La nación, el racismo y la discriminación racial en la historia de Cuba y en la contemporaneidad. ¿Otra batalla ideológica-cultural?

15/12/2008
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Cuando en la Cuba actual se debate y polemiza acerca de la necesidad de investigar y estudiar sobre el problema racial, como consecuencia de la presencia y vigencia -no solo por atavismos ancestrales provenientes de la colonia y la neocolonia- de ciertas conductas racistas y discriminatorias hacia la raza negra en el seno de la sociedad, podemos hacernos las siguientes interrogantes: ¿ello es parte además de una moda intelectual internacional que se nos indica desde una agenda exterior, específicamente, a partir del auge y repercusión de los “estudios poscoloniales”, los “estudios de alteridad” y los subalternos”?; ¿es consecuencia directa e indirecta de los impactos de los discursos post que aún subsisten en la teoría filosófica-política, económica-sociológica y psicológica social, así como de otras disciplinas científicas y saberes, acerca de la crisis de las identidades-diversidades societales, el denominado fracaso del Estado nación moderno y las contradicciones socioclasistas devaluadas?; ¿o acaso esa eclosión académica y sociopolítica de la problemática identitaria-social y racial, iniciada desde mediados y finales de los años 90 del pasado siglo y que continúa con mayor fuerza en este milenio, corresponde a un inadecuado o insuficiente tratamiento -subestimación y olvido casual o seudo-intencionado-, por parte de algunas ciencias sociales en ciertos períodos de la historia de la nación?; ¿o es resultado de algunas subvaloraciones o inadecuadas implantaciones de la política social y cultural de la Revolución Cubana, basadas en la igualdad y equidad, y a pesar de todo lo alcanzado en este campo a través de estos cincuenta años de proceso transformador?; ¿es motivada por los conflictos de valores en la sociedad cubana actual que se agravaron luego del derrumbe del paradigma y referente histórico del socialismo este-europeo y de la Unión Soviética, y su correlato inmediato que constituyó la crisis económica y social en la Isla, recrudecida por la agresiva política oportunista estadounidense, más la dominación y hegemonía omnímoda del capitalismo-imperialista a nivel planetario?; ¿es acaso también un semi-olvido de las izquierdas en general, que subestimaron en cierto sentido esa problemática a lo interno de sus sociedades?; ¿es tan real su existencia y dimensión en un país en el cual más del 50% de sus habitantes son negros, mulatos o mestizos y un porciento mayor frutos cercanos y lejanos de la hibridación social, racial, religiosa y cultural, aunque no aparezcan así reflejados en los censos de población efectuados?; ¿existe un peligro previsible para la Identidad Nacional y Cultural cubanas por la persistencia de los prejuicios racistas y las formas más sutiles de la discriminación racial?

 

 Las múltiples preguntas y preocupaciones pueden sucederse in crescendo y convalidar su realidad a través de los resultados de las investigaciones eruditas y de la propia vida cotidiana, por observación, inducción/deducción, análisis y síntesis, por estudios de historias comparada en el tiempo, y porque todas esas percepciones e interpretaciones poseen una lógica racional auténtica y legítima que no pueden ser obviadas y, mucho menos, minimizadas.

 

 Cuando el debate es a lo interno de la Isla, las preocupaciones son válidas si entre los diferentes interlocutores existe una proyección estratégica común, patriótica, revolucionaria y socialista básicas, y no hay segundas intenciones en las propuestas. No todos los caminos de la polémica son acertados si, por ejemplo, se pretende imponer una visión tremendista y extremista, que de todas formas podremos escuchar y dialogar con ella. Las reivindicaciones no se ganan si a las problemáticas reales, en cualquier dimensión cuantitativa y cualitativa, se le añaden premisas de solución que sólo tengan que ver con el más frío análisis positivista que significa una relectura histórica-política y cultural, así como sociológica, económica y psicológica, entre otros conocimientos y saberes, que solo aborden este problema desde el empirismo “teórico”, que más tiene que ver con una instrumentalización del pragmatismo y el utilitarismo en la interpretación de la esencia del fenómeno, con sus mediaciones, y las posibles transformaciones hacia una salida positiva. Cualquier abandono de la complejidad del análisis sería errada.

 

 Los tiempos para las catarsis ya pasaron, aunque algunos tienen derecho a hacerla si estiman que deben y pueden. Sin embargo, en la actualidad se han generado distintos espacios dentro de la sociedad civil y política para discutir el asunto con mesura pero profundidad, se han creado y continúan surgiendo comisiones a distintos niveles y se discute el problema racial-discriminatorio en diversos congresos de las organizaciones y asociaciones sociales para que todos aporten sus diferentes puntos de vista para hallarle solución a corto, pero sobre todo a largo plazo, en un marco político y jurídico adecuado, que puede profundizarse.

 

 Para un debate serio, en las ciencias sociales o humanísticas y, hasta en la política diaria, de mediano y largo alcance, no basta con ejemplificar a través de censos, números que muestran desequilibrios entre blancos y negros -y mestizos- en cargos públicos de primer nivel, errores históricos y enumeración de políticas inadecuadas o no correctamente implementadas, sino de estudiar con cierto detenimiento las causas del problema, sus diversas manifestaciones y su emergencia-repercusión en la contemporaneidad.

 

 Si esta polémica-debate que resurge por una necesidad interna y el reconocimiento de que nuestro país es una nación uniétnica, pluriracial y multicultural, y que la heterogeneidad y diversidad de identidades colectivas e individuales en el cuerpo societal son múltiples, por lo que deben tener espacios de representación y actuación como cubanos, repetimos, si a este debate legítimo interno se suman otros individuos y colectivos con malaintenciones desde el exterior y el interior del país, con vistas “a pescar en río revuelto” y brindar visiones apocalípticas, debemos brindar otra tonalidad a las discusiones. Porque si el problema es cubano -como decía Nicolás Guillén, en “el problema negro en Cuba es el problema del blanco”-, no debemos dejar intersticios para que, por ejemplo, desde el Miami contrarrevolucionario se levanten voces que, además, de manipular el tema y distorsionar la historia, encuentren ese protagonismo de los sietemesinos que poco tienen que aportar a los asuntos internos de nuestra Revolución y Nación.

 

Y cuando advertimos desde Miami u otras zonas eurocéntricas del planeta, no lo realizamos como una homogeneidad de colectivos e individuos, con las mismos posicionamientos científicos e ideopolíticos. Hay mucha gente seria trabajando y estudiando, pensando e investigando para que no hagamos distinciones. Existen incluso investigadores en la Florida y en otras universidades norteamericanas que han realizado aportes al estudio de los problemas raciales en Cuba, entre otros temas históricos de interés. Pero resulta difícil imaginar que algunos de los que escriben profusamente sobre esta temática en el exterior sin rigurosidad y profundidad, sean de piel negra, blanca o amarilla, no obstante conocer que estudiaron y se formaron en universidades cubanas después del triunfo revolucionario y también integraron parte de un profesorado que impartía clases de filosofía e historia. O sea, eran ¿o no? personas inteligentes, aplicadas y muy capaces en sus disciplinas científicas. Sin embargo, valdría preguntarse si los y lo que hoy escriben, lo realizan desde una herida socio-racista extralimitada ex-profeso o son individuos que reciben un salario para que se incorporen a las discusiones con seudo-doctrinas y opiniones políticas que no dejan lugar a dudas.

 

 Conozco a uno de ellos, que cuando llegó al “gran país de la libertad, la democracia y los derechos humanos”, los Estados Unidos de América, sufrió la doble discriminación por ser negro y marxista -esto último, por lo menos de formación pero no de convicción-, y tuvo que hacer mucho esfuerzo, tradúzcase bajar la cabeza y humillarse, para hacerse converso y llegar a hablar y escribir lo que querían, ocupando una plaza en los periódicos del mal llamado exilio político cubano, verdadera emigración económica en su gran mayoría, aunque silenciosa, que se ha visto aventajada y apuntalada por la Ley de Ajuste Cubano, aprobada en 1966, por lo que también existe una minoría políticamente contra-cubana y anticomunista en esencia. Esa industria anticubana, que gustan llamar anticastrista, es una verdadera pepita de oro, que les reporta múltiples ganancias, ya sea a través del pago directo e indirecto que les llega a sus manos por los caminos del salario, del desvío y la corrupción de las agencias oficiales y encubiertas que se dedican a sufragar todo lo que sirva para subvertir la realidad cubana. Quizás algunos lectores imaginen que todo lo estoy inventando y exagerando, pero pueden leer los constantes fraudes, robos y malversaciones del dinero de la USAID, de la Fundación Nacional Cubano-Americana y otras agrupaciones apartidas y agencias de “ayuda para la democratización cubana”, publicados recientemente en los propios EE.UU., para dar fe de ellos.

 

 Por si fuera poco, un traidor miembro en esa emigración, hace poco menos de un mes acusaba a los americanos-cubanos -me gusta llamarles así, porque ponen siempre los intereses de los grupos de poder estadounidenses primero y porque ya no son nada cubanos- de fomentar el voto en contra del recién elegido presidente de los EE.UU., Barack Obama, por el simple hecho de ser negro y advertía, el susodicho desertor, que esos “arios” tropicalizados tenían de “congo y carabalí”, mucho más de lo que ellos, imaginariamente, se habían pensado y casualmente olvidado. El estar inmersos en ese contexto conservador, ultracontrarrevolucionario -no solo contra Cuba, sino contra las mejores tradiciones democráticas y progresistas estadounidenses-, racista, segregacionista y ser reaccionarios en el sentido más amplio del humanismo, más abstracto o más concreto históricamente, los ha extraviado, lamentablemente, en los laberintos de la historia de la humanidad. Los otros, los elaboradores del discurso intelectualoide, aunque basen sus argumentaciones en partes de la verdad, nunca hallarán su verdadero sentido de la vida. Serán in eternum egoístas, individualistas, envidiosos y ambiciosos: en resumen hombres malos, sin ética y moral. Si ya traicionaron una vez, lo harán miles de veces.

 

 El tema sobre el problema racial, sin embargo, no es tan novedoso aunque si de una necesaria profundización para un grupo de investigadores cubanos de varias instituciones, así como desde dentro y fuera de la academia. Están tan desfasados estos paracaidistas intelectualoides contrarrevolucionarios de variada especie, que obvian que hace más de una década distintas publicaciones cubanas han hecho público esta problemática: editoriales con libros, folletos, etc., y revistas con artículos, todas muy diversas en sus enfoques y abordajes sobre la temática.

 

 Dentro de ese gran grupo de personas trabajando en la problemática, hace solamente un año, el proyecto de pensamiento cubano del Instituto de Filosofía (1), culminó una investigación de tres años acerca de lo publicado en Cuba entre 1989 y el 2005, sobre la Identidad Nacional, en la cual emergió como necesidad de la propia pesquisa e indagación la problemática racial, la sociedad civil, la vida cotidiana, la religión y su contextualización teórico-filosófica y política en el plano regional e internacional. Algunos de los resultados a los cuales arribamos fueron que: la Identidad Nacional es el resultado de una construcción social y cultural, históricamente condicionada, o sea algo nunca totalmente acabada, construida o determinada a priori, en un tiempo único, aunque con hitos fundamentales; que es el producto de las relaciones entre los diversos actores sociales a través del espacio-tiempo. Por lo tanto, constituye el carácter social de un pueblo, y no es un componente finiquitado de la realidad, sino un proceso en permanente construcción y deconstrucción de representaciones, generadas por la acción combinada de las estructuras y de las prácticas de los actores sociales. Asimismo se concluyó que en la contemporaneidad, la Identidad Nacional, no sólo en Cuba, está siendo cuestionada en sus posibilidades de ser el núcleo esencial, capaz de fungir como sustrato orientador frente a la inconmensurabilidad de cambios amenazadores, provenientes tanto del exterior -el sistema-mundo capitalista, ahora transnacionalizado y neoliberal- como desde el interior de los cuerpos societarios modernos. Todo ello refuerza la afirmación que “[...] La identidad sólo se torna una cuestión cuando está en crisis, cuando algo que se supone como fijo, coherente y estable es dislocado por la experiencia de la duda y la incertidumbre”. (2)

 

 Es lo que la escritora y pensadora española María Zambrano solía también expresar, pero en otro sentido, al advertir que una catástrofe sólo es verdaderamente catastrófica si de ella no se desprende algo que la rescata, algo que la sobrepasa. Unido a ello se hizo hecho hincapié en la índole dinámica-conflictiva y tensional de la cuestión identitaria, particularmente en regiones como America Latina y el Caribe, intervinculadas a la realidad cubana, en la que están coincidiendo una hibridación entre formas e instituciones tradicionales y manifestaciones socioculturales (post)-modernas o modernas tardías, como algunos la han llamado, en virtud de la diversificación de interacciones transnacionales, e incluso del resurgimiento de lo Hispanoamericano, así como de los variados intentos de integración regional, en los que algunos Estado naciones están configurándose como potencias emergentes y actores significativos. A la dificultad para conformar identidades densas nacionales y regionales -fuertes y resistentes- se une la existencia de una pluralidad de medios de identificación antes homogeneizados por la política o por sistemas holísticos de creencias que, a la vez, se acrecientan como entes atomizados y desvinculados. A la ola de homogeneización se une, paradójicamente, la avalancha desintegrativa y fragmentadora, como partes de la misma estrategia y táctica del Sistema de Dominación Múltiple del Capital.

 

 Distinguimos que, en el caso cubano, la raigal Cultura Nacional incluyendo las mejores tradiciones políticas, patrióticas y revolucionarias de todos los tiempos, se convirtió en un factor esencial de la resistencia popular patriótica y antiimperialista, latinoamericanista, solidaria e internacionalista, así como en el valladar ético más importante para la salvaguarda de la Identidad Nacional, la Independencia y Soberanía Nacional, la Nación, el Estado- Nación Popular y Socialista cubano. En estos difíciles años de Período Especial en Tiempos de Paz, consecuencia del derrumbe del paradigma socialista de Europa del Este y la Unión Soviética, el Comandante en Jefe Fidel Castro resumió, en una frase, una posibilidad de re-construir y ayudar a la salvación de la Independencia, Nación y el Socialismo cubano, como un todo indisoluble: “Una revolución solo puede ser hija de la cultura y las ideas”. (3) A su vez, el papel activo que tiene el sujeto social histórico-concreto, individual y colectivo, en la construcción del imaginario simbólico que lo rodea, hace que la identidad lejos de ser un concepto que dé cuenta de una realidad homogénea y unívoca, refleje la heterogeneidad y los conflictos sociales tales como los étnicos, raciales y clasistas, los de géneros, los sexuales, gays, generacionales y familiares, así como de las diversidades identidades grupales, sectoriales, y de todos los segmentos y estratos sociales que existen en una sociedad.

 

 Desde lo más complejo, la Identidad Nacional del sujeto individual y colectivo ha empezado a entenderse como subjetividad compartida que se auto-crea constantemente, producto de las interacciones diversas en contextos también diversos, móviles, y hasta virtuales, en un rejuego de vivencias y experiencias personales y colectivas, definitorias y trascendentes, memorables y formativas, pero también efímeras y emergentes, transitorias y casuales, inconscientes, desestabilizadoras y transformativas, marcadas todas por las particularidades individuales, y las diversidades culturales, sociales e históricas. Y ello es también el resultado de una dinámica singular de adaptación y cambio para la búsqueda individual del equilibrio con el cambiante entorno natural y social y con nosotros mismos: Pero, visualizado e interpretado desde la apertura, la auto-transformación, la creatividad y la relatividad del propio conocimiento que se da a través del dialogo, la comunicación y el intercambio, a veces muy contradictorio, para lograr el acuerdo y el compromiso con los otros, que supone la realización de nuestra propia libertad de elección y autonomía personal relativa. Aunque, lo más importante a los efectos de la investigación es la definición de la Identidad Nacional y su comprensión como construcción social-cultural, aunque tiene puntos nodales esenciales que permite hablar de conformación y consolidación. Entendiéndose por ello la “representación” que tiene el sujeto”, de lo que entiende como la construcción de una representación de sí, por lo cual la identidad de los pueblos remite constantemente a su cultura, como sistema de creencias, actitudes y comportamientos que le son comunicados a cada miembro del grupo por su pertenencia a tal; siendo un modo de sentir, de comprender y actuar en el mundo y en formas de vida compartidas, que se expresan en instituciones, comportamientos regulados, artefactos, objetos artísticos, saberes transmitidos, es “la representación del sí mismo colectivo”, los mitos y la memoria colectiva que alimentan sentimientos compartidos por la colectividad nacional.

 

 Todo el proceso de Identidad Nacional se produjo entonces, en el presente como en el pasado, como en la necesaria búsqueda de una utopía, de un ideal siempre por alcanzar, de un sueño “imposible” pero realizable, sujeto a permanente perfeccionamiento y renovación. Esta percepción de que, lo que existe nunca está completamente conquistado y, por eso, urge revitalizarlo con superiores metas originales y creativas, hace del proceso cubano de conformación de la Identidad Nacional de un dinamismo singular. Y este desarrollo a lo largo de la historia, en esencia dialéctico, no renuncia a los pilares básicos de sus mejores tradiciones históricas revolucionarias, sino que las refuerza. Ese discursar y la propia realidad, cotidiana y trascendente, es por sobre todas las esencias y fenómenos, emancipatoria y ética-revolucionaria, rechazando al conservadurismo quietista y evolutivo de cualquier fuerza y movimiento social e ideopolítico, lo que ha hecho reafirmar al politólogo Fernando Martínez Heredia, que en Cuba “[...] esta específica nación surja no sólo como plasmación de realidades preexistentes sino como sobre todo como un proyecto”” (4) que, a su vez, es corroborado por otra investigadora cuando expresa “[...] Nuestra conciencia de Nación por razones históricas y culturales, es más expectativa de liberación que consagración del orden, más horizonte e invención que tranquilizadora y pesante estructura.” (5) Un año más tarde, en 1996, el poeta e intelectual Cintio Vitier escribía, en su ya prolifera obra ensayística, “[...] Lo que mejor nos identifica, pues, nuestra más creadora identidad, no puede ser únicamente un catálogo de “logros”, de realizaciones, de paradigmas. Sin desdeñarlos, la identidad está más cerca de la utopía que de la consagración. La identidad no es un hecho consumado”. (5) Y por su parte, el filósofo e historiador Eduardo Torres Cueva planteó que “[...] lo esencial de la definición de la cubanidad es el resultado de fases y etapas diversas en la formación de un pueblo. Ese fondo profundo que condiciona actitudes, aspiraciones, sentimientos, modos de ser y de vivir, y sobre todo, esa compleja amalgama que conforma lo más profundo de la mentalidad cubana. Profana, libérrima, alegre, fuerte, y siempre situada en el límite de todos los límites. En la necesidad de ser y en la obligación de buscar su deber ser, porque de lo contrario podría sería su no ser”. (7)

 

 Teniendo en cuenta entonces este marco teórico conceptual y su análisis histórico en el espacio-tiempo, se debe enfocar el estudio partiendo de que la Identidad Nacional es una construcción social-cultural, compleja, contradictoria, dinámica y abierta, de creación objetivo-subjetiva no lineal y que ha variado históricamente, recomponiéndose constantemente y que, de hecho, ha atravesado en Cuba por distintas etapas, reelaboraciones, estancamientos relativos, retrocesos y avances, en tanto ha sido un proceso en permanente crisis, desequilibrio y reajuste. La Identidad, según la psicóloga Carolina de la Torre, “[...] es una necesidad cognitiva, práctica y existencial, tanto en lo que se refiere (a lo que se es y) a poder ser, conocernos y hacernos a nosotros mismos (poder construir y expresar nuestra identidad individual, que es social, y nacional-cultural), como en lo vinculado a nuestras afiliaciones y pertenencias (poder participar con otros en la asimilación creativa, desarrollo y construcción de identidades colectivas, que son también personales). Asimismo, es una necesidad cognitiva, práctica y existencial en lo relacionado con la interpretación, conocimiento y construcción del mundo que nos rodea”. (8)

 

 Si a ello añadimos que, entre los resultados ya demostrados y demostrables, es relevante y trascendente la conclusión de que las razas humanas tienen un origen común (9) y no son más que variedades biológicas muy similares de una sola especie: el ser humano, que evolucionó en millones de años, a partir de los grandes y desarrollados antropoides; y que las diferencias de razas son las que existen entre grandes grupos de personas, las cuales dependen de sus particularidades biológicas, constitución hereditaria, los condicionamientos geográficos, el influjo del medio ambiente y la adaptación del ser humano a esas condiciones naturales: el clima con su calor intenso, temperaturas más cálidas y frío excesivo, las tierras fértiles, áridas y desérticas, aunadas a la abundancia o limitaciones del agua, así como a las condiciones sociales, históricas y culturales de su evolución y desarrollo. Aunque es cierto que algunas de las razas se han expandido más rápidamente, otras con mayor lentitud y, aquellas más pequeñas, aisladas y subsumidas por otras, fueron mezclándose y desapareciendo a lo largo del devenir histórico, proceso que continúa en nuestros días. Las no similitudes biológicas son muy perceptibles, aunque son de importancia secundaria, tales como las facciones de la cara, los labios, la nariz y los ojos, en que cada uno de ellos pueden variar en el volumen o carnosidad, la forma rectilínea o achatada, por el tamaño, la forma y el color, respectivamente. Además, están también referidas a la pigmentación de la piel, carácter de la vellosidad en la cara y el cuerpo, una línea especial en el párpado o la carencia de ella, la longitud del cuerpo y las proporciones de sus partes, detalles de la forma craneal, etc., ello incluye sus peculiaridades morfológicas, fisiológicas y psíquicas, pero todas han estado condicionadas sociohistórica y culturalmente. Entre los antropólogos y etnólogos, entre otros, no existe unanimidad acerca de la cantidad de razas en que se divide la población de nuestro planeta, aunque existe una generalización que advierte tres grandes razas: amarilla, negra y blanca y, en los trabajos científicos, se mencionan tres troncos raciales fundamentales: mongoloide, ecuatorial / negroide y, europoide (caucásica), aunque no se descartan las ya mencionadas razas pequeñas o de menor cuantía. Otros estudiosos han dividido esos troncos raciales en: 1.- negroide-australoide, o afro-oceánica ecuatorial; 2.- europoide o euroasiática (caucásica); y 3.- mongoloide o asiático-americana. Pero una conclusión básica radica en que existe, desde el propio surgimiento del Homo Sapiens, una enorme población mestiza que niega rotundamente el concepto de una “raza pura” como consecuencia de los cruzamientos sexuales, el intercambio de culturas, el resultado de los procesos migratorios, los enfrentamientos violentos entre los primeros grupos humanos, que trae como resultados que los vencidos se incorporen pacífica o violentamente a los vencedores, etc., y, reafirma la tesis, de que el proceso biológico no es inmutable, ni está estancado en su desarrollo.

 

 Las últimas investigaciones sobre el Genoma Humano han desbaratado las teorías de una heterogeneidad genética esencial, cuando demostró que todas las razas humanas son portadoras de los mismos genes fundamentales del ADN. La aparición de restos humanoides en el Sur de Africa, considerados los más antiguos encontrados hasta la actualidad, viene a confirmar que Europa no fue la única génesis de la especie humana. El estudio actualizado de los mapas geológicos del planeta Tierra, a través de medios técnico-científicos más sofisticados y eficientes comprueban la unicidad, en un tiempo, de grandes porciones de tierras que, más tarde, se separaron entre sí, con el consiguiente surgimiento y desaparición de islas y continentes, lo que puede haber motivado la separación natural de territorios y de las grupos humanos-razas en un inicio, o en su contrario, su unión. Igualmente, los resultados de las búsquedas arqueológicas, unidas a los análisis etnologicos, históricos y de otras disciplinas y saberes científicos demuestran que las migraciones, desde las épocas más remotas de la vida humana, fue una condición sine qua non para la supervivencia de los diferentes grupos humanos. Los hallazgos de instrumentos de labor, formas de vivir, vestimenta, costumbres, bailes y creencias religiosas, bastante coincidentes en muchas culturas, evidencia que entre las diversas razas y grupos homínidos, hubo intercambios, vínculos y forma de coexistir, a pesar de los asimétricos procesos civilizatorios ocurridos en el tiempo y el espacio.

 

 La problemática racial en Cuba, América Latina y el Caribe

 

 Luego del concluido este primer trabajo de la Identidad Nacional por el Instituto de Filosofía de Cuba, comenzamos a investigar la problemática racial y su reciente revelación y redimensionamiento en el debate académico y político mundial, regional y nacional, así como con las otras múltiples identidades que nos recorren. Se trata ahora de hallar vínculos entre Cuba y el Caribe. Porque Cuba al ser una nación uniétnica, pluriracial, multicultural, ello no niega que coexistan heterogéneas identidades que se asumen contradictoriamente, como esencias y fenómenos tensionales dentro de su cuerpo societal, así como que en los estudios de pensamiento producidos y comparados se pueden encontrar claves para el análisis cubano, salvando las diferencias. En esta breve exposición, si se quiere muy esquemática, sólo expondremos algunas ideas fundamentales que tratarán de acercarnos, parcialmente, a las preguntas formuladas en la primera parte de este artículo.

 

 1) Al estudiar la intervinculación entre Nación y Raza, en el caso cubano, aunque sucedió un proceso análogo, con sus diferenciaciones y características específicas, en Latinoamérica y el Caribe hispano, portugués, ingles y francés fundamentalmente, -existió también presencia holandesa sueca y danesa-, debemos tomar como punto de partida la llegada azarosa del Gran Almirante Genovés Cristóbal Colón y sus acompañantes a las costas de la Isla, el 14 de octubre de 1492. Dos días antes, el 12 habían hallado tierra firme, iniciando el primer proceso de mundialización -hoy se llamaría globalización- de las relaciones internacionales o mundiales bajo la expansión continuada del capitalismo de las metrópolis europeas que, al unísono, realizaron sus viajes de conquista y colonización en búsqueda de las fuentes principales de la acumulación originaria del capital: el saqueo despiadado de América Latina y el Caribe. Sin embargo, la hazaña náutica de los tripulantes de las tres carabelas -aunque se ha aseverado que una fue del tipo nao- fue denominada, grandilocuentemente, como el “Descubrimiento” y, el 12 de octubre como el “Día de las Razas”. Tales percepciones e interpretaciones de los ibéricos acerca del inmediato “Encuentro entre las dos Culturas” -también “El Entrónconazo de las dos Culturas” o “La Confrontación o el Des-encuentro entre Dos Culturas”, como la han ido nombrado luego de esos 500 años-, fueron el presagio de la inmediata beligerancia violenta entre las dos o las varias civilizaciones y culturas, en lo socioeconómico y lo político, existentes entre ambos lados del Atlántico. Porque hablar, en ese instante, de una España como un Estado nación concluido -con catalanes, flamencos, vascos, gallegos, asturianos, entre sus pueblos-naciones, más la cultura y presencia mora que no fue nunca completamente exterminada- y de una Europa Occidental, tal como la conocemos hoy día, sin mencionar a América, es una ilusión o quimera que no conlleva a la verdad histórica. Ambas se construyeron o se produjeron recíprocamente: una no existe sin la otra, aunque haya correspondido a América, en especial, a la latinoamericana-caribeña, ser la parte perdedora en ese proceso histórico o sea, la colonizada, la racializada-discriminada, la desculturada, la desigualmente-inferior y la des-nacionalizada -este último proceso acaecido en ese instante con los imperios originarios existentes en América, y en un futuro no lejano de tres siglos, con la independencia real, aunque formal de sus naciones-países divididos en fronteras artificiales y no rigurosas de acuerdo a los pueblos originarios que la habitaban-, y, por otra parte, a la Europa como la gran ganadora, al constituirse en el centro de control del poder: el eurocéntrico.

 

 2) Entonces el racismo surge en Cuba en el proceso de conquista y colonización de los pueblos aborígenes. El tipo de “sociedad” existente entre los diversos grupos poblacionales originarios, radicados en la isla de Cuba -en realidad un archipiélago- no era desarrollada, si la comparamos con las existentes en el Imperio Azteca, el Inca y la ya desaparecida civilización Maya. Su organización natural-social fue del tipo gentilicio primitivo y gregarios, con formas de cooperación simple y una división natural del trabajo por sexos y edades, no poseían una estructura clasista, solamente ciertas jerarquías dentro de sus grupos, convivencia clánica en algunas comunas e interclánicas en otras, las mujeres también trabajaban, principalmente en la recolección, por lo que es fácil imaginar que el excedente económico era relativo y no suficiente para poseer una división social del trabajo. Al inicio, el recibimiento aborigen a los auto-denominados eufemísticamente descubridores fue totalmente normal, plenos de curiosidad y asombro, aunque quizás un poco temerosos, fundamentalmente al verlos con sus trajes de metal y sus enormes caballos, así como al observar sus embarcaciones, su piel blanca, cabello de diferente color y la lengua extraña que hablaban. Sin embargo, los invasores comenzaron a masacrarlos ante la inocencia de algunos y la intransigencia de otros. Como consecuencia de la violenta intromisión en sus vidas, costumbres, culturas y la utilización desmesurada de ellos como mano de obra esclava, muchos ofrecieron resistencia pasiva y/o activa pero, la inmensa mayoría no soportó el trabajo pesado, las enfermedades de que eran portadores los hispano-europeos y el maltrato desmesurado, comenzando a ser liquidados, en el sentido literal del término. Los primeros que practicaron el cimarronaje en Cuba -en la mayoría de los casos como una forma de resistencia pasiva-, no fueron los esclavos africanos sino algunos grupos de indígenas que, conociendo bien la geografía de su isla, se internaron en parajes recónditos o de muy difícil acceso para los conquistadores y colonizadores españoles. Por ello, hoy se han encontrado individuos y colectividades con características fenotípicas, heredadas de los pueblos aborígenes y que, incluso, en los bailes africanos se estudien ritmos y ritos entremezclados que corresponden a los originarios de la Isla.

 

 3) En realidad, el primer gran debate entre los ibéricos -españoles y portugueses, aunque no faltaron italianos y oriundos de otras nacionalidades-, versó sobre sí estos indígenas eran seres humanos o simplemente animales sin sentimientos, alma y raciocinio alguno. Esa polémica tuvo un punto decisorio, a principios de la década del 50 del siglo XVI, cuando Juan Ginés de Sepúlveda, clérigo e historiador del Emperador Carlos V, sostuvo una aguda polémica con el Fray Bartolomé de las Casas, declarando que había que guerrear contra los indios, por las siguientes causas: a) debido a la gravedad de los pecados cometidos entre ellos y contra la naturaleza y su adoración de los ídolos; b) por la rudeza de su naturaleza, lo cual los obliga a servir a personas más refinadas; c) con el fin de divulgar la religión sometiendo a los nativos y, para proteger a los nativos entre los propios nativos. Su propuesta se remitía a Aristóteles, -a los esclavos por naturaleza-, aunque declarando que los indios eran hombres de orden inferior, personas toscas, nacidas con capacidades limitadas. Además los acusaba de infanticidio, parricidio, demencia hereditaria, deshonestidad y de irrespetuosidad para con los cuerpos de los muertos. Al definirse que estos eran hombres y mujeres humanos, decisión completamente pragmática-utilitaria, se concluyó que había necesidad de conquistarlos, colonizarlos y cristianizarlos a la fuerza, con la cruz y con la espada, decisión que recayó esencialmente en el pensamiento religioso cristiano que, salvo honrosas excepciones, tuvo mucho que ver con la misión mesiánica de los conquistadores y colonialistas, recubierta bajo un manto paternalista. Ese proceso fue la síntesis de una civilización-barbarie extrapolada del denominado, posteriormente, como el viejo continente que varió definitivamente el rumbo de la historia natural de estas comunidades, civilizaciones y culturas. El choque había sido brutal para las dos o las varias culturas, las costumbres, la moral, la ética, la idiosincrasia, la estética y las diferentes y diversas miradas pero, lo malo, lo feo, lo incorrecto recayó en los pueblos conquistados y colonizados.

 

 4) Ante el extermino masivo, más paulatino o rápido, de los pueblos originarios fueron traídos a la fuerza los esclavos africanos y, más tarde, hasta chinos culies y cantoneses. Desde 1515, ante ese etnocidio, ¿o el primer gran genocidio de la historia?, cometido contra los indígenas, los españoles comienzan a desarrollar la Trata Negrera desde Africa, aprovechando sus experiencias y la del vecino Portugal en ese triangular negocio. Entonces, llegaron a la Isla y toda América, millones de esclavos de las zonas que hoy conforman más de 15 naciones del continente negro, que en aquel momento tenían muy diverso grado de desarrollo originario gentilicio y tribal. También continuó el proceso migratorio español y europeo hacia Cuba en las centurias siguientes hasta la primera mitad del siglo XX.

 

 5) Es evidente que la problemática racial se convirtió en un problema social y cultural a partir de la conquista y la colonización de América por los europeos. Constituía una necesidad socioeconómica y requería de una urgente construcción socio-ideológica y cultural para ponerla en función de la total dominación de los pueblos originarios del Nuevo Mundo y, más tarde, de otras regiones del planeta, sojuzgados y explotados desde entonces por ese capitalismo que nació, como escribió Carlos Marx, echando lodo y sangre por todos los poros, hasta la actualidad. La emergente clase burguesa apremiaba de ese aparato de represión y coerción-coacción económica e ideológica, para llevar adelante sus ambiciosos planes de enriquecimiento, expansión y hegemonía sobre otros pueblos y naciones. Y al mismo tiempo luchaba contra el feudalismo, las monarquías, la nobleza feudal, apoyados por las clases y capas más pobres y explotadas de sus pueblos. La renombrada “novedosa” ideología sociocultural, racista y discriminatoria, tiene su punto de partida en que los no europeos -los Otros o la Otredad- fueron percibidos e interpretados “científicamente” como seres inferiores, subalternos o sea, de segundo o tercer orden. El modo de producción esclavista implantado en América Latina y el Caribe, en función del mercado capitalista internacional en expansión, obligaba a una extensiva e intensiva extracción de oro, plata y otros metales preciosos, recursos naturales y minerales para la ya mencionada acumulación originaria de capital. Las razas, como terminología, no surge entonces como un problema puro, aislado del resto de la esfera societal con sus múltiples manifestaciones. Su estudio debe enfocarse con categorías económico-sociales y culturales determinadas sociohistóricamente y reflejadas por la propia realidad. Asimismo este concepto tiene que correlacionarse con los fundamentales conocimientos de las leyes de la vida social -desde el punto de vista marxista-, de las demás formas de la conciencia social operativizadas por los aparatos ideológicos, religiosos y las doctrinas políticas, sociales, filosóficas, económicas, etc. En este sentido, las teorías acerca de las diferentes formaciones económicas sociales, los disímiles modos de producción y las heterogéneas comunidades étnicas y nacionales, así como aquellas que iban conformando con el tiempo a los pueblos y las naciones, incluyendo sus interrelaciones con la comunidad política internacional, tienen una intervinculación decisiva con la problemática racial, e igualmente comparten un lugar contiguo a las tradiciones histórico-culturales, las idiosincrasias, la psicología individual y colectiva de diferentes grupos y sectores de las diversas sociedades, a nivel macro y micro, que relacionan a los seres humanos como entes subjetivos que interactúan entre sí, también subjetivamente. Por ello, no es casual que el racismo, con su contenido ideológico, religioso, cultural y, eminentemente, clasista esté vinculado de forma íntima con el desarrollo de las comunidades étnicas y tribales en su camino hacia la conformación de los pueblos y las nacionalidades y, específicamente, con el nacimiento y desarrollo de los Estados Naciones de la Modernidad Capitalista. A partir de los siglos XV y XVI, las diversas teorías racistas en Francia, Reino Unido, Estados Unidos de América y por otros científicos y políticos alemanes, suecos e italianos, etc., tomaron una conformación tremebundamente seria con los aportes de los franceses Gobineau, Lapouge, coincidentes con los seguidores del social-darwinismo, el malthusianismo y hasta el positivismo spenceriano y de lamarckiano en el siglo XIX. Incluso hombres ilustres en el campo de la ciencia, como el botánico y naturalista sueco Karl de Linneo (1707-1778), fue el primero de los hombres de ciencia que propuso una clasificación “más o menos científica” de las razas humanas sobre la base de sus peculiaridades físicas aunque, no obstante, atribuyó al “hombre asiático” la crueldad, la melancolía, la terquedad y la avaricia; al “africano” la maldad, la astucia, la pereza y la indiferencia; al “europeo” la movilidad, el ingenio, la inventiva, es decir elevadas facultades intelectuales. De esta manera, Linneo colocó a la raza blanca por encima de las demás razas. Sin hablar de su madura, macabra y genocida trascendencia, en las teorías nacional-socialistas del nazi-fascismo alemán (III Reich) en la pasada centuria. Si es cierto que algunos autores expresan que desde el viejo testamento y otros textos religiosos se brindan elementos de políticas discriminatorias y racistas por causales religiosas -antisemitismo por ejemplo- y pertenencias a grupos étnicos y pueblos diferentes, sólo a partir del desencuentro de la cultura europea y la amero-india es que se puede hablar del racismo partiendo de la pigmentación de la piel.

 

 6) Pero es la conquista y la colonización del Hemisferio Occidental lo que permite la consolidación del Estado nación moderno capitalista en Europa, y más tarde, en los Estados Unidos de América, y en ese contexto es que el sistema de dominación social se asocia a un nuevo sistema de explotación social: todas las formas conocidas y por conocer de explotación del trabajo -la esclavitud (en sus diferentes variantes), la servidumbre feudal, la pequeña producción mercantil, la reciprocidad (el modo de producción asiático y, por ejemplo, el Andino, en que el intercambio de trabajo y de fuerza de trabajo no pasa necesariamente por el mercado) y el capitalista- son articuladas en un único sistema de producción de mercaderías para el mercado capitalista mundial, supeditas y asociadas entre sí, estructuralmente, en torno a la pretensión hegemónica del capital para producir, vender y consumir para el futuro libre cambio mundial, aunque después devendría con la monopolización -concentración del capital industrial, comercial y financiero- de las riquezas y del propio mercado.

 

 El círculo vicioso, cruel y criminal de explotación, racismo y discriminación se repitió con mayor fuerza y profundidad contra los africanos, otros inmigrantes y los remanentes aborígenes en Nuestra América. La cultura eurocéntrica capitalista -con rasgos subyacentes pre-capitalistas-, racista y discriminatoria, explotadora y opresora, homofóbica y patriarcal, paternalista por demás, conllevó a nuevas relaciones sociales, intersubjetvidades incluidas, de producción y propiedad individual-privada, división social del trabajo y el surgimiento de diferenciaciones clasistas antes inéditas para los oriundos de la América y el África. Todos los colonizados, principalmente los de piel negra, india, amarilla y mestiza constituyeron objetos-mercancías que eran comprados y vendidos, castigados, torturados y asesinados, además de ser obligados a trabajar las horas que el dueño desease y, en muchos casos, acusados de herejes y brujos(as), principalmente cuando manifestaban sus ritos y mitos, mágicos y religiosos en ceremonias públicas o encubiertas, en la cual la mano divina de los Ministros de Dios, los sacerdotes y curas católicos españoles, partes indispensables en la colonización, ejercitaron sin compasión, la tristemente famosa Inquisición contra estos practicantes paganos y bárbaros. La misión de este colonizaje no era la de excluirlos, sino incluirlos con la visión de que serían, eternamente, seres inferiores. Asimismo fueron enajenados y alienados en las relaciones sociales de la moderna sociedad capitalista impuesta a la fuerza, de forma directa e indirecta.

 

 7) Y lo más importante para este breve resumen, las conductas y prácticas racistas y discriminatorias fueron calando en la mente y la consciencia de todo ese conglomerado social heterogéneo, desde las clases ricas de origen español y los criollos que fueron naciendo en la Isla y en otras regiones americanas, así como en las clases, grupos y sectores medios, los intelectuales y profesionales, hasta permear las capas, estratos y segmentos más pobres y humildes, es decir, a los propios excluidos y marginados.

 

 Aunque en el siglo XIX se produjo la independencia Latinoamericana-caribeña de España y de otras metrópolis europeas -en menor escala o ninguna en el Caribe hispano, ingles y francés-, las sociedades de Nuestra América, continuaron siendo coloniales. “El colonialismo había producido un tipo de poder cuyo carácter era y sigue siendo, su colonialidad”. (1) Y las razas condicionadas por disimiles formas no esenciales antropomórficas, color de la piel, adaptados al entorno geográfico-ambiental, fue convertida en racismo como producto ideológico-mental, social-cultural y estructural de la conquista y la colonización. Por eso, es justo señalar que las primeras víctimas de esa categoría -raza, racismo y discriminación racial- fueron los indios, aunque el color y la raza no son lo mismo, encontraremos similitudes en estos términos por la construcción europea que se hizo de ellos en los siglos XV y XVI, alcanzando una nueva dimensión en el siglo XVIII y XIX, con la reconfiguración de esos Estados naciones capitalistas, en tránsito hacia su fase imperialista, específicamente el decimonónico. Pero una mujer de raza blanca “superior”, será por definición superior de un varón de raza negra, amarilla y mestiza “inferior”, ejemplo tácito de lo ordenado y manipulado alrededor de esa categoría, (2) que se convierte en el criterio de clasificación social básica y universal de todos los miembros de la especie humana, universalizándose a medida que la dominación colonial de los europeos se expande por todo el orbe, adquiriendo el carácter de mundialización. Como afirma el estudioso Teun A. Van Dijk, el problema no radica en el comportamiento de las masas populares, aunque no sean indiferentes a ese problema, sino que “[...] Diferentes grupos de la élite participan en las tomas de decisión política concernientes a grupos étnicos minoritarios, escriben informes, o investigan, tienen acceso a los mass media y producen saber y las creencias que influyen en la función y el cambio de opinión de la gran mayoría de la población. Por consiguiente, además de la dominación política, la élite ejerce una dominación social, moral y cultural”.

 

   En el caso específico de Cuba, el proceso nacional-liberador y revolucionario, a lo largo de cerca de ciento cincuenta años, desde 1868 hasta el triunfo revolucionario de 1959 (aunque, según el concepto expresado por el Comandante en Jefe Fidel Castro, el 10 de octubre de 1968, “[...] en Cuba solo ha habido una Revolución”, que comprende la iniciada en 1868 y que continúa hasta nuestros días), (3) ha desarrollado una franca lucha por alcanzar la verdadera independencia y soberanía nacionales, así como lograr la más plena justicia social y poner fin, en “última instancia”, al colonialismo español primero y, la dependencia neocolonial hacia los EE.UU., después. De igual forma, los procesos que se desarrollaron en la Isla de asimilación, adaptación, mezcla, yuxtaposición y síntesis-crítica de los núcleos poblacionales, es decir los procesos de aculturación y desculturación, fueron superados por la transculturación (4) y el sincretismo religioso (5) muy singulares en la formación del cubano y su nación -pueblo nuevo y mestizo lo denominó el sociólogo brasileño Darcy Ribeiro- (6) constituyeron también valladares muy serios que fueron salvaguardados y salvaguardadores, históricamente, del proceso de conformación nacional. Aunque no debemos olvidar la sentencia que plantea que en países y pueblos nuevos relativamente, todos padecemos de interrogantes vitales. Por eso, la “[...] universalidad del Pensamiento Cubano está, en primer lugar, en esa universalidad de la conformación del pueblo cubano; en segundo lugar, en la colocación geopolítica estratégica de Cuba en el “crucero universal” entre América y Europa y entre la América Anglosajona y la Latina; y, en tercer lugar, en el hecho de que el debate sobre su realidad se ha hecho sobre el conocimiento de las teorías universales”. (7) Finalmente, fue tan importante y poderoso el profundo impulso concientizador nacional-liberador y social, patriótico, latinoamericanista y antiimperialista en el seno del pueblo cubano -con sus auges y reflujos, sus estancamientos y retrocesos- que las instituciones educativas y culturales, al igual que los partidos, organizaciones y asociaciones burguesas proclives al vasallaje, entreguismo y clientelismo no pudieron evitar el uso, aunque fuera de forma demagógica, de ciertos discursos, consignas y símbolos nacionalistas -los atributos nacionales, los héroes y mártires, de cualquier color de la piel- para atraerse a algunos sectores sociales y limitar, ante todo, el accionar radical de los programas de las fuerzas de izquierda de variado signo, incluidos el pensamiento martiano y el marxismo, que actuaron en el escenario socio-político cubano.

 

 9) Pero han existido a lo largo del decursar histórico de la Isla, cinco obstáculos fundamentales para la construcción de su Identidad Nacional. a) El primer obstáculo, para la conformación de la Nación y la Nacionalidad Cubana, la Identidad Nacional y el Estado-Nación, lo fue el coloniaje español y las divergencias entre las corrientes independentistas, las pro-colonialistas, las reformistas y, más tarde, las autonomistas y las anexionistas, las cuales eran atravesadas por la idea y la práctica de realizar o no, el abolicionismo, y los ritmos para ejecutarlo. En ese batallar, la Guerra de los 10 Años, fue el momento de la cristalización de la nacionalidad y, en el desarrollo político-militar y cívico-jurídico de la misma, de la nación cubana; b) El segundo obstáculo, fue la presencia hegemónica y dominante del capital norteamericano en la economía cubana, desde mediados del siglo XIX, y la injerencia e intervención política-militar constante del imperialismo estadounidense en los asuntos internos de la Isla, a partir de finales del siglo decimonónico y todo el siglo XX, así como la penetración ideológica, educacional y cultural del “modo de vida norteamericano” (8) en la sociedad cubana, entre otros mecanismos de dominación neocolonial que fueron ensayados, por primera vez, en Cuba. De esta forma, el Estado nación que nace el 20 de mayo de 1902 -aunque fue forjado por el Gobierno de la República en Armas, en la manigua redentora mambisa-, lo hace como seudorrepública, sesgada, truncada y frustrada, porque en la Constitución aprobada en 1901 se inscribió, obligadamente, por el gobernador norteamericano el apéndice denigrante para la soberanía nacional, la Enmienda Platt.

 

 Aunque como bien expresara -aunque agregaríamos matices que no podemos añadir en este breve artículo- el estudioso cubano Jorge Ibarra Cuesta, y muy de acuerdo al tema que estudiamos, “[...] Mientras lo estadounidense fue injertado, porque bien lo asimilamos de motu propio o nos lo impusieron, lo español (agregaríamos que lo Africano también) lo llevamos en la savia de nuestra cultura, en nuestra manera de ser. Lo estadounidense representa elementos externos que se funden, sin alterar en lo esencial la matriz de nuestra nacionalidad. De esa manera, la presencia ibérica en nuestra historia tiene un carácter indeleble, de larga duración, porque es consustancial a nuestro ser, mientras la incidencia anglosajona, a pesar de la proyección absorbente de la penetración cultural, tuvo un carácter coyuntural en el proceso de formación nacional cubano”.

 

 Por su parte, el investigador Marcos Roitman afirma que en América Latina, que es valido también como marco referencial para Cuba que, “[...] La nacionalidad estatal se funda en una hegemonía étnico-clasista y el Estado, en su dimensión represiva, configura un tipo de violencia que se torna estructural al reprimir y negar la participación y ejercicio de derechos a los pueblos indios conquistados”. (10) A la cita del investigador Roitman, en el caso cubano debe agregársele a los negros africanos que primeramente fueron esclavizados y luego excluidos de la denominada sociedad capitalista moderna, así como a los mestizos -esas mezclas sumamente explosivas y también dubitativas ante muchas de las problemáticas nacionales, sociales, étnicas y raciales. Pero, prosigue Roitman “[...] Todo el quehacer de tres siglos de colonia se presenta bajo la égida del mito étnico-racial legitimando el “éxito” del orden colonial alcanzado en la América hispana como mérito de la civilización occidental y del proceso de aculturación. Por consiguiente, presentado como un triunfo de la modernidad y el progreso. Todos beneficios de la supremacía blanca en el dominio y control social de pueblos inferiores ya castellanizados, evangelizados, colonizados y conquistados institucionalmente [...] Peninsulares, criollos y mestizos comparten esta peculiar visión del poder y sistema de explotación. No existen fisuras dado que el mito de la superioridad étnico-racial es interiorizado y otorga estabilidad a su fórmula etnocéntrica. Sólo cuando una parte de sus beneficiarios solicitan rehacer el pacto social y realizar modificaciones en la estructura de poder se pone de manifiesto la discriminación a que es sometido parte de la etnia dominante. El reverso del mito comienza a funcionar”; (11) c) El tercer obstáculo, fue la composición y división socioclasista de la sociedad cubana. Con un capitalismo atrasado, subdesarrollado y dependiente, estructuralmente deformado y atrofiado, las clases sociales, capas, grupos, sectores, segmentos y estratos de la Cuba neocolonial, con mucho del conservatismo de la colonia -la mentalidad colonial, como la denominaba José Martí y que el escritor Arturo Arango nombra como “[...] la reproducción de las “oligarquías coloniales” en la “república de generales y doctores”,- (12) en los primeros 30 años del siglo XX, tuvieron una característica sui géneris en su desarrollo y en la lucha por las reivindicaciones clasistas y por una justicia social superior.

 

 Esta impronta de combate clasista atravesaba, irremediablemente también, por el batallar a favor de la verdadera independencia y soberanía nacional, así como en el enfrentamiento contra la dependencia al imperialismo estadounidense. Este vínculo esencial entre la emancipación nacional y lo social -inclúyase lo racial- fueron problemas que intentaron resolver las diversas fuerzas políticas y las diferentes corrientes, tendencias ideopolíticas: reformistas, anarquistas, anarcosindicalistas, socialistas utópicas las marxista-leninistas y otras, en el siglo XIX y durante parte del siglo XX; e) El cuarto obstáculo, lo constituyó el constante flujo migratorio que arribó a la Isla hasta, aproximadamente, el año 1931. Después del arribo forzado de los esclavos africanos, los colonizadores españoles también trajeron chinos, japoneses, etc. Además, existió una emigración española permanente de todas las regiones de la península hacia la Isla, incluso al terminar la guerra de liberación nacional con la consabida derrota hispana. Ya en las primeras décadas del siglo XX, muchos españoles llegaron a Cuba con el objetivo de hacerse de propiedades y enriquecerse y, quizás, retornar posteriormente a su terruño natal con dinero, pero esta situación fue propiciada o aupada por las intervenciones militares, políticas y económicas norteamericanas y los gobiernos cubanos de turno, con el fin de profundizar las diferencias entre los propios cubanos con relación al peninsular. Asimismo, hasta finales de la década del 20, Cuba necesitó de mano de obra barata para el trabajo en los campos de caña y, con ese fin, emigraban hacia la Isla, para laborar de forma permanente y temporal trabajadores de Jamaica y de Haití, fundamentalmente. Según las Memorias inéditas del Censo de 1931 (13) y las estadísticas que allí se presentan, señalan que en Cuba ya se había conformado un suficiente “ejercito de reserva”, de desempleados. Ese proceso migratorio fue muy contradictorio y complejo para el proceso de conformación de la Nacionalidad, la Nación y la Identidad Nacional en los primeros cuarenta años del siglo XX, porque afectaba seriamente la asimilación - adaptación y síntesis, así como el proceso de transculturación, sincretismo religioso incluido, que permitiera al extranjero transformarse y sentirse como un cubano más, de convicción y sentimiento, identificado con la historia y la cultura del país. Por eso, consideramos muy cierta la aseveración motivada por la percepción y reflexión rigurosa que la década del 40 del siglo XX, signan decisoriamente otro de los hitos históricos en la formación del Cubano, de su Identidad Nacional, y de Cuba como Nación y Estado-Nación, porque también es aprobada una Constitución muy progresista para su época, habiendo un proceso de renacionalización de la nación; d) El quinto obstáculo fue, fue la estructura socio-racial -muchas veces coincidentes con las clasistas- del país, herencia de la colonia, la neocolonia y de la cultura racista atávica y presencial, aunque también de la exportación ideológica que emanaba desde esa parte del mundo capitalista, racista y xenofóbico, que proseguiría, de forma sutil, en la etapa revolucionaria. El andamiaje social-cultural e ideológico racista predominante, anterior al triunfo de la Revolución Cubana, fue uno de los problemas más evidentes y críticos para el logro de una Identidad Nacional, en tanto sentimiento, representación y voluntad de pertenencia a un espacio político común y a un mismo universo simbólico, que permitiera y sigue admitiendo la comunicación normal entre todos los elementos del cuerpo societal y comprende, también, la posibilidad de participación colectiva por parte de la mayoría de las personas, en el ejercicio de sus derechos y deberes en relación con los destinos de la nación. Aunque los negros africanos traídos a Cuba, desde el siglo XVI, lucharon arduamente por la independencia de la Isla, desde la primera guerra de independencia (1868-1878), momento en que obtienen su libertad por la osadía del precursor de ese subversión, el Padre de la Patria Carlos Manuel de Céspedes, proceso que se consolida en las leyes emitidas por el Gobierno en Armas, con sus respectivas constituciones no solo en esa contienda bélica sino también en la reiniciada bajo el liderazgo de José Martí y el Partido Revolucionario Cubano en 1895, y obteniendo su decisoria libertad en 1886, y por su continuada participación en todas los combates nacional-liberadores y sociales, lo cierto es que los negros y mestizos fueron constantemente discriminados, excluidos y marginados, muy a pesar de que las Constituciones republicanas, las de 1901 y la de 1940, lo prohibían en su letra, aunque con serias limitaciones en sus derechos ciudadanos.

 

 La situación racial y discriminatoria se hizo crítica, incluso, desde el campo insurrecto e independentista cubano. Los grados de oficiales no se distribuían por méritos de guerra solamente, sino que se crearon dificultades para que lo obtuvieran los más destacados guerreros de piel negra. En algunas cartas el Lugarteniente General Antonio Maceo, el Titán de Bronce, se queja con su dignidad incólume de esa actitud hacia su persona entre la oficialidad mambisa. Y en el siglo XX, las actitudes racistas alcanzan gran magnitud con los pocos derechos ciudadanos que poseen los cubanos negros. Incluso la matanza del movimiento insurreccional de los independientes de color -dirigidos por el Partido Independiente de Color- en 1912, brutalmente reprimido. Aunque parece ser, por las últimas investigaciones concluidas, que las muertes nunca alcanzaron las 3 mil víctimas divulgadas, lo peor fue la indiferencia en la sociedad cubana de la época ante ese hecho, que fue parcamente reflejado en la prensa, pero casi nada por los periódicos obreros y socialistas -en realidad en manos de españoles- y por las otras publicaciones. La parálisis que conllevaba el acápite de la Enmienda Platt, mediante el cual los EE.UU. tenían el pretexto y justificación jurídica para intervenir en los asuntos internos cubanos era tan real que hasta los mismos sectores independentistas, nacional-liberadores, antiimperialistas y por la justicia social estuvieron impregnados de la teoría del fatalismo geográfico y de ese efecto inmovilizador.

 

 Entonces, las sociedades negras y otras agrupaciones de gente de color tuvieron un significado muy positivo, ante el exclusionismo y exclusivismo “Only White”, impuestos en parques, clubes, restaurantes y otras zonas privadas y públicas del país. En esas sociedades negras también se forjó la nacionalidad cubana, así como en las expresiones artísticas de una vanguardia literaria, musical y pictórica negra, pero por sobre todo multirracial muy cubana que rescató no sólo la herencia africana, que deslumbró al mundo europeo y latinoamericano-caribeño, en el discursar de un Gustavo Urrutia, Walterio Carbonel, Salvador García Agüero -uno de los mejores oradores de toda la historia cubana-, entre otras personalidades negras convertidas en intelectuales a sangre y fuego y en franca polémica con las otras corrientes culturales e ideopolíticas, y en las sociedades secretas de las creencias africanas en la Isla. Un verdadero torbellino diverso-nacional que no pudo detener el imperialismo estadounidense y la oligarquía burguesa criolla, cada vez menos nacional y no representante de los intereses de la nación y el pueblo cubano. Aunque predominó el racismo, la discriminación y los prejuicios raciales en muchos sectores sociales al cual no fueron ajenos los mismos explotados y oprimidos. Y hubo ausencias y carencias en la historiografía nacional y en el estudio de las ciencias sociales acerca del problema negro, aunque existieron figuras tan descollantes como Don Fernando Ortiz, Elías Entralgo, etc., así como en el campo de las ideas sociopolíticas de la izquierda en Cuba, como Blas Roca, Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, verdaderos líderes orgánicos del comunismo nacional, regional e internacional.

 

El triunfo de la Revolución Cubana y la problemática racial.

 

 El primero de enero de 1959, al acontecer el triunfo de la Revolución Cubana, constituyó un importante punto de inflexión de toda la problemática social, económica, política y cultural, incluido por supuesto, la racial, las políticas y prácticas discriminatorias. Por primera vez, en la historia de Cuba, el problema del racismo, la discriminación racial y los prejuicios raciales iban a ser abordados decididamente de manera profunda y tratar brindarle soluciones programáticas de corto y largo alcance. Una genuina revolución social y radical, antiimperialista por antonomasia, debía incorporar a su proyecto nacional-emancipador y de justicia social a todas las masas populares y, en especial, a aquellas clases, capas, grupos, sectores, segmentos y estratos de la población más explotados, excluidos y marginados. Permítanme simplificarlo de forma muy esquemática al problema racial, con una explicación lógica-histórica temporal que, en momentos, vuelve al pasado, rompiendo quizás con esa propia lógica propuesta. Tal enunciación la realizamos no sobre la base de lo alcanzado, que es rotundamente superior a los cerca de 500 años de colonización y neocolonización impuestos, sino con una mirada crítica-reflexiva del porque subsisten algunos problemas aun por resolver.

 

 A inicios y mediados de los años 80 de la pasada centuria, la vanguardia política del proceso revolucionario advirtió que entre los grupos dirigentes del Partido Comunista de Cuba (PCC), del Estado y el Gobierno Cubano había una mínima presencia de mujeres y de individuos de la raza negra, mestizos o mulatos, proporción que no era correspondiente con los esfuerzos que la Revolución había realizado en la preparación educacional, cultural e ideopolítica de todos los integrantes del cuerpo societal. Dichos grupos y segmentos, ahora no segregados ni discriminados, oficial e institucionalmente, no estaban representados de la manera más justa y plena en el ejercicio del poder, si bien habían alcanzado lugares destacados como maestros, médicos, profesionales, científicos y en otras esferas vitales de la construcción socialista. El discurso político, legitimado por los II y III Congresos del PCC, celebrado en 1980 y 1985-1986 -hubo una sesión diferida del mismo-, respectivamente, propuso sin necesidad de imponer cuotas precisas, pero bien trazados los lineamientos, que en todos los casos de elección de posibles cuadros de dirección a nivel de municipios, provincias y de la nación se debían seleccionar, principalmente, a los compañeros/as de ese género y raza pero, teniendo siempre presente sus valores y méritos patriótico-revolucionarios, ejemplaridad y prestigio, elevada ética, compromiso sociopolítico, vocación de servicio y capacidad intelectual, organizativa y de trabajo. No obstante, a la vuelta de unos años, se puso de manifiesto una verdad de Perogrullo: no fue posible franquear fácilmente los obstáculos de un problema que no podía ser solucionado por normativas y decretos, ni siquiera por la voluntad y la decisión política de los que dirigen el sistema sociopolítico y económico más avanzado que conoce la humanidad: el socialismo. En parte, porque se estaba enfrentando, aproximadamente, a cinco siglos de explotación colonial española y neocolonial norteamericana, contra la esclavitud y sus secuelas, contra el sistema capitalista dependiente y subdesarrollado que existió en la Isla -que el atraso-subdesarrollo era perdurable y lo sigue siendo hoy-, contra los remanentes de la explotación y opresión que habían sufrido las clases trabajadoras y contra el racismo, la discriminación, la alineación / enajenación, la marginación y exclusión de una inmensa mayoría del pueblo. El historiador y politólogo cubano Jesús Guanche, advierte que en los primeros años de la Revolución se eliminaron barreras esenciales que permitieron legalmente la igualdad entre las razas en Cuba, pero “[...] Se pensó ingenuamente que si se eliminaban las vías institucionales que propiciaban la práctica de la discriminación racial y se enfatizaba en la educación y en la convivencia cotidiana, automáticamente se podían barrer las raíces del racismo y de los prejuicios raciales”, y continúa que se “[...] dejaba sin revolucionar otra más profunda y diversa, que se reproduce y se multiplica a nivel horizontal; desde la autoestima personal, los complejos psicológicos heredados y transmitidos, que condicionan la autoimagen sobre la supuesta “pertenencia racial”, los gustos estéticos para la elección de pareja, los vínculos de la pareja antes y después del matrimonio, las relaciones familiares y vecinales, así como entre los diversos grupos socio-ocupacionales, entre muchos aspectos”. (1) Muchas de estas manifestaciones discriminatorias supervivieron, otras no fueron en parte superadas aunque estaban, y continúan estando, en proceso de poder ser disminuidas, pero alcanzaron una nueva dimensión en contra de la más elemental lógica revolucionaria desplegada desde 1959: la racial; la de género, en cual la mujer es la más afectada por el machismo presente, aunque si esta es negra y está embarazada se hace más evidente; la religiosa, principalmente contra la proveniente de los cultos africanos muy mal apreciada y percibida por los leyendas y mitos negativos levantados históricamente en su contra, aunque también contra otros credos cristianos motivados por el agudo conflicto ideopolítico acaecido, en los inicios del proceso transformador, entre la Jerarquía la Iglesia Católica y la Revolución (2) que, funestamente, trascendió por un tiempo dilatado hacia los creyentes contrapuestos con los no creyentes suponiendo que estos últimos eran los más revolucionarios. Sólo en 1991, en el IV Congreso del PCC, (3) se permitió la entrada de los mismos en las filas del PCC, así como en la Reforma a la Constitución, (4) aprobada en 1992, se varió el enunciado y el contenido, rectificando la aprobada en 1976, referidas a esta problemática religiosa. La homofóbica, que alcanzó ribetes dramáticos a finales de los 60 e inicios de los 70, en el denominado “Quinquenio Gris”, y que en la actualidad ha retomado una verdadera práctica de solución mostrada en la solidez del debate-diálogo, la tolerancia, el compromiso y la comprensión del fenómeno desde muchas aristas que anteriormente eran consideradas tabúes; y la etárea que no solo abarca a los jóvenes -muchas veces en cargos de menos importancia y, en el mejor de los casos, intentando trabajar en edades que debían estar estudiando porque el sistema educacional en Cuba lo permite, por problemas puramente económicos-, y en el peor de los casos vagabundeando, sino que también implicó a los ancianos que aún no recibían una seguridad y asistencia social adecuada y que, en algunos casos, eran presionados para que se jubilaran con el pretexto de dar lugar a las nuevas generaciones, subestimándose la experiencia y sabiduría de muchos de ellos. Asimismo, muchas de estas realidades, actitudes y conductas discriminatorias se entrecruzaban y hacían más complicado su intento de interpretación y solución. Aunque, advertimos, no se debe confundir racismo y discriminación racial, con otras formas discriminatorias variadas.

 

 A cuatro lustros de la victoria de la Revolución se demostró que era prácticamente imposible cambiar totalmente una mentalidad y conciencia colonial y atrasada -esa colonialidad que hemos señalado-, subyacente en el pueblo que provenía del modelo capitalista eurocéntrico (norteamericanizador además), patriarcal, homofóbico, racista y discriminatorio -herencia de un pasado reciente- y una forma de ser y actuar que también tenían una visibilidad contraproducente en los medios de comunicación masivos, tanto nacionales como extranjeros, y en las diversas representaciones de la cultura, o sea que se reproducían inconsciente y conscientemente, de forma espontánea además, en la propia sociedad y sistema socioeconómico y político socialista cubano. Y porque también tales lacras proseguían presentes en la arena internacional, incluso recrudecidas: el nazi-fascismo y su secuela cultural e ideológica, a pesar de haber sido derrotado, fundamentalmente, por el Ejército Rojo soviético durante la Segunda Guerra Mundial; el sistema del Apartheid en la Sudáfrica anterior del triunfo de Nelson Mandela y el Consejo Nacional Africano, que continúa funcionando subrepticiamente; el sionismo de Israel contra los pueblos árabes; el antisemitismo de grupos xenofobicos, neofascistas y neonazis; la fuerte segregación racial en los Estados Unidos de América que tuvo una solución parcial en las luchas por los derechos civiles y de los negros en las décadas del 60 y el 70 de la pasada centuria, pero que continúan marcando pautas racista-discriminatorias Ku-Klux-Klanescas (el Ku-Klux-Klan) y de “supremacía blanca” que llegan hasta la actualidad, y que se manifiestan contra el propio primer presidente negro elegido en ese país; la refundación de grupos neofascistas; la xenofobia; la segregación racial y étnica en los países capitalistas e imperialistas desarrollados, política que continúa hasta hoy bajo con las leyes antimigratorias, y otras formas más sutiles; las guerras étnica-nacionales y religiosas en la vieja y civilizada Europa; la exacerbación de la pedofilia, la pedestaria, la pornografía, la prostitución femenina y masculina, ahora divulgadas a todo color en periódicos, revistas, folletos y libros de amplia circulación a través de Internet. Todo reproducido en gran parte del planeta por la hegemonía del Sistema de Dominación Múltiple (SDM) del capital y que se manifestaba incluso, dentro del socialismo este-europeo, en el cual existían serios enfrentamientos nacionales, étnicos, religiosos y raciales, a pesar de que la política oficial lo ocultaba a través de un ateismo científico ramplón y una mirada superficial hacia los diversos nacionalismos existentes.

 

 Sin embargo, en el caso cubano, debían haber resonado los ecos vitales de varios discursos pronunciados por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en los primeros meses de 1959 acerca de esta problemática racial. El 22 de marzo de ese año, aseveraba “[...] Porque es cierto que ha existido en nuestra patria, en algunos sectores, el bochornoso procedimiento de excluir al negro del trabajo [...] Hay dos tipos de discriminación racial: una, es la discriminación en centros de recreo o en centros culturales, y otra, que es la peor, la primera que tenemos que evitar, la discriminación racial en los centros de trabajo, porque se limitan las posibilidades de acceso a determinados círculos en la primera, y en la otra, mil veces más cruel, porque se limita el acceso a los centros donde pueden ganarse la vida; limita las posibilidades de satisfacer sus necesidades, y así cometemos el crimen de que al sector más pobre le negamos precisamente más que a nadie las posibilidades de trabajar; cometemos el crimen de que mientras la sociedad colonial hacia trabajar al negro como esclavo, y hacia trabajar al negro más que a nadie, y hacia trabajar al negro sin retribución alguna, en esta sociedad actual, a la que algunos han querido llamar “sociedad democrática”, sucede todo lo contrario, se le quiere impedir que trabaje para ganarse la vida. Así, mientras la sociedad colonial lo mataba de trabajo y lo mataba a palos, nosotros queremos matar de hambre a nuestros hermanos negros [...] No debiera ser necesario el dictar una ley, no debiera ser necesario dictarla para fijar un derecho que es un derecho que se tiene por la simple razón de ser un ser humano y un miembro de la sociedad. No debiera ser necesario dictar una ley contra los prejuicios absurdos; lo que hay que dictar es el anatema y la condenación pública contra aquellos hombres llenos de pasados resabios [...], que tienen el poco escrúpulo de maltratar a unos cubanos por cuestiones de piel más clara o más oscura. Porque aquí el que no la tiene un poco morena, porque viene de español, y a España la colonizaron los moros, y los moros venían de África, la tenemos más o menos morena porque nos viene directamente de Africa, pero nadie se puede considerar de raza pura, y mucho menos de raza superior [...] vamos a poner fin a la discriminación racial en los centros de trabajo, haciendo una campaña para que se oponga fin a ese oprobioso y repugnante sistema [...]” (5)

 

 El 25 de marzo, en una comparecencia ofrecida por la televisión, Fidel continuaba con esa idea central y explicaba que “[...] El problema de la discriminación racial es, desgraciadamente, uno de los problemas más complejos y más difíciles de los que la Revolución tiene que abordar [...] la más difícil de todas las injusticias de las que han existido ennuestro ambiente. [...] Hay problemas de orden mental que para una revolución constituyen valladares tan difíciles como los que pueden constituir los más poderosos intereses creados. Nosotros no tenemos que luchar solamente contra una serie de intereses y de privilegios que han estado gravitando sobre la nación y sobre el pueblo; tenemos que luchar contra nosotros mismos, tenemos que luchar muy fuertemente contra nosotros mismos [...], hay gente que va a la iglesia y es racista, hay gente que se llama buena y es racista, hay gente que se llama culta y es racista [...], los prejuicios no se combaten con leyes; se combaten con argumentos, se combaten con razones, se combaten con persuasión, se combaten con la educación [...] Hay gente muy humilde que también discrimina, hay obreros que también padecen de los mismos prejuicios de que pueda padecer cualquier señorito adinerado. Y eso es lo que resulta más triste. [...] Porque si aquí los que hubieran protestado de que yo abordara el problema de la discriminación, hubiesen sido los mismos que tienen latifundios, que tienen rentas, aquellos que las leyes de la Revolución hubiesen perjudicado, tendría una lógica; pero lo absurdo, lo que debe obligar al pueblo a meditar, es que haya levantado ronchas entre gente que no tiene latifundios, ni tiene rentas, ni tiene nada, que no tiene más que prejuicios en la cabeza. Y eso es realmente doloroso. Lacra que hay que decírsela al pueblo, lacra que hay que aquí escribirla y hablarla; prejuicios que hay que erradicar, no por la ley, porque quien le va a quitar un error de la cabeza a nadie con una ley; hay que hablar y persuadirle, demostrarle - porque para eso es un pueblo es un pueblo inteligente, este es un pueblo que razona, este es un pueblo que oye [...] Este no es un pueblo de fanáticos [...] pero yo no he tocado este problema para abrir heridas, sino para curar heridas profundas que laten desde hace siglos en el corazón mismo de nuestra nación. [...] Respeto les pido a unos y les pido a otros; comprensión les pido a unos y comprensión les pido a otros”. (6) Y cerraba esta lección política-pedagógica trascendente con un discurso el 29 de marzo, en una concentración de apoyo a la reforma agraria, afirmando que, “[...] La Revolución no es obra de una minoría, la Revolución es obra de la voluntad absolutamente mayoritaria del pueblo de Cuba y es virtualmente imposible oponerse a ella, ya que cuenta con el respaldo mayoritario y casi unánime de una nación entera [...] ¿Por qué hay prejuicios? Porque el pueblo no ha sido educado. ¿Por qué? Sencillamente porque los gobernantes anteriores no hicieron absolutamente nada para ponerles fin a los prejuicios. [...] De ninguna manera un hombre del pueblo puede dejarse llevar por el prejuicio; de ninguna manera un hombre de pueblo puede dejarse llevar por las aberraciones que le han dejado los siglos pasados. No hay nada más absurdo ni nada más criminal que la discriminación; aquí ha sido con el negro, en otros lugares fue con el blanco, o con el trigueño, o con el amarillo; porque los alemanes se creían una raza superior, persiguieron a los judíos porque eran judíos; persiguieron a los yugoslavos porque eran yugoslavos; persiguieron a los polacos porque eran polacos; persiguieron a los eslavos porque eran eslavos; y en nombre de esos prejuicios, cometieron los peores crímenes y las peores depredaciones [...] Nosotros, que somos un pueblo en que figuran hombres de todos los colores y de ningún color; nosotros que somos un pueblo constituidos por distintos componentes raciales, ¿cómo vamos a cometer la estupidez y el absurdo de dar albergue al virus de la discriminación? Aquí, en esta multitud, veo blancos y veo negros, porque el pueblo es eso: el pueblo está integrado por blancos y por negros y por amarillos. Y eso debe ser Cuba. Eso es lo que debe predominar entre nosotros. Si hay que defender la Revolución y empuñar un fusil, que lo hagan blancos, negros y mulatos; si hay que defender la patria, que empuñemos las armas blancos y negros, y mulatos, y trigueños, y rubios”. (7)

 

 Ese discurso desde la alta política, lamentablemente, no fue retomado por otros, ni por los estudios científicos y las investigaciones sociales, hasta los años 80 del siglo pasado. También es cierto que esas manifestaciones de racismo y discriminación no fueron nuevamente analizados, con ese rigor y profundidad en los años posteriores, porque había pasado a un primer plano, en el escenario nacional -muy intervinculado con el regional e internacional-, la urgencia de lograr en el menor tiempo posible la unidad nacional-patriótica y clasista-popular, revolucionaria y socialista del pueblo cubano frente a las agresiones del imperialismo norteamericano, de las oligarquías burguesas y los sectores más reaccionarios del subcontinente latinoamericano y caribeño y de las actividades in crescendo de la propia contrarrevolución interna en la Isla. Asimismo, otros problemas internos de la unidad revolucionaria, como el sectarismo y la microfracción en 1962 y 1968, habían propiciado priorizar ese discurso unitario, porque estaba en juego la propia nación y revolución cubana, así como la historia que se pretendía realizar, en la cual el discurso político sin querer trazar patrones, lo realizó de manera indirecta. Ni fue tampoco abordado, reiterativamente, porque existió una censura o autocensura muy dañina que lo ocultó pensando que, quizás, no existían en una dimensión considerable y dañina, o porque no se debían mostrar en público -el famoso “síndrome del misterio” en una “plaza sitiada”- en un país realmente asediado y bloqueado por la mayor potencia imperialista de la historia, a tan sólo 90 millas de sus costas, y porque esa realidad racial aunque fuera insignificante podía hacer daño al proceso revolucionario y “echar leñas al fuego” del enemigo externo, tan vigilante a cualquier desviación, insuficiencia y deficiencia de la Revolución Cubana, que la agredió no solo de forma verbal sino militarmente de forma continuada hasta la actualidad.

 

 No obstante, un halo de triunfalismo y apología inundó a casi todos los medios divulgativos y, en menor escala, a las investigaciones académicas, acerca de la solución del problema racial en Cuba, influenciado además por la copia mimética de algunas ideas manualísticas de marxismo-leninismo pro-soviético. No obstante, una revisión de la bibliografía de la época advierte que la disciplina histórica fue menos permeable a esas influencias y hubo investigaciones-publicaciones muy variadas. Aunque algunos estudiosos de las ciencias sociales y en las propias esferas políticas se conocía de la persistencia de tales realidades raciales y discriminatorias en el seno de la sociedad cubana y que constituían obstáculos muy problémicos para ser asumidos de forma integral y abierta.

 

 A finales de la década de los 90 de la pasada centuria e inicios del siglo XXI, cuando comenzó la gran “Batalla de Ideas, en ocasión de la lucha patriótica-nacional y popular por el retorno a su patria y familia, del niño Cubano Elián González Brotón, la máxima dirección de la Revolución, liderada por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, orientó el estudio pormenorizado de algunas esferas de la sociedad cubana, con el fin de brindarle una respuesta adecuada a cada problemática conocida, que no se percibían en su verdaderas dimensiones. Algunas de estas conflictos, fueron quizás formulados con las siguientes preguntas: 1) ¿Quiénes conformaban la población penal de la Isla, las causas por las cuales se encontraban en el presidio y cómo marchaba su proceso de reeducación y reinserción en la sociedad?; 2) ¿El comportamiento, rendimiento y permanencia escolar de niños y niñas, aspecto que abarcó desde la enseñanza primaria, secundaria y preuniversitaria hasta las universidades?; 3) ¿Quiénes constituían las familias disfuncionales en toda la Isla y cuáles eran las motivaciones que conllevaban a esa situación?; 4) ¿Cuáles eran los grupos sociales de alto riesgo en el consumo de drogas -este siempre en niveles muy bajos- y alcoholismo y que, además, eran los más propensos a prostituirse, delinquir y tener actitudes antisociales?; 5) ¿Qué sectores poblacionales habían sido los más golpeados por la crisis económica del Período Especial, enunciado en 1990?; (8) 6) ¿Por quiénes, individuos y colectivos, estaban compuestos los barrios marginales en las ciudades cubanas, en especial, luego del gran éxodo de las zonas rurales a las urbanas, y cuáles eran las situaciones reales del hábitat de tales comunidades?; 7) ¿Cuáles familias, por provincias, municipios, regiones y comunidades de la nación padecían de secuelas genéticas y cuáles eran las causales de las mismas?;  ¿Qué procedencia social tenían los grupos de jóvenes que se encontraban sin trabajar y estudiar, desaprovechando las oportunidades que la Revolución les brindaba y por qué esos sectores juveniles habían quedado desamparados de las organizaciones políticas, de masas y sociales?; 9) ¿En quiénes, por qué y como se evidenciaban, con mayor nitidez, las desigualdades sociales, surgidas con cierta fuerza en los años de Período Especial?, etc.

 

 El estudio encomendado que conllevó a investigaciones científicas y políticas muy serias, rigurosas y profundas, desplegado por contingentes de médicos especializados y de medicina integral, trabajadores sociales jóvenes (los llamados médicos del alma), maestros emergentes (profesorado en preparación urgente pero integral), alumnos y profesores de las numerosas universidades del país, instructores de arte, de educación física y abogados, entre otros participantes, arrojó que dentro del cuerpo societario cubano, los individuos y colectivos más pobres -algunos de ellos muy cercanos a la pobreza y en condiciones de precariedad habitacional, laboral y salarial- eran aquellos que tenían una composición social-racial, fundamentalmente, negra y mestiza (aunque no faltaron individuos de raza blanca), por lo que se encontraron en el escalón más retrasado y conflictual de la población.

 

 Entonces, no existieron dudas. A pesar del extraordinario esfuerzo del proceso revolucionario y socialista cubano por llevar similares oportunidades y condiciones de vida, estudio y trabajo, educación y salud gratuitas, así como igualdad y equidad -muy afectadas en el período especial, lo que conllevó a desigualdades sociales muy variadas- a todos los sectores sociales, principalmente, a los anteriormente explotados y oprimidos por el capitalismo, aún subsistían y se reproducían en los años 90 del siglo XX y en los inicios del Tercer Milenio. Algunas de las problemáticas raciales y discriminatorias estaban incidiendo en la articulación con la identidad nacional y otras diversidades identitarias, a las cuales había que ponerles freno a las más dañinas, pero con mayor democratización real participativa-decisoria y, a la vez, brindarles una acertada solución con una política educacional y cultural integral, y con medidas de tipo económico y social muy solidamente pensadas y consensuadas.

 

 El hecho de que se trate de vivir la fantasía de hablar sobre un problema cuya existencia se niega en varios círculos de la sociedad, constituye por si misma una situación que evidencia no sólo el tremendo peso de una ideología y cultura discriminadora construida desde la colonia y reforzada en la neocolonia, sino que los distintos ámbitos en donde se reproducen las prácticas racistas han sido legitimados como cuasi naturales por la sociedad en conjunto. Lamentablemente, algunas expresiones de esa discriminación racial se asume por los propios negros y mulatos, con respecto a los otros -los blancos- y quizás lo más inaudito, contra sectores y capas sociales del mismo color. Este conjunto de acciones, prácticas, costumbres, imaginarios sociales y políticos, lejos de ser casuales e inofensivos, constituyen un derrotero diferente en los individuos excluidos en aquellas sociedades que comparten o no esas dinámicas.

 

 Desde ese punto de vista, si bien las expresiones del racismo varían de acuerdo con el contexto social en el que se desarrollan, se trata casi siempre de actitudes, sentimientos y apreciaciones que justifican o provocan fenómenos de separación, segregación y “explotación” de un grupo por otro, legitimando en cualquier caso las relaciones de poder existentes, a pesar de que en el caso cubano fuera socialista -en transición constante hacia el comunismo. Es por eso que, en situaciones donde las acciones de marginación, exclusión y estigmatización continúen presentándose como racismos verbalizados, como anuencias mudas pero también cómplices compartidas por muchos de “nosotros” frente a un “ellos”, el mundo de la vida social permanecerá como un espacio racializado impregnado de odios y humillaciones sutiles. Esa complejización es más dinámica y tensional en un país caribeño como Cuba, en que el choteo vernáculo -positivo y negativo- es idiosincrásico para el cubano común, que constituye una forma además de resistencia y de salir airosos, con bromas y burlas, ante situaciones que pueden ser peligrosas hasta para la vida. (9)

 

 La discusión teórica y práctica actual acerca del tema que nos ocupa tiene un carácter político, filosófico, económico-social y cultural, que no excluye lo ideológico, así como forma parte intrínseca del quehacer de las distintas disciplinas científicas: la historia, la etnología, la antropología, la filosofía, la sociología, la psicología social, la politología, la arqueología, la literatura, el arte y todas las manifestaciones artísticas, la semiótica, la lingüística y los estudios culturales, entre otros saberes, que concurren con urgencia en las inter y multidisciplinaridades, como vías adecuadas para analizar desde la complejidad y la integración de los conocimientos científicos y los saberes de la cotidianidad, para arribar a resultados más integrales y holísticos.

 

 Los atentados que se dan en las sociedades contemporáneas contra la identidad de los negros, no tienen ese carácter manifiestamente “flagrante”. No se trata de excluirlo, sino de integrarlo desde una visión de inferioridad por el color de su piel, de convertirlo en “chivo expiatorio” de situaciones que se crean en la vida cotidiana y en los acontecimientos trascendentales, nacional e internacional. (11) El fenómeno de la invisibilidad es investido como probable y menos agresivo, contrario dialéctico, y es esta la manera en que se va pactando y configurando la presencia del negro, en su dimensiones históricas y contemporáneas. El negro es en esencia y leído desde la concepciones hegemónicas de las sociedades multirraciales desde su conformación, ajeno imponderable como no sea en estereotipaciones negativas. Evidentemente el problema no se da sólo en Cuba. Así lo demuestra este fragmento de la Resolución propuesta y aprobada en el simposio “Racismo en las Américas y el Caribe”, del XLIX Congreso Internacional de Americanistas, Quito, 1997: “En forma especial, se les incita a los Estados a adoptar medidas inmediatas para promulgar leyes e implementar reformas que permitan tanto la constitución de un sistema educativo efectivamente intercultural y respetuoso de la diferencia, como el control de los medios de comunicación, sobre todo en aquello que implica flagrante atentado en contra de la dignidad de un individuo o de su pueblo, en términos de su condición étnica, de género, capacidad física, disponibilidad material o pertenencia cultural”.

 

 El proceso de ficcionalización continúa hasta el presente mutando estrategias y mecanismos de control en virtud de la complejización de las sociedades latinoamericanas. En esta etapa ya no es la corona española el poder hegemónico que ejerce el control ideológico, ni son los criollos-nacionales en el acto fundacional y desarrollado de una nación imaginaria de pretendida relación igualitaria entre sus ciudadanos -que niegan u omiten las diferencias culturales internas- creando un sistema institucional que es la continuación de los mecanismos de control coloniales, tampoco de la presencia determinante del imperialismo norteamericanos, sino de un país construyendo o desarrollando un socialismo original y muchas veces creativo.

 

 En los países latinoamericano-caribeños, las pequeñas elites burguesas interiores -ya no tan nacionales luego de la gran transnacionalización de las décadas de los 80 y los 90 del pasado siglo- generan países imaginarios imponiendo una organización política, social y económica que deriva en la continuidad del eurocentrismo. No obstante, subyace en la profundidad de América Latina la “otra realidad“, la de los pueblos indígenas y otros grupos subalternos que han sido y siguen siendo negados en la representación imaginaria de la misma. Y estos sujetos poseen una identidad racial altamente elaborada, sin que se revelen conflictos de pertenencia. Algunas de sus manifestaciones son la tendencia a la inclusión personal en las valoraciones sobre el grupo y que la aparición de otros contenidos motivacionales no solapen a la identidad racial. Asimismo estos sujetos, pueden tener un autoconcepto que esté centrado en otra identidad social. Son los casos de personas con una fuerte identidad religiosa, nacional o de género. En ellos se da un espectro variado de relaciones entre las dos o variadas identidades que pueden ir desde el solapamiento o superposición de ambas o todas, hasta la subordinación de la identidad sociorracial; al unísono son sujetos cuyos sentimientos de pertenencia se erigen en una escisión o identificación en la valoración del grupo a los cuales pertenecen o quieren integrar. La identidad es activa y positiva respecto al segmento del grupo que es percibido como poseedor de valores positivos y no con el grupo como totalidad y existen otros donde el autoconcepto es excluyente respecto a la identidad racial.

 

 En Nuestra América es a veces difícil contestar hasta donde se concurre con una conciencia acerca de esa discriminación racial, porque como ha habido eufemísticos discursos acerca de la existencia de una legitimidad ideológica respecto a la pertenencia y diferencia basada en la discriminación racial, difícilmente existiría un reconocimiento de lo que se percibe y practica en las esferas cotidianas de la sociedad. Y es que nuestros países, por el solo hecho de haber remarcado a lo largo de su historia la unicidad imaginaria de la nación, por pretender que la supremacía del mestizaje es la fuente constitutiva de la verdadera “nacionalidad” y por incorporar una serie de imágenes de un pasado glorioso y heroico, sustentado en una supuesta etnicidad milenaria, merece ser acreedor de muchas sospechas que ocultan la verdadera naturaleza de sus relaciones identitarias y políticas en su proceso constitutivo como sociedad nacional.

 

 Porque en las nuevas acepciones, según Fredy Rivera Vélez, hay nuevos elementos que deben considerarse. “[...] El racismo contemporáneo, de reciente data, enfatiza más bien el principio de la diferencia para rechazar las otras culturas en nombre de la pureza y de la especificidad de la propia, se aparta de todo universalismo y promueve con ello un comportamiento de relativismo cultural exacerbado. En este contexto, el término cultura es asumido por el de raza, ya que se sustenta en una alteridad sustancial y elemental, tanto en el plano individual como en el colectivo y no acepta que las diferencias culturales pueden ser transformadas y dejar de ser insuperables. De esa manera, el racismo implica que la constatación de las diferencias se materialice en el ámbito político, social y económico, y justifique las conductas de rechazo, exclusión o exterminio. Esta última condición justifica que el racismo se entienda como un fenómeno social y no, como sucede a menudo, como un hecho biológico con repercusiones sociales”. (10)

 

 Quedando entonces demostrado que el racismo y las actitudes discriminatorias en cuando a la raza en cuanto el color de la piel, son problemáticas a resolver en un largo plazo histórico con medidas, más que legislativas y de voluntad política, aunque sin subestimar las mismas, con la educación, concientización y la formación cultural que abandone los viejos cánones del etno y eurocentrismo. Esto último se configura como lo más difícil porque esa construcción sigue vigente aunque hagamos cambios socioeconómicos y políticos, se reproducen una y otra vez, como la lógica metabólica del capital. Entonces habría que crear un Estado nación diferentes al importado e impuesto, una sociedad que piense diferente, no solo en sus formas sino en sus contenidos. Y esa es una tarea gigantesca, desde el plano teórico, cotidiano y de las prácticas sociales y políticas alternativas. Una cosa significa elaborar una práctica y un discurso político macro o micro, y otra llevarlo a una realidad contraproducente, donde los verdaderos protagonistas: las clases, sectores e identidades-diversas: continúen con una mentalidad colonizada y racializada, es cuando la continuidad y ruptura deben encaminarse hacia una superación radical, articulando todo las experiencias y enseñanzas realmente asimilables, adecuándolas a la realidad contemporánea.

 

 Y, a la vez, se trata de satisfacer el lugar ganado por estos grupos identitarios, en los espacios sociales donde se manifiesten con la misma intensidad que el resto de la sociedad. Y no se trata de crear un Partido Independiente de Color, de azuzar asociaciones negras y llamar hacia un retorno al África, como sucedió a principios del siglo XX en Cuba y el Caribe, sino de mostrar en total plenitud los derechos de todos, no como complementariedad, sino como partes de un todo, sin reduccionismos. Porque, como escribió Nicolás Guillén, “El problema del negro en Cuba es el problema del blanco”. Esa sociedad civil y política plena y democrática que es consustancial al socialismo -como etapa de tránsito hacia el comunismo reiteramos que es indiscutiblemente muy extensa e intensa en el tiempo- es el mejor escenario para estas acciones y pensares. Pero podemos aseverar que la problemática racial no constituye un peligro para la Identidad Nacional en Cuba. Porque si de preservar de lo dañino a la identidad se trata, lo más adecuado es preparar al sujeto popular-nacional como un receptor fuerte, activo, crítico, capaz de aprender, comprender y sobre todo aprehender, lo positivo del “otro”, para incorporarlo (apropiándose críticamente) a lo original y auténtico, de hecho enriqueciéndolo con genuinidad y flexibilidad humana universal, sin atavismos ancestrales y cambiando la conformación económica, ideopolítica y cultural heredada y asumida hoy del sistema-mundo capitalista imperialista dominante y hegemónico.

 

 Entonces, alguna vez en la historia de la humanidad podremos botar hacia el basurero, las teorías que aseveran, contra viento y marea, que la raza negra es inferior, muy próxima a los animales, intelectualmente limitadas, con pasiones irrefrenables; la raza amarilla, con inclinaciones a la apatía, con capacidades mediocres, sin impulsos de creación, y la raza blanca poseedora de toda índole de méritos, energía razonable, inclinación al orden, monopolio de la belleza y una enorme superioridad intelectual

 

 . Así como reconocer, sin cierto sentido de culpabilidad, bochorno y pena, que la primera guerra de liberación en la América latina y caribeña se dio en Haití, con la República negra de Toussaint Louverture, enmarcándola en su época histórica-concreta, reviviendo más sus luces que sus sombras, con orgullo y asombro.

 

 Y en la historia de Cuba, podremos preguntar sin vacilaciones de ningún tipo “¿Sería usted capaz de autorizar el matrimonio de su hija blanca con un ciudadano negro?”. La respuesta ante la interrogante martiana, parafraseada, solo sería un sí, sin temores, prejuicios y recelos.

 

 Notas bibliográficas y referencias:

 

(1) MsC. Alejandro Sebazco, Dr. Orlando Cruz, Lic. Reynier Abreu, Lic. José Aróstegui, Lic. Wilder Pérez y la Lic. Dania Leyva “La problemática de la Identidad Nacional. 1989-2005”, en Revista Cubana de Filosofía, en formato digital, mayo-septiembre de 2008, www.filosofia.cu

 

 (2) Mercer Kobena Welcome to the jungle: identity and diversity in postmodern politics, Rutherford (ed.), Identity: culture, communit y and difference, Lawrence and Wishart, London, 1990, p. 51.

 

 (3) Fidel Castro Ruz Discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, el 3 de febrero de 1999, Editora Política, La Habana, 1999, p. 7.

 

 (4) Fernando M. Heredia Nación y Sociedad en Cuba, Contracorriente, No. 2, La Habana, 1995, p. 27.

 

 (5) Magaly Muguercia “Parecen blanca y la estrategias “nacionalizadoras”, La Gaceta de Cuba, No. 3, La Habana, 1995, p. 21.

 

 (6) Cintio Vitier La identidad como espiral, La Gaceta de Cuba, No. 1, Ene-Feb, La Habana, 1996, p. 24.

 

 (7) Eduardo Torres Cueva En busca de la cubanidad, (II), en Debates Americanos, No. 3, enero-junio, La Habana, 1997, p. 10

 

 (8) Carolina de la Torre Las Identidades. Una mirada desde la psicología, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2001, p. 34.

 

 (9) Algunas teorías biológicas y antropológicas asumen que el origen de la especie humana procede de antepasados completamente distintos, es decir poligenéticos.

 

 (10) Charles Darwin lo explica fehacientemente en su obra cumbre “El origen de las especies” (1859) y Federico Engels lo retoma en su folleto, “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, en Carlos Marx y Federico Engels Obras Escogidas, en un tomo, Editorial Progreso, Moscú, s/f., pp. 371-382.

 

 (11) Aníbal Quijano El fracaso del moderno Estado-nación, en La Otra América en debate, Aportes del I Foro Social Americas, Irene León, Ed, Quito, Ecuador, 2006, p. 65.

 

(12) Idem., p. 67.

 

 (13) Fidel Castro expresó que “[...] Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba sólo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instante.”. En, Fidel Castro Ruz Discurso en la velada conmemorativa de los Cien años de Lucha. 10 de octubre de 1968, En Discursos, en tres tomos, T.1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1976, p. 61.

 

 (14) Fernando Ortiz Contrapunteo cubano del azúcar y el tabaco, Universidad Central de Las Villas, Santa Clara, Cuba, 1963, pp. 136.

 

 (15) Carlos Manuel de Céspedes ¿Puede afirmarse que el pueblo cubano es católico o no?, Temas, No. 4, La Habana, 1995.

 

 (16) Darcy Ribeiro El proceso civilizatorio, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992.

 

 (17) Eduardo Torres Cuevas Apología de Nuestra Historia, (segunda parte), en Contracorriente, Año I, No. 2, La Habana, P. 6

 

 (18) José Diosdado y J. Aldama La agresión ideológica de los Estados Unidos contra Cuba revolucionaria: tendencias y perspectivas, Trabajo Diploma, No. 27, Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) “Raúl Roa García”, La Habana, 1989.

 

 (19) Jorge Ibarra Cuesta Patria, etnia y nación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 223.

 

 (20) Marcos Roitman Rosenmann Las razones de la democracia en América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 190.

 

 (21) Idem., p. 191.

 

 (22) Arturo Arango Otra teleología de la racionalidad cubana, en Casa de las Américas, No. 194, enero-marzo, La Habana, 1994, p. 110.

 

 (23) Memorias Inéditas del Censo de 1931, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978.

 

 (24) Jesús Guanche La cuestión “racial en la Cuba actual: algunas consideraciones, Internet, La Habana, 1996.

 

 (25) María del Pilar Díaz Castañón Ideología y Revolución. Cuba, 1959-1962, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001.

 

 (26) IV Congreso del Partido Comunista de Cuba. Santiago de Cuba, 10-14 de octubre de 1991. Discursos y documentos, Editora Política, La Habana, 1992.

 

 (27) Constitución de la República de Cuba, Editora Política, La Habana, 1976; Constitución de la República de Cuba. Nuestras reformas ratifican el rumbo de nuestra Revolución democrática y socialista, en periódico Granma, 22 de septiembre de 1992, La Habana, 1992, pp. 3-10.

 

 (28) Fidel Castro Ruz Discurso en la concentración popular en el Palacio Presidencial, La Habana, 22 de marzo de 1959, en Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba, El pensamiento de Fidel Castro. Selección temática, T. I., Volumen 2, enero 1959-abril 1961, Editora Política, La Habana, 1983, pp. 393-394.

 

 (29) Ídem., Comparecencia en el Canal 12 de televisión, 25 de marzo de 1959, Ob. Cit., pp. 395-398.

 

 (30) Ídem., Discurso en la concentración de apoyo a la reforma agraria, Ob. Cit., pp. 398-399.

 

 (31) Fidel Castro Ruz Discurso pronunciado en ocasión del XXX Aniversario de la fundación de los Comités de Defensa de la Revolución, periódico Granma, 1ro de octubre de 1990, La Habana, 1990, pp. 1-3.

 

 (32) Jorge Mañach Indagación del Choteo, (1928), 2da edición, Editorial La Verónica, La Habana, 1940.

 

 (33) Fredy Rivera Vélez “Racismo ecuatoriano: imágenes e identidades”, coeditado por el autor y E. Cervone, http://www.yachana.or/ecuatorianistas/essays/N_1_

 

 (34) Inmanuel Wallerstein La decadencia del poder estadounidense, Ediciones Le Monde Diplomatique. El Dipló, Capital Intelectual S. A., edición Cono Sur, Buenos Aires, 2006.

 

 Orlando Cruz Capote Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba

 

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