Democracia, neoliberalismo y comunicación

19/02/1993
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Análisis
encuentro_bolivia_small.jpg
II Encuentro “Caminos de Integración”, La Paz, Bolivia, del 14 al 19 de febrero de 1993
-A +A

En las décadas de los 80 y 90 se han producido profundos cambios en América Latina que ameritan ser analizados, aunque sea a breves rasgos, para comprender el contexto en el que se desarrollan los campos de la información y la comunicación.

El modelo de sustitución de importaciones, diseñado en la década de los 60 por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), puso énfasis en la industrialización dependiente de nuestros países, proceso que fue acompañado con programas de modernización y reformas, con las que se trataba de contrarrestar posibles estallidos sociales, sobre todo luego de la experiencia victoriosa de la revolución cubana.

Las clases en el poder asignaron al Estado un papel preponderante en el nuevo modelo que venía implementándose. Tibiamente se trató de regular la inversión extranjera mediante acuerdos como el Pacto Andino, que, a decir verdad, se mantuvo como un espacio retórico antes que como un mecanismo de integración efectivo.

A nivel internacional cobran fuerza los países del llamado Tercer Mundo que plantean a los industrializados nuevos términos de intercambio, mejores precios para las materias primas. En el campo organizativo y diplomático es fundamental el papel que comienzan a jugar, el Movimiento de Países No Alineados y la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). A finales de los años 70, se comienza a hablar de la necesidad de nuevos órdenes internacionales tanto en el campo de la economía como en el de las comunicaciones.

En el campo político en los 60 y 70 proliferan los gobiernos militares. Las Fuerzas Armadas frustran experiencias democráticas como la de Salvador Allende en Chile, o desarticulan a movimientos insurgentes como los Tupamaros en Uruguay, los montoneros en Argentina. Con el respaldo del Pentágono, se convierten en un partido militar que incursiona en la administración del Estado bajo los lineamientos de la doctrina de la seguridad nacional que identifica enemigos externos –el comunismo internacional- y aliados subversivos internos a los que hay que combatir a muerte. Dentro de las fuerzas armadas latinoamericanas, sin embargo, encontramos diversas matices que van desde los gobiernos de Pinochet o Videla, abiertamente represivos y fascistoides hasta regímenes nacionalistas como los de Rodríguez Lara en Ecuador, Velasco Alvarado en Perú u Omar Torrijos en Panamá que plantean reformas y políticas tibiamente anti- imperialistas.

A finales de la década del 70, el triunfo de la Revolución Nicaragüense abre un espacio de esperanza en América Latina y hace ver que las dictaduras pueden caer por la vía que menos desean: por medio de un movimiento armado como el sandinista que incorpora amplios sectores de la población.

Los gobiernos militares comienzan a sufrir un desgaste acelerado, corroídos por la corrupción, la crisis económica y una política violatoria a los derechos humanos. Antes que la situación se salga de control se plantea el retorno a la democracia, política que es alentada por la administración demócrata estadounidense de Jimmy Carter.

En la década de los ochenta, casi todos los países latinoamericanos vuelven a los regímenes de democracia formal. Los regímenes nacidos de la elección popular comienzan a afrontar las secuelas que dejaron los militares: impunidad, crisis económica que tiene su origen en el endeudamiento agresivo e irresponsable de la década de los 70.

En 1982 estalla la crisis de la deuda. Algunos países se declaran insolventes, no pueden cubrir ni siquiera los intereses del capital prestado. En lugar de arribar a acuerdos entre deudores que permitan al menos plantear condiciones comunes a los acreedores, los nuevos gobiernos caen en la trampa de los acuerdos bilaterales con el imperio.

Nuevos actores, todopoderosos y supranacionales, reaparecen en el escenario latinoamericano: el FMI y el Banco Mundial. Estos dictan los planes de ajuste que deben ser cumplidos al pie de la letra por los gobiernos so pena de no recibir nuevos créditos que servirán para pagar las viejas deudas.

Los pueblos son sometidos por los gobiernos “democráticos” a un despiadado castigo: devaluaciones de la moneda, hiperinflación, recortes de los gastos de educación, salud y seguridad social. Todo en función del pago de la deuda y del “desarrollo hacia afuera”. Esto coincide con la propagación en el mundo del neoliberalismo, doctrina a la que adhieren Reagan y Bush en Estados Unidos, la Thatcher en el Reino Unido y Pinochet en Chile, país que pasa a convertirse en América Latina en el ejemplo y la vitrina que exhiben los seguidores del nuevo catecismo.

“Lo que llamamos comúnmente neoliberalismo no es una mera doctrina económica, es en su conjunto, una constelación estratégica para la renovación del modo de producción capitalista en el mundo. En cuanto estrategia de reorganización global toca con todo el orden social capitalista, desde la familia y la reproducción, pasando por el Estado hasta la forma y el ritmo de circulación de las mercancías”, escribe Fernando Rojas en la revista Colombiana Solidaridad (Número 164, mayo 1991). De acuerdo a la nueva doctrina, la palabra desarrollo ya no existe. La sustituye el lenguaje del mercado y de su apertura. El Pacto Andino y otros acuerdos de integración subregional pierden su sentido original para dar paso a las zonas de libre comercio en las que imperan los afanes puramente mercantilistas de las burguesías y de las transnacionales que amplían sus mercados.

“No se habla más de dependencia, pretendidamente porque la teoría de la dependencia resultó equivocada. No obstante, ahora existe sometimiento total, dependencia total, pero ya no se permite hablar de dependencia. De hecho, la teoría de la dependencia de los 60 atestiguaba que todavía había espacio para la independencia. Se deja de hablar de dependencia cuando esta es completa. Al buscar el sometimiento total y al aceptarlo, interiorizándola se deja de percibir la dependencia. Por lo tanto se trata de prohibir hablar de ella,” escribe Franz Hinkelammer.

Con la crisis de la deuda externa se generalizan las economías de exportación. “Exportar y obtener divisas”, es la nueva consigna. Quedan en un segundo plano las políticas para alimentar a la población o producir bienes para el mercado interno. Ante la caída dramática de los precios de las materias primas, queda un último recurso: la venta de nuestra escuálida mano de obra que es ofrecida, como gran novedad, a las maquiladoras de las transnacionales.

“La economía neoliberal -de exportación y pago de la deuda- no soluciona la crisis del desarrollismo, sino la extrema. Disuelve, junto con la cancelación de las políticas de industrialización, una buena parte de las industrias nacionales. El pago de la deuda es el pago de “ayudas” para el desarrollo, y para pagarlos, se destruye el desarrollo financiado con estas ayudas. Se renuncia a una política de exportación industrial, pero se vuelve a la exportación de tipo tradicional anterior (…). “Se renuncia igualmente al Estado de bienestar y sus reformas: hasta donde se puede, se privilegia la salud, la educación, la vivienda, las propiedades agrarias tradicionales, comunitarias o producto de reformas agrarias anteriores. No se busca un crecimiento económico capaz de arrastrar la fuerza de trabajo entera para integrarla a la economía del país, sino que la política neoliberal se declara no responsable por la suerte de los expulsados y de los marginados. Se los culpa más bien de su fracaso”.

Los gobiernos de democracia formal se sustentan en los mismos esquemas de seguridad nacional, que constituyen las bases de las dictaduras. La lucha contra el “comunismo internacional”, es reemplazada por la “guerra al terrorismo y al narcotráfico”.

Un esquema como el neoliberal –que empobrece y excluye a las mayorías y concentra la riqueza en niveles nunca antes vistos- solo puede mantenerse mediante la fuerza y la violencia. Las instituciones militares y policiales son fortalecidas y su misión es anular cualquier manifestación de oposición.

Las democracias conservan sus características formales –elecciones, parlamento-, pero acentúan sus rasgos autoritarios. La tortura, las desapariciones, los asesinatos extrajudiciales, resultan ahora compatibles con los derechos humanos. Los movimientos de derechos humanos son desacreditados como perturbadores de la estabilidad y del orden.

En el campo ideológico, el nuevo modelo se basa en el endiosamiento del mercado y la libre competencia. Quien se integra al mercado existe, quien cuestiona sus reglas por poco merece ser eliminado. Para consolidar el nuevo modelo, es fundamental el fraccionamiento de los sectores populares, debilitarlos, impedir que se acerquen entre sí y planteen alternativas.

Frei Betto escribe: “Esta estrategia se basa en la puesta en marcha de ciertos mecanismos que constituyen una verdadera política de desorientación social que actúa fundamentalmente en tres niveles:

A. La atomización de la sociedad en grupos con escasa capacidad de poder

B. La orientación de esos grupos hacia fines exclusivos y parciales que no susciten adhesión

C. La anulación de su capacidad negociadora para celebrar pactos”.

A la fragmentación se une la cultura de la desesperanza y la insolidaridad. Se pregona el individualismo, se anulan las salidas colectivas a las crisis. Aparentemente no hay alternativas frente al modelo neoliberal, sobre todo luego de la caída del socialismo real.

La sociedad neoliberal es la sociedad del miedo. Se exageran los peligros –la delincuencia, las drogas, el terrorismo- y se efectúan verdaderas campañas de guerra sicológica que colocan a la sociedad en un permanente estado de indefensión y zozobra. Luego viene la tabla salvadora, el operativo militar o policial mediante el cual el Estado extrae el cáncer de la delincuencia, el narcotráfico, la subversión, devuelve tranquilidad y restablece el orden público.

La lucha de los obreros y empleados públicos es estigmatizada y penalizada. A los primeros se les acusa de ser privilegiados en relación a los subempleados e informales, pues tienen un empleo y sueldo seguros. A los segundos se les atribuye la responsabilidad de la crisis económica en el aumento del gasto público, que, según la doctrina neoliberal, es la principal causa de la espiral inflacionaria.

Las clases dominantes dejan de ser cuestionadas como minorías privilegiadas. Su lugar es ocupado por las burocracias que son presentadas como las causantes de todos los males.

Las democracias en América Latina tienen un denominador común: la corrupción de las élites políticas que luego de llegar al poder por medio de elecciones generales incumplen sus promesas de trabajar para mejorar las condiciones de vida de las colectividades que las eligieron. Se dedican más bien a favorecer a familiares, amigos o grupos allegados al poder.

La corrupción mina los cimientos de las democracias formales, en tanto que la frustración y la desconfianza de la ciudadanía en la “clase política” se van extendiendo.

El papel de los medios

El campo de las comunicaciones ha experimentado una verdadera revolución tecnológica que coincide con el estreno del Nuevo Orden Mundial liderado por Estados Unidos. Millones de espectadores en todo el mundo pueden ver, sentados en sus casas, imágenes en vivo y en directo de la guerra de Irak o el desembarco de las tropas norteamericanas en las playas de Somalia. En este último caso, se dio el hecho insólito sin precedentes de que los camarógrafos se adelantaron a los marines y los estuvieron esperando justo en la zona prevista para el desembarco.

“En Estados Unidos, los medios de comunicación han llegado a un nivel extremadamente avanzado y variado. Por medio de la radio, televisión, satélites, videos, audiocaseteras, teléfonos celulares, computadoras y faxes, la información estadounidense puede llegar hasta el último rincón de este planeta”.

Pero los adelantos tecnológicos no aseguran que los países del Tercer Mundo estemos mejor informados o que se hayan producido avances en la superación de los desequilibrios informativos. Las agencias de noticias y las cadenas de televisión de los países desarrollados se han fortalecido y nos ofrecen su propia versión de los hechos, su visión unilateral e interesada de los fenómenos mundiales.

“En realidad lo que Estados Unidos exporta al mundo no es tanto tecnología –satélites, video, grabadoras, cine, música, revistas- sino información: su cultura y su ideología. Se ha dicho, inclusive, que lo derrotó a la Unión Soviética fue la información cultural; el rock y los pantalones Levis”, llegan a decir algunos.

Los medios de información tradicionales en América Latina –muchos de los cuales han introducido sofisticados avances tecnológicos- dependen en alto grado de los servicios de las agencias de noticias, de las cadenas de televisión y radio de los países desarrollados. Lo que hacen, muchas veces, es reproducir de manera acrítica los despachos o servicios que reciben, con lo cual se da la paradoja de que miramos la realidad latinoamericana con el lente prestado de los países capitalistas más poderosos.

Los grandes medios, salvo excepciones, se han adherido al proyecto neoliberal, contribuyendo de manera decisiva a interiorizar en la población las “bondades” de la “economía social de mercado”.

La reiteración es uno de los recursos a los que con frecuencia recurren. Por ejemplo, en el Ecuador, durante el período 1988-1991, los principales diarios insisten en las deficiencias de las empresas del Estado y en la “urgencia” de que sean privatizadas para mejorar los servicios públicos.

En un estudio sobre la privatización y la opinión pública se encontró que de 390 unidades informativas “El Comercio es el que más publicaciones tiene con 110 unidades informativas, o sea el 20% del total; le sigue en importancia el diario Hoy con 77 unidades, es decir aproximadamente el 20%, El Telégrafo con 19%, El Universo con el 15% y finalmente El Mercurio con el 9%”.

Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Al cabo de este bombardeo informativo, el resultado final es que la “necesidad de privatizar” va convirtiéndose en una “verdad” y en “una necesidad indiscutible”, mientras las opiniones discordantes de organizaciones populares o sindicales son minimizadas o francamente ignoradas.

Este ejemplo no hace sino recordarnos de que la información no ha sido ni es “imparcial” o “apolítica”, pues los propietarios de los medios deciden qué temas priorizar, qué despliegue deben tener, qué imágenes o fotos deben llevar y en qué momento deben ser dadas a conocer.

En esta preselección de las noticias juega un papel decisivo la ideología del editor. Si la ideología neoliberal prioriza “lo privado”, en desmedro de “lo público”, es explicable que los dueños de los medios de información, que constituyen instituciones privadas, defiendan tan vehemente la defensa del sistema y el modelo neoliberal que lo apuntala.

Manuel de J. Real, columnista de la revista Vistazo, la de mayor tiraje en Ecuador, define el rol de los miedos de información en los siguientes términos: “la sociedad es la que tiene derecho a ser informada y ese derecho lo ejerce a través de las empresas de comunicación que pasarían a ser sus delegatarias”.

Las empresas de la información se autoasignan la representación de la sociedad. Cualquier crítica o cuestionamiento al modelo de información dominante es interpretado como una violación a la libertad de expresión. La libertad de expresión es equivalente a la libertad de empresa.

Pero los medios se desenvuelven en una realidad que no se puede tapar: están concentrados en manos de grupos monopólicos que imponen un sistema de información vertical y anti-democrático del cual están excluidos grandes sectores sociales y grupos organizados.

Esto último no siempre es percibido con claridad, pues los medios se mueven hábilmente en el sistema democrático, aparentando un espíritu de pluralidad y apertura a las más variadas corrientes de opinión.

Es de destacar los múltiples lazos que unen a los medios con los grupos bancarios, financieros, comerciales, industriales, agrarios y con el propio Estado. Estos lazos vienen dados, principalmente, por la publicidad que se convierte en el instrumento condicionante de la política informativa de los medios.

Ningún medio se financia con las ventas o suscripciones. En América Latina, los principales periódicos se financian en un 80% de la publicidad. Los espacios no comerciales como las noticias y las informaciones culturales constituyen mercancías sujetas a las leyes de la oferta y la demanda.

Cuando un medio tiene una primicia informativa aumenta su circulación y se convierte en el preferido de las agencias de publicidad y de los anunciantes.

El sensacionalismo, la pornografía, la crónica roja son algunos de los mecanismos que utilizan no pocos medios en su afán de impactar en el público. Es revelador el dato de que en los once canales de televisión ecuatorianos, apenas el 3% de la programación esté dedicada a las temáticas educativas y culturales.

Los periódicos y revistas van cambiando a tono con lo que se ha dado en llamar el “posmodernismo”. Cuentan con adelantados sistemas de computación e impresión a todo color. Supuestamente, para competir con la televisión, van sustituyendo los reportajes y las investigaciones profundas con fotografías, pastillas informativas y abundantes páginas de publicidad y diversión que duplican o triplican a los espacios noticiosos.

“Como se comprenderá sin esfuerzo, este fenómeno implica la desinformación de la gente, su desvinculación con la realidad y, por consiguiente, la apatía y pasividad, lo cual va muy bien con las prácticas dictatoriales del Nuevo Orden Mundial, aunque ella se disfrace de libertad y democracia”.

La comunicación alternativa

En América Latina, en contraposición a este sistema dominante de información, han surgido, en las últimas décadas, medios alternativos ligados a grupos populares, organizaciones no gubernamentales, gremiales y eclesiales que reivindican formas de comunicación horizontales, participativas y democráticas.

Radios populares y comunitarias, periódicos sindicales, revistas de fundaciones progresistas, redes de video popular son ya una realidad.

Cuentan con una experiencia acumulada y capacidad profesional y técnica que les ha permitido llenar un vacío en el campo de las comunicaciones y tener una aceptación creciente en el público.

Basta mencionar algunas publicaciones como Noticias Aliadas del Perú, Colombia Hoy y Opción de Colombia, Noticias de Guatemala, Brecha de Uruguay, Análisis de Chile, Pensamiento Propio de Nicaragua, Aquí de Bolivia o Punto de Vista de Ecuador para tener una idea de que es factible y posible desarrollar experiencias de comunicación diferentes.

Los medios alternativos han abierto sus espacios a las denuncias de las organizaciones de base, a los análisis de la intelectualidad progresista, a las demandas de cambio social. Han acompañado la lucha de los trabajadores, los indígenas, las mujeres, las comunidades eclesiales, los jóvenes. Han luchado contra los gobiernos autoritarios, dictatoriales o falsamente democráticos, contra la corrupción y las políticas neocoloniales del Imperio. Han defendido los derechos humanos y la ecología. Han aportado a la unidad y a la orientación de los movimientos sociales en circunstancias internacionales muy difíciles de arremetida neoliberal.

Desde el punto de vista autocrítico cabe, sin embargo, hacer unas cuantas observaciones:

- Algunos de nuestros medios aún se sitúan en el campo de lo marginal, lo pequeño, lo contestatario. No hemos podido alcanzar la masividad sin descuidar nuestro contenido y nuestra razón de ser.

- No hemos podido tener redes que nos permitan intercambiar información y experiencias y desarrollar la capacitación técnica y profesional.

- Contamos con recursos materiales limitados que no nos permiten desarrollarnos.

- Los procesos inflacionarios y en particular el aumento de los costos del correo, los insumos de imprenta y equipos de computación, amenazan la supervivencia misma de nuestros medios. Por otro lado, también tiene un impacto notable la disminución de las “ayudas para el desarrollo” de los grupos solidarios de los países desarrollados, muchos de los cuales consideran como no prioritarios los proyectos de comunicación.

Nuestros medios tienen que seguir viviendo y desarrollándose pues están llamados a cumplir un importante papel en las condiciones de América Latina. Trabajar en alternativas al modelo neoliberal, cultivar la solidaridad, hacer ver que hay esperanza, que es posible alcanzar ordenamientos económicos, sociales y políticos justos, son algunas de las metas que tenemos por delante.

Para concluir, transcribimos una reflexión de Nila Velásquez, periodista ecuatoriana, sobre la prensa alternativa: “Deberían multiplicarse los informativos barriales y gremiales, y auspiciarse todas las posibilidades de organización popular que busquen educar, participar, conocer, supervisar, difundir información y comunicar sus expresiones acerca de la manera en que la administración pública están respondiendo a sus necesidades prioritarias. Entonces estaríamos preparándonos para una democracia en que la ley es conocida y entendida por todos y el conocimiento amplio de los acontecimientos y realidades ofrecido a los ciudadanos de manera continua, le permita contribuir al bien común y contribuir al mandato del pueblo. El ejercicio democrático no terminaría entonces en la acción de sufragar, sino que apenas empezaría cuando al depositar su voto lo haga por ciudadanos cuya acción vaya a conocer, criticar, rechazar, enmendar, porque al compartir la información podrá comenzar entonces a compartir efectivamente también el poder”.

- Ponencia presentada por el autor en el II Encuentro “Caminos de Integración”, realizado en La Paz, Bolivia, del 14 al 19 de febrero de 1993, con la participación de comunicadores y comunicadoras de Bolivia, Italia, Brasil, Chile, Ecuador, Argentina, Nicaragua y Perú. Eduardo Tamayo G. es  director del semanario Punto de Vista, que se edita en Quito, Ecuador.

https://www.alainet.org/es/active/22336?language=es
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS