Ideología, redes y medios: una reflexión

30/04/2019
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En estos días, varios amigos míos escritores se quejaban de algunas cosas en las llamadas "redes sociales". Un poeta se despedía de ellas aduciendo que sus poemas habían ido desapareciendo poco a poco en Facebook y él no había tenido el cuidado de guardarles antes, y de que éstos no merecían los comentarios serios de sus contactos, sino sólo frases banales o saludos ocasionales ("Me gusta"), agregaba que ya no iba a usar este medio para divulgarlos, porque se desvanecían en la red de un día para otro y no había hecho copias de éstos.

 

Facebook es una red muy atractiva para auto-promoverse, sobre todo familiarmente, en un círculo de saludos rápidos, cumpleaños o celebraciones personales, para colocar fotografías propias o ajenas, lo cual puede adquirir proporciones extrañas: si se hace a diario, se convierte en una especie de adicción. Ahí puedes mostrarte como lo desees, riendo con tu familia o amigos, celebrando una graduación, en un viaje o un paseo y mostrándole al mundo tus infinitos logros y alegrías, que pronto son celebrados por tus seguidores presionando símbolos, imágenes, dibujos, mensajes veloces. Aquí puedes manejar la realidad como te plazca, puedes hacerle ver a los demás que has logrado la cima de la felicidad más allá de la apabullante realidad, conseguiste lo que te proponías y lo ilustras a través de fotos que tú mismo te haces o te hacen los amigos, acompañados de mensajes positivos: fuerzas así la realidad concreta a tu capricho y la modelas como deseas, aunque la realidad sea otra, lo cual viene a constituir una las funciones primarias de este formato del "libro de caras" (Face-book) mostrándote exitoso, feliz o cumplido, aunque en el fondo no lo estés.

 

Por otro lado, están quienes vierten sus opiniones en Facebook sobre diversos asuntos y las ponen allí directamente; en artículos o enlaces de otras personas, a veces identificándose con ellas y otras sólo para ver cómo reaccionan los demás. Aquí cabe todo el mundo: personas "comunes y corrientes" como figuras reconocidas. Gente que de ninguna otra manera se haría notar, se introduce en Facebook y polemiza con quien le viene en gana empleando provocaciones, ofensas, insultos o frases grotescas. También, y este es el caso más triste, de escritores, narradores y poetas reconocidos que emiten opiniones de fondo sobre procesos políticos y sociales con la mayor tranquilidad, lo cual es grave porque precisamente esto es lo que busca Facebook, que emitas tus opiniones de acuerdo a tu estado de ánimo, ya sea éste de inconformidad, frustración o rabia, y lo hagas del mismo modo a cómo celebras tu cumpleaños o unos placenteros días en la playa. Ello, por supuesto, sin contar las desviaciones perversas del uso de la red internet para el tráfico sexual, de secuestros, de manipulación personal y política de jóvenes, y negocios ilícitos que están llenando el planeta de un nuevo tipo de horror: el horror cibernético. La parte que me ha parecido más curiosa y más triste ha sido comprobar cómo algunos viejos amigos han dejado de tratarme y hasta de negarme el saludo debido a diferencias de orden ideológico, en un contexto de radicalización donde pronunciarse por tal o cual tendencia política nos crea adversarios o contrincantes automáticos e irreconciliables, cosa que no debería ser así, pues nos asiste el derecho de la defensa afectuosa; para mí lo sagrado sigue siendo la amistad, cuando ésta es verdadera, debería estar por encima de todo lo demás; yo de veras soy incapaz de negarle el saludo a un amigo sólo por diferencias de este tipo.

 

Aclaro que no me niego a los avances tecnológicos de cualquier tipo, con tal de que estos se utilicen con racionalidad y sentido común, de que no sustituyan ellos mismos los afectos o se conviertan en fetiches. He visto con estupor a escritores serios dejarse llevar por los encantos de Facebook y dejar plasmadas allí sus desazones o desacuerdos con determinados procesos políticos o sociales, arremetiendo contra personas, gobiernos o autoridades de este u otro signo, con un lenguaje precario muy por debajo de sus posibilidades expresivas; con lo cual le hacen el juego al medio, al estampar allí su firma guiados por estados de ánimo fugaces; no pueden contenerse, sueltan la lengua y caen en la trampa que el mismo formato les ha puesto.

 

Aquí el asunto se complica porque precisamente Facebook y otros formatos de las redes sociales (WhatsApp, Twitter, Instagram, etc.) son sobre todo medios ideológicos, herramientas que buscan sondear la opinión de todo el mundo (son millones de usuarios), se trata de archivos gigantescos y aparentemente democráticos donde todos tenemos derecho a decir lo que deseemos o pensemos. Por ejemplo, hoy muchos piensan que pueden hacer política usando Twitter, que este medio les es suficiente para lograr opiniones eficaces o conseguir liderazgos, cuando en verdad la política se hace y ejerce en la calle. WhatsApp es un formato intermedio entre Facebook y Twitter que está logrando más seguidores que los dos anteriores, pues permite enviar mensajes, enlaces e imágenes a una velocidad sorprendente, sin importar las distancias. Todo este enjambre de medios hacen que nos la pasemos la mayor parte del día frente al teléfono y sustituyamos la conversación personal o presencial por la telefónica, rodeados a veces de nuestros seres más queridos.

 

Otra cosa es que pretendas aportar algo a la opinión pública de manera seria, como pudiera lograrse a través de un artículo en un diario, por ejemplo, donde expones de manera sistemática o argumentada tus opiniones sobre tal o cual tema. En Facebook las opiniones directas valen menos que nada, pues se banalizan de inmediato, se pierden en un océano de opiniones similares cuyo contenido desaparece (para ti, pero son ya propiedad de Facebook) en cuanto es sustituida por una nueva opinión de la misma naturaleza.

 

Otra cosa son las páginas web serias que puedan ponerse como enlaces y sean consultadas por los lectores públicamente a través de artículos pensados, de ideas sopesadas que se ofrecen para generar un determinado debate o polémica, y por supuesto son susceptibles de atraer controversias y opiniones encontradas. Si posiciono un artículo mío en una página web de un determinado periódico y éste es capaz de concitar todo tipo de reacciones en pro o en contra, ello pertenece a la naturaleza misma del diálogo. Pero hay personas que se piensan ubicadas en un pedestal y no aceptan polémicas ni disensos, encumbrados que salen en páginas completas de diarios y páginas web emitiendo los juicios más lapidarios contra gobiernos o procesos sociales y luego, cuando alguien les sale al ruedo con una opinión divergente, se ofenden profundamente, buscan aliados aquí y allá y hasta son capaces de llamar a amigos y familiares para protegerse. Advertimos cómo el concepto mismo de intelectual va en franco descenso si lo medimos con los raseros de las "redes sociales", las cuales en verdad no son redes sociales reales ni concretas sino simples medios de comunicación, que como tales constituyen sólo herramientas de transmisión de mensajes, y no núcleos societarios en sí mismos. Y en este detalle radica la tergiversación que sufre ahora mismo este concepto.

 

Un intelectual --sea un profesor, historiador, periodista, narrador, sociólogo o filósofo-- tiene pleno derecho a verter sus opiniones sobre tal o cual proceso social, político o estético, y los lectores a recibir ese mensaje y emitir ideas al respecto, afines o no a éste. Ello sería algo "normal", digamos. En este momento, por ejemplo, la realidad geopolítica mundial se ha radicalizado, y las opiniones se vuelven sencillamente en pro o en contra: si te identificas con los socialistas eres enemigo automático de los capitalistas; si no crees en religiones eres un ateo sin alma y sin esperanzas; si te identificas con la lucha de los pueblos oprimidos, serás un idealista romántico; si aspiras a cierta realización individual serás un ególatra. No hay salida. Estos antagonismos irreconciliables son captados por los medios, que de inmediato posicionan tus ideas en determinado bando y así se radicalizan, sin haber dado ni siquiera tú una justificación individual para ello.

 

Creo, más bien, que la pugna política se produce en el terreno institucionalidad-comunidad. La mayoría de las instituciones sufren verdaderas crisis; estas ya no son capaces de sostener el trabajo y los valores de una sociedad y entonces acuden a las artimañas más sencillas: los medios, la publicidad, la emisión de imágenes intangibles y el oropel, el consumo compulsivo de una información que se alimenta de sí misma. El concepto de Estado ha sido degradado, las instituciones operan para impedir que el Estado se hunda o siga perdiendo autoridad moral, o prestigio político. Ya no hay casi moral en la política ni un verdadero sentido de justicia en las leyes, que se aplican para unos y para otros no; vivimos una ilusión de institucionalidad; cuando advertimos buenas intenciones en las comunidades y posibilidades de llevar a cabo los proyectos, de inmediato las aplastan usando los medios más a la mano, informaciones falseadas, noticias trucadas, falsos positivos.

 

Los medios se alimentan para sí mismos, para devorar insaciablemente esos contenidos y luego hacerlos desaparecer en el gran estómago de la sociedad global, una sociedad que intenta homogeneizar los gustos y valores a través de dos medios fundamentales: la velocidad y el dinero. El dinero es el combustible, el aceite de este gran engranaje; mientras la velocidad de las transacciones cibernéticas hace desaparecer cualquier reflexión oportuna. En el terreno de la "cultura" basta con mirar en el ámbito de la música popular y advertir cómo utilizan conciertos musicales y espectáculos de masas como pantallas, como preludios ideológicos a golpes suaves (un filósofo de los años 60, Marshall McLuhan, diría aquí que el "masaje" es el mensaje) o a injerencias militares, como ha ocurrido hace pocos meses en un concierto en Cúcuta (Colombia) con cantantes de moda para atacar al gobierno venezolano a través de una operación de falsos positivos, que fracasó estrepitosamente; o el vergonzoso abucheo que logró el ex Beatle Paul McCartney cuando llamó al público a celebrar la presencia, en un concierto masivo, del presidente chileno Piñera. Un músico de la talla de McCartney, casi un ídolo moderno, no tiene necesidad de rebajarse de ese modo ante un público que le admira. Como contraparte, tuvimos a Roger Waters de Pink Floyd solidarizándose con el proceso político de Venezuela.

 

He citado este caso sólo para dar un ejemplo de cómo se usa el concepto de cultura popular para insertarla en las mal llamadas redes sociales, pues el concepto mismo de cultura --sesgado históricamente-- ha sido empleado aquí y allá como un comodín, casi exclusivamente para referirse a manifestaciones artísticas de la clase dominante: "excelencia", "elevación", "arte superior", "clase aparte", "buen gusto", términos clasistas (de donde proviene por cierto la palabra "clásico") que han servido para reforzar la cultura burguesa de la élite y para postergar el legado popular y tradicional, el cual ha sido poco a poco adulterado por la cultura de masas (de los viejos mass media del siglo XX) sustituidos ahora por las "redes sociales", y disolver estos mensajes en televisión, radio, cine, comerciales y ahora en internet.

 

En verdad, estos medios funcionan esencialmente como medidores ideológicos de cómo andan las cosas en la cultura de masas, que es la cultura que intenta imponer el gran capital. Nada más. Es una cultura de la velocidad, de lo pasajero, de lo instantáneo; una cultura que juega todo el tiempo con cualquier tipo de conceptos y símbolos vacíos, y los va sustituyendo en la mente de los usuarios --que se creen activos pero son tremendamente pasivos-- para alejarlos de cualquier otra meditación profunda, como la que puede registrarse en los buenos libros, las obras literarias, el arte, la música, el teatro o el cine de calidad. Y no en estos medios que nos hacen creer, mediante todo tipo de trucos e ilusionismos visuales, que somos felices o estamos cumplidos como personas, sólo porque ubicamos unas cuantas fotos y unas frases sueltas en un formato que a los pocos días las habrá hecho desaparecer.

 

El texto del presente artículo, por ejemplo, está ubicado en una página web que tiene un poco más de permanencia que si lo hubiera colocado directo en Facebook. Internet, en este caso, es una herramienta que cumple una función mediadora entre periodistas y lectores, haciendo su papel de medio veloz (todo parece reducirse a un asunto de ganar tiempo, más que de comprender las cosas) entre quien emite los mensajes y quien los recibe, sin que necesariamente se manifiesten los contenidos de ese medio. A fin de cuentas, no hay ningún medio puro ni un lector puro. Todo está contaminado de ideología, en mayor o menor medida. Ningún lector verdadero es ingenuo: cada cual lee de acuerdo a su gusto o a su capacidad de descifrar. Los medios no son redes sociales. Las redes sociales se tejen en grupos de personas reales que se reúnen a conversar para organizarse, luchar o llevar a cabo un proyecto. Puede que discrepen entre ellas pero al menos tienen la ventaja de que pueden decirse las cosas frontalmente, cara a cara, de confrontar sus diferencias sin necesidad de un mediador que les diga cómo tienen qué pensar.

 

 

 

© Copyright 2019 Gabriel Jiménez Emán

 

 

 

 

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