Chévere

23/04/2002
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Fase uno. Diciembre de 1998. Las multinacionales del petróleo, la banca, los medios privados de comunicación y todas las fuerzas de la reacción, convencidas de su triunfo, se vuelcan en apoyar al candidato de la oligarquía venezolana, Humberto Salas. Punto central de su programa: privatizar PDVSA, la compañía estatal del petróleo. Sin embargo, Hugo Chávez, apoyado por la izquierda, gana con el 81% de los votos. Y pone los beneficios del petróleo al servicio de las mejoras sociales. Fase dos. Desde ese momento, se pone en marcha la conspiración. Se reúnen en Santo Domingo agentes de la CIA y de la Fundación Mass Canosa, Carlos Andrés Pérez, Pedro Carmona (presidente de Fedecámara), Carlos Ortega (presidente de la corrupta central sindical CTV) y Thor Halvoorsen (ex asesor del Departamento de Estado USA). Se inicia la asonada golpista, con paros patronales y pronunciamientos “espontáneos” de militares comprados. Fase tres. Las televisiones privadas lanzan una campaña histérica, convocando cada diez minutos a la manifestación antigubernamental. Reúnen unas cien mil personas, que son dirigidas hacia el palacio presidencial, en torno al cual había unos cinco mil manifestantes chavistas. Fase cuatro. Unos oportunos francotiradores de la policía metropolitana de Caracas, mandada por el reaccionario alcalde Alfredo Peña, dispara contra los chavistas, matando a unas dieciséis personas e hiriendo a un número mucho mayor. Las televisiones, sin embargo, lo presentan al revés. Y la prensa internacional, en manos de las agencias norteamericanas, hace de caja de resonancia a la mentira. Un grupo de militares detiene en su despacho a Chávez. Nueva mentira: no es un golpe, sino que Chávez ha renunciado. Hasta aquí, todo marcha según el manual de operaciones de la CIA. El gobierno español saluda encantado al gobierno golpista. El PSOE hace lo mismo. El presidente del Gobierno canario justifica efusivamente el golpe, y manda a un alto cargo a entrevistarse con las autoridades golpistas. Pero sucede lo que no prevén los “brillantes” analistas. Los trabajadores de las barriadas se lanzan a defender a su presidente constitucional. Más de un millón, sólo en Caracas, defendiendo la democracia. Las televisiones occidentales, contrariadas, hablan de “turba”. Los militares dudan. Sus soldados se niegan a disparar contra el pueblo. Cambio de bando. La gusanera sale por patas. Queda en evidencia la profundidad de las supuestas convicciones democráticas de partidos y medios de comunicación occidentales. Volverán a intentar el golpe, sin duda. Pero, mientras tanto, chévere, venezolanos. (tsantana@idecnet.com)
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