Guerra Civil en Irak
04/10/2006
- Opinión
Recientemente, en unas declaraciones cargadas de una cierta ingenuidad, el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, aseguraba que existía un riesgo claro de que el conflicto de Irak desembocase en una guerra civil. ¿Acaso no está ya este país viviendo una guerra abierta entre suníes y chiíes, por un lado, y entre kurdos y el resto de la población, por otro? ¿Y, acaso, la ocupación anglo-norteamericana no es contestada abiertamente por una resistencia organizada, armada y con una enorme capacidad de actuar y matar? Si Irak no está en guerra, como creen las Naciones Unidas con su máximo responsable al frente, está muy claro que algo está fallando en nuestro sistema internacional y que vamos por el peor de los caminos. ¿Tanta ceguera puede haber en las altas esferas? Ni siquiera los Estados Unidos han ido tan lejos en su cinismo, pues ya sus servicios secretos han reconocido que la guerra de Iraq ha generado más terrorismo y más confrontación en Oriente Medio. Es decir, que estamos mucho peor que antes de la intervención.
Y es que, por mucho que se empeñe en ocultarlo el Secretario General de las Naciones Unidas, Irak padece ya una guerra civil. Quizá el máximo responsable de esta organización internacional evita, con este juego léxico, por llamarlo de alguna forma, no contrariar a la actual administración norteamericana. Los frágiles equilibrios de este país árabe tan complejo, tanto en términos étnicos como políticos, saltaron por los aires en el año 2003, cuando Estados Unidos invadió Irak sin el apoyo y la legitimidad de las Naciones Unidas y secundada por los países más derechistas del mundo.
La falta de previsión de los neocons que “diseñan” la política exterior norteamericana desde la llegada a la Casa Blanca del segundo Bush fue absoluta y los resultados a la vista están. Fallaron los servicios secretos, incapaces de prever el desastre que vendría después, faltaron los mecanismos de control a un ejército que ha actuado de una forma errática en la dirección de la guerra y, sobre todo, se echó en falta un detallado análisis político de lo que podía acontecer al día después de la intervención norteamericana. En fin, una catarata de imprevisiones que han provocado el mayor conflicto bélico en Oriente Medio desde la guerras árabe-israelíes de los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Todo ello por no hablar del drama humano, de esta sangría diaria con la que uno se despacha a diario y que ya se ha convertido en una macabra rutina para nuestros medios.
La desaparición de Irak, consecuencia de la intervención norteamericana
El Irak que conocíamos antes de la ocupación norteamericana ha dejado de existir y, seguramente, no volverá a existir nunca más, habiéndose destruido un Estado, que bien o mal, funcionaba, evitaba tensiones étnicas y religiosas y garantizaba la estabilidad en una de las fronteras de la Alianza Atlántica, como era el caso de la siempre crítica línea turco-iraquí. En lugar de este escenario, que no era idílico, por supuesto, ¿qué tenemos hoy? Pues un “Estado” kurdo no reconocido internacionalmente en la frontera con Turquía, un abierto enfrentamiento entre chiíes y suníes que está derivando en una guerra abierta y con un alto coste en vidas humanas y una resistencia organizada iraquí que no será desarmada fácilmente, al menos a corto plazo, y que seguramente estará dirigida por antiguos responsables militares del régimen baasista de Sadam Hussein. El cuadro no puede ser más adverso y complejo; hemos prendido la mecha de un contencioso de impredecibles e inciertos resultados.
Lo sorprendente del caso es que el presidente norteamericano, George Bush, se haya reafirmado en sus erróneas posiciones en la última Asamblea General de las Naciones Unidas. La deriva neocon de Washington, que ya comienza a mostrar desastrosos resultados también en Afganistán, podría tener enmienda y buscar nuevas e innovadoras fórmulas políticas que resuelvan de otra forma los conflictos de nuestro tiempo. En su lugar, la administración norteamericana, apoyada y secundada por los más extraños aliados, entre ellos nuestro ex presidente José María Aznar, continúa su viaje hacia ninguna parte, es decir, hacia el caos total sin reconocer sus propios errores y asumiendo una mínima autocrítica.
Haciendo oídos sordos de los países más cercanos a Irak que cuestionaron la intervención, Siria, Irán y Turquía, por poner tan sólo tres ejemplos, el máximo responsable de la Casa Blanca se empeñó en una guerra imposible de ganar. Y todas estas imprevisiones, fruto del cúmulo de errores descrito anteriormente, han causado muchas más víctimas que todas las habidas durante el largo régimen de Sadam Hussein. Lástima que no haya en el mundo nadie, tal como se ha visto en la reciente crisis entre Israel y el Líbano, para liderar este desconcierto; la debilidad crónica de la Unión Europea en Política Exterior junto con el escaso peso del mundo árabe dejan a Oriente Medio sumido en una cíclica inestabilidad y presa de una fragilidad que amenaza a la paz mundial. Y es que las imprevisiones en Política Exterior siempre se pagan, incluso con la vida.
- Ricardo Angoso es coordinador general de la ONG Diálogo Europeo.
Fuente: Agencia de Información Solidaria
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