La pluralidad étnica y la nación colombiana: Una historia política
- Opinión
El antropólogo Leslie White acostumbraba a decir que las teorías antropológicas a menudo nos decían más sobre los antropólogos, que sobre la materia objeto de su estudio. Decía también que dependiendo de la teoría del antropólogo, el objeto de estudio cambiaba no sólo de forma, sino también de esencia a los ojos del observador. De esta manera relativistas, culturalistas, evolucionistas, funcionalistas, estructuralistas y marxistas, ofrecían diferentes interpretaciones sobre su objeto de estudio. Estas diferencias conceptuales, habituales en la antropología, no hubieran tenido un efecto pernicioso en nuestro medio, si las ideas que llegaban a nuestras tierras, hubieran encontrado mentes abiertas y creativas, pero también ambientes intelectuales críticos, que hubieran examinado los contextos históricos y sociopolíticos en que fueron concebidas, antes de aplicarlas. Si hubiéramos observado esto no hubiéramos sido escolásticos ni librecambistas, no compraríamos modelos de desarrollo, sino que desarrollaríamos los propios, acordes con nuestra realidad y necesidades.
La frivolidad de muchos antropólogos y el dogmatismo de nuestra formación eclesiástica, junto a una ausencia de categorías críticas que orientaran la acción indigenista, abonaron el terreno para que echaran raíces toda suerte de ideas, corrientes del pensamiento y teorías sociales, que una vez tocaban tierras americanas se convertían en doctrinas que había que defender, difundir y aplicar. Si la realidad no estaba sintonizada y se ajustaba a la interpretación, la que llevaba del bulto era la realidad, que a menudo terminaba siendo un mero adorno de la teoría. Un ejemplo de ello lo tenemos en la ya legendaria teoría de las “nacionalidades indígenas” que nos llegó de México, un país donde existen pueblos indígenas preponderantes en varias regiones por su peso poblacional y sus logros culturales y políticos. Aquí algunos epígonos colombianos se dieron a la brega de aplicarla, imaginando este país dividido en un igual número de naciones, según las etnias indígenas existentes. Les faltó a estos antropólogos observadores la lógica pragmática del economista y matemático León Walras, que recomendaba que antes de aplicar el teorema de Pitágoras, había que verificar que se tratara de un triángulo rectángulo. Aplicaron la fórmula mexicana de las nacionalidades, sin mirar el contexto colombiano y de paso, creando cismas en el naciente movimiento indígena caucano. En México el planteamiento de las “nacionalidades indígenas surgió como respuesta a las pretensiones del Estado mexicano de disolver a los pueblos indígenas, asimilándolos e integrándolos a la sociedad mexicana. Un contexto político muy particular, diferente al de Colombia, en donde los indígenas, juntándose al movimiento campesino, comenzaban a recuperar las tierras de sus ancestros y estaban muy lejos de imaginarse que sus luchas conducían a crear
Cuando los indígenas, los así llamados “objetos de estudio”, hastiados de ser observados, interpretados y definidos, se “vuelven desobedientes”, exigen ser tenidos en cuenta, reclaman su propia definición y aspiran a ser sujetos de su propio desarrollo, comienza a cambiar el panorama. “Con la irrupción del otro en la escena” (Humberto Eco) se renueva el lenguaje y toman cuerpo los conceptos de autonomía, desarrollo propio, multietnicidad e interculturalidad.
Hasta entonces la “conciencia posible” (Lucien Goldmann), para concebir los nuevos Estados que se estaban formando en América, era el Estado-Nación que surgía en Francia con Napoleón, en Italia con Garibaldi y en Alemania con Bismarck. El Estado unitario y
Pero hasta ese entonces había transcurrido mucha historia. Los intelectuales más destacados que habían venido pensando
Es con Simón Bolívar, hijo de la ilustración y de la revolución francesa, que la idea del mestizaje como solución para
Según Bolívar la condición de ciudadano solo la adquirían los hombres en libertad. Esta idea la tomó de Rousseau, quien argumentaba que dentro de la esclavitud, los esclavos pierden todas sus facultades y llegaban incluso a amar la esclavitud. “El alma de un siervo, dice Bolívar al referirse al Perú, rara vez alcanza a apreciar la sana libertad, se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas” (Carta de Jamaica, 1815).
Su ya célebre frase para definir los estamentos de la sociedad, que recién se independizaba del poder colonial, es de un significado proverbial. Decía Bolívar sobre los criollos (hijos de españoles nacidos en América) que, “no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles". (Carta de Jamaica 1815).
Cuando Bolívar define a los españoles como “usurpadores” y a los indígenas como “legítimos propietarios”, implícitamente está delineando la tarea que le corresponde a los criollos que están en medio: quitarles la tierra a los usurpadores y devolvérsela a sus legítimos propietarios. Era la única vía para convertir a los indios en ciudadanos. Aquí Bolívar está enunciando en su propia historia, como criollo que era, la causa de los aborígenes. Este planteamiento de Bolívar nos remite al problema central, aún no resuelto, sobre la formación de nuestra nacionalidad: que para hacerla realidad la población indígena y negra debía adquirir la ciudadanía, es decir, debía tener la capacidad para ejercer sus derechos.
Si los criollos, una vez culminadas con éxito las guerras de la independencia, no restablecían estos derechos, significaba simple y llanamente que se había cambiado de amos y señores, pero persistía el derecho de conquista, impuesto por los españoles.
La apropiación que había hecho Bolívar de la causa de los negros y de los pueblos originarios, no hizo escuela en América, pues eran más fuertes los poderes de la clase criolla emergente, que se beneficiaba de las tierras y bienes arrebatados a los españoles. Repudiado por los criollos, habiendo sobrevivido a dos atentados, Bolívar marchó al exilio. Murió en Santa Marta. Otro prócer americano de la independencia, José Gervasio Artigas, buscó refugió en Paraguay, “acompañado sólo por su guardia personal de 250 lanceros, hombres y mujeres, todos negros y entre ellos Ansina, compañero de Artigas, hasta la muerte” (2). No le perdonaron los criollos a Artigas que a su paso victorioso, fuera liberando esclavos. Los Camba Cua —cabecitas negras en guaraní— son hoy sus descendientes. Carlos Rosero nos recuerda que en una de las acciones para repeler “los muchos intentos por terminar de despojarlos de las últimas tierras que les quedan, de las que les fueron asignadas en el siglo XIX, colocaron sus banderas de barras horizontales azules y blancas sobre sus casas, entonaron el himno de
La negación de los derechos y las ideas sobre la desigualdad de los hombres (4)
La historia de Colombia, es desde sus orígenes una historia de negaciones. Los españoles le negaron la humanidad a los indios: "homúnculos", como fueron llamados, no tendrían derechos ni capacidad de gobierno. Posteriormente a miles de africanos les fueron negadas sus vidas y libertades por medio de la esclavitud. No obstante había algo común en estas negaciones: era llevada a cabo por pueblos que renegaban de sus orígenes culturales judíos y mozárabes. En estas ideas se fundamentaría la esclavitud y servidumbre a que fueron condenados aborígenes y negros. Pero esta negación la extendieron a todo lo que fuera de América. Por el sólo hecho de nacer en ella, se era ciudadano de segunda clase y al menosprecio de sus habitantes, se unió el menosprecio de su flora, su fauna y sus territorios. Con el paso de los siglos y muchas luchas al interior de la iglesia, se le reconoció la humanidad a la población aborigen y con Alexander Von Humboldt se reconoció que la naturaleza de América, su flora y su fauna no tenían nada que envidiarle a las europeas. No obstante perdura en muchas mentes la idea de que las culturas y territorios indígenas no tienen un valor en sí mismos.
Una iglesia al servicio de la corona española también hizo parte de las corrientes que les negaban identidades particulares a aquellos que tenían otras creencias. A finales del siglo XIII, el canonista y santo católico Gregorio, llamado “El Ostiense”, fijó doctrina al afirmar que el Papa, como representante de Cristo en la tierra tenía potestad no solamente sobre el mundo cristiano, sino sobre el de los infieles. Años después, en el siglo XIV, Johann Wycliffe, continuaría desarrollando la doctrina y afirma que “la falta de gracia del hombre injusto que vive en pecado mortal, hace que carezca de dominio propio”. Los derechos de los impíos podían entonces ser trasladados, “en derecho y por justa causa”, a los cristianos. Esta doctrina que se emplea en la guerra contra los moros, durante la reconquista española, es trasladada a América. De esta forma la condición religiosa se convierte en el pilar del dominio de los conquistadores católicos sobre los indios infieles y fundamenta el “derecho de conquista” de España . Intentos que se dieron para defender los derechos de los así llamados infieles, sólo fructificarían muchos años después, cuando una corriente humanista comenzó a gestarse en el mundo cristiano(5)
La iglesia se uniría siglos después a la cruzada por la homogeneización de la sociedad: todos somos iguales a los ojos de Dios(6) . Pero para llevar a cabo esta empresa y poder realizar la comunión y hermandad de todos los hombres en Cristo(7) , buscaron definir, como lo haría cualquier antropólogo, su objeto de estudio. Y allí de nuevo fue Troya, pues encontraron con que además de tener alma, los aborígenes tenían también sus propias creencias y maneras de entender el mundo, que diferían substancialmente de la religión de Cristo.
Pero hay iglesias de iglesias. Las más retardatarias todavía hablan de paganismo y de superstición de pueblos sumidos en la oscuridad para referirse a aquellas culturas que no siguen el Evangelio. Las más progresistas hablan de que se encuentran en un proceso de diálogo intercultural, pero pobres son sus ejecutorias, debido a ese arrogante y a la vez paternalista talante que asumen, debido a que consideran que sus creencias son superiores.
La independencia de España no significó que la nueva República asumiera su rostro negro o indio. Por el contrario las elites criollas vieron a indios y a negros como rezagos de un pasado que había que superar, pues eran un obstáculo para el progreso y la civilización de Colombia. Abrazando la corriente en boga del liberalismo económico, y usurpando el término de “liberal” —que en su sentido histórico significa ser generoso, humanista, prodigo, altruista y desprendido— les negaron a indios y a negros los rasgos étnicos distintivos de sus identidades. Paradójicamente esta negación se hacía en nombre de “la libertad y
La cara bondadosa de la iglesia y el sentido igualitario de las doctrinas liberales no han logrado superar el racismo manifiesto en la sociedad colombiana. No hay mejor indicio para ver la inocuidad de sus acciones en busca de la igualdad que predican, que los hechos que bien entrado el siglo XX, todavía sucedían en el país: en los Llanos Orientales de Colombia se cazaba a los "Cuibas", indígenas nómadas de las llanuras. A ésta práctica se la denominaba "cuibiar" en aquella región. Aún hay educadores que reprenden a niños indígenas por no mostrar una buena disposición para aprender el castellano. Y hace pocos años un conocido representante del partido liberal manifestaba que la raíz de todos los males de los pueblos indígenas era su persistencia en lo colectivo y comunitario, refiriéndose a las formas de concebir la tenencia de la tierra, el trabajo y la distribución de bienes. Decía este personaje, que los indígenas vivían bajo "sistemas anacrónicos", en un mundo donde precisamente los sistemas colectivos del Este se derrumbaban. Recomendaba entonces, para guiar a los indígenas por la senda del progreso, abolir los resguardos y ponerlos a disposición de la iniciativa privada.
Para la izquierda tradicional, más doctrinaria, menos marxista, la problemática étnica ha sido catalogada como una "contradicción secundaria". Las demandas de aquellos pueblos y grupos que reclaman autonomías, exaltan órdenes comunitarios y decisiones colectivas, no merecen atención, pues estos intereses particulares obstaculizan la unidad del pueblo. Sólo fusionando todas las expresiones sociales, políticas y culturales se puede converger en un movimiento para superar el escollo del Estado capitalista. Semejante a la homogeneidad que nos plantea la iglesia al hermanarnos en Cristo, aquí seríamos todos iguales, hermanos de clase. Existe en ambas doctrinas una manifiesta discapacidad para pensar las nuevas realidades de nuestro tiempo, en especial las que irrumpen en la escena política con movimientos sociales generados por demandas étnicas y de género.
Estas posiciones a menudo son difíciles de visualizar, debido a la usual retórica de las organizaciones y partidos, que incorporan en sus discursos las demandas de negros e indígenas, como una manifestación de su solidaridad con estos pueblos, pero sin asumir (la mayoría de las veces sin entender), las implicaciones que tienen para su propia práctica, estas manifestaciones de apoyo y solidaridad.
Estos desconocimientos y negaciones que hemos enunciado aparecerían como actitudes caprichosas, si no hubieran estado orientadas fundamentalmente a despojar a estos pueblos de la potestad que tienen sobre los territorios y los recursos, que es lo que realmente les ha interesado a los conquistadores y colonizadores de ayer y de hoy.
Ahora podemos entender porque indios y negros tendrían que esperar más de un siglo de vida republicana, para que con
A partir del V centenario en 1992, la mayoría de los países latinoamericanos, comenzaron a reconocer constitucionalmente el carácter multiétnico de sus sociedades. Esto fue un logro de las luchas de los pueblos indígenas y negros, pero también se debe a dos hechos coyunturales: Después de 500 años los gobiernos no quisieron cargar con la lápida de haberse opuesto a una renovación de los ordenamientos legales en favor de los indígenas, de acuerdo a las recomendaciones de muchas entidades nacionales e internacionales que trabajan en el campo de los derechos humanos y de los derechos de los pueblos indígenas de todo el mundo. El otro hecho es que a partir de la década de los 90, comienzan a desplomarse regímenes centralistas y autoritarios, a la vez que comienzan a surgir aspiraciones étnicas que se creía eran cosas del pasado. Esta tendencia que observamos a nivel mundial, influenció a muchos gobiernos para reconocer, aunque fuera en el papel, derechos fundamentales a los pueblos indígenas.
A pesar de este reconocimiento general a nivel latinoamericano, ningún Estado, con excepción de las actuales Bolivia y Ecuador, ha mostrado voluntad política para eliminar las condiciones económicas, políticas y culturales que excluyen y marginan a los pueblos indígenas y negros. En algunas regiones de Colombia (principalmente en el Cauca), pero ante todo en el sur de México (Chiapas), han sido los propios pueblos indígenas los que con sus movilizaciones han presionado —con logros limitados— para que se pongan en práctica los derechos reconocidos en sus constituciones políticas.
Las luchas por el reconocimiento de los pueblos indígenas y negros y la búsqueda de la convivencia intercultural, como fundamento de
Plantearse la cuestión de
Lo primero que deducimos del rápido recuento histórico que hicimos antes, sobre las formas de concebir
Lo segundo es que sin sujetos con derechos restablecidos y sin apremios económicos y sociales que coarten o restrinjan sus voluntades, no es posible entablar un diálogo intercultural que conduzca a la formación de una Nación pluriétnica.
En tercer lugar podemos afirmar que el legado cultural e institucional que heredamos de los pueblos ibéricos, impidió que se desarrollaran corrientes propias del pensamiento más acordes con nuestras realidades. El absolutismo, que en América condujo al caudillismo, negaría cualquier forma de democracia y la unión entre iglesia y Estado, conduciría a formas dogmáticas del ejercicio del poder.
En cuarto lugar podemos concluir, que la imagen de una América mestiza, no obstante haber tenido tantos seguidores y haber sido el ideal de muchos políticos, escritores y artistas de la talla de Bolívar, José Martí, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, los muralistas mexicanos David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, aquí en Colombia no prosperó, salvo en algunos murales de Pedro Nel Gómez.
Y no prosperó porque las elites colombianas, después de la muerte de Bolívar y la disgregación de
El antropólogo Armando Moreno Sandoval, en un texto sobre el tema que venimos tratando(8) , presenta el pensamiento de un ilustre intelectual de la época:
“en 1861 José María Samper (intelectual, político y militar colombiano), señalaba en su ‘Ensayo sobre las revoluciones’ los contrastes y la diversidad de la sociedad de aquel entonces (......). Colombia a mediados del siglo XIX ya había logrado consolidar diferentes enclaves con cierta singularidad regional y étnica, que le servirían a la elite intelectual y política para marcar los contrastes entre las diferentes regiones y donde los rasgos raciales serían decisivos para definir su componente cultural”.
Pero estas regiones que se conformaban a partir de rasgos étnicos, iban en contravía del poder centralista que estaban construyendo las elites, ya que argumentaban que esta era la forma más expedita para la desintegración de la naciente República. La integración de
De la misma manera, pero profundizando y especificando como debía ser el fundamento de la nacionalidad colombiana, piensa el geógrafo y cartógrafo Francisco Javier Vergara y Velasco. La geografía fue la disciplina que empleó para conocer el país, sus ríos, mares, selvas y montañas. Pero también para identificar a las poblaciones, sus prácticas agropecuarias, los sistemas de intercambio comercial entre las regiones y, ante todo, su historia y sus culturas. Este pionero, comenzó en
De él nos dice Moreno Sandoval que “reflexionando que lo colombiano no podía representarse en la diversidad étnica y pregonando a la vez su visión integradora, se preguntaba”:
"¿Será pues raro que en Colombia no exista aún pueblo colombiano, ni lo haya todavía en muchos años, si no se combaten las ideas separatistas y el lugareñismo que domina en las varias zonas naturales del país?".
Y, continuaba:
"En Colombia, salvo el barniz de la característica española, ardiente e impresionante, exagerada a veces por el clima, o la de indios y negros, no hay tipo en verdad nacional; pero si existen tipos locales que tienden a acentuarse divergiendo más y más, y ¡hay de la patria si todos los hombres entendidos no ayudan a combatir sin tregua y con esfuerzo grande tales tendencias!". (9)
Moreno concluye que Vergara y Velasco
“....al no encontrar en el mestizaje su tipo nacional, se quejaba de que el mestizaje se estaba imponiendo en el país”.
De esta forma Vergara y Velasco manifiesta la idea de que lo colombiano debía identificarse con el componente blanco europeo(10)
Pero al encomio de lo blanco, como elemento constitutivo de la nacionalidad, las elites gobernantes unen las ideas de progreso y desarrollo económico, sin los cuales no sería posible encauzar un proceso civilizador, que superara los estados de pobreza, ignorancia y violencia(11) . En lo corrido de la mitad del siglo XX estas ideas se intensificaron de forma especial, generando nuevos prejuicios hacia los pueblos indígenas y negros, caracterizados como pertenecientes a “culturas renuentes al progreso”. El avance de la ciencia y la técnica en los países centrales del capitalismo había deslumbrado de tal manera a nuestras elites, que la idea del progreso, basado en esos adelantos, fue convertido en una ideología, de acuerdo a la cual todos los pueblos deberían marchar hacia una meta ideal de la civilización. Según Walt Whitman Rostow, lograr esa meta implicaba haber pasado por diversos estadios de desarrollo, después del “take off” (despegue). Para este despegue, se necesitaría un nivel de acumulación suficiente que garantizara un desarrollo sostenido. Siguiendo este orden de ideas, la existencia de sistemas económicos colectivistas, que no están orientados por la ganancia y la acumulación, se convierten en un “lastre para el desarrollo” y en “obstáculos” para alcanzar esos ideales de civilización(12) . Tomas O. Eastman, ministro de Hacienda de Carlos E. Restrepo, usualmente soltaba perlas del siguiente tenor:
“Cuando uno de esos liberales te espete un discurso colectivista, fíjate y notarás en él muy pronto el ojo oblicuo de las razas inferiores”
Más usual de lo que creemos, en nuestro país hay más muestras de dogmatismo que de avidez por la investigación despojada de prejuicios y por la exploración de nuevas posibilidades para la convivencia, como lo muestra la patanería arrogante del señor Eastman con su mordaz y cínico chiste. Y como lo han mostrado también muchos epígonos colombianos de Herbert Spencer, quien introdujo en las ciencias sociales el concepto que Charles Darwin propuso para explicar la evolución de las especies: la supervivencia biológica del más apto. Con fundamento en este concepto y cabalgando en el prestigio de Darwin, se buscó explicar porque los indios y negros estarían destinados a desaparecer.
También tuvo adeptos en nuestro país el conde Joseph Arthur Gobineau,, escritor y diplomático francés, que en un ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, publicado en 1855, presenta su teoría, según la cual la raza aria, en especial los pueblos germánicos puros, era la que más se había destacado en todas las artes y las ciencias. Consideraba que el mestizaje era una forma de degeneración y la manera más eficaz de eliminar las facultades creadores de los pueblos arios. Estas ideas fueron acogidas por el inglés Houston Steward Chamberlain. Su fama se regó por todo el mundo, pues en su libro “Los fundamentos del siglo XIX”, “presenta las pruebas” de la superioridad de la raza nórdica. Divulgado el libro en los Estados Unidos de América, revivió la nostalgia de los hacendados sureños por la esclavitud, dando lugar en 1915 al resurgimiento del Ku-Klus-Klan, secta que había aparecido durante la guerra de secesión en 1865 y que había sido prohibida en 1871.
Estas ideas llegadas de Europa fueron discutidas en nuestro país con más pasión que objetividad y se aceptaban o rechazaban de manera intransigente. Fue este tono proselitista el que empañó el pensamiento colombiano frente al indígena y el negro durante muchas décadas.
Ocuparía mucho tiempo hacer un barrido por todos los pensadores que bebieron en estas canteras del pensamiento racista, pero vale la pena mencionar los más importantes, quizás más representativos, que con escuetas y lapidarias entelequias del socialdarwinismo o fundadas en “determinismos geográficos”, justificaron el racismo hacia los pueblos indígenas y negros.
Con el concepto tan impreciso, como es el de “raza”, Laureano Gómez, en conferencias dictadas en 1928, nos habla de los problemas del país(13):
Sobre la raza: “Nuestra raza proviene de la mezcla de españoles, indios y negros. (.......) Es en lo que podemos haber heredado del espíritu español, donde debemos buscar las líneas directrices del carácter colombiano contemporáneo. Pues lo que aportan los indígenas y negros a nuestra herencia son estigmas de completa inferioridad”
Sobre el negro: “El negro muestra un espíritu rudimentario e informe. Permanece en perpetua infantilidad. La bruma de una eterna ilusión lo envuelve y el prodigioso don de mentir es la manifestación de esa imagen de las cosas, de la ofuscación que le produce el espectáculo del mundo,........” Después de esta definición rimbombante sobre el negro, concluye: "El elemento negro constituye una tara: en los países en donde él ha desaparecido, como en
Sobre el indio: “.....segundo de los elementos bárbaros de nuestra civilización, ha transmitido a sus descendientes el pavor de su vencimiento, el rencor de la derrota, (.....) parece haberse refugiado en el disimulo taciturno y la cazurrería insincera y maliciosa. Afecta completa indiferencia por las palpitaciones de la vida nacional. Está narcotizado por la tristeza del desierto, embriagado con la melancolía de sus páramos y bosques.”
Sobre el mestizo: “El mestizo primario no constituye un elemento utilizable para la unidad política y económica de América: conserva demasiado los defectos indígenas: es falso, servil, abandonado y repugna todo esfuerzo y trabajo.”
Sobre mestizos y mulatos: “En los mestizos y mulatos se combinan las cualidades discordantes de los padres ...... Las dos cosas tienen por efecto común (.....) que son fisiológica y psicológicamente inferiores a las razas componentes”
Sobre los norteamericanos: “Ya perdimos el istmo. (....) Ya nuestros minerales preciosos salieron del patrimonio; el único petróleo que se explota es el de los norteamericanos. Cada día adquieren algo nuestro los más capaces, los más ricos, los más fuertes.”
Sobre la raza y el clima: “La distribución del calor y la humedad no hace apto nuestro territorio para el establecimiento de una buena organización social. Somos especie de inmenso invernadero, depósito de incalculables riquezas naturales, que no hemos podido disfrutar, porque la raza no está acondicionada para hacerlo”.
Estas ideas no eran exclusivas de pensadores ultra conservadores como Laureano Gómez. También cohabitaban en el partido liberal y en mentes importantes como la del destacado político y hombre de ciencia Luis López de Mesa. Sus escritos más conocidos versan sobre la formación de la nacionalidad colombiana: “¿Cómo se ha formado la nación colombiana?” y “Los problemas de la raza en Colombia”. Allí plantea la necesidad de la modernización de la sociedad colombiana y la constitución de
Álvaro Gómez Hurtado, hijo de Laureano, fue uno de sus grandes seguidores. Solía utilizar, para referirse a los pueblos indígenas, términos como los de “decadencia”, “pueblos sin historia”, que tenían una “concepción fatalista del porvenir”. Sin la religión estos pueblos seguirían en las tinieblas, pues “la religión llevó al nuevo mundo el optimismo que se apoya en la redención del hombre y que faltaba en las religiones autóctonas”. Recurre al pensamiento del alemán Oswald Spengler (14) , para afirmar con él que “los hechos son más importantes que las verdades”. De allí que para él la historia de América empieza con el hecho de
Aunque hay mucha historia transcurrida, que marcaría grandes diferencias con esas ideas, todavía subyacen prejuicios provenientes de ellas, que han obstaculizado la construcción de una Nación pluricultural.
La búsqueda de la convivencia intercultural, como fundamento de
Con
Y con el surgimiento del actual movimiento indígena en Colombia, al calor de las luchas campesinas de los años 70 del siglo pasado, se empieza a dar un verdadero revolcón en el país, en lo que a la idea de
Próximos a celebrar los 200 años de vida republicana, los indígenas, como también los afrocolombianos, los isleños raizales y otros grupos étnicos y culturales del país, plantean de nuevo, entonces, la posibilidad de que se establezca una convivencia pluricultural, solidaria con la construcción de un proyecto nacional autónomo.
Pero falta mucho camino por andar, para que ese tipo de Nación con la cual nos identifiquemos todos, sea una realidad:
Primero, necesitamos ejercitar la democracia. Friedrich Nietzsche decía que la democracia era un asunto para los débiles. Esta idea, en las manos del avieso Joseph Goebbels, serviría de sustento al proyecto de dominación Nazi. Sin embargo, Nietzsche tenía razón, pues los débiles necesitan practicar la democracia si algún día quieren ser fuertes. Ningún grupo puede entonces imponerles su voluntad a los otros sin poner en peligro la unidad. Así no se construye interculturalidad, ni sociedades democráticas. La democracia es un principio fundamental de la interculturalidad y la convivencia.
Segundo, aunque después de
Tercero, categorías antinómicas como endógeno/exógeno y propio/ajeno, son útiles para indagar grados de aculturación o pérdida de autonomía de un pueblo. Pero exacerbar el valor de las primeras, menoscabando la importancia de las segundas, puede conducir a una exagerada autonomía, que cierra las puertas al otro y por lo tanto a la construcción de la interculturalidad, cosa que es altamente inconveniente en regiones multiétnicas. Allí la interculturalidad es necesaria, no solo como herramienta para “la construcción social de la región” (Sergio Boisier), sino porque ningún grupo humano, pueblo o sociedad, ha podido avanzar y reproducirse partiendo de su propio sustrato. El aislamiento conduce en el mejor de los casos, al estancamiento.
Cuarto, la interculturalidad es vida, es práctica. No sólo saber. Es ante todo proceder. La multiculturalidad —existencia de muchas culturas— es una realidad de nuestro país. La interculturalidad —convivencia, entendimiento entre las culturas— es una realidad por construir. Pero construir la interculturalidad no es un camino fácil. Tomando lo que decía Gaston Bachelard para la educación, que “para aprender, primero hay que desaprender”, para la interculturalidad, para entender al otro, para convivir con los otros, con los diferentes, hay que despojarse de muchos prejuicios aprendidos.
La interculturalidad es diferente al biculturalismo, o sea, vivir dos mundos al mismo tiempo, como sucedería a niños negros que viven en regiones indígenas, donde el cabildo los obligara a practicar las costumbres indígenas, además de las propias, o viceversa. Cuando hablamos de interculturalidad, estamos hablando de una cultura que apropia y se enriquece con elementos de otras culturas y que en aras de construir una convivencia, prescinde de aquellos elementos circunstanciales y no esenciales de su cultura, que afecta a los otros.
Para iniciar un proceso intercultural se requiere un diálogo entre iguales y entre culturas con capacidad de decisión, sin que medie algún tipo de coacción. Es decir no hay interculturalidad sin cimientos (sin poseer un núcleo sólido de expresiones culturales propias que le confieran identidad al grupo), como tampoco se construye interculturalidad si ese grupo no abre sus ventanas a los demás para permitir la interacción. La divisa sería construir un futuro que sea propio y a la vez abierto a los vecinos.
No se construye interculturalidad si se tiene una visión simple del otro, o no se lo acepta como igual. Los esencialismos conducen a oposiciones que inhiben o bloquean cualquier proceso intercultural.
Quinto, muchos pueblos debido al desconocimiento autoritario que han sufrido por parte de las elites, responden a menudo con fundamentalismo. El fundamentalismo es un producto del autoritarismo, pero también la forma que a menudo se adopta para responder al autoritarismo. El fundamentalismo no es un buen consejero para establecer un diálogo intercultural.
En Europa es donde se ha avanzado más en el estudio de la problemática de la interculturalidad en países multiculturales, debido a la tradición de coexistencia de distintos pueblos en un mismo territorio y, recientemente, a los conflictos culturales con consecuencias violentas. ¿Cuáles han sido las conclusiones que han sacado los europeos de los conflictos que se derivan de la multiculturalidad, es decir, de la existencia de culturas diferentes en un mismo espacio? Dicho de otra manera: ¿cómo es que se han imaginado la compaginación de la pluralidad cultural con la unidad de un orden social?
Empecemos diciendo que han perfilado su bagaje conceptual, diferenciando el multiculturalismo de la pluriculturalidad. Esta última sería la alternativa al multiculturalismo.
Para entender esto miremos la definición de los dos conceptos y sus diferencias. El sirio Bassam Tibi, profesor de relaciones internacionales de la universidad de Göttingen (Alemania), explica el multiculturalismo mostrando las etapas de formación de este “pensamiento”: En una primera etapa se parte de la realidad de que existen varias culturas en un mismo espacio. En una segunda etapa se acepta que estas culturas requieren un reconocimiento constitucional. Hasta allí, nos dice Tibi, todo anda bien, hasta que vemos la tercera etapa del planteamiento del multiculturalismo, el cual exige que las diferencias culturales se eleven a la categoría de derechos fundamentales (o naturales). Esta tercera fase del planteamiento multiculturalista no es del todo aceptable, ni tiene fundamento político, pues implica que en un mismo país existan varios derechos fundamentales, derivados de valores culturales que pueden estar en abierta contradicción.
La diferencia entre los dos conceptos, es que la pluriculturalidad reconoce la diversidad cultural, pero establece una condición: para garantizar la armonía y la convivencia entre las diferentes culturas en un mismo espacio, es decir para que se desarrolle la interculturalidad, debe aceptarse un consenso de valores que delimite los derechos que emanan de una diversidad cultural que en principio no tiene límites. Los valores que han ganado consenso en nuestra Colombia multicultural, pertenecen todos aquellos que tienen que ver con la democracia, la secularidad y los derechos humanos individuales. El planteamiento pluricultural amarraría así la diversidad cultural a un orden de valores, promoviendo la convivencia, en contraposición de la ideología multiculturalista que pone barreras y obstruye cualquier acercamiento intercultural.
La puesta en práctica de las premisas multiculturalistas (o multiétnicas para hablar en los términos que habla
Sin embargo construir
Ahora, cuando Colombia se mueve entre la parapolítica, la narco-parademocracia, y el clientelismo y parece que estuvieran desterradas las posibilidades de construir una democracia que parta de reconocer las particularidades étnicas y regionales, tenemos que seguir manteniendo viva la idea de
Con ese fin surgió La “Escuela de formación Interétnica para la resolución de conflictos”, en la cual participan indígenas nasa, eperara siapidaara, wounaan, negros, y campesinos del Pacífico y otras regiones país. En esta escuela interétnica ha sido muy importante la participación de los campesinos. La identificación afectiva de negros e indígenas con ellos, ha conducido a que haya un inusitado interés por indagar más sobre la identidad de este grupo. Cuando en Colombia se habla de “grupos étnicos” se está haciendo referencia a los pueblos indígenas y negros, a los gitanos y a los raizales de San Andrés islas. La escuela considera que es necesario debatir, si este calificativo de pueblos o grupos étnicos debería extenderse a los campesinos, como sucede en Chiapas o Guatemala, donde las luchas han conducido a que los campesinos sean considerados como un grupo étnico más, para acortar distancias culturales y derribar fronteras étnicas con el fin de buscar la unidad para la reconstrucción democrática del Estado.
Aunque en Colombia esta discusión no se ha dado, la apreciación que tenemos es que en el Cauca, por sus particularidades de región pluriétnica y por el perfil y desarrollo de sus luchas, se dan condiciones que favorecen una perspectiva política que difumina las fronteras étnicas. De hecho la realidad muestra que en esa región, más que en otras, a las luchas de los indígenas, se han venido uniendo campesinos blancos, mestizos y negros, no sólo por la necesidad de la tierra, sino también por una creciente identificación con las luchas que desarrolló el CRIC(16) .
Para la región del río Naya y del Bajo río San Juan son de gran relevancia estos acercamientos y “mestizajes”(17) culturales y políticos, pues señalan caminos para reducir las tensiones y polarizaciones entre los grupos, que impiden la fusión de esfuerzos y voluntades para construir un proyecto social y político común.
Echar a andar un proceso intercultural de tal envergadura necesita superar dos obstáculos. El primero de ellos es que las organizaciones requieren, lo decimos con franqueza, renovar sus liderazgos. Liderazgos que sean receptivos a nuevas ideas. Liderazgos que le impriman a sus movilizaciones un marco más coherente y más acorde con la realidad que viven sus pueblos. Los lemas de unidad, territorio, cultura y autonomía son banderas que unieron en un solo haz las luchas indígenas. Empero son hoy insuficientes, para enfrentar los nuevos poderes generadores de desigualdad, que tienen que ver con la transnacionalidad de las decisiones económicas que impone la globalización neoliberal.
El segundo obstáculo es el miedo a perder la identidad y el determinismo de lo propio y autóctono de su historia particular, un miedo que impide entender las condiciones de existencia de los otros, sin lo cual es imposible unirse con los diferentes y compartir con ellos proyectos comunes. Para decirlo en palabras de un amigo de indígenas y negros:
“Perder el miedo a enfrentar la tarea de construir una estabilidad en la inestabilidad, que implica el ejercicio mimético de los seres humanos de “danzar entre la similitud y la diferencia” (Michael Taussig).
- Efraín Jaramillo Jaramillo, Colectivo de Trabajo Jenzera
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas
Corporación Viva
(1) En este texto la noción de cultura se emplea, en un sentido antropológico, como el conjunto de procesos simbólicos y espirituales, a través de los cuales se comprende, reproduce y se transforma la estructura social. Incluye por lo tanto todos los procesos de producción de sentido y significación y las formas que se tiene de vivir, pensar y percibir la vida cotidiana.
(2) Rosero, Carlos: “Alcances, limitaciones y posibilidades de la resistencia civil”, en Revista ASUNTOS INDÍGENAS 4/03 de IWGIA.
(3) Ibidem
(4) Para una lectura completa de estas ideas ver el excelente texto del historiador mexicano Silvio Zavala, publicado por
(5) Uno de los más destacados personajes de la iglesia, que se abanderó de la causa de los indios fue Fray Bartolomé de las Casas. Decía De las Casas, que dentro de los infieles había reyes y señores que por su dignidad recibían de la naturaleza el “Don de Gentes”.
(6) Ya San Agustín en el siglo IV habla de la hermandad de todos los hombres, y no únicamente ante Dios (en el sentido abstracto del alma), sino aquí en la tierra.
(7) Todos los hombres estamos llamados a una vida común en Cristo, ante el cual todos somos iguales.
(8) El indio: Entre el racismo, la nación y la nacionalidad colombiana.
(9) Ibidem. Estas citas las toma Moreno Sandoval de: Jorge Orlando Melo: Qué es ser Colombiano. Lecturas Dominicales, El Tiempo, Bogotá, 23 de septiembre de 1990.
(10) Como lo refleja este estribillo de la época:“ Los blancos/ somos los buenos,/ los blancos/ ni más ni menos”
(11) De que estas ideas harían escuela, nos lo señala la ley 114 de diciembre 1922, “sobre inmigración y colonias agrícolas” que en su artículo 1 dice: “Con el fin de propender al desarrollo económico e intelectual del país y al mejoramiento de sus condiciones étnicas, tanto físicas como morales, el Poder Ejecutivo fomentará la inmigración de individuos y de familias que por sus condiciones personales y raciales no puedan o no deban ser motivo de precauciones respecto del orden social o del fin que acaba de indicarse, y que vengan con el objeto de labrar la tierra, establecer nuevas industrias o mejorar las existentes, introducir y enseñar las ciencias y las artes, y en general, que sean elementos de civilización y progreso.
(12) Los países centrales del capitalismo se habían convertido en el referente obligado para el progreso y desarrollo económico de nuestros países. Según esta idea todos los países debían recorrer las mismas etapas para alcanzar el desarrollo. Esta visión no solo niega las singularidades propias de cualquier proceso histórico, sino que se convierte en un fundamento de la expansión del capitalismo.
(13) “Interrogantes sobre el progreso de Colombia”, colección popular No. 29, Bogotá 1970
(14) “filósofo diletante que le rinde culto a los hechos”, al decir de Jürgen Habermas.
(15) “El problema de la imagen de Colombia como Nación se complica con las ambivalentes características de los mismos colombianos. Además de su tendencia reciente a ser los primeros en subrayar los aspectos negativos del panorama nacional, los colombianos continúan exhibiendo diferencias fundamentales en cuanto a clase, región y, en algunos casos, raza. Es por lo tanto un lugar común decir (y los colombianos son los primeros en afirmarlo) que el país carece de una verdadera identidad nacional (....) por lo menos si se compara con la mayoría de sus vecinos latinoamericanos.” David Bushnell: LD del Tiempo, 1/12/2007. Estudiando a Colombia.
(16) Pareciera que los indígenas del Cauca, al compartir sus espacios organizativos con los campesinos, estuvieran saldando una deuda histórica, pues no hay que olvidar que las exitosas luchas indígenas del Cauca, en esta última etapa de movilización indígena, surgieron con las luchas campesinas por la tierra.
(17) Más que de un “mestizaje” se trata de una identificación con un proyecto político. Algo diametralmente opuesto al proyecto de la elite, que ha visto en la eliminación de la diversidad de identidades, una condición para la fundación de
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