La memoria es el arma de la historia

25/03/2007
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Las calles de la ciudad (Buenos Aires) hirvieron de nuevo. Con fervor de recuerdos, con lágrimas en los ojos fijados en las fotos de los tragados por la represión, con pasión de gritos venciendo los silencios y los miedos, con elocuencia de inmensas pancartas rebeladas contra todas las censuras, con seriedad de mayores que fueron protagonistas y bullicio de jóvenes que se apoyan en el pasado para construir el futuro. Fue la tarde del 23 de marzo. De Colón y Cañada hasta Plaza San Martín. Diez, quince mil personas, no importa la exactitud de los números cuando se está escribiendo en el calendario nacional una historia nueva que borra fechas trágicas para remplazarlas por las de la libertad y la esperanza. Los pequeños incidentes de siempre. Pequeños porque obedecen a distintas situaciones personales, políticas, de análisis diversos, de exigencias más fuertes, de insatisfacción por tantos desengaños con las actitudes y promesas oficiales, de desconfianza por el clima electoralista que parece teñirlo todo. Pero todos embanderados con la justicia. Con la que se construye sin borrar la memoria, con la que es capaz, desde el pueblo, de reconstruir una nación

El día siguiente, sábado 24, trigésimo primer aniversario del golpe militar, fue lluvioso. La Perla, el gran símbolo de los campos clandestinos de represión del interior durante la dictadura militar, por las crueldades sin límite y la cantidad, entre 2.000 y 2.500 hombres y mujeres que pasaron por sus cuadras. Silenciosamente con palabras cortadas y gestos disimulados, ellos se habían comprometido con enterar al mundo, si salían algún día, del horror que se vivió allí dentro. Y el día llegó. La memoria del horror tendrá un lugar en Córdoba. Guardando las declaraciones de los testigos. Un lugar en que puedan entretejerse de nuevo la verdad y la justicia.

El acto del Sábado, multitudinario y desordenado por causa de la lluvia, no perdió sin embargo, lucidez. Lo conmovedor del lugar, conocido por las noticias de huesos desparramados, de cuerpos fusilados junto al pozo que los sepultaba, de torturas innobles y cobardes como la de un Gral. dando patadas a un joven sentenciado a la muerte, y hasta de lanzamiento de cuerpos para estrellarlos contra el suelo desde un helicóptero, envolvió el ánimo de todos cuando la voz emocionada y firme de Sonia Torres y la viuda de Di Tofino se lanzaron por los micrófonos, traspasando los paraguas y los corazones, y cosechando entusiastas aplausos para su valentía y su dolor.

La generosidad y amplitud del discurso y el espíritu del acto se mostró claramente en la disponibilidad de los oradores para no encerrase en su dolor y en los derechos humanos violados por la dictadura, sino extenderse a las causas motivantes y a las consecuencias que perduran, con la impunidad, con la injusta distribución de las riquezas, con el desempleo y con el hambre que hieren profundamente la dignidad del ser humano.

Las canciones de León Gieco, "La memoria" y "Como la cigarra" se hicieron pesadas con cada una de sus palabras sembradas en ese lugar en que el horror de la represión trató de hacer desaparecer los ideales y las canciones juveniles

El discurso del presidente tuvo dos puntos muy fuertes. En uno de ellos reclamó a la Justicia lo que el pueblo reclama, prontitud para tratar los juicios, y se quejó de la indolencia o indiferencia de los jueces, fiscales y cámara de casación que miran hacia otro lado. Expresó que no podía hacerlo solo por más que quisiera y pidió al pueblo que siguiera de pie para lograr una verdadera justicia.

En el otro, prácticamente desafió por cobarde al Sr. Luciano Benjamín Menéndez principal y obstinado animador de las torturas y vejámenes en La Perla y se pronunció porque pasara sus días en una cárcel común como cualquiera de los delincuentes. Y al mismo tiempo pidió perdón a la historia y a la nación por la apatía que nos hizo esperar tantos años para abrir los ojos y las puertas a la verdad y a la justicia, y agradeció la valentía de todos los que no dejaron de luchar aun cuando todo parecía inútil.

Luego se hizo una visita al lugar del horror, la cuadra en que se alojó a la mayoría de los prisioneros y tragó con sus paredes, sus gritos, su dolor y su impotencia.

Después, concluido el acto, banderas flameadas a montones, gritos de victoria y de aliento para continuar la lucha, cabezas bajas conmovidas por la emoción y en medio de todo, una sonrisa de satisfacción. El arma de la memoria ya estaba funcionando en nuestra historia.

- José Guillermo Mariano (pbro)
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