Gramsci en el debate actual latinoamericano

Poderes y hegemonías

03/03/2008
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

El modo de articulación política sociocultural que impone, reafirma y recrea el tipo de poder dominante fue definido por Gramsci como hegemonía, concepto que hoy cobra peculiar significación práctica en el proceso de confrontación de los oprimidos con el poder dominante, en el que se desarrolla también las construcciones de poder propio (hegemonía popular) desde abajo. Esta mirada entiende que el poder condensa las relaciones sociales de fuerzas (políticas, económicas, culturales, ideológicas), articulándolas –de modo subordinado y jerárquico‑ en función de una clase o sector de clase, que se constituye en bloque dominante‑hegemónico.[1]

Gramsci articula dominación y hegemonía. La dominación se expresa en formas manifiestamente políticas implementadas específicamente desde el aparato estatal. Dichas formas no excluyen la coerción y represión, particularmente en tiempos de crisis que ponen en peligro la capacidad de ejercicio de la dominación. La hegemonía, alude a un modo de ejercer la dominación desde un “complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales”. Es precisamente por ello que la hegemonía interactúa directamente con lo cultural, articulando los procesos culturales, particularmente los de la vida cotidiana, con las distribuciones (accesos y exclusiones) específicas del poder.

Gramsci explicita que ni la dominación-hegemónica ni la hegemonía dominante pueden lograrse exclusivamente a través de la coerción. La producción y la reproducción de las relaciones sociales ‑y políticas‑ constituyen una intrincada madeja de múltiples (y complejas) formas, donde las ideologías desempeñan un papel decisivo, que se expresa concentradamente en un determinado tipo de poder político y su aparato estatal. El Estado sería, en esta relación, según palabras de Gramsci, la personificación de la “hegemonía acorazada de coerción”; un componente del poder político que efectiviza en su accionar la relación de poder subordinante de la clase del capital sobre la del trabajo y –a partir de allí‑, sobre el conjunto de la sociedad. Pero este accionar no se limita a lo coercitivo-represivo, abarca también lo educativo-normativo, y en esta labor lo ideológico‑político ocupa un lugar medular.

Esta dimensión del accionar del Estado abre puertas a una ampliación de la concepción respecto de su papel en la sociedad y, por tanto, en los procesos de su transformación: no es solamente un aparato superestructural represivo del que habría que apropiarse para luego destruirlo. En condiciones políticas que posibilitan los procesos de transformaciones sociales en democracia, como las que existen hoy en Latinoamérica, el Estado –en manos de representantes del poder popular emergente‑, resulta un instrumento clave para impulsar –junto con el gobierno‑, cambios radicales, en primer término, erigiéndose en sustento institucional del modelo de país que se desea construir (y que se construye). Resulta vital la articulación de este poder con el que se ha ido construyendo y se construye desde abajo por los sectores populares organizados y constituidos en actor colectivo.

Como se evidencia en los procesos venezolano, boliviano, y quizá en el ecuatoriano, el acceso al Ejecutivo abre puertas para dirigir ventajosamente resortes claves del Estado. Es posible impulsar modificaciones sociales, económicas y culturales desde la superestructura política, cuando estas son gestadas y construidas desde abajo, a partir de la protagónica participación de los movimientos sociales, sus organizaciones socio-políticas y el pueblo todo. La combinación pueblo organizado‑Estado popular como estructura sociopolítica de la herramienta ejecutiva de un gobierno popular alternativo, conforman –reforma constitucional mediante‑ una tríada social, político‑institucional y jurídica centrada en el protagonismo y la participación de los de abajo, que es a la vez cimiento y fuerza vital para potenciar cambios sociales trascendentes en los ámbitos local, nacional, y regional latinoamericano.

Lo regional y continental constituyen ámbitos vitales para la transformación de nuestras sociedades en el contexto de la globalización. Pero ello no alude solo ni principalmente a una dimensión geográfica, sino a un complejo, multifacético y diverso ámbito de transformación donde se producen interdefiniciones que influyen sobre el todo y sobre cada una de las partes.

Es importante comprender que esa realidad plural interconectada e interdependiente impone ritmos colectivos a los que –en aras de respetarlos‑ hay que saber acomodar (articular) los procesos locales. Se puede “empujar” un poco la marcha del proceso, cuidando de no acelerarlo unilateralmente al punto tal que ello implique desprenderse del conjunto, poner en riesgo la construcción y el proceso colectivos, o abrir brechas que faciliten el surgimiento de disputas y antagonismos que puedan facilitar o servir de excusas para la sagaz ingerencia del imperialismo, siempre presto a “auxiliar” a los estados y políticos disconformes. En tal caso, el aceleramiento unilateral podría frenar, quebrar y hasta impedir el proceso colectivo de cambio  en vez de fortalecerlo.

Una de las artes de la política consiste en desarmar las estrategias del enemigo para dividir el proceso emancipador y las fuerzas sociales y políticas que lo impulsan; en ese empaño resulta mucho más productivo y adecuado apostar a la profundización de todo lo que unifica, cohesiona y posibilita avanzar de modo conjunto, en vez de remarcar lo que diferencia y separa.

Hegemonía cultural y proyecto alternativo

El concepto hegemonía cultural resulta un importante instrumento analítico porque –como rescata Polleri‑, revoluciona la forma de entender la dominación y la subordinación en las sociedades actuales. Sobre esa base, abre las puertas a la crítica social ya que posibilita ir más allá del diagnóstico. En esto radica, precisamente, su importancia práctico-transformadora. Ciertamente, quienes detentan la dominación material ejercen también la dominación espiritual, pero lo que resulta decisivo no es solamente el sistema consciente de creencias, significados y valores impuestos, es decir la ideología dominante, sino el conjunto de procesos sociales vivido y organizado por esos valores y creencias específicos. Modificar los modos prácticos en que transcurren los procesos sociales, en los que se forman, reafirman o modifican los valores, etc., constituye la base de la posibilidad del cambio y de la construcción de una hegemonía popular. Esta solo puede ser tal si se constituye (construye) como un nuevo tipo de hegemonía, es decir, con lógicas diferentes de la que se quiere combatir y superar.

Esto significa, por un lado, que la construcción de la hegemonía popular implica siempre la deconstrucción simultánea (teórico-práctica) de los modos de existencia de la hegemonía de dominación. Resulta importante en este empeño transformar, por ejemplo, las viejas prácticas y modalidades de construcción jerárquicas y verticalistas presentes todavía en las organizaciones sociales y políticas, en el relacionamiento entre compañeros, en las miradas y análisis de la realidad, en las actitudes y conductas cotidianas, buscando siempre que los “gestos” públicos sean coherentes con las conductas privadas, y viceversa.

Construir una hegemonía cultural alternativa propia, significa entonces ‑a tono con lo expresado‑, desarrollar prácticas y postulados radicalmente diferentes a los de la hegemonía que se busca desplazar. No puede limitarse a buscar vías para imponer una nueva ideología de dominación‑hegemonía. Construir una nueva civilización humana, liberadora, justa solidaria y ecológicamente sustentable no será una realidad si los cambios se limitan a ser la contracara del capital, a dar vuelta la tortilla; no se trata de construir una contra-hegemonía, sino de construir una cultura y conciencia políticas radicalmente diferentes, superadoras de discriminaciones, jerarquizaciones y exclusiones de cualquier tipo, y también de todo pensamiento único.

El primer paso está al alcance de la mano: consiste en hacer del funcionamiento y los modos de organización y relacionamiento interno y externo de los movimientos sociales y políticos, ámbitos pedagógicos de gestión de lo nuevo. No hay que olvidar que, como estableciera el Che, el ejemplo es la base material-espiritual de toda fuerza de cambio.

Hegemonía y disputa del sentido común

La hegemonía constituye un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida, no se limita al ámbito de lo ideológico y sus formas de control y dominio. En su múltiple dimensión cultural, la hegemonía constituye un "sentido de la realidad", sentido que busca imponer –culturalmente‑ como “natural” a través de los modos de producción y reproducción cotidianas de vida, transformándolo en parte del llamado sentido común acerca del deber ser de la realidad social de la que se es parte. Tanto es así que R. Williams afirma que "en el sentido más firme, [la hegemonía ] es una cultura, pero una cultura que debe ser considerada asimismo como la vívida dominación y subordinación de clases particulares". [Polleri, 2003] Disputar ese “sentido” es, por tanto, parte vital en la imprescindible disputa político-cultural por el cambio social que es necesario desplegar en todo momento.

Hay que tener en cuenta que la hegemonía dominante no es estática ni inmodificable, por el contrario, existe como proceso vivo articulador de hegemonía y dominación, proceso que es continuamente renovado, modificado y relegitimado. Del mismo modo lo son también las resistencias que suscita. De ahí que la hegemonía política y cultural no sea nunca absolutamente dominante. El propio concepto de hegemonía lo indica: se trata de una supremacía sobre otro u otros que existen como subordinados, dominados y /o rebeldes. Estas fuerzas subordinadas‑rebeldes constituyen el bastión social, político y cultural para la construcción de una hegemonía alternativa.

El desarrollo de una estrategia de poder popular llama a potenciar los embriones de hegemonía propia, desarrollándolos articuladamente en un proceso colectivo de construcción de hegemonía alternativa que le permita al campo popular convertirse en un bloque o fuerza popular hegemónica.

 “Guerra de posiciones”

Es fundamental tener en cuenta que las formas de interacción de la cultura y la política constituyen elementos claves que intervienen en la definición de la correlación general de fuerzas en una sociedad dada, en uno u otro sentidos. Las fuerzas sociales en pugna están en constante confrontación, modificación o afianzamiento de capacidades de dominación y, sobre todo, de hegemonía. Se produce por tanto, una viva y constante interdefinición de las fuerzas y sus capacidades de acción (supremacía sobre la otra parte), en cuya dinámica desarrollan una interrelación política compleja. Esto es lo que Gramsci denominó ‑desde una perspectiva político-cultural‑ “guerra de posiciones”.

Construir poder desde abajo, significa, precisamente, desarrollar esa “guerra de posiciones” en lo ideológico, lo político y lo cultural. Es decir, organizar y desarrollar batallas político-culturales que –además de deslegitimar al capital‑ vayan afirmando a través de prácticas diferentes a las instauradas por el capital, que otro mundo es posible, mostrando en las experiencias y construcciones de los movimientos sociales que la sociedad buscada existe ya en ellas, esbozada en pequeños logros.

Son los logros palpables y evidentes de las construcciones cotidianas los que constituyen la muestra más fehaciente de que es posible ese otro mundo. Ellos evidencian que –para existir‑ ese otro mundo necesita ser creado, diseñado y construido entre todos, desde abajo, en articulación de procesos crecientes de participación en la definición del curso de la vida individual y social, es decir, mediante la confluencia de procesos de empoderamiento individuales y colectivos. Son nuevas formas de decisión y gobierno de lo propio en el campo popular que constituyen modos de empoderamiento local-territoriales, bases para el desarrollo político-social de las conciencias y de las culturas sumergidas y oprimidas, para la creación y creciente acumulación de un nuevo tipo de poder participativo-consciente –no enajenado‑ desde abajo, articulado con múltiples y entrelazados modos de vida solidarios encaminados a la transformación global integral de la sociedad.

Esto significa: La lucha por la construcción de una hegemonía cultural alternativa no se define exclusivamente en el terreno de la batalla cultural, sino anudada al campo de la construcción política, económica, ética y social. La lucha política, la lucha por el poder, es un complejo proceso histórico en el cual ‑del entrecruzamiento de fuerzas sociales, políticas y culturales‑, se constituye y fortalece la fuerza político-social capaz de crear y erigir alternativas en todos los terrenos en los que el bloque dominante realiza su hegemonía. Dirigir los esfuerzos hacia su construcción y consolidación, atendiendo a las peculiaridades de cada momento político, avanzando en la articulación, organización y el empoderamiento colectivo en cada ámbito en que se manifiesta la lucha, es el desafío ideológico-cultural, intelectual y práctico más importante de la hora actual.

Febrero de 2007

Bibliografía


Gramsci, Antonio. 2001. Cuadernos de la cárcel. Edición crítica completa a cargo de Valentino Gerratana. Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, México.

Giacomini, Ruggero. 2001. Antonio Gramsci. Centro “Juan Marinello”, La Habana.

Polleri, Federico. 2003. “El concepto de hegemonía cultural en la lucha revolucionaria”, tomado de: www.gramsci.org.ar

Marx, Carlos y Engels, Federico. La ideología alemana. Obras Escogidas en tres Tomos, Tomo I,  Editorial Progreso, Moscú (1976).

Rauber, Isabel. 2006. Sujetos Políticos. Desde Abajo, Bogotá.

‑‑‑‑‑‑2005. “Movimientos sociales, género y alternativas populares en Latinoamérica y El Caribe”, publicado en Itinéraires No, 77, IUED, Ginebra.

‑‑‑‑‑‑2004. Movimientos sociales y representación política. Articulaciones. Ciencias Sociales, La Habana.



[1] En el capitalismo el poder es una suerte de macro interrelación social (interrelación de interrelaciones) que sintetiza política y socialmente a favor de los intereses del capital las relaciones sociales levantadas a partir de la oposición estructural capital‑trabajo. Esta oposición instaura ‑desde los cimientos‑ el carácter de clase de las interrelaciones entre los polos que conforman dicha contradicción, de las luchas por la hegemonía y la dominación, y de las luchas de resistencia y oposición a ello. En este antagonismo concreto se desarrollan dinámicas que configuran y definen en cada momento una determinada correlación de fuerzas (de clase) a favor de uno u otro polo, correlación que actúa (se hace sentir) en toda la sociedad.

https://www.alainet.org/es/active/22575
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS