Vamos de nuevo, Simón
20/04/2002
- Opinión
Si respetan los templos y los dioses de los vencidos, los vencedores
se salvaran (Esquilo)
Durante la guerra de independencia de México las tropas realistas
fusilaban las imágenes de la Virgen de Guadalupe, o las destripaban a
machetazos allí donde las trincaban, sin respeto.
Conforme al dictamen de prestigiosos doctores dominicos, la fealdad de
La acción era perdonada por la bondad de la intención. Naturalmente
en el lugar de la Virgen finada los realistas dejaban bien puesta la
imagen de otra Virgen, castellana, Virgen verdadera, mil veces más
santa que la ajusticiada.
Y es que el principio de Esquilo es un cáliz, peor que la cicuta, de
la que no tragan los vencedores cuando su propósito es mantener el
yugo sobre los vencidos. Entonces dioses y templos tienen que ser
destruidos, de lo contrario dioses y templos volverán reclamando sus
fueros.
Por eso en los consejos de las empresas mineras, en Wall Street o en
los círculos de negocios petroleros o fruteros, programan la próxima
limpieza del patio trasero latinoamericano, planifican la liquidación
de Farabundo Martí, de Sandino, de Arbens, de Cárdenas de Góulart, de
Castro, de Allende, de Chaces o de Tula, sin mentar siquiera. La
genialidad de Neruda, la creatividad del mestizaje. la grandeza de
los Andes, la inmensidad del Orinoco, la eterna lealtad de los indios
de la provincia de Zamora, en Ecuador, que aún llevan luto por
Atahualpa, la dignidad de Artigas o el espanto de la guerra del Chaco,
la perra de la sed, o la gesta jesuita en Misiones...
Sucede, sin embargo, como advirtió Esquilo, que cuanto menos se
respeten los templos y dioses de los vencidos, tanto más frágil es la
victoria de los vencedores.
Cuanto más se oprima a los pueblos y naciones, tanta más materia
inflamable se acumula en el encendido pozo de las contradicciones, y
cuando quiera, la boca del pozo las vomita, con la fuerza de los
volcanes, y entonces se abren amplias avenidas y vuelven los pueblos a
pisar nuevamente las calles, las mismas calles que ayer caminaban
intimidados, como extranjeros, y ahora pisan con fuerza, como si fuera
de ellos, como si fuera de ellos la tierra donde están enterrados sus
muertos, la tierra donde ellos amaron y trabajaron y donde en hogares
de hambre nacieron y con sangre de cebolla los amamantaron mujeres
morenas derramadas hilo a hilo sobre los cunas, y donde nacieron sus
hijos, y donde ellos vivieron como pidiendo permiso. Y marchan por
centenares, por miles, por centenares de miles, por millones, plenos,
y sólo se detienen a llorar por los ausentes.
Si en la América Latina existía un país destruido en sus valores
culturales y en sus identidades nacionales, ese país era Venezuela.
Si existía un país donde el generalato de los grandes partidos, de los
poderes del estado y de los sindicatos, estaba secuestrado por una
mafia de burócratas que formaba bloque con la oligarquía financiera y
el capital internacional, ese país era Venezuela. Si existía un país
donde los cauces ordinarios para la organización, defensa y
movilización popular se encontraban descompuestos por la corrupción y
el soborno, ese país era Venezuela. Si existía un país donde el
contraste entre la miseria de la inmensa mayoría y la opulencia de la
minoría era capaz de ofender hasta la sensibilidad de un antropófago,
ese país era Venezuela.
Pero si habla un país donde toda esa nata de putrefacción flotaba
sobre los más agudos antagonismos de clase, sobre la más salvaje
explotación de los trabajadores, sobre el más infame océano de
marginación social y sobre el mayor sentimiento de humillación
nacional ese país también era Venezuela.
Podían en Venezuela dinamitar las estatuas ecuestres de Bolívar, hacer
hogueras con los retratos de Miranda, prohibir la lectura de Otero
Silva o de Rómulo Gallegos, llevar, a la silla eléctrica a la Virgen
de Coromoto, clausurar las areperas y las destilerías de ron, abrir en
su lugar un millón de hamburgueserías, podrían hacer retroceder hasta
el subconsciente la memoria nacional... pero ¿Cómo evitar que los
vencidos hayan tenido sus dioses y templos?. ¿Cómo impedir que
revivan en la memoria, Simón Bolívar, Simón, caraqueño americano?
¿Cómo impedir que vuele como candela tu voz, Simón?, ¿Cómo negarle a
la historia que sea historia?, ¿Cómo evitar los mil mundos que hay en
el mundo?
Se puede multiplicar por cientos y por miles la reserva de denarios
para invertir en el soborno y en la traición, pero nunca habrá
suficiente para que de cada doce, más de uno sea un Judas a quien
espera pacientemente su higuera, ¿se puede sobornar a toda una clase,
a todos los asalariados, a todos los intelectuales? ¿Se puede sobornar
la miseria y la humillación nacional? ¿Durante cuanto tiempo?
A determinado nivel de condensación, las nubes descargan por el rayo.
La traición desató la tormenta sobre Venezuela. Y bajaron de los
cerros, vinieron de los ranchitos, cartón y hojalata y penitas
grandes, y de las fábricas, y de las tierras de sudor barato, anchas
pero ajenas; eran negros y mulatos, blancos, mestizos inundaron las
calles, codo a codo, y fueron para Miraflores, y con ellos estaban los
intelectuales de Simón Rodríguez y Miranda, y los soldados de
Carabobo, los de las lanzas coloradas, de Bolívar y de Sucre, y los
indios, caramba, por su destino... eran más de un millón, preciosa
joya, y se rindieron, cobardes, los milicos felones, y renunció,
deportivamente, el capo de los capos, el patrón de patrones, y se
rajaron despavoridos los traidores de la Central de Trabajadores, los
peores.
Y entonces, ¿cómo no revivirte en la memoria Simón? Si por todo el
tiempo vuela como candela tu voz, Simón Bolívar, Simón, antes de que
todo se hunda, vamos de nuevo Simón.
Joaquín Sagaseta Paradas, Islas Canarias
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