El Simulacro que se convirtió en Tormenta

01/06/2010
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La primera tormenta del invierno en Guatemala hizo inútil el simulacro de terremoto y desastre natural, previsto para el 8 de junio. Este simulacro pretendía, según información facilitada por la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, fortalecer la temática de gestión para la reducción del riesgo, evaluar los protocolos de activación de los Centros de Operaciones de Emergencia a nivel Nacional, Departamental y Municipal y, en general, evaluar el nivel de preparación ante un terremoto”.[1]
 
La tormenta que se anticipó al simulacro evidencia que la población no está preparada para la emergencia, y tampoco lo están, en el grado necesario, los mecanismos de prevención, comunicación y respuesta. El saldo en vidas y destrucción es de nuevo alarmante: datos actualizados al momento de escribir este artículo (martes 1 de junio, 14:35 horas) mencionan 152 personas fallecidas, 87 heridas, 100 desaparecidas, 64,383 albergadas.[2]  
 
La lectura de causas y efectos de la tormenta se vuelve rutinaria, por repetitiva y no solucionada. La primera reflexión vincula desastres naturales a injusticia estructural. La extrema pobreza deriva, por ejemplo, en construcciones precarias situadas en zonas de alto riesgo, que aceleran la catástrofe. Panabaj en 2005: índice de desarrollo humano, 0.475; pobreza, 79.8%; pobreza extrema, 26.3%. San Antonio Palopó, mayo de 2010: índice de desarrollo humano, 0.45; pobreza, 87.0%; pobreza extrema, 40.4% (a nivel nacional, el Índice de Desarrollo Humano es de 0.640, 51% de población vive en pobreza y 15.2% en extrema pobreza).[3] 
 
Segunda lectura: la debilidad del Estado impide una acción de prevención y de reacción eficaz. Al igual que durante el paso de la tormenta Stan (2005) o el huracán Mitch (1998), los medios de comunicación y los servicios de bomberos alcanzan mayor presencia que la Institucionalidad. La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, municipalidades o ministerios son entidades marginales frente a la magnitud estructural de los problemas. El Estado en general se achiquita ante el ímpetu y la desnudez de nuestra realidad.
 
Tercera lectura: el mercado no reequilibra sino termina por desestructurar. Las leyes de la oferta y la demanda pueden convertir la emergencia en mercancía y ganancia: especulación, subida de precios… “Las grandes cadenas de radio y televisión anuncian ya sus maratones recaudadores apelando al nacionalismo y el sentido de solidaridad de los guatemaltecos, aprovechando para orientar el consumo de determinas marcas y patrocinios, y así se escuchan pedidos, no de víveres sino de harina Maseca, agua salvavidas o sopas instantáneas” afirma el intelectual Mario Rodríguez.[4]
 
Cuarta lectura: la debilidad institucional no es sólo económica, sino de cultura política. La institucionalidad actual no está concebida para el ejercicio de derechos, para la construcción conjunta, sino para el aprovechamiento sectorial. Durante la emergencia, cuando la solidaridad y lo colectivo deben  orientar, esta institucionalidad se muestra “culturalmente” incapaz.
 
La quinta lectura es una pregunta múltiple: ¿Nos tomamos en serio los desastres o el Estado de Emergencia es ya nuestro Estado Natural, tanto de forma individual como organizativa/colectiva? ¿Proponemos como solución lo mismo que se está haciendo (reparto de víveres, bolsas solidarias…medidas parciales e individuales) o buscamos remedios de fondo? ¿Seguimos conviviendo con este Estado simulado o le apostamos a la organización social para la concreción de derechos? En estas reflexiones estábamos, cuando el simulacro se convirtió en tormenta.
 
- memorial de Guatemala, Número 119, Publicación electrónica - www.memorialguatemala.blogspot.com
 


[2] Actualización periódica de datos en http://conred.gob.gt/
[3]Datos de Informe Nacional de Desarrollo Humano 2005 y Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, INE,
https://www.alainet.org/es/active/38608?language=pt
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