Navidad Serrana

18/12/2009
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
(A Tomás y Simón, y a todos los niños de Colombia)
 
Según las escrituras, aquella noche de Navidad en lo alto de la Sierra ocurriría un nacimiento. Se rumoraba que nacería el salvador de la humanidad agobiada y doliente. Hacía poco Francisco el Hombre había cantado la noticia en el pueblo, pero en la región tan sólo estaba seguro de ello José Pastor, un niño de doce años que todos los días, luego de salir de la escuela, iba a buscar algo del escaso pasto que aún se resistía a morir, para alimentar dos vacas y un buey de su padre, Rafael Calixto.
 
Los tres animales eran lo único que les había quedado luego de ser obligados a abandonar su parcela entre el Valle de Upar y la Sierra Nevada de Santa Marta, ante la arremetida violenta de dos grupos que se disputaban la zona, uno comandado por alias Herodes y otro por alias Romano.
 
Huyeron hacia la cara norte de la Sierra, en donde la vieja Sara, tía de su madre, les arrendó un pequeño rancho. Algunos aún llamaban “Sierra Nevada” a la gran montaña, pese a que desde hacía 20 años su penacho de nieves se había derretido por completo, provocando a su vez la muerte de cientos de ríos que bajaban derramando vida por los tres costados de la inmensa mole.
 
El desierto de la Guajira situado al Oriente poco a poco se fue trepando por la montaña tiñéndola de amarillos y ocres. Los esfuerzos de los indígenas sucesores de los tayronas habían sido inútiles, y hoy sus lágrimas de pena era lo único que corría raudo por allí, contando miles de kilómetros alrededor (se afirmaba que era igual en todo el planeta).
 
Aquel 24 de diciembre no hubo clases en la escuela Celedón, y José Pastor se levantó temprano: subiría muy arriba, casi hasta donde por milenios durmieron plácidas las nieves de la montaña, sitio en el cual sostenían que esa noche ocurriría el nacimiento.
 
Tomó un solitario sendero apenas demarcado por algunas rocas, el mejor camino para ascender al lugar. Con cabuyas llevaba una manta atada a su espalda, y con decisión sus sandalias arhuacas trepaban paso a paso hacia la cima. Iba feliz, silbando una vieja canción de su abuelo, Alejo Durán.
 
Caminó hasta las dos de la tarde, cuando se detuvo a descansar en el lecho seco de un río, donde seguramente la vieja Sara solía bañarse siendo joven, en la época en que descendía cargado de cristalina nieve derretida, urgente hacia el Mar Caribe.
 
Ante el escaso oxígeno siguió ascendiendo con dificultad; sus sandalias resbalaban en los arenales infinitos. Anocheció y continuó subiendo, cuando empezó a ver decenas de luces que se dirigían por diferentes caminos hacia el mismo lugar. Sin duda, también otros buscaban el nacimiento.
 
Las luces, incluyendo el viejo quinqué de José Pastor, convergieron en un barranco rocoso donde morían todos los caminos. Esperaron sentados; no había el más leve asomo del nacimiento de alguien en tan desolado lugar. Era media noche y todo apuntaba a que los incrédulos tenían razón: una leyenda más.
 
Pero José Pastor vio que empezaron a moverse algunas rocas pequeñas y luego otras mayores. Estupefactos, oyeron todos un ruido que muchos habían olvidado y otros ni conocían. Era como de agua brotando, y se fue convirtiendo en un sonido creciente similar al del "palo de agua", evocador instrumento musical usado en la región.
 
Pero esta vez era agua de verdad. Empezó a escurrirse entre las rocas, formó un delgado hilo vidrioso, y luego se volvió un torrente que se ramificó y se descolgó perdiéndose entre las sedientas cañadas de la tierra del olvido.
 
Algunos ya habían bajado desilusionados porque no había indicios de ningún nacimiento de nadie, pero José Pastor y el mamo wiwa Ramón sí comprendieron: el nacimiento estaba sucediendo. Retornaría la vida a la Sierra, y al mundo, que al fin y al cabo se había originado en esa montaña mágica. Un niño solo no lo hubiera hecho mejor, el milagro había ocurrido ya elaborado y con frutos inmediatos. Francisco el Hombre tenía razón; de nuevo le había ganado un duelo al diablo…
 
Por favor, ¡Feliz Navidad lectores!
 
- Álvaro González Uribe es Abogado y columnista; miembro Centro de Investigaciones en Gobierno y Políticas Públicas, y Coordinador Cátedra Abierta Rafael Celedón, Universidad del Magdalena, Santa Marta.
 

Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 189, Corporación Viva la Ciudadanía. www.vivalaciudadania.org

https://www.alainet.org/es/active/35191

Del mismo autor

Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS