La reconstrucción de Brasil

27/07/1999
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La política económica, seguida tradicionalmente por Brasil, ha engendrado una sociedad con graves distorsiones y crisis intermitentes en la balanza de pagos. No se puede ignorar ese hecho, si queremos comprender la inflación crónica que caracterizó la economía brasileña, tanto en las fases de crecimiento como en las de recesión. La estrategia de estabilización, adoptada por el gobierno a partir de 1994, ignoró olímpicamente esa realidad. La inestabilidad venía reduciendo la gobernabilidad del país desde los años 70, cuando cambió la coyuntura internacional, marcada por el alza del precio del petróleo y, al fin del decenio, por la elevación abrupta de las tasas de interés en el mercado internacional. El primer paso de la nueva política, implantada hace cinco años, constituyó en sacar provecho del aumento coyuntural de liquidez internacional. Se dio, así, más elasticidad a la oferta interna de bienes de consumo, pero se invertió la posición del balance comercial que, de positivo, pasó a ser fuertemente negativo. Eso favoreció a la masa de consumidores, lo que, además, produjo dividendos políticos considerables. Como era de prever, el desequilibrio se manifestó en la balanza de pagos. A diferencia de lo que ocurrió en el pasado, cuando se enfrentaba ese tipo de desequilibrio, manipulando el cambio, esta vez se privilegió la estabilidad de los precios, facilitando el endeudamiento externo de corto plazo y elevando de forma exorbitante las tasas de interés. Esa política de intereses altos provocó una reducción de las inversiones productivas y una hipertrofia de las inversiones improductivas. El país comenzó a presentar la imagen de una economía distorsionada, que se endeuda en el exterior para financiar el crecimiento del consumo e inversiones especulativas, alienando el patrimonio nacional mediante un programa de privatizaciones. La recesión se volvió inevitable. No viene al caso culpar a quienes formularon el nuevo plan de estabilización, que recomendaron una política de compensación fiscal, la cual engendraría una elevación compulsiva del ahorro. Es sabido, que esa nueva política fue concebida en los Estados Unidos, con la colaboración de técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI), lo que explica que no se haya tenido en cuenta las peculiaridades del proceso legislativo brasileño, que está lejos de tener el nivel de racionalidad, al gusto de los tecnócratas. Por otro lado, los dividendos políticos, producidos por la estabilización de los precios, embriagaron a los dirigentes del poder Ejecutivo, el Presidente de la República a la cabeza, exponiendo al país a riesgos excesivos para garantizar su propia reelección. La estrategia del FMI: recesión y dolarización Era evidente que la economía brasileña se autocondenara a tener que apelar a una nociva moratoria, cuyo impacto internacional sería, necesariamente, considerable. Fue el temor de esa repercusión que abrió espacio a una acción preventiva de apoyo a Brasil, comandada por las naciones más ricas y articulada por el FMI. Una vez más se evidenció que las instituciones internacionales son incapaces de movilizar los recursos requeridos para evitar rupturas de pagos de gran volumen. Los parcos recursos, que intermedian, son aplicados a tasas de interés que poco alivio traen a los deudores. No obstante, lo excepcional del caso, es que los recursos puestos a disposición de Brasil profundizaron el endeudamiento, particularmente si se tiene en cuenta que las condiciones del FMI agravan seriamente la recesión. La estrategia de ese órgano se basa en un planeamiento de la recesión, cuyo objetivo parece ser, forzar la adopción de un sistema de "currency board", o sea, la dolarización progresiva, a la imagen de lo ocurrido en Argentina. Esto implica que el Brasil, super endeudado, debe compartir el gobierno del país con el sistema financiero internacional. Frente a esa perspectiva, tendríamos que reconocer que el recurso de la moratoria sería un mal menor comparado con la abdicación de la responsabilidad de autogobernarse a la que seríamos llevados con la dolarización. Lo esencial es que el entendimiento con los acreedores se ha programado, adecuadamente, tanto en el plano externo como en el interno. Los potenciales aliados internos, son los grupos industriales afectados por las exorbitantes tasas de interés y la clase trabajadora, víctima del desempleo generalizado. Cabría inspirarse en el capítulo 11 del Código de Bancarrota de los Estados Unidos, conforme recomienda la UNCTAD. En el plano externo, cabe luchar por una reestructuración del sistema financiero internacional, en el sentido de reducir la volatilidad de los flujos de capital a corto plazo. En síntesis, volver al proceso de endeudamiento externo, al son de las olas de liquidez del mercado financiero internacional, es aceptar el riesgo de una moratoria catastrófica, que parece ser el objetivo de aquellos que se empeñan en liquidar, lo que queda del patrimonio público (léase Petrobrás), y en ceder a las instituciones supranacionales, el comando del sistema monetario brasileño (léase dolarización). Si privatizamos el actual sistema bancario controlado por el gobierno (Banco de Brasil y Caja Económica Federal), estaremos en realidad sometiendo a intereses privados los instrumentos de la política económica, lo que significa despojar de su función al Banco Central. De todas maneras, eso ocurrirá si nos sumergimos en una progresiva dolarización, en conformidad con los compromisos asumidos con los acreedores externos, bajo la orientación del FMI. ¿Qué hacer? El propósito es sugerir un cierto número de temas para la discusión sobre los problemas que enfrenta actualmente Brasil. El objetivo a largo plazo, es alcanzar una reforma de estructuras, para retomar el proceso de construcción interrumpido, al que me referí en un libro publicado a inicios del decenio. La estrategia a seguirse comprende acciones en tres frentes. El primero apunta a revertir el proceso de concentración patrimonial y de renta, que está en la raíz de las distorsiones sociales que caracterizan a Brasil. Este país, se distingue por disponer de un considerable potencial de suelos fértiles, no aprovechados, fuentes de energía y mano de obra sub-utilizada. Esos factores difícilmente se encuentran en otras partes del planeta. Al mismo tiempo, abriga a millones de personas desnutridas y hambrientas. Ese es un problema de naturaleza política y no propiamente económica, como bien demostró el economista hindú Amartya Sen, el más reciente premio Nobel de Economía. Ese autor, Sen, demuestra con claridad que el problema de las hambres epidémicas y de la pobreza endémica, en ámplias áreas del mundo actual, no se resolverá con el aumento de la oferta de bienes esenciales en los países afectados. Sen propone un "enfoque de la habilitación", que consiste en participar de la distribución de la renta social, para lo que es necesario estar en disposición de títulos de propiedad y/o por la inserción calificada, estar en el sistema productivo. Este proceso de habilitación esta bloqueado en ciertas sociedades, se hace evidente en poblaciones rurales, sin acceso a la tierra para trabajar o que deben pagar sumas exorbitantes, para tener ese acceso. Lo mismo se puede decir de poblaciones urbanas que no están habilitadas, para tener acceso a la vivienda. Las instituciones que permiten la concentración en pocas manos, de gran cantidad de tierras urbanas, son las responsables por la miseria de grandes masas de la población. La pobreza en masa, característica del subdesarrollo, tiene con frecuencia su origen en la privación del acceso a la tierra y a la vivienda. Esa situación estructural no encuentra solución por medio de los mecanismos de mercado. El segundo frente, es el del atraso de las inversiones en el factor humano, atraso que se traduce en extremas disparidades entre los salarios de los especialistas y del operario común. El salario de un ingeniero de producción en Brasil rivaliza con el de los países desarrollados de renta media y es tres veces más alto que el de México, cuya renta per capita es similar a la del Brasil. Mientras tanto, el salario del trabajador no especializado se nivela con los más bajos de América Latina. El índice de desarrollo del factor humano de las Naciones Unidas, que incluye referencias sociales junto a las necesidades económicas, presenta a Brasil como un caso de claro atraso en el desarrollo social respecto al ingreso per capita. Se deduce de esos datos que Brasil acumuló históricamente un atraso considerable de inversión en el factor humano, o sea, en la promoción del bienestar masivo de la población. La miseria de gran parte del pueblo brasileño es la contrapartida del hiper-consumo, que es el rasgo dominante de una pequeña minoría. El tercer frente, se refiere a la forma de inserción en el proceso de globalización. Ese proceso traduce el predominio de las empresas transnacionales en la asignación de recursos raros, que resultan de la creciente importancia del factor tecnológico en la orientación de las inversiones. La miseria es la contrapartida del hiperconsumo Es equivocado imaginar que el proceso de globalización, responde a la inestabilidad de los mercados monetario y financiero a nivel internacional. Esa inestabilidad resulta de la desregulación de los sistemas de control de esos flujos, a partir del desmantelamiento de las instituciones de Bretton Woods y la adopción del dólar como patrón monetario dominante. Para abordar la problemática brasileña actual es necesario partir de una perspectiva histórica. Solamente así será posible distinguir las cuestiones estructurales, crónicas y coyunturales, que resultan de la política que viene aplicando el gobierno actual. Como ya observamos, Brasil es un país con una notoria tendencia a la concentración de la riqueza y de la renta, particularmente en lo que concierne a inversiones en el factor humano. De allí resulta una sociedad que tolera extremas desigualdades sociales, cuyos grupos de altas rentas, presentan una fuerte inclinación al consumismo. Ese cuadro estructural encaminado hacia el consumo, el ahorro es practicamente inexistente, lo que explica la notoria insuficiencia de recursos destinados a la inversión y la propensión al endeudamiento externo. Ese contraste entre el deseo de acceso a la modernidad y la carencia de ahorro está en la raíz de la tendencia al desequilibrio inflacionario. No debemos olvidar que el Brasil está bajo una fuerte influencia de los Estados Unidos, cuyo dinamismo se basa en el hiperconsumo y se traduce en una propensión crónica al endeudamiento interno y externo. Ahora, los Estados Unidos emiten una moneda de circulación universal, lo que les permite endeudarse en condiciones privilegiadas. El caso de Brasil es exactamente inverso, pues su historia está marcada por experiencias de incumplimiento. Enfrentar los problemas estructurales La globalización es vista actualmente como un imperativo histórico, que condiciona la evolución de todas las economías. Pero no debemos perder de vista la diferencia, a la que ya nos referimos, entre globalización en el ámbito de los sistemas productivos y la globalización virtual de los flujos financieros y monetarios. La primera globalización es un proceso antiguo, resultante de la evolución tecnológica, mientras la segunda se da principalmente en torno a los centros de poder que se estructuran en el mundo desarrollado, teniendo como polos a los Estados Unidos, Europa y Japón. La presión que se manifiesta apunta a simplificar los sistemas monetarios a partir de esos tres polos de dominación, lo que es entendible desde el punto de vista de las economías desarrolladas que fundan su dinamismo esencialmente en las fuerzas del mercado. Para los países subdesarrollados, por su parte, siendo que el desarrollo depende de que se enfrente los problemas estructurales, el espacio para la acción política es mayor. En tal medida, se requiere de una política monetaria activa, sin la cual estaremos condenados al estancamiento. La lucha contra el subdesarrollo es un proceso de construcción de estructuras; por lo tanto, implica la existencia de una voluntad política orientada por un proyecto. Si el Estado nacional es un instrumento privilegiado para enfrentar problemas estructurales, cabe indagar cómo compatibilizarlo con el proceso de globalización. No cabe duda que la globalización de los flujos monetarios y financieros debe ser objeto de rigurosos constreñimientos, lo que exige la preservación y el perfeccionamiento de las instituciones estatales. No se trata de restringir arbitrariamente la acción de las empresas transnacionales, sino de orientarlas en el sentido de dar prioridad al mercado nacional y a la creación de empleos. Favorecer las tecnologías de punta puede ser racional, si el objetivo estratégico es abrir espacio en el mercado externo. Pero, si el objetivo principal es alcanzar el bienestar social, no tiene fundamento invertir en técnicas intensivas de capital y ahorradoras de mano de obra, como se viene haciendo actualmente en Brasil. Nuestro propósito, por lo tanto, debe ser alcanzar tres objetivos que, si nos limitamos a seguir la lógica económica convencional, pueden parecer contradictorios, pero que son conciliables en el plano político si privilegiamos maximizar el bienestar del conjunto de la población. Esos tres objetivos son: a) enfrentar el problema del hambre y la sub-alimentación de la población de baja renta; b) concentrar inversiones en el perfeccionamiento del factor humano de manera a ampliar la oferta de cuadros técnicos; c) conciliar el proceso de globalización con la creación de empleo, privilegiando el mercado interno en la orientación de las inversiones. * Celso Furtado, economista brasileño, fue Ministro de Planificación del gobierno de Joao Goulart (1962-63) y Ministro de Cultura del gobierno de José Sarney (86-89). Es autor de Formación Económica de Brasil, Ed. Nacional, entre otras obras.
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