Hay progresos
- Opinión
Una sociedad marcada por el silencio ancestral impuesto ha demostrado que, a pesar de lo difícil que resulta salir de los muros en que ha estado prisionera, es posible el adelanto y la transformación. Durante el conflicto armado no se hablaba en voz alta de lo que ocurría; los medios de comunicación estaban autocensurados, las poblaciones rumoraban quedito lo que sucedía en sus comunidades, algunos héroes y heroínas desfilaron buscando a sus gentes; otras y otros los lloraron calladamente.
Pocos reportes pueden ser encontrados en la Hemeroteca Nacional acerca de información que dé cuenta de esa oscura parte de nuestra historia. Algunas radios osadas difundieron noticias, muchos de sus periodistas fueron reprimidos.
Cuando la violencia llegó a la ciudad, se cubrieron los hechos con la verdad que el Ejército decretaba. Mártires de la revolución dejaron sus vidas sin reconocimiento público alguno.
Escándalos como los masivos secuestros de la dirigencia Sindical de la Central Nacional de Trabajadores (CNT), el incendio de la Embajada de España, detenciones, desapariciones de connotadas personalidades como Alaíde Foppa, asesinatos de ilustres académicos, profesionales y docentes como Adolfo Mijangos López, Santiago López Aguilar, Manolo Andrade Roca, Julio Camey Herrera o de dirigentes estudiantiles como Oliverio Castañeda y de políticos de oposición, entre ellos Alberto Fuentes Morh y Manuel Colom Argueta, tuvieron cobertura periodística, más no los miles y miles de desaparecidos procedentes de distintos ámbitos, cuya presencia todavía es añorada por sus deudos.
Tampoco se publicaron las violaciones de mujeres convertidas en botín de guerra, las vejaciones causadas a poblaciones enteras, la desaparición de cientos de aldeas arrasadas, las atrocidades cometidas contra niños y niñas asesinadas a mansalva o la quema de viviendas con pobladores adentro. Todo esto fue ocultado.
Hoy la situación es distinta. La prensa escrita, radio, televisión e Internet reportan sobre nuestras tragedias, entre ellas la violencia hacia la mujer, las violaciones sexuales, los abusos contra menores, la nueva modalidad de esclavitud encarnada en la trata de personas y el femicidio, máxima expresión de violencia hacia las mujeres.
Entrevistas, reportajes, estadísticas, testimonios, coberturas especiales, columnas y otros espacios mediáticos son dedicados a informar, debatir y a proponer soluciones a estos tormentosos males que nos abruman.
Es necesario valorar esos adelantos en los medios de comunicación. Su papel en la transformación del imaginario colectivo es invaluable. Pueden colocar reflectores sobre temas y agendas nacionales, darles el tratamiento adecuado y contribuir a erradicar esta irracional forma de relacionarnos.
El silencio durante la guerra sobre las violaciones a los derechos humanos, sobre el genocidio y el sufrimiento colectivo está roto. Hoy es posible hablar sobre nuestro pasado. Hoy hay organizaciones que están buscando a los muertos y desaparecidos. Otras trabajan por el reencuentro. Unas más buscan sanar las heridas del alma. También las hay que acompañan a las víctimas en su camino hacia la justicia.
Todo esto está siendo acompañado por un periodismo de otro tipo, por profesionales de la información identificados con la ética y con su deber. Esto es un abono a la deuda con las ausencias del pasado.
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