Lavar la bandera, una provocación a la conciencia

13/08/2007
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Desde que habita en la Plaza de Bolívar, el profesor Gustavo Moncayo sale a lavar la bandera de Colombia todos los días a las cuatro de la tarde. El acto se ha convertido en un ritual de este caminante que llegó a la capital de la República tras su recorrido de 46 días desde su natal Sandoná, en Nariño, buscando sensibilizar a todo un país sobre la importancia de un acuerdo humanitario entre el Gobierno nacional y la guerrilla de las Farc para alcanzar la liberación de cientos de secuestrados, entre ellos su hijo Pablo Emilio, suboficial del Ejército que ajusta 10 años en cautiverio, y de insurgentes presos en las cárceles colombianas.

Cada vez que Moncayo ha sido interpelado sobre el gesto de lavar la bandera en una vasija plástica, dice que a través de ese acto pretende “limpiar al país de odios”, esos que impiden que tanto el Gobierno como la insurgencia lleguen a un acuerdo para lograr el intercambio humanitario.

El acto de lavado de la bandera, en la Plaza de Bolívar, en cuyo vecindario se concentran los poderes públicos del país, es una manera simbólica de confrontar a quienes desde sus trincheras permanecen impávidos ante el hecho de mantener en cautiverio por varios años a decenas de policías, militares, políticos y gente del común, y ante la intransigencia de un Estado que prefiere el fuego y la sangre para liberarlos antes que el consenso. La iniciativa del profesor Moncayo es una lucha llena de significados cuya esencia apunta a trastocar la conciencia individual y colectiva de los colombianos y su manera de ver y sentir el tema del acuerdo humanitario.

La acción de lavado vespertino del profesor Moncayo evoca aquel movimiento de protesta que surgió en el año 2000 en Perú, llamado Lava la Bandera, una iniciativa del Colectivo Sociedad Civil que se instauró en plena Plaza Mayor de Lima en medio de la pugna por la Presidencia de ese país, como un ritual participativo de limpieza a través del cual se pretendía socavar la conciencia del pueblo peruano y derrotar al entonces presidente Alberto Fujimori, favorito en la segunda vuelta electoral.

El gesto simbólico, que comenzó el 20 de mayo de ese año, durante la llamada Feria de por la Democracia, fijó una acción que se desarrollaría, cada viernes, en la Plaza Mayor de Lima, delante de la sede de Gobierno, un espacio de poder tan emblemático en Perú como lo es la Plaza de Bolívar en Bogotá.

Narra Víctor Vich en el documento Desobediencia simbólica Performance y política al final de la dictadura fujimorista, que el objetivo de lavar la bandera fue el de producir una imagen emocional que pudiera remover la conciencia colectiva a partir del cuestionamiento de la más estable base simbólica de la nación.

“Sus creadores decidieron aprovechar la bandera peruana para poner en escena toda la corrupción a la que el régimen de Alberto Fujimori nos había conducido. Las ideas motoras no son difíciles de descifrar: la patria estaba sucia, putrefacta, durante la última década la había ensuciado aún más Fujimori y, por tanto, era necesario lavarla -con jabón y batea- en un espacio altamente representativo de la vida social, la plaza pública”, explica Vich, doctor en Literatura Hispanoamericana en Georgetown University, de Estados Unidos, profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú e investigador principal del Instituto de Estudios Peruanos (IEP).

Cuenta Vich que cada viernes, de doce del día a tres de la tarde, muchos ciudadanos comenzaron a acudir a la Plaza Mayor de Lima y en medio de bateas rojas, agua limpia y “jabón Bolívar” se procedía, públicamente, al lavado de la bandera peruana. “Con el pasar del tiempo, las colas fueron incrementándose y mucha gente de diferentes clases sociales asistió a la plaza con el objetivo de expresar su protesta. Una vez limpia, la bandera era meticulosamente exprimida y luego colgada en los grandes tendederos que, ahí mismo, delante de la sede del gobierno, se habían implementado y que convertían dicho espacio en un espectáculo más que sorprendente”.

Gustavo Buntinx, miembro fundador del Colectivo Sociedad Civil, asegura en el texto El Colectivo Sociedad Civil y el derrocamiento cultural de la dictadura de Fujimori y Montesinos que la acción de lavar la bandera representó “la presión de un sector de la sociedad civil que no quería dar su brazo a torcer y que había decidido conducir la protesta hasta sus últimas consecuencias. Es decir, todos los ciudadanos que nunca estuvieron de acuerdo en negociar políticamente con un régimen ya muy claramente mafioso y corrupto encontraron en Lava la Bandera su mejor lugar de resistencia. Por ello, esta performance llegó a convertirse en la vanguardia estratégica del movimiento opositor y, curiosamente, su difusión fue cada vez más en aumento”.

Fue tal su impacto que en los departamentos y provincias del Perú comenzaron a lavar la bandera en sus respectivas plazas públicas centrales, siempre cercanas al poder, y por lo menos 20 comunidades peruanas en el extranjero hicieron lo mismo, con lo que atrajeron la atención de la prensa internacional sobre la situación política del país inca.

De acuerdo con Vich, y para el caso peruano, “a partir de elementos muy comunes y de prácticas tan habituales, esta performance puso de manifiesto las conexiones entre vida cotidiana y política, y demostró que la construcción de un nuevo sujeto -un sujeto ciudadano diferente- bien podía partir de una radical interpelación simbólica. Yo creo que los significados básicos que Lava la Bandera intentó restituir en la cultura nacional, digo, en el medio de una absoluta crisis política, fueron el de la transparencia en la gestión pública y la necesidad democrática de la participación popular”.

En ese sentido, tanto en el Perú fujimorista de comienzos del siglo XXI como en la Colombia actual, el acto de lavar la bandera es todo un juego de significantes, pues tanto la bandera, con su sentido de unidad nacional; la plaza pública, en alusión a la centralidad de los poderes públicos, y la acción de echarla en jabón y enjuagarla, se convierten en un acto de una gran carga simbólica y política que pone de manifiesto un sentimiento de rebeldía contra el estatu quo nacional y sugiere una renovación total de todas aquellas estructuras que componen los poderes públicos.

Por ello, el acto vespertino del profesor Gustavo Moncayo de salir a la Plaza de Bolívar en Bogotá a lavar la bandera de Colombia es hoy, en el país, una de las pocas provocaciones públicas para derrocar la conciencia de quienes, por acción u omisión, impiden lograr el consenso necesario para alcanzar el acuerdo humanitario. ¿Cuántos más se atreverán a lavar la bandera?

- Juan Diego Restrepo E. es Editor Agencia de Prensa IPC

Medellín, Colombia
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