Después del 28
10/12/2003
- Opinión
Las semanas posteriores a las elecciones del nueve de noviembre
vienen a confirmar las profundas debilidades y carencias de los
partidos políticos y el liderazgo político-partidario en Guatemala.
Después del rechazo mayoritario y entusiasta de la población al
riosmontismo, expresado en el tercer lugar alcanzado por Ríos en la
primera vuelta electoral, las dos fuerzas políticas vencedoras no
dejan de enviar mensajes desesperanzadores. Tanto la Gran Alianza
Nacional, GANA y su candidato Oscar Berger, como la Unidad Nacional
de la Esperanza con Álvaro Colom, recurren a la descalificación;
sustentan sus campañas publicitarias en personas y no en propuestas;
rehuyen debates programáticos y de altura y se mueven en un espacio
ideológico empresarial y conservador, apenas abierto a otras
realidades y necesidades.
¿Un futuro de exclusión?
La capacidad de promover y generar inclusión por parte de los
próximos gobernantes es básica en un país fracturado y dividido,
donde cada vez resulta más complicado tender puentes de unión. Pero
más allá de los pomposos nombres de los dos contendientes (gran
alianza y unidad nacional) no se perciben reales esfuerzos orgánicos
de concertación, ni avances programáticos para la inclusión. Los
equipos de trabajo conocidos y sobre todo los gabinetes en la sombra
presumidos de GANA y UNE no parecen responder a la realidad de un
país de mayoría indígena-campesina y de mayoría de mujeres; tampoco
la pluralidad ideológica sobresale entre un mar de caras conocidas y
funcionarios de vieja historia que a duras penas logran transmitir
esperanzas de cambio.
Además, ambos partidos apuestan en su política de alianzas por la
adhesión incondicional, la negociación cupular y el reparto de
cargos más que por la discusión programática, la apertura y la
realización de pactos estratégicos con los sectores sociales. Y
sobre todo, apuestan por la pasividad social como garantía de su
posible triunfo, en detrimento de la movilización y la
participación.
Así, y de nuevo, la agenda política en Guatemala la dibujan cúpulas
dirigenciales que apuntan, en el mejor de los casos, hacia un futuro
entre absolutista y paternalista: "algo" (nunca todo) para el
pueblo, siempre sin el pueblo.
El país patas arriba
Con partidos de derecha mayoritarios pero "sin pueblo" y con un
pueblo huérfano de representación partidaria de izquierda, los
pronósticos más pesimistas señalan que el próximo gobierno será de
nuevo más rehén de los poderes fácticos, ya militares, ya económicos
y, sobre todo, que su agenda dará la espaldas a las necesidades de
la población. Es decir, un poco más de lo que, con matices, han
ofrecido los gobiernos existentes desde la firma de los Acuerdos de
Paz. Y aunque Berger no es Arzú y Colom no es Portillo o Ríos Montt,
sus propuestas conocidas y los equipos que los rodean no garantizan
los cambios que el país necesita: tributarios, agrarios,
institucionales, culturales, sociales, políticos y generacionales.
En fin, Berger-Colom, UNE-GANA no garantizan poner el país "patas
arriba", a través de una revolución pacífica que los Acuerdos de Paz
perfilaron pero no supieron concretar, al partir de una lectura
equivocada de la correlación de fuerzas existente. Por ello, las
respuestas a los grandes problemas de Guatemala no las tienen los
dos grises candidatos y sus muchas veces oscuros partidos e
intereses, sino la tiene la población. La respuesta tampoco la van a
dar los resultados del 28 de diciembre, como sólo la dieron
parcialmente (y por exclusión de Ríos Montt) el nueve de noviembre.
Lo importante es lo que suceda después del 28 y la contestación que
la población, las organizaciones sociales y los partidos,
especialmente la izquierda, den a una pregunta fundamental: si
queremos una sociedad democrática, digna, innovadora, incluyente,
respetuosa de la diversidad y justa, ¿cómo vamos a participar y nos
vamos a organizar para conseguirla?
memorial de guatemala Número 18
10 de diciembre de 2003
10 de diciembre de 2003
https://www.alainet.org/es/active/5136
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