A propósito del 30-S
Qué es la Verdad?
29/09/2011
- Opinión
La pregunta por la verdad
El famoso diálogo entre Jesús, el campesino de Galilea y Pilato, el procurador romano en Palestina, terminó abruptamente cuando Jesús afirma haber “venido para dar testimonio de la verdad” y Pilato le responde escéptico y displicente “Y, ¿Qué es la Verdad”. Para el campesino acostumbrado a llamar “al pan, pan y al vino, vino” no hay mucho donde perderse, las cosas son lo que son y todo ser humano con sentido común las conoce con suficiente aproximación como en realidad son, por eso la vida funciona y es posible interactuar con la realidad y obtener resultados. Jesús mismo nos ha transmitido algunos refranes que han pasado como axiomas a nuestro lenguaje cotidiano. “Quien siembra vientos cosecha tempestades”, “quien a hierro mata a hierro muere”, “nadie es profeta en su tierra” y otros por el estilo.
No ocurre lo mismo con el personaje acostumbrado a moverse en las altas esferas de la política y el poder donde podría funcionar mejor otro refrán castellano “en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todos es del color del cristal con que se mira”. Pilato sabe muy bien que la verdad se construye desde el poder y está ligada al poder; determinada verdad se mantiene vigente mientras existe un poder que la sustente. Por eso la historia es la que es contada por los vencedores para convertirse en la versión oficial de los sucesos. La historia en versión de los vencidos no cuenta, no existe, a menos que en algún momento estos lleguen a tener algún poder para legitimar su verdad. Lo que realmente ocurrió puede que sea recogido como versión más o menos legendaria por algunos eruditos tan escépticos como Pilato, que pueden decirlo después de la muerte de los interesados; lo que ocurrió realmente puede que quede flotando como rumor entre los pasillos de palacio, perdiéndose para siempre con la progresiva desaparición de los testigos.
Se atribuye a Maquiavelo el principio de que “el fin justifica los medios”. Parafraseando el adagio podemos decir, en el ámbito de la verdad y la historia que “el poder justifica la verdad” y también “que la verdad justifica el poder”. El relativismo epistemológico de los profesionales de la política parece encontrar argumentos en las concepciones actuales sobre la filosofía del conocimiento: la complejidad de la realidad, las múltiples aristas de los enfoques culturales, los presupuestos ideológicos del observador, etc. El principio de indeterminación de la física moderna establece que no puedes conocer al mismo tiempo las coordenadas del lugar y la velocidad de las partículas atómicas. En todo caso lo que puedes captar son tendencias estadísticas de comportamiento. Hemos oído decir a políticos de pacotilla con alguna instrucción universitaria que aquí y ahora tan cierto es que sea de día y de noche al mismo tiempo. Alguien podrá recordar algunas perlas del coronel Lucio Gutiérrez.
La construcción de la “verdad” desde el poder mediático y político
Para quienes ya han acumulado en su experiencia de vida la memoria suficiente de la historia reciente de nuestro mundo, se puede evocar toda la parafernalia propagandística de los regímenes del Nacional Socialismo europeo en sus versiones alemana, italiana y española: también podríamos traer a colación el marketing de la revolución mexicana que convirtió al Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante setenta años en una poderosa máquina de el dominio de una nueva clase política corrupta y prepotente, que bajo un discurso de democracia, consagraba la peores prácticas electorales y la cultura de la troncha y la mordida.
En los últimos treinta años, de los que hemos sido testigos de la historia ecuatoriana, hemos tenido que convivir con la realidad construida por los medios de comunicación al servicio de los grupos económicos de poder. Las verdades construidas desde la plutocracia a través de sus voceros comunicacionales fueron fundamentales para entender la pseudo democracia de las últimas décadas y el cuento repetido de los gobiernos aclamados como salvadores mesiánicos y derrocados al poco tiempo. Recordamos las campañas y las revueltas. Por mencionar una sola, la venta de Jamil Mahuad, el presidente de las armonías, promocionado como un producto cosmético a base de eslóganes y colores, a sabiendas que un ataque cerebral lo había capitdisminuido para poder responder a las exigencias de la presidencia. Cada año los presidentes en su informe a la nación nos deleitaban con la descripción de un Ecuador maravilloso, mientras banqueros y economistas hacían su agosto con el dinero de los depositantes y del pueblo en los negociados de la deuda externa.
Hay que concederle al expresidente Gutiérrez y sus muchachos el mérito de habernos dado a casi todos los ecuatorianos un cursillo acelerado de cinismo político que nos hizo caer de la nube rosada de los sueños. Con su nariz de pinocho crecida hasta más allá de nuestras fronteras dejó al desnudo la desfachatez y la desvergüenza de la utilización de los sueños del pueblo y del poder para beneficio familiar y el intento de crear una nueva élite política extraída de la “cholocracia” que vendría a heredar los privilegios de la “aristocracia” en el poder, con aspiraciones de largo aliento. Su procacidad y obscenidad política contribuyó al derrumbamiento de todo el escenario político creado en la post dictadura por arte del “político más aburrido que ha tenido el Ecuador”, en palabras del Pájaro Febres Cordero. Fue el golpe de gracia a la partidocracia y quienes querían constituirse en sus herederos.
Entre la verdad oficial y la de la oposición
Tras el triunfo electoral de la propuesta de la revolución ciudadana, vimos con alegría la implementación de los medios públicos de comunicación. Sin embargo, cada vez con más fuerza, hemos percibido cómo la propaganda y el marketing oficial están cayendo desvergonzadamente en los vicios que se querían combatir. El manejo oficial de los acontecimientos del 30 de setiembre permite ejemplificar esa percepción. A pesar de los visos de verdad que pudiera tener la teoría del golpe de Estado y del intento de magnicidio, no es fácil defender esta imagen de los sucesos sin una fuerte poda de la complejidad del acontecimiento. Para muestra un botón: tras la transmisión cruda de los sucesos llenos de confusión y contradicciones, la realidad comienza a editarse para presentarla en blanco y negro en apoyo de la tesis del golpe y el magnicidio. Se eliminan las declaraciones contradictorias, se rectifican, se omiten las imágenes provocativas y retadoras del presidente desde la ventana del cuartel policial. Se hilvanan los acontecimientos de manera que Correa emerge de la crisis como el gran vencedor, no importa que sea a costa del deterioro de otras instituciones del Estado, especialmente el Ejército, la policía y la Asamblea Nacional Legislativa.
Otra vez los medios son usados para construir la verdad y la historia del vencedor y callar otras voces, otros matices que son importantes. Creo que si queremos acercamos más a la realidad hemos de mantener la riqueza y la diversidad de elementos, evitando las simplificaciones de la oficialidad y de la contra oficialidad. Aún a riesgo de correr la misma suerte del periodista Emilio Palacios hay que arriesgar un futurible condicionado (importante tema gramatical y semántico) según el cual en los años venideros quienes hagan un balance de acontecimientos como el 30-S o del juicio contra el Universo, podrían encontrar que las responsabilidades de estos acontecimientos tendrían que ser repartidas entre acusadores y acusados para hacer justicia a los hechos, tal y como verdaderamente sucedieron.
Hay claros indicios, desde inicios del gobierno de Correa, que indican que Sociedad Patriótica (SP) no ha desaprovechado oportunidad para intentar combatir y desestabilizar al Gobierno. El eje SP-Bogotá-Miami funcionó con este propósito durante el gobierno de Uribe en Colombia. Parte de este plan ha sido la permanente intriga de ex militares y ex-policías para desinformar y crear malestar en los mandos y en la tropa de policía y ejército y desprestigiar al régimen en el exterior. Que hay opositores y entre ellos el propio Gutiérrez que quisieran ver fuera de juego a Correa, también es posible. Que en la confusión de la trifulca uno o más policías vieron una oportunidad, no solo para vejar al presidente como ocurrió León Febres Cordero en Taura, sino también para acabar con su vida, también es verdad, aunque no se puedan señalar a los responsables de tales malos pensamientos y aún expresiones en los enlaces de radio entre los sublevados.
Pero no hay que olvidar que el manejo Ejecutivo-Asamblea Legislativa en torno a las leyes, los vetos y las entradas en vigor por ministerio de la Ley ha sido un desastre desde el punto de vista de la calidad de la democracia y que permitió que la versión de los desinformadores encontrara eco en el descontento de la policía: mando y tropa, e incluso en el ejército. La huelga nacional de brazos caídos de la policía, con conocimiento y apoyo parcial del ejército, estaba destinada a renegociar privilegios derogados por el veto presidencial; la huelga dejó desprotegida a la ciudadanía, pues la policía al viejo estilo sindical, pretendía usar a la ciudadanía como rehén para negociar con la Asamblea la reconsideración de los textos causa del descontento. Lo ocurrido no fue un intento de golpe de Estado sino un verdadero golpe al Estado. La policía pretendía poner una alternativa: escojan entre el caos y la policía.
Hay que aceptar que la actuación del presidente Correa en su visita al Regimiento Quito cambió el rumbo de los acontecimientos. En su precaria condición de salud, su actitud temeraria y desafiante, le llevó primero a involucrarse en el bochinche callejero característico de toda huelga, y luego a refugiarse en el Hospital de la Policía. De alguna manera, esta intervención del presidente, que no era parte del libreto policial, convirtió la huelga en un “secuestro”. El presidente forzó su “entrega” como rehén, en lugar de la ciudadanía, de una negociación que no estaba prevista.
La teoría del golpe de Estado y de secuestro del presidente se lanzó con demasiada ligereza y sin la debida prudencia y la llamada de Ricardo Patiño, el canciller, a ir a rescatar al presidente llevó al enfrentamiento de la policía con la ciudadanía nutrida mayormente por servidores públicos, cosa que complicó la posible salida del presidente del Hospital policial, creando una situación ambigua y peligrosa. El presidente forzó una coyuntura propicia para un golpe de Estado y para un posible magnicidio, que no se consumaron porque no era ese el libreto de la policía. El presidente siguió gobernando desde su cama del hospital, mientras era atendido por vía intravenosa. Desde su lecho siguió dando órdenes, entrevistas y arengas patrióticas. Varios ministros entraron a acompañar al presidente, se entiende que algunos también pudieron salir a lo largo del día. Elementos todos que no encajan en el escenario del golpe y del secuestro.
Al medio día las declaraciones del ejército y el retorno de la policía a sus labores en casi todo el país, dejaban claras las intenciones de la conmoción policial. No estaba planificado tumbar al presidente, nadie había sido designado para hacerse cargo del poder. Nadie estaba autorizado para negociar con el presidente. Era el cuerpo policial contra el Legislativo. Algunos “negociadores” de la policía no pasaron de ser grupos de descontentos que actuaron por iniciativa personal. Hay que decir sin embargo que “a río revuelto, ganancia de pescadores”; desde temprano se pudo observar a partidarios de la oposición, de todas las gamas, funciones y colores haciendo causa común para agravar la situación de por sí ya crítica, mientras que los ministros vagaban por palacio como perritos sin dueño sin saber qué hacer.
Debe dejarse constancia de que la intervención imprudente y temeraria del presidente puso en riesgo su propia vida, la estabilidad del gobierno y aún la continuidad del proceso de la revolución ciudadana, y se afectó a la democracia y a sus instituciones. No percibió el presidente la realidad cuando afirmó provocativamente que la revolución seguirá adelante sin él. La oposición tuvo en sus manos lo que en el tenis se denomina “muerte súbita”, tuvo en sus manos un “match point” inesperado, que podía haber acabado con el caballo, el caballero y el reino. Sobre este punto creo que las sospechosas declaraciones de Gutiérrez en el exterior de que sin Correa se acabaría el correismo estaban más cerca de lo que habría ocurrido de haberse consumado un magnicidio.
El rescate del presidente se dio en clima de guerra entre ejército y policía, que evidentemente sí puso en riesgo la vida del mandatario y con ello la democracia y con ello el propio proyecto del gobierno. Hubo diez muertos durante el 30-S. Vale recordar que en los diez años de tumbadas presidenciales ejército y policía actuaron con mucha prudencia y el saldo de todas ellas fue de un periodista fallecido por asfixia. Lo que dice que los cuerpos armados se negaron a defender el poder con las armas, por el contrario la violencia del 30 de septiembre reveló un preocupante grado de virulencia represiva y agresión por parte de la policía, como ya lo hace en las represiones a las protestas sociales ordenadas por el propio gobierno. Lo grave es que se enfrentaron policía contra policía, ejército contra policía.
Una “verdad” difícil de sostener
“Creada” la leyenda del 30-S, el resto de las funciones del Estado, fiscalía, función judicial y los propios mecanismos internos de policía y fuerzas armadas debían buscar a los cabecillas del golpe e intento de magnicidio. Cosa difícil de lograr y enjuiciar por falta de pruebas contundentes, a no ser que se busquen chivos expiatorios y que pase lo que pase va a quedar mucha frustración una vez disipado el humo de las bombas. Hay visos de nulidad en la actuación de los jueces. El presidente ya se curaba en salud cuando dijo: “si no hay castigo por las leyes, les castigaremos en las urnas” (después de dos años). Será difícil probar, por ejemplo que el coronel César Carrión, secuestró al presidente con el ánimo de acabar con su vida, cuando la prueba que se presenta es que no quiso dejarle entrar en el Hospital.
Luego de la tragedia el gobierno se ha esmerado en enderezar los entuertos creados por el veto, informando, dialogando y concretando beneficios a favor de la policía y el ejército. Por otra parte la policía no actuó ese día con más brutalidad y grosería que la que utiliza para reprimir a la ciudadanía y a los miembros de diversos movimientos sociales contrarios a alguna decisión del régimen y en los que el gobierno utiliza la represión, en temas que más conversados puede tener mejores soluciones. El presidente recibió en ese día un poco de su propia medicina basada en la fórmula de la intemperancia y la imposición.
Al final el costo de la irresponsabilidad es para todos. La falta de espacios democráticos para el diálogo y la solución de conflictos, el irrespeto a la independencia y autonomía de las funciones del estado, han tenido un costo demasiado alto por jugar a las huelgas y a las guerritas. No se puede jugar a “rambos” y héroes que ofrecen el pecho a las balas, todo ello muy espectacular y entretenido para verlo por televisión, pero que a la postre resulta no sólo inútil e innecesario, sino tremendamente peligroso.
Algunos de los civiles enfrentados con los policías en la puerta del hospital policial les gritaban en son de broma picaresca: “ya arreglemos, jefe”. Al final todo era cuestión de plata y también de vanidades.
Al final de cuentas ahora tenemos dos versiones para escoger: Golpe y magnicidio, tesis del oficialismo ó autogolpe y pantomima, tesis de la oposición. Tanta es la polarización de las dos posturas que hasta los testigos de los matices de los acontecimientos terminan plegando a una de las dos. La verdad ya no interesa.
Al final el público puede encogerse de hombros y dar la espalda a la realidad pronunciando la misma frase de Pilato: ¿Qué es la Verdad? A no ser que se impongan las versiones dudosas como verdades políticas construidas desde el discurso, desde los medios oficiales, desde la justicia manipulada y al fin la historia contada desde el poder. Tal parecen ser las intenciones de las próximas conmemoraciones-celebraciones del oficialismo en torno a los vergonzosos hechos del 30-S. Más valdría, después de sacar las lecciones necesarias para crecer en sabiduría, olvidar acontecimientos infaustos en los que los protagonistas no estuvieron a la altura exigida por los acontecimientos, pero esto requiere de una mínima capacidad autocrítica, cosa que de la que parecen carecer los implicados.
Después de un año de vicisitudes, investigaciones, cárceles y juicios, la verdad oficial no logra pararse, todo lo contrario, se cae a pedazos. El presidente está desesperado ante las circunstancias y en su discurso del 10 de agosto prohibió que nadie toque, que nadie se meta con el 30-S y tiene razón porque el castillo de naipes de la oficialidad se está cayendo al soplo de las no-evidencias, por más que para sostenerla se intervenga la justicia y se declare la guerra santa contra los medios de comunicación. Es que para sostener la verdad oficial hay que urdir otras medias verdades y para sostener éstas hay que crear otras. Al fin son demasiados pisos de un edificio que no tiene bases sólidas y sabemos cómo acaba este tipo de construcciones.
Y es que es muy elemental, si entran en mi casa a robar y yo denuncio a la fiscalía una violación que no hubo, será difícil encontrar y condenar a los violadores, mientras que los ladrones quedarán libres. En cierta ocasión el tonto del pueblo, a cambio de un terno nuevo, ofreció que el domingo en misa de doce revelaría los nombres de los autores del robo de la custodia de la iglesia y ante la expectativa de todos, con voz solemne proclamó el nombre de los autores: “los ladrones”.-
- Fernando Vega, Montecristi Vive.
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