Encuestas y elecciones
13/05/2010
- Opinión
Sea cual sea el resultado final de las elecciones presidenciales en curso, estos comicios serán recordados por el papel desempeñado por los medios de comunicación y las encuestas cuya utilidad nadie niega, sobre todo a partir del crecimiento de la población y la atomización del pensamiento político.
Desde el comienzo de la campaña, las principales cadenas de noticias se dieron a la tarea de fotografiar la realidad y reflejar el clima político para lo cual han recurrido a sondeos y encuestas de opinión pública. Ciertamente, estos instrumentos son recursos fiables para medir la opinión pública y constituyen instrumentos invaluables de planeación y para elaborar estrategias electorales, pero es importante también advertir los riesgos de la “sondeocracia” en la medida en que la lectura e interpretación de los resultados de las encuestas políticas difiere dependiendo de quién las realice y las interprete o del medio en que se publiquen.
En primer lugar, es evidente que en la actualidad es difícil tener un panorama más o menos amplio de la realidad solamente a través de la observación personal o de diálogos con los conocidos: dependemos de instrumentos para saber qué pasa en la sociedad y de allí el recurso a las encuestas. Sin embargo, éstas solamente conforman una manera de expresión y medición cuantitativa de opiniones en un momento y un lugar determinados con base en un universo establecido según el tema y una muestra representativa de dicho universo. Por lo tanto, constituyen apenas una escena de un proceso difícil de captar en su totalidad. Es decir, miden opinión en un momento dado y bajo el clima en que se llevan a cabo. En cuanto a su manejo, éste deriva de la percepción, tanto de la clase política como de los medios de comunicación que las divulgan, y de la influencia que se les otorgue en los procesos electorales. De allí la tendencia mundial a utilizarlas para fines electorales.
Las encuestas políticas pueden influir en el electorado de modo divergente: pueden favorecer al que puntea en las encuestas (efecto bandwagon) o al perdedor (efecto underdog); así mismo, fomentar un pesimismo democrático (¿para qué debatir si son las encuestas las que guían la acción política?) o conducir al populismo (se designan candidatos o se hace campaña política de acuerdo con lo que señalan las encuestas). No obstante, también pueden favorecer que se impongan en los medios de comunicación y en la agenda pública temas que interesan en particular a determinados grupos o partidos políticos.
Las encuestas se han convertido en un arma política, sobre todo en las campañas políticas y se utilizan para amedrentar al adversario o influir en los electores indecisos, tentados por el voto útil. La guerra de las encuestas es parte de toda campaña electoral y por ello se hacen anuncios espectaculares en los distintos medios y se dan a conocer estruendosamente resultados favorables a tal o cual candidato que responde con otras encuestas que le son favorables o menos desfavorables.
El contar con datos objetivos es un beneficio incuestionable para cualquier político y una encuesta bien hecha brinda una idea clara sobre qué piensa la gente en un momento dado. En este sentido, es una pieza clave para quien quiere ganar elecciones montado en la opinión pública dado que la demoscopia permite no solamente tener una impresión de la imagen propia que tiene el público sino también de las fuerzas y debilidades del adversario. El uso de las encuesta es además imprescindible cuando se trata de comprender las tendencias de electorados fragmentados y volátiles, pero ninguna encuesta puede evitar fallas en el análisis de la situación. La utilización de encuestas no permite sustituir investigaciones y estudios serios como tampoco el buen juicio para determinar qué es lo que se debe decir sobre cuestiones públicas.
En suma, las encuestas revelan lo que el público piensa y, al hacerlo, influyen en las elecciones, pero no las definen. Y no son las encuestas lo que cuenta en una campaña política sino el buen o mal liderazgo. Además, el resultado final depende del elector, por lo tanto, de la conexión que mantenga el candidato con la opinión pública, es decir de su capacidad para representar intereses sin ambigüedad, del buen manejo de símbolos y consignas, de los sentimientos que orientan el comportamiento del votante el día de las elecciones.
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- Rubén Sánchez David es Profesor titular de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 206, Corporación Viva la Ciudadanía. www.vivalaciudadania.org
https://www.alainet.org/es/active/38255?language=es
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