Apresurado inventario
¿Qué entendemos cuando se habla de «los últimos acontecimientos en Cuba»? Las construcciones en torno a esto muestran un enfoque fragmentado. Hay una tendencia a generar una narrativa de los acontecimientos puntuales por encima de problemas estructurales.
- Opinión
*Originalmente publicado en la revista digital cubana La Tizza. Una versión de este trabajo fue escrita y publicada antes de los acontecimientos del 11 de julio de 2021 en Cuba, como parte del libro colectivo Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de «Palabras a los intelectuales» (Ediciones ICAIC, 2021). Si bien lo ocurrido ese día y los siguientes dan cuenta de nuevos retos en el escenario cubano, también expresan acumulados y problemáticas que pretenden abordarse en el texto.
Acercarnos a ciertos ámbitos de la «Cuba actual», implica el tratamiento de varios acontecimientos de los últimos meses en la «vida cubana», entendiendo esta última más allá de los límites geográficos del Estado-nación y en diálogo con esa Cuba transnacional que, cada vez más, irrumpe en los asuntos «domésticos».
Este trabajo pretende, a través del acercamiento a tres problemas que pueden inscribirse en lo que se denomina «guerra cultural», la identificación de dos enfoques — relacionados entre sí — que lastran los análisis y propuestas para enfrentarlos: los definimos como batalla de absolutos y normalización de las derrotas.
La cortísima, la corta, la media y la larga duración: Braudel y su pelea con «la noticia»
En un reciente texto para OnCuba News, el ensayista y director de la revista Temas, Rafael Hernández, plantea:
(…) aquella sociedad [la que vivió el triunfo de la Revolución en enero de 1959] que acababa de descubrir la participación, donde la nación y la democracia se confundían con el proceso mismo, liderado por una vanguardia y una doctrina que demandaban de cada ciudadano un compromiso de acción política y de transformación liberadora, quedó atrás.[1]
Este «quedó atrás» de Rafael Hernández tiene su fundamento en la condición viva y cambiante de la sociedad. Se expresa en otras metáforas presentadas en el propio texto como «imaginar el futuro, pero no mirándolo por el espejo retrovisor» o «el significado político de esa antorcha radica en fabricarla a la medida de los nuevos tiempos, encenderla y correr con ella de manera diferente, y por rutas que se descubrirán». Dichas metáforas insisten en la necesidad de esos tratamientos actuales. Sin embargo, también sitúan una interrogante que vale la pena plantearse: ¿qué entendemos cuando se habla de «los últimos acontecimientos en Cuba»?
Las construcciones en torno a esta pregunta —que son relativamente diversas— dan cuenta de ciertas desconexiones y muestran un enfoque fragmentado en función de lo que se quiere jerarquizar y mediatizar.
Veamos variantes «de partida» para contar esos «últimos acontecimientos» —en orden cronológico—:
- El diseño e implementación de las reformas económicas;
- El proceso de discusión y aprobación de la nueva Constitución;
- El recrudecimiento de las medidas coercitivas — y violentas — contra el pueblo cubano durante la administración Trump;
- Las tensiones generadas alrededor del Decreto 349;[2]
- El inicio y ascenso de la pandemia de la Covid-19;
- La dolarización parcial de la economía;
- La «huelga de hambre» de algunos integrantes del Movimiento San Isidro;[3]
- La «sentada» del 27 de noviembre;
- El inicio de la Tarea Ordenamiento;
- Los sucesos del Ministerio de Cultura del 27 de enero;
- La celebración del octavo Congreso del Partido, etcétera.
Puede entenderse que los niveles de impacto en la población de varios de estos acontecimientos son desiguales. Los ubico porque, de una u otra manera, han dominado la opinión en redes sociales, medios y conversaciones informales —también con distintas burbujas de prevalencia—: más el Movimiento San Isidro por aquí, más «las colas» y la escasez por acá, más la Covid-19 por allá.
El apunte permite identificar la insuficiente capacidad política y comunicacional de las instituciones estatales para responder a estos problemas desde una visión integral que, en rigor, solo puede transmitirse desde el Estado por las informaciones que maneja y las políticas que implementa ante las dificultades existentes. Parece evidente —aunque me cuestiono cada vez más las habilidades de emisores y receptores de este mensaje, lo que daría cuenta de otros problemas— que hay dos focos de atención desde las instituciones: la implementación del Ordenamiento monetario y el enfrentamiento a la Covid-19.
Asimismo, se visibiliza la tendencia a generar una narrativa de los acontecimientos puntuales por encima de los problemas estructurales y extendidos que se enfrentan en la actualidad. Esto también constituye una señal importante: todos los días, en los espacios mediáticos considerados «oficiales», hay una presencia mayor de los focos antes mencionados —Ordenamiento y Covid-19—; no obstante, ello no se encuentra en relación con los asuntos que «más tensionan» de acuerdo con lo que se vive en las denominadas «redes sociales». Para muchos se verifica esa separación entre «redes sociales» y «sociedad».
En este sentido, desde la construcción de «agendas», hay dos narrativas predominantes y encontradas: «la represión en Cuba» y la «aplicación de un guión de golpe blando». Ahora mismo, en mi criterio, se trata de un diálogo de sordos para buena parte de la población cubana que reside en la isla.
Dicho esto, puede entenderse por qué el Movimiento San Isidro, el 27N[4] y los sucesos vinculados a ellos campean con vida propia, y tienen un peso en esa construcción cronológica de «los últimos acontecimientos».
Lo ocurrido frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de 2020 movió una diversidad de resortes en el panorama nacional. A grandes rasgos, y con diferencias que pueden percibirse, el tratamiento de lo ocurrido ese día demuestra su peso, relativo o central. En varios casos se presenta un diálogo crítico con la base narrativa de considerar esa fecha como «el despertar de Cuba». Dicho posicionamiento crítico se fundamenta en la necesidad de entender el devenir de la sociedad cubana en los últimos años, de más larga data. Sirva de ejemplo este fragmento publicado en Nueva Sociedad, en enero de 2021: «El 27N no es un relámpago en un cielo despejado ni un parteaguas, sino apenas una punta saliente del iceberg: un consenso heterogéneo y contradictorio, con una estructura y dinámica cambiantes»[5].
Hay otros análisis que, con similar base, extienden el problema no a sus antecedentes, sino a sus desarrollos después de la «sentada» en el Ministerio de Cultura: la paulatina cooptación del simbolismo —y acción— de ese día por el sector más radical de oposición al Gobierno entre los allí congregados.
Las alusiones al 27 de noviembre sirven para fundamentar lo planteado al inicio de este trabajo: muchas construcciones en torno al acontecimiento desconocen los acumulados y responden a un enfoque utilitario con marcado perfil mediático. Asimismo, se dejan fuera otros fenómenos que se visibilizaron ese día, pero que constituyen parte del iceberg y no su punta.
El 27 de noviembre la institucionalidad cubana, representada en el Ministerio de Cultura, se enfrentó a una «situación excepcional». Este escenario se caracteriza por tres aspectos centrales:
- Expresó un acumulado de problemas, insatisfacciones y deficiencias de dicha institución y las organizaciones gremiales existentes;
- Se desató en medio de una crisis transversal — de carácter internacional — provocada por la pandemia de la Covid-19 y sus efectos sanitarios, económicos y sociales; y,
- Se da en el marco del recrudecimiento de sanciones coercitivas de la administración Trump — en un ambiente de los más tensos de las últimas décadas por lo dicho antes — y cuando la fórmula Biden-Harris anunció modificaciones en la política hacia Cuba — que pudieran significar la disminución de presiones económicas y un reacomodo en el financiamiento de las entidades «opositoras»[6].
Asimismo, el Gobierno cubano, el Ministerio de Cultura, reflejó varios problemas que existían y siguen manifestándose en la actualidad: la falta de disposición para la convocatoria de la franja poblacional que apoya el proyecto revolucionario o que, en un sentido más restringido, se adhiere a las políticas de Gobierno; su vocación para actuar como «mediador», excluyendo la importancia de la movilización popular; y su preocupación por la repercusión de determinados acontecimientos políticos en el ámbito internacional [7].
Durante todo este periodo, de una u otra forma, se han puesto en la palestra —con intereses diferentes— varias demandas de los sectores populares de la población residente en la isla. Una de las tendencias ha sido la presentación de estas demandas desde la «identificación» con los problemas del pueblo y no tomando como sitio de enunciación los propios sectores subalternos. En resumen, hablar «por» el pueblo, y no «desde» el pueblo.
Esta narrativa encuentra terreno fértil en las limitaciones, secretismo y falta de transparencia —que parte de reconocer los problemas reales y explicar los condicionamientos de cada medida— que se manifiestan desde el Gobierno cubano. Ello constituye otra expresión de la vocación «mediadora» del Estado, en detrimento de la movilización y participación popular. Durante la clausura del 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba, su recién electo primer secretario se refirió a este problema:
Esa imprescindible conexión con las demandas y necesidades del pueblo a través de la participación se enlaza con una de las tareas fundamentales de la labor partidista en estos tiempos: la comunicación social, insuficientemente entendida todavía, bajo el erróneo criterio de que es un asunto secundario frente a las urgencias económicas y políticas. Como si esas urgencias no fueran, en algunos casos, resultado de subestimar el peso específico de la comunicación social [8].
En resumen, nos encontramos ante una presentación fragmentada del acumulado de problemas que enfrenta la sociedad cubana y, en este sentido, se jerarquizan acontecimientos como absolutos de «la realidad» y se invisibilizan sus causas y motivaciones más profundas. Además, se muestra el escenario «cubano» con una limitación triple:
- Sin «historizar» los problemas estructurales que afectan la economía, la política, la acumulación cultural y la sociedad cubanas —alerto que esta mención por separado responde a un interés metodológico—;
- Sin establecer las conexiones y correlatos con el ámbito internacional;
- Desde una perspectiva que prioriza la visión Habano-céntrica y marcada por las mediaciones de las denominadas «redes sociales».
Transnacionalidad de la «vida cubana» vs. límites a la internacionalización de la discusión
Me referí hace un momento a las limitaciones que constituyen, para mirar «la Cuba actual», no establecer las conexiones y correlatos con el ámbito internacional y priorizar una visión marcada por las mediaciones de las denominadas «redes sociales».
En una recién publicada serie de trabajos, el politólogo Roberto Regalado define lo que para él constituye «El `Triángulo de las Bermudas´ por el que navega Cuba». Para el autor, los vértices de ese triángulo son la «acumulación de problemas propios, [el] doble filo del bloqueo y [el] reflujo de la izquierda latinoamericana». Para Regalado, «el vértice principal del triángulo (…) es la acumulación de problemas propios» [9].
Estos «vértices» se encuentran en relación. No tienen vida independiente. Asimismo, ponen en diálogo esa acumulación de problemas propios con el componente internacional que marca cualquier discusión sobre la Cuba de hoy. No resulta casual que Roberto Regalado señale que:
Con mayor nitidez que en cualquier proceso o acontecimiento anterior —y ha habido muchos— el impacto de la Covid‑19 colocó el foco de atención en Cuba, a un mismo tiempo y con igual nitidez, en las fortalezas y las debilidades coexistentes en la edificación socialista emprendida el 16 de abril de 1961.[10]
Por otro lado, aunque parezca obvio, es necesario señalar que cuando se habla del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos a Cuba, el carácter «internacional» del problema no se limita a la estrecha idea de que involucra a dos países. Va más allá.
Primero, por la asimetría de los países en conflicto. No es un secreto que los Estados Unidos constituyen el centro hegemónico del capitalismo mundial, sustentado en su poderío económico, geopolítico, cultural y militar. Segundo, porque las medidas coercitivas contra la isla tienen un carácter extraterritorial que, de hecho, transnacionaliza sus efectos, consecuencias y dominaciones.
A la luz de sesenta años de bloqueo económico, el uso discursivo del problema se enfrenta a las complejidades siguientes:
1. La necesidad de analizar su impacto en la vida cotidiana de las personas, la cultura política, sus efectos de desgaste y acumulación, y atravesar este análisis por indicadores como el generacional. Dicho análisis supera las estadísticas contabilizadas como «daños del bloqueo»;
2. La tendencia a disminuir los errores propios —eso que la gente conoce como «el bloqueo interno»— tras los efectos del bloqueo estadounidense, tienden a erosionar la comprensión de las consecuencias de este último [11];
3. En la posición contraria, excluir las consecuencias de la política estadounidense contra Cuba y achacar todos los problemas a los errores propios muestra un enfoque utilitario y constituye una manera de «caminar» hacia la matriz bujarinista-estalinista del «socialismo en un solo país»;
4. La hostilidad contra la isla tiene un correlato en el atrincheramiento y fortalecimiento de las posiciones menos democratizadoras en el Estado, Gobierno y Partido cubanos.
En relación con el otro «vértice internacional» que sitúa Roberto Regalado: el reflujo de la izquierda latinoamericana, ello tiene su fundamento en dos asuntos centrales: la conexión de la Revolución cubana con los procesos de liberación en el subcontinente, y la necesidad de «un espacio solidario de concertación política, comercio, cooperación y colaboración». La idea del «socialismo en un solo país» fue peregrina, incluso, para la extinta Unión Soviética.
Tras la restauración capitalista en los países del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y la desaparición de este mecanismo:
(…) fue la elección de gobiernos de izquierda y progresistas en diez países de América Latina la que le posibilitó encontrar [a Cuba] una nueva familia con la cual establecer relaciones de hermandad: la familia que construyó el ALBA‑TCP, democratizó al MERCOSUR, fundó la UNASUR y, junto con el CARICOM, construyó la CELAC [12].
Esta situación en el subcontinente cambió radicalmente entre los años 2009 y 2019 y, a pesar de las llegadas al Gobierno de López Obrador, en México; Alberto Fernández, en Argentina y Luis Arce, en Bolivia; las perspectivas son inciertas aún.
A falta de otras alusiones al «contexto» internacional, una condición contemporánea demuestra la importancia de considerar esta arista en cualquier análisis sobre la actualidad cubana: la transnacionalidad de la «vida cubana» y el lugar que desempeñan las llamadas «redes sociales».
Sobre este particular, se estuvo dialogando en el panel Redes sociales: ¿con todos y para el bien de todos?, organizado por la revista Temas, el pasado mes de marzo. En dicho espacio, el profesor e investigador universitario Fidel Alejandro Rodríguez llamó la atención sobre la importancia de «entender qué es Cuba en las redes digitales» y precisó que el acercamiento a esta problemática no se limita a «medir» solo a los residentes nacionales. En buena medida, la transnacionalidad del espacio de las llamadas «redes sociales», transnacionaliza también la diversidad de formas de participación en la «vida cubana» [13].
«Las plataformas de redes digitales —señala Fidel Alejandro Rodríguez— son [para algunos] el entorno privado desde el cual entender el espacio público». Asimismo, estas plataformas se perciben como «expresión de la voz popular, asamblea de debates definitorios». Ello está en estrecho vínculo con el señalamiento realizado por el periodista Yosley Carrero:
(…) las plataformas digitales son espacios de construcción de identidad y del sentido de pertenencia de la migración con Cuba, ya no solo a partir de la relación que la gente pueda articular con sus amigos y familiares en la isla, sino también de la participación activa con opiniones de apoyo, y a veces no de apoyo, sino de confrontación, sobre diversos temas de la agenda económica, política y social en Cuba [14].
Estas dinámicas, que expresan esa transnacionalidad de la participación en la «vida cubana», no son exclusivas de las plataformas digitales y reflejan momentos «pico» en ellas.
En el primer caso: articulaciones del discurso en las plataformas digitales con otros escenarios de participación, pueden mencionarse la incorporación de los residentes fuera de la isla en las discusiones del proyecto de Constitución, que fue aprobado luego en referendo en 2019 —ya aquí limitado a los residentes dentro de la isla— ; las acciones diversas para condenar el bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba y demandar el restablecimiento del proceso de «normalización» de relaciones diplomáticas, emprendido en el segundo periodo presidencial de Obama; y los acontecimientos de los últimos meses a los que hicimos referencia en el primer epígrafe de este trabajo.
En el segundo caso: momentos «pico», sirven como ejemplos lo sucedido tras el fallecimiento de Fidel Castro, en noviembre de 2016, y durante el escenario de la pandemia de la Covid-19.
De lo señalado hasta aquí, para presentar las maneras en que se expresa la contradicción que da título a esta sección: transnacionalidad de la «vida cubana» vs. límites a la internacionalización de la discusión, situamos las siguientes líneas de debate:
- Integración, para el acercamiento a la «vida cubana», de las condicionantes y correlatos «internacionales» de la isla, a saber: presencia en «un mundo donde son los mercados capitalistas los que están en el centro y es la vida la que está asediada»[15]; impacto de la hostilidad histórica y bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos; actual carencia de «un espacio solidario de concertación política, comercio, cooperación y colaboración»[16]; tendencia a la transnacionalización de la participación en la vida nacional a través de las plataformas digitales; y lugar que tiene, en todos estos procesos, la cultura política acumulada, la herencia de «una falta de cultura de diálogo y del debate»[17].
- Dicha integración debe resistir a dos prácticas que se aplican y pudieran extenderse: 1. su empleo como cortina de humo y justificación de los errores propios cometidos, eso que Roberto Regalado define como el vértice principal del «Triángulo de las Bermudas» por el que camina Cuba y; 2. la comparación con otros Estado-nación en asuntos como «conquistas democráticas», «represión policial», «avances sociales», etcétera.
- El patrón de comparación, para quienes asumen o dicen asumir el proyecto revolucionario cubano —se encuentren en posiciones de dirección estatal, de Gobierno o partidista, o no— se encuentra, precisamente, en el proyecto liberador de la Revolución cubana y el horizonte comunista.
El conflicto de «las izquierdas» en Cuba: del programa a la autodefinición
La importancia de tomar como referencia, para definir cuán cerca o lejos estamos del proyecto revolucionario que triunfó en enero de 1959, sus líneas gruesas y el horizonte comunista, no significa una ruptura con los cambios y dinámicas de «las izquierdas» en el escenario internacional.
La discusión sobre qué significa ser de «izquierdas» en la Cuba actual, se ha relanzado en los últimos años. Irrumpe así un mensaje que es necesario atender: cómo se viene dando, por qué, desde cuándo y con qué alcance, un cambio en el discurso para referirse a las adscripciones a los proyectos de liberación humana. Eso no se resuelve de un plumazo, al contrario.
María del Pilar Díaz Castañón da cuenta, en su libro Ideología y revolución: Cuba, 1959–1962, de la complejidad de este proceso. A un tiempo, refiere a los nuevos significados que ubicó el triunfo de la Revolución cubana el primero de enero de 1959, y dialoga con el hecho de que estos «nuevos significados» batallan con acumulados culturales, percepciones, apropiaciones, etcétera.
Sostiene Díaz Castañón:
Pero el obstinado fantasma [anticomunista] no es el rasgo más característico de la época. Sí lo es, y mucho, un impreciso adjetivo que comienza a invadir los viejos espacios: revolucionario.
Ya la década del treinta lo había dejado entre sus secuelas, y no con muy buena fama: entonces, cualquier despropósito se legitimaba por ser revolucionario su autor, y ejecutarlo revolucionariamente. Ahora, adquiere nuevos significados, entre otras razones, porque el héroe es colectivo [18].
Y más adelante:
(…) a medida que se va perfilando el opositor a la Revolución, surgirán definiciones que, comenzando por los jocosos «revolucionarios del 2 de enero», designarán luego el proceso de formación del estereotipo «contra». De los «batistianos» y los «criminales de guerra» se llega a los «insumergibles» y los «manengues», pasando por los «reaccionarios» y los «siquitrillados» hasta los «rosablanqueros» y los «siperos», forjando la abstracción que ya en marzo de 1959 se acuña con elegante simplicidad: «contra» es quien se opone de palabra u obra a la Revolución, mientras «revolucionario» será no solo quien concuerda con ella, sino el que lo demuestra con su participación. La generalidad de ambos términos hace que su oposición sea cada vez más excluyente, hasta que Girón consagra un nuevo signo: «mercenarios» [19].
Aunque pueda considerarse una perogrullada, Díaz Castañón presenta la relacionalidad que existe —y parece olvidarse— entre aquellos «revolucionario» y «contrarrevolucionario»; que pudiera trasladarse hoy —con un espectro más amplio— a «izquierdas», «derechas» y todos los habitantes entre «los polos».
Este no constituye un asunto de poca importancia, entre otras cosas porque su omisión impide transparentar el ámbito de discusión: ¿dónde se encuentra la centralidad?, ¿en la rebelión contra las opresiones?, ¿en el restringido escenario del Estado-nación?, ¿en la política?, ¿en la normativa jurídica?, ¿en las expresiones de «fuerza» que desata la implementación de esa normativa jurídica?, ¿en la relación de estos y otros componentes?
Pero regresemos a «las izquierdas» y las recientes discusiones en Cuba. No es casual que varios trabajos han intentado situar al sector más beligerante del denominado 27N y, por tanto, el más conectado con el llamado Movimiento San Isidro en el ámbito de «las izquierdas»[20]. Dicha práctica demuestra: 1. La ausencia de una elaboración y definición sobre los contenidos de las izquierdas en el escenario cubano contemporáneo; 2. La prevalencia de una práctica que propone el camino inverso: situar la cualidad de «izquierdas» a partir de un intento de autolegitimación y autodefinición que puede ser, en rigor, utilitario desde el punto de vista ideológico y, en especial, político.
Se valida de esta forma la importancia y necesidad de historizar esos contenidos que definen la ideología de izquierdas. Esto no constituye un problema solo en el escenario cubano. Dado el límite de espacio, trataremos de ejemplificar de manera breve.
En su libro Forging Democracy. The History of the Left in Europe, 1850–2000, Geoff Eley, en su análisis del devenir de la izquierda europea, utiliza tres periodos como focos de atención. El primero «comienza en 1860 y se prolonga por unos cincuenta años, hasta las vísperas de la Primera Guerra Mundial». Entre los contenidos que dan «personalidad propia al naciente socialismo» se encuentran:
(…) el protagonismo de la clase obrera que constituía vocacionalmente el núcleo de vertebración del proyecto socialista (…) la invención del moderno partido político, una disposición «por encima de todo internacionalista», que se deja ver organizadamente en la Internacional y, privadamente, en la vida de los militantes —al menos de los destacados, de los Kautsky, Luxemburg, Rakovski o Pannekoek— que, parafraseando el poema de Brecht, cambiaban de país como de zapatos [21].
La segunda división temporal, se inicia en 1918. Entre sus rasgos pueden mencionarse:
(…) el acceso de la izquierda a posiciones de poder, con el consiguiente avance en la materialización del ideal democrático, cristalizado sobre todo en el derecho a voto (…); [la diferenciación y convivencia incómoda] entre la socialdemocracia que llega a ocupar parcelas de gobierno y una nueva familia socialista que alentará formas de participación democráticas extraparlamentarias «consejistas, como se las dará en llamar» y que no creía que la transición al socialismo se pudiera hacer sin una ruptura violenta con el capitalismo; [el posicionamiento ante la Primera Guerra Mundial] de una socialdemocracia que llevaba ya mucho tiempo mareando la perdiz internacionalista; la ruptura familiar más importante de la historia del socialismo, la que arranca con una revolución rusa; [y el devenir posterior del] modelo soviético (…) [que se convierte] en «el arma más grande que la derecha podía esperar en contra de la izquierda» [22].
Finalmente, Eley se acerca al periodo marcado por «la aparición de una `nueva política´, la de los nuevos movimientos sociales», con el precedente de las consecuencias del estalinismo sobre los partidos comunistas de Europa, la abdicación de los socialistas frente al fascismo y el abandono por la socialdemocracia «de la tradición marxista, cada vez más temerosa de la lucha de clases y cada vez más escéptica ante la transformación del capitalismo mediante la revolución». La irrupción de esta nueva izquierda es fechada por Eley en 1968, con un «sentido de futuro» marcado por:
(…) política participativa y democracia directa; feminismo, diferencia de género y política de la sexualidad; asuntos relacionados con la paz y la ecología; racismo y política de inmigración; control comunitario y democracia a pequeña escala; música, contracultura y política del placer, concienciación y política de lo personal [23].
Hasta acá, estos elementos nos permiten tres comentarios que consideramos centrales, realizando la salvedad que tienen un carácter estrictamente metodológico, dado que el libro de Eley se centra en el escenario europeo.
Primero, la necesidad de historizar las definiciones de «izquierda», atendiendo más que a sus formulaciones, a contenidos, programas, prácticas, rupturas y (dis)continuidades. Vale la pena preguntarse, tomando como plataforma lo referenciado hasta el momento: ¿la ruptura de la socialdemocracia europea —como ejemplo— en su devenir con el contenido «internacionalista» implicaría un abandono de su posicionamiento en «las izquierdas»? Por el contrario, ¿considerar a esa socialdemocracia que abdicó del internacionalismo como de «izquierdas», significa que dicho contenido debe excluirse para una identificación contemporánea de «las izquierdas»?
Segundo — y esto conecta de manera más clara con Cuba y, en particular, el triunfo de la Revolución cubana en 1959 — la primera mención que realiza Geoff Eley a «Cuba» en Forging Democracy. The History of the Left in Europe, 1850–2000, se localiza al inicio del capítulo titulado «1968. It moves after all».
Señala Eley:
On 2 January, Fidel Castro, Cuba’s charismatic leader, declared 1968 the Year of the Heroic Guerilla in memory of Ernesto Che Guevara, killed in Bolivia the previous October. An international Cultural Congress in Havana, with four hundred intellectuals from the Americas and Europe, then focused international enthusiasm for the Cuban Revolution [24].
La conexión de la Revolución cubana con la irrupción de una «nueva izquierda» o, cuando menos, los vínculos y relaciones que mantuvo con representantes de ella ha sido analizada con relativa amplitud, incluso por autores cubanos. A manera de ejemplo, menciono los aportes realizados por Rafael Acosta de Arriba y sus materiales Congreso Cultural de La Habana 1968 (Ediciones Cubarte, 2015) y La encrucijada de 1968 para Cuba y el mundo (en el libro Ahora es tu turno Miguel. Un homenaje cubano a Miguel Enríquez, ICIC Juan Marinello, 2015); el amplio estudio Traductores de la utopía: la Revolución cubana y la nueva izquierda de Nueva York (Fondo de Cultura Económica, México, 2016), de Rafael Rojas, y el propio tratamiento y visibilidad que sus contemporáneos cubanos dieron a esa nueva izquierda en revistas como Pensamiento Crítico, Casa de las Américas y otras.
Entonces, como mínimo, hablar de la emergencia de una «nueva izquierda» en Cuba implicaría la atención a las siguientes interrogantes: ¿esa «nueva izquierda» que irrumpió en el mundo en 1968 llegó tardíamente a Cuba, más de medio siglo después?, ¿fue la Revolución cubana una de las fuentes o expresiones de esa «nueva izquierda» de los sesenta?, ¿hablamos entonces de una «novísima izquierda» en Cuba?, ¿se considera «nueva» en su ruptura con qué izquierda cubana?
Tercer comentario. No es la autorreferencialidad el indicador que define una pertenencia a «las izquierdas». Los elementos identitario y de autorreconocimiento son importantes, pero dicha adscripción los trasciende por mucho. Desde el acumulado cultural cubano, en diálogo con el componente internacional que mencionamos, se perfilan varios contenidos que no se inician en enero de 1959. Este acumulado no se limita al uso del término «izquierda»: sabemos que las definiciones nombran, la mayoría de las veces, lo que ya existía o venía definiéndose antes.
Entre los siglos XIX y XX se definieron los contenidos de nuestras rebeliones como pueblo: independencia, soberanía, emancipación y dignificación humanas. Fernando Martínez Heredia llamó la atención sobre la articulación entre «la enorme carga de acumulaciones políticas» y «sus dimensiones populares».
Si analizamos las creaciones simbólicas fundamentales de la cultura política cubana vemos que ellas están más cargadas de sentidos populares que de proposiciones y elaboraciones de grupos selectos. Sucede así con el patriotismo nacionalista, la unión entre justicia social y libertad, la vocación republicana democrática, la negación de la anexión a Estados Unidos, el antimperialismo y también las ideas más contemporáneas de socialismo e internacionalismo [25].
Existe una amplía producción que se ha encargado de identificar, historizar y analizar dichos contenidos. A manera de ejemplo, solo en relación con las décadas del veinte y el treinta del siglo XX: en abril de 1970 la revista Pensamiento Crítico publicó un número especial dedicado al periodo[26]; entre 1973 y 1985 se cuentan los trabajos sobre/del movimiento obrero cubano, Julio Antonio Mella, Pablo de la Torriente Brau, Rubén Martínez Villena, Alfredo López, Antonio Guiteras [27], así como los de carácter más general sobre la denominada «Revolución del 30» [28] y, más recientemente, destacan los aportes de Fernando Martínez Heredia, Ana Cairo Ballester, Reinaldo Suárez, Ana Suárez, Caridad Massón, Julio César Guanche, el Centro Pablo de la Torriente Brau, entre otros.
Mirar —con el ejemplo de un periodo histórico— el acumulado existente debía servir, al menos, para plantearse la necesidad de identificar los contenidos de las revoluciones y rebeliones en Cuba a lo largo de su historia, sus conexiones y particularidades en relación con el ámbito internacional y sus rupturas y continuidades en el escenario actual. Incluso, desde una perspectiva que «solucione» las pertenencias de izquierdas desde la autorreferencialidad; resulta importante valorar cuál ha sido el devenir de quienes, a lo largo de la historia de este país, se definieron como «revolucionarios», «izquierdistas», «marxistas», «socialistas», etcétera.
Epílogo: la batalla de los absolutos y la normalización de las derrotas
Como gustaba decir un popular comentarista televisivo, «los acontecimientos se encuentran en pleno desarrollo». Por ello, puede entenderse que más allá de «cierres», nos interesa dejar abiertas determinadas líneas.
Dichas «aperturas», han sido planteadas ya por varias personas e investigadores. Nos interesa situar nuestra propuesta en dos dimensiones principales que llamamos: «batalla de los absolutos» y «normalización de las derrotas».
En los primeros epígrafes de este trabajo abordamos tres de ellas:
1. El «acontecimiento» vs. «la lucha histórica de la Revolución». La batalla de absolutos se da en este terreno a través del pulso manifiesto entre: a) tomar acontecimientos o periodos que expresan un alza en las limitaciones de la profundización democrática socialista, mezclarlos con la crítica a respuestas revolucionarias a las acciones de hostilidad y desestabilización —con el apoyo de los Estados Unidos o no— y narrar dicha combinación como la totalidad histórica y dominante a partir del primero de enero de 1959; y b) presentar todo el devenir histórico cubano —con punto de partida en las ideas y luchas independentistas del siglo XIX—, las dos revoluciones del siglo XX y la «consumación» del triunfo en 1959 hasta nuestros días como un camino continuo y ascendente, sin contradicciones, problemas y discontinuidades.
Juan Valdés Paz insiste en que una de las fuentes de legitimidad de la Revolución cubana que adquiere significativo peso a futuro es la jurídica. Esta proyección, fundamentada en un enjundioso análisis de la evolución del poder revolucionario en Cuba[29], no implica renunciar: a) a la conexión de las generaciones más jóvenes con la historia del país; b) a transparentar los momentos de discontinuidad y errores del proceso a lo largo de estos últimos sesenta años que lo alejaron del proyecto liberador original; y c) a incorporar contemporáneas narrativas simbólicas de la Revolución, con peso de los sectores populares y, en particular, los más jóvenes. La renuncia a estas prioridades puede considerarse, en mi opinión, una normalización de las derrotas.
2. «La Cuba transnacional en las redes digitales» vs. «el condicionamiento internacional de la realidad cubana». Se expresa la batalla de absolutos desde diversos puntos de vista. Primero, el intento por construir una realidad —que se presenta como única— en las redes digitales, con su consecuente incidencia en los circuitos de buena parte de la «gran prensa» internacional y determinadas organizaciones, Gobiernos y bloques regionales. Segundo —y acá se da una interesante confluencia en lo que se presenta como «posiciones polarizadas»—, la descalificación de las proyecciones de quienes residen fuera de Cuba, que tiene lugar de manera utilitaria. Tercero —de nuevo con las coincidencias de los «polarizados» y el utilitarismo—, la comparación con «otras sociedades», sus rebeliones (re)emergentes y los niveles de represión y criminalización desde el Estado. Cuarto, el desconocimiento de los peligros que tiene para Cuba su «aislamiento», en correlación con la hostilidad de los sucesivos Gobiernos de los Estados Unidos en contraste con la tendencia de achacar todos los problemas existentes al bloqueo económico impuesto por la nación más poderosa del planeta.
Para los sectores identificados con el carácter liberador de la revolución que triunfó en enero de 1959, la normalización de las derrotas vendría por la exclusiva reproducción y reactividad a esa «realidad única y construida» de las redes digitales, en detrimento de la interpelación a —y protagonismo de— los sectores subalternos a los que el primero de enero transformó de forma acelerada de observadores a partícipes del cambio revolucionario.
Igual efecto «normalizador» presenta la tendencia a simplificar los hechos y procesos, presentados en el primer epígrafe de este trabajo, como un «choque» entre el Gobierno y los opositores, estos últimos con una exclusiva cualidad de mercenarios[30]. Se trata, en rigor, del enfrentamiento de dos proyectos políticos del que dio cuenta, en abril de 2016, Fernando Martínez Heredia:
Cuba está entrando en una etapa de dilemas y alternativas diferentes, entre los que sobresalen los que existen entre el socialismo y el capitalismo, teatro de una lucha cultural abierta en la que se pondrá en juego nuestro futuro. El gran dilema planteado es desarrollar el socialismo o volver al capitalismo[31].
Otro camino para normalizar las derrotas puede encontrarse en renunciar a un mayor activismo en favor de las rebeliones de los subalternos en el mundo y, en especial, en América Latina en nombre de una razón de Estado. Esta última puede responder a la necesidad de romper el aislamiento, concertar «alianzas» que favorezcan la economía del país y se «derramen» a la población, y «normalizar» las relaciones con los Estados Unidos donde, por demás, se localiza el grueso de la emigración cubana. No obstante, la defensa y aplicación de la tradicional política exterior de la Revolución cubana y la urgencia de mover nuevos resortes para la participación de la sociedad civil en ella, constituyen necesidades fundamentales para acercar el «estado real» de las cosas al proyecto liberador.
3. La batalla de absolutos se expresa aquí en un carnaval de axiomas: «soy de izquierda porque me opongo al Gobierno», «el Gobierno es de izquierda porque es continuidad de la Revolución y representa al pueblo», y otras bellezas que están muy bien para la actividad de propaganda, pero no más allá.
La normalización de las derrotas adopta, al menos, dos líneas principales con un mismo fundamento: la comprensión del Estado «existente» como el «deber ser».
Sobre el primero de los axiomas señalados, considero que el tercer epígrafe de este trabajo sitúa algunas pistas. Con excepción de sectores anarquistas y marxistas principalmente —ya vimos que también hay quienes se definen como tal sin aludir a los contenidos que marcan dicha adscripción—, una parte de esas «izquierdas» se opone al «Estado existente» en Cuba marcada por la enajenación de un Estado que existe como «deber ser». ¿Cuál es la diferencia? Que esa realización del Estado como «deber ser» la identifican en otros modelos y otras geografías. Más claro, la propuesta opositora de esa «izquierda» —cuando la tiene— es sustituir una maquinaria de dominación por otra con diferente ropaje.
Mientras, buena parte de los representantes de las actuales instituciones del Estado cubano escasamente reivindican las prácticas que jalonaron, con la Revolución, los caminos hacia ese «no Estado» desde la participación popular. «Normalizar» sería, en este caso, dejar solo para el terreno de la enseñanza de la Historia: a) la juridicidad del «hacer», que en los primeros años del triunfo cumplió su Programa mínimo y fue más allá, y a inicios de los 2000 generó programas sociales en beneficio de los sectores vulnerables y subalternos; b) el ágora de empoderamiento político, que en los sesenta parió las Declaraciones de La Habana, la de Santiago de Cuba, la proclamación del carácter socialista; en los noventa tuvo los Parlamentos obreros; en los 2000 vio nacer una definición de «Revolución» y, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, practicar una crítica radical a las formas de hacer política; c) la manera en que Cuba se dio sus organizaciones, de tal calado que no debían sorprenderse con la emergencia de las reivindicaciones identitarias de la actualidad.
Esta constituye una muestra breve de cómo los problemas que enfrentamos expresan esa batalla de los absolutos, en la que tomar el atajo de normalizar derrotas, sería la vía más rápida para alejarnos de la cualidad liberadora del proyecto que triunfó el primero de enero de 1959.
En Veinticinco años de poesía cubana, Juan Marinello aseguraba la falibilidad de su «inventario apresurado de cuestiones polémicas, [su] derrotero provisional por los más diversos parajes»[32]. ¿Qué diremos, entonces, los pobres mortales del «aquí» y el «ahora»? Pues, como esa convocatoria que circuló en «redes», solo nos queda contar nuestra historia y aspirar a que cuente.
Notas
[1]Rafael Hernández: «Consenso y disentimiento (I)», OnCuba News, 6 de enero de 2021, https://oncubanews.com/opinion/columnas/con-todas-sus-letras/consenso-y-disentimiento-i/. Consultado 23/04/2021. (El subrayado pertenece a FLRL).
[2]Decreto 349 o «Decreto para proteger la cultura en los espacios públicos»: Desde su publicación en Gaceta Oficial en el primer semestre del año 2018, generó importantes dudas e inconformidades, debates de directivos del Ministerio de Cultura con artistas y escritores, declaraciones de funcionarios del Departamento de Estado y la Embajada de Estados Unidos en Cuba y un amplio flujo de información en diversos medios. Hasta el día de hoy, después de un proceso de nuevas discusiones sobre la Norma Complementaria (condición para la implementación del Decreto) esta no ha sido aprobada. Para más información ver, entre otros: «Veinte aclaraciones sobre el Decreto para la protección de la cultura en los espacios públicos», La Jiribilla. Disponible en: www.lajiribilla.cu/articulo/veinte-aclaraciones-sobre-el-decreto-para-la-proteccion-de-la-cultura-en-los-espacios-publicos. Consultado 03/06/2021.
[3]Movimiento San Isidro (MSI): Con sede en el capitalino municipio Habana Vieja, se presenta como un «proyecto cultural y comunitario». En la práctica actúa como un grupo de activistas políticos antigobierno, liderado por Luis Manuel Otero Alcántara. Los medios estatales, partidistas y organizacionales cubanos han denunciado reiteradamente sus vínculos con funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos en La Habana, así como la recepción de fondos de Organizaciones No Gubernamentales radicadas en el exterior y otras entidades vinculadas a las agencias estatales del Gobierno estadounidense. Sus demandas y acciones son divulgadas a través de las diversas plataformas digitales, medios que reciben financiamiento desde fuera de Cuba y periódicos o televisoras situadas en el circuito de la «gran prensa» o adscritas a organizaciones políticas de derecha.
[4]27N: El 27 de noviembre de 2020 entre dos y tres centenares de personas se congregaron frente al Ministerio de Cultura de Cuba exigiendo un encuentro con el ministro del ramo para abordar el tratamiento dado a los miembros del MSI, y otros derechos referidos a la libertad de expresión y creación artística. Una delegación de 30 personas se reunió, finalmente, con un viceministro de Cultura y dirigentes de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). El simbolismo de este acontecimiento derivó en la plataforma digital y el grupo con similar nombre (27N). Varios participantes en la concentración del 27 de noviembre, así como analistas, han señalado que el accionar en estos escenarios fue cooptado por el grupo de los participantes en la «sentada» más radical y confrontacional en su oposición al Gobierno.
[5]Rafael Hernández: Anatomía del 27N cubano y su circunstancia. Nueva Sociedad, enero de 2021. En https://nuso.org/articulo/anatomia-del-27n-cubano-y-su-circunstancia/. Consultado 22/04/2021.
[6]Más recientemente hemos asistido a los llamados para una intervención militar contra Cuba, cartas abiertas a Biden para que condicione la «flexibilización» de la política hacia la isla y una dilación, en la práctica, por parte de la actual administración Demócrata, de sus promesas de campaña en este sentido.
[7]Un acercamiento a estos problemas puede leerse en el Editorial «La respuesta no es policial, es política», La Tizza: www.rebelion.org/la-respuesta-no-es-policial-es-politica. Consultado 12/05/2021.
[8]Miguel M. Díaz-Canel Bermúdez: Discurso pronunciado en la clausura del 8vo. Congreso del Partido, en el Palacio de Convenciones, el 19 de abril de 2021, Presidencia y Gobierno de la República de Cuba, Palacio de la Revolución, 2021. Disponible en: www.presidencia.gob.cu/es/presidencia/intervenciones/discurso-pronunciado-por-miguel-mario-diaz-canel-bermudez-primer-secretario-del-comite-central-del-partido-comunista-de-cuba-y-presidente-de-la-republica-de-cuba-en-la-clausura-del-octavo-congreso-del-partido/. Consultado 12/05/2021.
[9]Roberto Regalado: «Planteamiento de la hipótesis: acumulación de problemas propios, doble filo del bloqueo y reflujo de la izquierda latinoamericana», de la serie El «Triángulo de las Bermudas» por el que navega Cuba, La Tizza: www.latizzadecuba.medium.com. Consultado 14/04/2021.
[10]Ídem.
[11]En su discurso de clausura del 8vo. Congreso del PCC, Miguel Díaz-Canel (ob. cit.) expresó: «Nadie con un mínimo de honestidad y con datos económicos que son de dominio público puede desconocer que ese cerco constituye el principal obstáculo para el desarrollo de nuestro país y para avanzar en la búsqueda de la prosperidad y el bienestar. Al ratificar esta verdad, no se intenta ocultar las insuficiencias de nuestra propia realidad, sobre lo que hemos abundado bastante. Se trata de responder a los que con cinismo difunden la idea de que el bloqueo no existe».
[12] Roberto Regalado: ob. cit.
[13] Darío Alejandro Escobar, Katia Sánchez, Fidel Alejandro Rodríguez, Daylin Pérez de la Rosa, y Rafael Hernández, «Redes sociales: ¿con todos y para el bien de todos?» (versión íntegra), blog Catalejo, Temas: www.cubarte.cult.cu/revista-temas/redes-sociales-con-todos-y-para-el-bien-de-todos-version-integra/. Consultado 20/04/2021.
[14] Ídem.
[15]Amaia Pérez Orozco: Prólogo a Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo xxi, Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate, Icaria Editorial, s. a., Barcelona, 2018.
[16]Roberto Regalado: ob. cit.
[17]Darío Alejandro Escobar et. al.: ob. cit.
[18]María del Pilar Díaz Castañón: Ideología y revolución: Cuba, 1959–1962, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 116.
[19]Ibídem, pp. 116–117.
[20]Frank García Hernández: «¿Qué son las izquierdas (en Cuba)?», carta abierta al periodista Darío Alejandro Escobar, Tremenda Nota: www.tremendanota.com. Consultado 26/04/2021.
[21]Félix Ovejero Lucas: «Mirada atrás, después de la derrota», Revista de Libros, Segunda Época, no. 83, España, noviembre de 2003.
[22] Ídem.
[23] Ídem.
[24] «El 2 de enero, Fidel Castro, el carismático líder de Cuba, declaró 1968 como el Año del Guerrillero Heroico en memoria de Ernesto Che Guevara, asesinado en Bolivia el octubre previo. Un Congreso Cultural en La Habana, con la participación de cuatrocientos intelectuales de América y Europa, enfocó el entusiasmo internacional por la Revolución cubana», Geoff Eley: Forging Democracy. The History of the Left in Europe, 1850–2000, Oxford University Press, Reino Unido, 2020, p. 341.
[25] Fernando Martínez Heredia: «Cultura y cubanía. Libertad y justicia social», Andando en la historia, Ruth Casa Editorial e Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2009, p. 11.
[26] «En la tercera década del siglo la revolución en Cuba tiene ya tareas que solo podrá resolver la dictadura revolucionaria de los trabajadores. La liberación nacional y la liberación social se condicionarán mutuamente: el antimperialismo es el índice principal de la lucha, y él continuará y profundizará el ideal de Martí». Presentación de Pensamiento Crítico, no. 39, abril de 1970, número especial, La Habana.
[27] Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba (IHMCRSC): El movimiento obrero cubano. Documentos y artículos, tomo II, 1925–1935, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1977; Julio Antonio Mella: Mella. Documentos y artículos, IHMCRSC, La Habana, 1975; Víctor Casaus: Pablo: con el filo de la hoja, Unión, La Habana, 1983; Pablo de la Torriente Brau: Cartas cruzadas (selección, prólogo y notas de Víctor Casaus), Letras Cubanas, La Habana, 1981; Rubén Martínez Villena: Poesía y prosa, Letras Cubanas, La Habana, 1982; Olga Cabrera: Alfredo López, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1985; Olga Cabrera: Antonio Guiteras: su pensamiento revolucionario, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1974; Olga Cabrera: Guiteras, la época, el hombre, Arte y Literatura, La Habana, 1974; José Tabares del Real: Guiteras, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1973.
[28] Raúl Roa García: El fuego de la semilla en el surco, Letras Cubanas, La Habana, 1982; Leonel Soto Prieto: La Revolución del 33, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1979; Loló de la Torriente: Testimonio desde dentro, Letras Cubanas, La Habana, 1985.
[29]Juan Valdés Paz: La evolución del poder en la Revolución cubana, tomos I y II, Rosa Luxemburg Stiftung Gesellschafts analyse un Politische Bildunge, México, 2018.
[30]«La respuesta no es policial, es política», Editorial de La Tizza: www.rebelion.org/la-respuesta-no-es-policial-es-politica. Consultado 12/05/2021.
[31]Fernando Martínez Heredia: «Problemas del socialismo cubano», Cuba en la encrucijada, Ruth Casa Editorial y Editora Política, 2017, p. 36.
[32] Juan Marinello: «Veinticinco años de poesía cubana», Ensayo cubano del siglo XX, Rafael Hernández y Rafael Rojas, Fondo de Cultura Económica, México, 2002, p. 116.
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