Raíces de una rebelión
28/04/2006
- Opinión
Don Pedro Miguel de Almeida Portugal, conde de Assumar, no tenía aún treinta años cuando llegó al Brasil, en 1716, y en julio del año siguiente asumió el gobierno de la Capitanía de São Paulo y Minas del Oro, pasando a residir en la Vila do Ribeirão do Carmo (actual Mariana), primera capital de Minas.
Pascual da Silva Guimarães, paisano del conde, conspiraba contra el gobierno. Vendedor ambulante de telas, quería para sí todo el Morro do Ouro Podre, en Vila Rica, donde vivía. Se aferró de tal modo al dominio de la zona, que pasó a ser conocida como Morro do Pascual.
En la noche del 28 de junio de 1720, en Vila Rica, unos sediciosos atacaron la casa del oidor general, Martinho Vieira de Freitas. El plan era asesinarlo, pero, prevenido, se refugió en una capilla. Al no encontrarlo, saquearon la propiedad y confiscaron los libros de la Hacienda Real. Al frente de los insubordinados iba Pascual; el arriero Felipe dos Santos, natural del Reino; el sargento mayor Sebastián da Veiga Cabral; el cura Andrés Pereira Lobo; y Manuel Mosqueira da Rosa, ex oidor de Vila Rica.
El mes siguiente, los sediciosos, agrupados en una turba de más de mil hombres, ocuparon la Vila do Carmo y le exigieron al gobernador no abrir las Casas de Fundición y comparecer en Vila Rica para conceder el perdón a los insurrectos que habían tratado de matar al oidor. Ya iba a emprender viaje el gobernador cuando le advirtieron del peligro de caer en una emboscada. Airado, argumentó que el perdón no podía salir de él sino del juicio de Su Majestad. Sin embargo, insistieron tanto que al fin el conde aceptó enviar a Vila Rica, con la amnistía, al sargento Lessa, y para apaciguar los espíritus, el sacerdote José Mascarenhas. Ambos fueron recibidos
El gobernador trató aún de aplacar la ira de los revoltosos postergando la instalación de las Casas de Fundición y proponiéndose implorar ante Su Majestad la revocación de la ley de los quintos.
El 2 de julio, 1500 revoltosos, liderados por Felipe dos Santos, marcharon desde Vila Rica a Vila do Carmo, pretendiendo asaltar el palacio y hacer pasar al gobernador de ésta a otra vida mejor. La Compañía de Dragones se extendió alrededor del palacio y el gobernador envió un emisario, con el estandarte real, para tratar de contener a la turba. A éste se le dijo que no se trataba de promover desórdenes sino solamente de oírle de viva voz la amnistía concedida a los sediciosos. Presionado, Assumar firmó el edicto de perdón y prometió revocar la decisión real de construir Casas de Fundición, pues no era del interés de los naturales que el oro fuese controlado allí por los portugueses.
Hubo una nueva sublevación el 6 de julio en Vila Rica. Corría de boca en boca que el perdón no tenía efecto legal y que el oidor Martinho Vieira se encontraba en Vila do Carmo para hacer una pesquisa judicial del caso. Se decía además que sería más pesado el tributo a pagar por el pueblo de Vila Rica, como castigo ejemplar.
El gobernador tuvo que despachar a Vieira para otra parte y mandó llamar al palacio a Manuel Mosqueira, a quien los revoltosos deseaban de nuevo como oidor, aunque éste se hiciera el rogado. Salió de allí Mosqueira convencido de que en breve estaría revestido de las funciones de poder.
Felipe dos Santos, instigado por Pascual da Silva Guimarães, se apresuró a convocar a su gente para aclamar a Mosqueira como nuevo oidor general. Tanto Mosqueira como Pascual trataron de imponerse como líderes con promesas que habrían de hacer a Minas menos portuguesa y más brasileña.
El gobernador supo por espías que en Vila Rica ya andaba Pascual distribuyendo cargos públicos. Y se rumoreaba que, en tal noche, los amotinados marcharían de nuevo sobre Vila do Carmo para finalmente deponer al conde y sustituirlo por Sebastián da Veiga.
Agotada la paciencia, el gobernador ordenó a los Dragones apresar, en el camino entre Vila do Carmo y Vila Rica, a Sebastián da Veiga y conducirlo por un camino secundario a Rio de Janeiro. La misma noche fueron también encadenados, en Vila Rica, Pascual da Silva Guimarães, Manuel Mosqueira y otros. Dichos apresamientos exacerbaron los espíritus y Vila Rica se agitó. Uno de los espías fue molido a palos en todo su cuerpo, los negros de Pascual da Silva bajaron de sus lomas y, armados, derribaron puertas y ventanas, gritando que, al día siguiente, irían todos a la cárcel a liberar a los presos.
Dominada Vila Rica, el conde se marchó de allí, a fin de apaciguar a los que se habían adherido al motín. Fue cuando supo que los secuaces de Pascual se habían dirigido a Cachoeira do Campo, distante cuatro leguas, para reclutar hombres y regresar con más furia sobre la ciudad. Y entonces decidió que sólo le quedaba un recurso: el horror.
Por orden suya, los Dragones subieron al Morro de Pascual y demolieron las casas de los sublevados. Se emplearon dos barriles de alquitrán para que la madera del caserón de Pascual da Silva Guimarães sucumbiera ante el empuje de las llamas. De tal modo se propagó el fuego que en adelante la localidad pasó a ser conocida como Morro del Quemadero.
Felipe dos Santos fue apresado en Cachoeira do Campo. Admitió ser, junto con Pascual y Mosqueira, uno de los cabecillas del motín que durante dieciocho días alborotó a Vila Rica. El mismo día, sin que le fuera reconocido al prisionero el derecho a un juicio, lo amarraron a una pareja de caballos y lo arrastraron por las calles de Vila Rica. Despellejado, todo el cuerpo en carne viva, Felipe dos Santos fue ahorcado en la plaza pública y su cuerpo descuartizado. A Pascual da Silva lo enviaron a Portugal.
Se restableció la paz en Minas, cuyo suelo exhalaba el tufo caliente de la sangre, abono de una rebelión que estallaría aún más fuerte antes de que terminase el siglo 18.
La gran victoria de la revuelta de 1720 fue la independencia de Minas con relación a São Paulo, pasando a la condición de Capitanía de las Minas Gerais por decreto del 2 de diciembre de 1720, firmado por el rey Don Juan V. Y se pusieron las bases de la futura independencia del Brasil. (Traducción de J.L.Burguet
)
- Frei Betto es escritor, autor, junto con Luis Fernando Veríssimo y otros, de “El desafío ético”, entre otros libros.
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