Tirofijo

08/06/2008
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Ayer a la tardecita salí a caminar por el frío de mi ciudad, y me quedé mirando en el cielo todo azul, unos mechones de nubes blancas que se separaban en hilos, cada vez más finos, cada vez más hacia arriba en el viento helado, y me pasó una idea por la cabeza: ¿no sería Tirofijo quien estaría por ahí espiando las cosas, y en el primer descanso de su vida habría venido a hacernos una visita, y cuando vio tanta pobreza y tanta injusticia en los alrededores de esta Blumenau mía, que las autoridades acostumbran a llamar de “Europa Brasileña”, habría resuelto hacerle una gracia a este pueblo que carga tantos problemas en los hombros encorvados y resolvió transformar en juego y arte aquellos mechones de nubes?

Bien que puede ser – ya van más de dos meses que él duerme al abrigo de una montaña colombiana, y yo conozco aquellas montañas, y sé como ellas son lindas y fértiles, con sus muchos campos de muchos cereales de muchas tonalidades de amarillos y verdes, campos plantados hasta allá arriba, donde comienzan las nieves eternas – aunque la mayor parte de la vida de Tirofijo no haya sido como le hubiera gustado que fuese, entre los campos de cereales, pero allá lejos, en las montañas aún no cultivadas, es donde queda el único lugar que un ser humano todavía tiene para abrigarse, cuando resuelve que ya no le resulta posible pactar con el dios Capital.

En los últimos días, los más ilustres escritores y periodistas del mundo escribieron sobre él, contaron todo lo que pudieron sobre su vida, y entonces a mí, pequeña escritora de provincia, me restó contar, tal vez, sobre sus sueños, su alma.

Él vivió 78 años, 60 de los cuales en combate revolucionario armado ininterrumpido. ¿Quién era? Era un chico colombiano llamado Pedro Antonio Marín, que hizo cosas simples en su infancia, como vender queso y trabajar la tierra – y que siempre tuvo la clarividencia de ver dónde la injusticia estaba y dónde oprimía, y fue por eso que tan temprano agarró su carabina y su perro y trató de defender su pueblo. Más adelante asumió un alias, el que fuera el nombre de otro luchador colombiano, Manuel Marulanda Vélez, un joven que fue asesinado porque también creía en la Justicia. Es con este alias que él se hizo conocido – o también como Tirofijo, pues, se decía que su puntería era una cosa impresionante.

Los que lo conocieron de cerca dicen que era profundamente sabio y amoroso, de una gran simplicidad por toda la vida, sin ninguna mancha de aquel fascismo tan común a gran parte de los líderes, que tienen dentro de si la sed insaciable de mandar – su sabiduría no venía del garrote vil de las academias (¡pues yo vi, y hace poco tiempo, una prueba de profesorado donde las únicas respuestas posibles para las preguntas eran que el neoliberalismo había llegado, había resuelto todos los problemas del mundo y que había colocado un punto final en la Historia – y hay gente que se toma en serio tales profesorados y después piensa que su pequeño saber garroteado es algo que se compara al gran saber de quien tuvo la claridad de leer en el pueblo y la osadía de defenderlo tomando las armas!).

Líder de los oprimidos, creo que fue en 1964 (por lo tanto, hace 44 años) que, juntamente con otros 47 hombres y mujeres que defendían su derecho a la tierra, enfrentando un numeroso ejército de miles de soldados, fundó las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).

Yo anduve por Colombia y vi bien como aquel país vive una larga guerra civil, y vi también la belleza de aquella tierra y de su gente, y de su Caribe que parece de cristal, y de sus montañas andinas por donde se viaja en largas carreteras, y supe tantas cosas, tantas cosas... La situación de Colombia es mucho más compleja de lo que nos dicen: entre las fuerzas de Izquierda y de Derecha (las FARC y el Ejército) existen las AUC, una horrorosa guerrilla de derecha, donde están incorporados los peores asesinos egresados del submundo del crimen, que no titubean en usar motosierras para despedazar vivas a sus víctimas, y que cuando asaltan un pueblito, matan a todas las personas que existen allí, hombres, mujeres y niños – en verdad, no es bien así – dejan vivos dos o tres niños, para que cuenten más tarde sus atrocidades – pero los tales niños quedan con marcas indelebles: con facón le cortan un brazo, a veces una pierna... Las AUC consiguieran empujar fuera de sus tierras a 3 millones de campesinos colombianos – ¡no es necesario ser adivino para entender quien desea tantas tierras vacías!

Alguien va a decir: por qué la izquierda no funda un partido, ¿no cambia las cosas a través de elecciones? En Colombia no da para hacer eso no, mi amigo: pensó en fundar un partido, un sindicato, lo que sea, está muerto. Busque saber las estadísticas de los asesinatos en aquel país.

No vine aqui, hoy, sin embargo, para hablar de Colombia – vine para hablar de Manuel Marulanda, el Tirofijo, el hombre que pasó 60 años andando por las montañas, acompañado por un perro, una carabina y una mujer que lo amaba, uno de los mayores revolucionarios de la América dicha Latina. Según se sabe, no llegó siquiera a conocer Bogotá, la linda capital de su país – pero com seguridad conocía cada senda de cada montaña, cada sentimiento escondido en el corazón de cada oprimido, y cuando espiaba por la ranura de sus ojos de mestizo, de indio, podía ver, allá adelante, un tiempo al cual dedicó la vida, el tiempo en que el dios del mundo ya no sería el dios Capital, un tiempo de más Justicia, más alegría, más libertad... Tirofijo tuvo la oportunidad de soñar su sueño hasta el fin, pues partió como parten tantos justos: junto a sus compañeros y a su amada, el perro cercando, y el orillando los 80 años, en el refugio que siempre le fue inexpugnable de una montaña. De seguro que el gran corazón de América paró de latir por un poco, en aquel día, tamaña la tristeza sentida – nosotros no sabíamos, no percibimos. Los compañeros interpretaron aquella parada, sin embargo –supieron hacer el respetuoso silencio necesario, entregaron Tirofijo a la montaña y se quedaron silenciosos por dos meses enteros. Cuando supimos, el gran guerrillero tal vez ya estuviese por ahí, descansado y leve, ¡observando tantas cosas que no tuvo tiempo durante la vida! Fue por eso que pensé, ayer, que podría ser él que estaba separando los mechones de nubes lindos como hilos de seda sobre esta, mi ciudad, como un regalo de esperanza para los tantos maltratados. Por las dudas, me puse a espira el cielo, imaginando que de repente podría ver su barba de plata, y dije bajito:

¡- Bienvenido, Tirofijo! Nosotros, aquí, también precisamos tanto de ti!

Blumenau, 01 de junio de 2008.

Autoria: Urda Alice Klueger – escritora e historiadora

Traducción: Raul Fitipaldi de América Latina Palavra Viva.

https://www.alainet.org/es/active/24599?language=pt

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