palma africana, de la caña de azúcar, de las bananas, de las flores. El desarrollo de una agricultura familiar eficaz económicamente tiene frutos inmediatos, como la disminución del hambre y de la miseria, el paro de la urbanización salvaje, una menor utilización de productos químicos, la promoción de una alimentación sana y local.
 
Un organismo latinoamericano podría organizar los intercambios de experiencias al nivel continental, sistematizar la formación de los campesinos y promover el intercambio de productos adaptados (semillas, etc.). Una acción a la escala continental será más eficaz, frente al poder económico y político del agro-negocio.
 
La integración de los pueblos indígenas
 
Los pueblos indígenas no han esperando iniciativas políticas para encontrarse en varios Foros, y sus acciones resultaron en cambios importantes y constitucionales (estados plurinacionales) en países como Bolivia y el Ecuador. Una integración de pueblos autóctonos corresponde a las aspiraciones de pueblos destruidos y marginalizados por el capitalismo mercantil e industrial. Reconocer el derecho a la multiculturalidad es más fácil a la escala regional.
 
Un organismo latinoamericano, fruto de la colaboración de los pueblos indígenas del Continente, podría ofrecer las bases materiales de la interculturalidad, apoyar las iniciativas de los varios pueblos y nacionalidades, crear un Instituto latinoamericano de las Culturas Indígenas, publicar una enciclopedia indígena, promover casas editoriales, etc.
 
Algunos instrumentos de realización
 
Para realizar tales objetivos, se necesitan instrumentos de acción, como la experiencia de los organismos existentes lo comprobaron. Entre otros se puede citar los siguientes. Un organismo de estadísticas latinoamericano, para mejorar los datos nacionales, construir el sistema latinoamericano e introducir nuevas medidas en función de la noción de “Buen Vivir”. La CEPAL que ya trabaja en este dominio podría extender sus competencias.
 
Otros instrumentos son de orden jurídico. Dos cortes podrían ser creadas, la primera con competencia sobre el Derecho ambiental, y la otra sobre el Derecho indígena. La primera podría responder al desastre provocado por la extracción petrolera y mineral y la segunda permitiría una aplicación más generalizada y garantizada de la justicia indígena, creando una jurisprudencia útil para los varios pueblos.
 
Finalmente una fiscalización latinoamericana podría ayudar la creación de las instituciones. Un impuesto sobre las actividades extractivas y agro-industriales permitiría a la vez hacer pagar al consumidor y frenar a este sector. Lo mismo podría aplicarse a los flujos financieros.
 
En conclusión, la integración puede ser un instrumento importante de cambio de paradigma, pero con la condición de que la cultura del “Buen Vivir” sea adoptada en su sentido profundo de una visión holística de la realidad social y natural, con la convicción de su necesidad para el futuro de la tierra y de la humanidad.
 
 
- Ponencia en el Seminario Internacional del Ministerio de Relaciones Exteriores del Ecuador y del Instituto de Altos Estudios Nacionales: “Los desafíos de la integración de América Latina y el Caribe en un mundo cambiante”, Quito 20-23 de junio de 2011.
 
https://www.alainet.org/es/active/53358
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