El caso de la Comunidad Andina:

Integración y comunicación

13/11/2007
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Aunque la vinculación entre integración y comunicación es epistemológica y conceptualmente obvia, no lo es tanto en la práctica ni de los procesos de comunicación, menos de los de integración. Lo dicho representa un campo de paradojas donde mientras en la teoría la integración es a la vez comunicación y la comunicación en tanto relación es también integración, en la realidad política y social se aprecia que comunicación e integración no siempre andan juntas ni comparten el mismo camino; por el contrario, pareciera que les fuera más cómodo caminar por separado, confiadas acaso en la obviedad conceptual de sus aproximaciones.

Pero a pesar de lo expresado, y para hacer todavía más complejo el panorama de las relaciones entre comunicación e integración, podemos afirmar que sí existe una articulación entre ambas y los modelos de desarrollo o, lo que es lo mismo, con los procesos socio-históricos en los que –y para los que– se desenvuelven.

Aplicado al caso de la Comunidad Andina, podemos establecer una tipología de tres modelos: 1) el modelo de integración como sustitución de importaciones y la comunicación crítica; 2) el modelo de integración del regionalismo abierto y la comunicación como difusión; y 3) el modelo de la integración integral y la comunicación como relación.

Sustitución de importaciones y comunicación crítica

Al finalizar los años 60, esa década que incuba las teorías de la dependencia, en el continente americano se manejaba la tesis de la industrialización mediante la ampliación de los mercados nacionales a través de la exportación de productos, procurando además una inserción más adecuada en el mercado internacional.

Al calor de estas propuestas nace el Pacto Andino el año 1969 con el Acuerdo de Cartagena, que se plantea no sólo una industrialización en escala, sino una política industrial conjunta, promoviendo la sustitución de las importaciones. En los objetivos del Acuerdo de Cartagena se inscribe el del desarrollo armónico y equilibrado planificado subregionalmente y no ya solamente por países. Para ello se propone la creación de un mercado común y la adopción de un arancel externo común, que favorezca las transacciones entre los países andinos. La estructura responsable del manejo de estos procesos es la Junta del Acuerdo de Cartagena, que tiene como una de sus características la supranacionalidad de sus decisiones.

En este contexto de cambios profundos en la estructura social y económica del continente, que se acompaña de procesos nacionales de transformación de sus organizaciones sociales, la Junta del Acuerdo de Cartagena asume la comunicación como uno de sus componentes centrales, en el entendido que el desafío de la integración suponía un proceso de nuevas apropiaciones culturales. Los desafíos del Pacto Andino no tienen relación con las comprensiones del desarrollo como etapas evolutivas, sino más bien con transformaciones profundas en las relaciones históricas.

La propuesta de comunicación, que tiene su expresión símbolo en la producción de la serie de programas para televisión “Nuestra América”, no es ajena a las concepciones acuñadas en la búsqueda de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC). Su orientación, valorizadora de las potencialidades económicas, sociales y culturales de los países de la región en caminos que se integran, tiene visos de soberanía cultural, reivindica el derecho a la información, y es un esfuerzo por la democratización de los flujos y procesos de comunicación.

Regionalismo abierto y difusión

Con el Consenso de Washington, las políticas y los conceptos de integración experimentan una revisión. Las corrientes de liberalización externa que predominan en las políticas económicas de los países de la región, se dotan de una fórmula de integración –y de comunicación– a la par de la apertura externa al comercio y la inversión internacional.

El nuevo tratado de integración andina, que es una especie de subproducto de la apertura, basa su estrategia en una liberalización frontal del mercado de bienes y servicios, así como la liberalización total de los intercambios mediante la conformación de una zona de libre comercio. Para ello se robustece el arancel externo, se fijan franjas de precios, se establece una unión aduanera, se dedican esfuerzos a la armonización de políticas, y se devuelve la capacidad de decisión a los países, creando una Secretaría General en reemplazo de la Junta del Acuerdo de Cartagena.

A este modelo de desarrollo e integración se le denomina “regionalismo abierto”, por la compatibilidad que se busca entre la integración regional y mundial, en sociedades donde son necesarias medidas de ajuste estructural para llegar al libre comercio pleno en la economía globalizada. Según la CEPAL, el regionalismo abierto se refiere a un proceso de creciente interdependencia económica a nivel regional, impulsado tanto por acuerdos preferenciales de integración como por otras políticas en un contexto de apertura y desreglamentación, con el objetivo de aumentar la competitividad de los países y constituir un cimiento para una economía internacional más abierta.

La apertura de la integración a la energía del comercio convoca a la aplicación de procesos de comunicación organizacional, así como a la información de las acciones que se desarrollan. La óptica se revierte, se pone en escena la antípoda de la comunicación que busca construir culturalmente espacios apropiados de integración, y se encamina una línea de difusión de las bondades del libre mercado y de la importancia de la liberalización y la competitividad.

En consecuencia, la comunicación se externaliza a los sujetos o ciudadanos andinos, se arropa en las decisiones comunitarias y se realiza en los avances que los países logran en sus políticas de ajuste y de apertura. Los ciudadanos se convierten en consumidores. A la par con las teorías de la persuasión, los órdenes discursivos significan, dan pertinencia y universalidad a categorías y órdenes preestablecidos en la legitimidad del libre mercado.

Paradójicamente, no es la saturación de mensajes sino en muchos casos el silencio, el que va a caracterizar los procesos de comunicación que llevan a un relativo, especializado y segmentado conocimiento de los procesos institucionales, junto con un marcado desconocimiento de los reales procesos de integración y desintegración en el mundo globalizado.

Integración integral y comunicación como relación

Entrando al siglo XXI, otros escenarios se pintan en el continente. Nuevos modelos económicos y enfoques políticos cambian el escenario de las políticas nacionales y también los de la integración. La Comunidad Andina no se exime de estos procesos. Bolivia y el Ecuador cambian sus modelos de desarrollo, persisten en su propósito del desarrollo regional, y aspiran a un reconocimiento de sus propuestas en el seno de la CAN, donde conviven con Perú y Colombia, que se aferran a los esquemas de liberalización. Existen dos visiones sobre la inserción internacional de los Países Miembros y el papel del Estado en las políticas de desarrollo.

La alternativa para la construcción de consensos respetando las diferencias es la propuesta de la “integración integral”, basada en el desarrollo humano sustentable y equitativo para vivir bien, que se sustenta en la armonía de los hombres en sociedad y con la naturaleza. Esta integración expresa su respeto por la diversidad y las asimetrías, aglutinando diferentes visiones, modelos y enfoques. Se busca asimismo una política convergente hacia la formación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR).

Por otra parte, la “integración integral” pone en el mismo nivel de importancia y jerarquía las agendas económica, social, política y ambiental, superando de este modo el sesgo economicista y comercialista de la integración en su etapa anterior. Con este enfoque, se pretende combatir la pobreza, la inequidad y la exclusión social; recuperar la armonía y el equilibrio entre el hombre y la naturaleza; mejorar la competitividad de las empresas y la productividad de las economías andinas; incorporar a los pequeños productores en los procesos de integración; impulsar una política exterior común que genere beneficios para toda la población; fortalecer las democracias participativas y los derechos humanos en la Comunidad Andina; y posibilitar la participación social y espacios de diálogo con la sociedad civil.

En la diversidad de enfoques, existe una recuperación de la voluntad de cambio para construir procesos de desarrollo. Los ciudadanos, la sociedad civil, los sujetos sociales son nuevamente actores y protagonistas de los cambios políticos, así como de la definición de políticas junto con sus gobiernos.

En un esquema de esta naturaleza la comunicación necesita pensarse multidimensional, de diversas aristas y posibilidades articuladas por un propósito, el de la construcción del discurso convergente entre sujetos sociales, entre modelos de desarrollo, entre países, y entre bloques de integración. Es decir, se requiere, del mismo modo que la integración integral una comunicación integral que ponga en relación paradigmas de comunicación.

En este sentido, la CAN está optando por un sistema de comunicación de triple constitución. Por una parte una comunicación participativa, donde redes de comunicadores y medios, así como la sociedad, expresan sus propuestas de sociedad. Por otra parte la comunicación política o de la construcción hegemónica de discursos pone en el debate posiciones buscando consensos prácticos que encaminen la integración en sus ámbitos económico, social, político y cultural. También son necesarias formas de comunicación institucional que posicionen la noción de la supranacionalidad, o de la “nación andina”, como una posibilidad de convivencia. Finalmente la información es indudablemente una necesidad básicamente educativa para el conocimiento de los procesos de integración andinos y la motivación de la participación en ellos.

Este sistema de comunicación pone en el tapete concepciones originales de la comunicación en los que se pone en relación modos de vida, propuestas, necesidades e imaginarios. La comunicación vuelve a ser un ámbito de ejercicio del derecho a la palabra y un espacio dinámico de construcción del discurso compartido. En este sistema la comunicación genera redes de comunicación que pone en relación a ciudadanos y operadores de políticas, cada uno desde su propio espacio. Lo importante de la comunicación es que teje estas redes. Con estas relaciones, la integración teje también la realidad existente con la realidad por construir. En suma, la comunicación se suma a la tarea integradora que no es otra cosa que un plebiscito cotidiano para la construcción de convergencias.

- Adalid Contreras Baspineiro, sociólogo y comunicólogo boliviano, es actualmente Director General de la Comunidad Andina.
 

https://www.alainet.org/en/node/126543
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