Elecciones departamentales: Más tradicionales que críticos
- Opinión
La variedad de los resultados electorales de las pasadas elecciones departamentales uruguayas requerirán un análisis detenido y pormenorizado en cada circunscripción, que además de fundamentos teóricos y explicitación de objetivos reclaman la unificación de datos actuales e históricos en una misma planilla electrónica por la Corte Electoral. No para maquillar estadísticamente éxitos o fracasos, sino para extraer de ellos conclusiones cualitativas sobre la efectiva relación con la ciudadanía, su distancia o proximidad, el carácter de la actividad militante y su eficacia en relación a los objetivos políticos que exceden la oposición maniquea entre victoria y derrota. Son estas variables e interrogantes los que ponderan una concepción de la política que no se resume en el mero ejercicio electoral o en estrategias publicitarias y de marketing. Si bien la postulación a cargos electivos conlleva la intención y posibilidad de obtenerlos según tradiciones y circunstancias, no son los números fríos la única variable a considerar y ni siquiera la más relevante. Se pude “perder” entablando lazos sólidos con parte de la ciudadanía -en mi opinión, un objetivo indeclinable de las izquierdas- tanto como se puede “ganar” sin ellos, producto de algún slogan oportuno, estrategia de simulación o mera simpatía. Además de si se gana o pierde, es indispensable interrogarse cómo y por qué.
Un primer vistazo a los guarismos totales exhibe la debacle del Partido Colorado (PC), una cierta consolidación e incremento cualitativo del Partido Nacional (PN) desde cierta recuperación de la influencia de su caudillo Larrañaga, sumados a la irrelevancia -aún testimonial- de los partidos alternativos como el PI, AP o PERI, ninguno de los cuales venció siquiera en uno de los 115 municipios en disputa. Cualquier interés cualitativo, excede a los tres primeros, que conciben a “LA Democracia”, sin adjetivos ni mediaciones, como un simple, único e incuestionable dispositivo consistente en emitir regularmente un voto que transfiere las potestades decisionales del sufragante a un representante que obrará sin mandato o control alguno, según su mejor saber y entender. Su vínculo es fiduciario. De forma tal que mi interés se concentra en los resultados del Frente Amplio (FA) que entiende –o más bien debería entender- la vida política en términos más amplios, rigurosos y sobre todo permanentes, que el de la mera depositación de un sobre. Aunque la concepción de democracia e inclusive de política en el FA es objeto de disputa (tácita, en ausencia de debates y propuestas al respecto) y convive con las diferentes vertientes de su rica y compleja composición. Pero entre éste y los primeros debiera haber dos concepciones claramente diferenciadas de la política y la construcción de ciudadanía, ya que los partidos no sólo la reflejan sino que con sus prácticas la moldean. Los partidos tradicionales edifican y consolidan con éxito un ciudadano receptor pasivo de mensajes mediáticos, elector por excelencia que clausura en el mismo acto electoral su vinculación con su representante. Un claro ejemplo empírico lo constituye la gran performance electoral del PN en las elecciones internas voluntarias en las que, a diferencia de las nacionales obligatorias, se vino imponiendo inclusive al FA. Atrae con el anzuelo del voto al elector y en el mismo acto lo repele arrojándolo nuevamente a las mansas aguas de la pasividad ciudadana al impedirle cualquier participación en el significado posterior del mismo. Qué ciudadano construye inversamente el FA debiera ser materia de discusión.
Hasta los números gruesos del desempeño electoral reciente podrían servir de disparador de tal debate, mediatizando el exitismo electoralista y la adaptación acrítica a un sistema político-electoral concebido para facilitar la construcción ciudadana que atribuyo a los partidos tradicionales, cuya expresión es por ejemplo la columna de esta semana de la presidenta del FA, Mónica Xavier. En ella extrae una conclusión positiva basada en la obtención de un departamento más (con tres nuevos aunque reconociendo la derrota en dos, atribuidos a la mala comunicación) y en cierto aumento en el número de votos respecto al desastroso 2010. Pero más allá de este balance con el que difiero, considero hasta alarmante la concepción de ciudadanía que subyace desde sus primeras líneas. Sostiene que “la ciudadanía decidió a quiénes conferir su confianza”, enfatizando a la vez que el pueblo expresó “seguridad en el sistema electoral que hemos solventado” (el subrayado nos pertenece). Lacalle Pou no lo hubiera dicho mejor.
Aun cuantitativamente, el desempeño electoral del FA exhibe claroscuros. Los departamentos del Uruguay no son 19 porciones simétricas de una torta demográfica, económica o político-cultural, ni las juntas departamentales y los consejos municipales, capas indiferenciadas de sus ingredientes. No es lo mismo perder Maldonado que Artigas, ni las 3 victorias en la margen del río Uruguay compensan necesariamente las derrotas. Aun habiendo consolidado departamentos que tienden a estabilizarse en la sucesión de gobiernos (Montevideo, Canelones y Rocha), se requiere un análisis cualitativo, al igual que para los bunkers electorales del PN (y el PC en un único caso), que hegemoniza consuetudinariamente el centro despoblado del país.
Por ejemplo en Montevideo el FA votó notoriamente por debajo de los guarismos de octubre, apenas 4 puntos por encima de la debacle de 2010 y 7 puntos menos que en la votación de 2005. La tendencia de largo plazo sigue siendo declinante y no pudo ser compensada con la táctica -ética y políticamente concesiva- de allanarse a la ley de lemas apelando por primera vez a la triple candidatura. Pero más alarmante aún fue no sólo haber perdido dos municipios (en uno de los cuales se había ganado en octubre) sino que el nivel de votos en blanco y anulados en todos los municipios se ubicara cómodamente en el tercer puesto, arañando en algunos el segundo. Allí donde más contacto, influencia e interacción debería tener el FA, la expresión política más contundente fue la indiferencia y el repudio. La considero un corolario inevitable de la declinación exponencial de los comités de base y de la militancia independiente y territorializada que constituyeron el suelo fértil para el desarrollo del árbol frentista y que a riesgo de aburrir lectores por reiteración vengo señalando año a año en artículos varios. Hipotetizo además que es esta misma variable la que debe incorporarse privilegiadamente al conjunto de factores intervinientes en la derrota de Maldonado y tal vez en buena parte de los municipios con importante concentración urbana, tanto como el carácter meramente formal, desmovilizado y acotado que ha tenido la iniciativa y experiencia de Presupuesto Participativo.
No pretendo despreciar las evaluaciones de la coyuntura con sus movilidades, sino señalar que las tendencias en el largo plazo permiten extraer más sólidas conclusiones al exponerse con mayor elocuencia para intervenir sobre la realidad, potenciando fortalezas o vigorizando debilidades. Es mucho más complejo extraer conclusiones generalizables de experiencias departamentales ya perdidas como en su momento Florida, Treinta y Tres, o ahora Artigas (Maldonado, por su trágica consecuencia y las características propias, requiere un análisis aparte), tanto como inferir un crecimiento en el recientemente conquistado Río Negro, o en las reconquistas de Salto y Paysandú.
Resulta una paradoja que exige extrema atención y rectificaciones estratégicas que la mayoría de los municipios (75 en total) hayan quedado en manos de los partidos tradicionales, casi duplicando el número de los del FA. Por un lado porque esos partidos, según la sucinta caracterización que expuse al comienzo, no se proponen convocar a los ciudadanos a decidir sobre los problemas que los afectan, sino simplemente a depositarles confianza ciega cada 5 años. Mientras el FA, que gobierna departamentalmente sobre casi el 70% de la población, y debería proponerse construir ciudadanía activa, obtuvo sólo la tercera parte de las representaciones más próximas a la gente.
Carezco de receta para la solución de esta paradoja y del proceso de vaciamiento militante, profesionalización y partidización generalizada de los cuadros políticos del FA en desmedro de los independientes. Pero un debate extendido acerca de los modos de hacer política, del concepto de militancia, de la concepción de la democracia y del régimen político de gobierno me parece indispensable a la luz de las señales que intento subrayar aquí, con la excusa de los resultados electorales. El riesgo de evitarlo con legítimas aunque opinables celebraciones reside en el lento deslizamiento por el tobogán del electoralismo, del consecuente caudillismo personalista y del pacto fiduciario con la ciudadanía.
Al pie de la rampa esperan con brazos abiertos los tradicionales de siempre.
- Emilio Cafassi, Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
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