Fuerza o negociación: ¿opciones excluyentes?

01/01/2001
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  • Opinión
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El mundo contemporáneo nos muestra la persistencia en el uso de la violencia, con reales o presuntas motivaciones políticas. Hace treinta años las Fuerzas Armadas chilenas la usaron para derrocar al presidente constitucional Salvador Allende; hace dos años, redes de terroristas la usaron contra civiles en New York y Washington. Pero igualmente la violencia aparece como el mecanismo usado en Afganistán e Irak para derrocar gobiernos, sin duda despóticos, pero igualmente acudiendo a la lógica de resolver los conflictos a través de la fuerza. Similar situación la vemos en el inveterado conflicto entre israelíes y palestinos en el cual ambas partes apuestan, en los últimos tiempos, a usar la violencia para doblegar al adversario. En varios casos africanos, desafortunadamente es esta la misma lógica que impera. Sin embargo, lo que muestran estos casos, de naturaleza diversa por supuesto, es la incapacidad de la fuerza por si sola para resolver estos conflictos internos o interestatales. La dificultad de la pacificación afgana e iraquí, así como la impotencia del poder militar israelí para resolver su contencioso con los palestinos, dejan claro como la fuerza puede ser un medio parcialmente útil, pero sin duda insuficiente para lograr situaciones de estabilidad o de paz sostenibles. Probablemente esto se debe a la primacía en muchos gobernantes de una mirada 'realista', que considera que la fuerza es la herramienta para resolver todos los conflictos, como la expresada por Robert Kagan cuando anota que "las potencias más poderosas tienen una visión del mundo disímil de la de las potencias débiles... aquellas con mayor capacidad militar tenderán a considerar la fuerza como una herramienta útil en las relaciones internacionales, más que aquellas que carecen de poderío militar". Pero la evidencia del fracaso del uso exclusivo de la fuerza, coloca en la reflexión la necesidad de pensar en la negociación o el diálogo como mecanismo complementario indispensable para lograr acuerdos que garanticen estabilidad. Varias escuelas de resolución de conflictos, entre ellas la muy conocida de Harvard señalan que es la utilización de una adecuada mezcla de 'zanahoria y garrote' lo que puede garantizar una solución viable a un conflicto, lo cual es distinto a la mirada que sueña con imponerle al adversario una salida unilateral sobre la base de la superioridad de la fuerza. Lo anterior es de utilidad para pensar el caso colombiano, en el cual parece predominar, por el momento, una mirada del mismo tipo. Tanto los grupos guerrilleros como desde el Estado parece haber una creencia, a ratos obsesiva, que es posible y viable derrotar por la vía exclusivamente militar al adversario y todo indica que igual al escenario internacional, acá tampoco parece probable que eso se vaya a lograr. Claro que en el caso colombiano se trata de un conflicto asimétrico entre un Estado democrático legítimo – más allá de las criticas que se le puedan hacer a nuestra democracia- y unas organizaciones alzadas en armas. Pero en la mayoría de los conflictos mencionados, igualmente se trataba de situaciones de evidente asimetría. Por ello, no cerrar todas las posibilidades para visualizar un escenario de salida negociada es fundamental y de ahí la importancia que el gobierno haya mantenido la posibilidad de facilitación de la ONU y de otras instancias civiles de mediación, porque más temprano o más tarde la posibilidad de una salida negociada estará de nuevo en el orden del día. Una cosa es que intentos de negociación mal diseñados no hubieran llevado a ninguna parte en el pasado y otra muy distinta es negar la importancia de este mecanismo racional para resolver las disputas. A pesar de que esto dicho hoy día, sea considerado por muchos como una especie de herejía. * Alejo Vargas Velásquez. Profesor Universidad Nacional.
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